Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

03.Melocentrismo

Madre tenía el don familiar, pero tampoco le garantizó la felicidad.

A mí me surgió un atardecer, hablando con Marta: vi emanar de su cabeza todo lo que pensaba. Las frases  se formaban en el aire y las letras terminaban desmoronándose como arañitas negras. Así descubrí que se había acostado con mi novio. Desde entonces pude leer los secretos e intenciones de cualquier persona.

Hasta que conocí a Mateo. Él no tenía voces en la cabeza. Sus pensamientos eran imágenes con banda sonora y  alfombraban su alrededor con fusas y semicorcheas que se adherían a su ropa como caracolillos exangües. Me subyugó.

Necesité aprender solfeo para descifrarle. Me enamoré de sus incógnitas y su capacidad de confundirme. Sus estados de ánimo no siempre armonizaban con las melodías de su mente. Nunca sabía si el estribillo absurdo que le brotaba generaba la expresión tierna de sus ojos, o si el vals alegre que resonaba en su cerebro estaba relacionado con su ceño fruncido. Expuesta al engaño, pero encantada, me dejé embelesar.

Cuando comprendí que su música interior era  una terrible trampa, fue demasiado tarde: ya estaba enredada en un pentagrama sin clave de sol del que solo colgaba su enorme MI.

 

02. SOY PIANISTA (Diego Cano-Lasso Pintos)

Los músicos tenemos que ensayar muchas horas y eso provoca las comprensibles quejas del vecindario. Por eso fui a vivir a una urbanización en el campo. Estaba sola. Una gozada componer y tocar en silencio, inspirándome en el trino de los pájaros y sin presión coactiva. Pero duró poco. La expansión de la ciudad rodeó de grúas mi pequeña parcela y en unos años volví a tener vecinos alrededor, solo que ahora nuestras quejas eran mutuas. Ellos también daban sus conciertos a todas horas. No hubo más remedio que terminar en el juzgado. El Juez, con su sentencia de acotarnos el horario, me hizo cambiar de hábitos y modificar mi estilo musical. Ahora compongo conciertos en RRRRRRRRe Mayor para cinco instrumentos. Formamos un quinteto. Mi piano toca al unísono con la sopladora, la motosierra, el cortasetos y la desbrozadora de mis cuatro vecinos.

01. PARA TI

Cada vez que vuelvo a poner este disco no puedo evitar una pesadumbre que termina venciéndome. Escuchar los últimos temas que Jaime grabó antes de su accidente siempre me despierta la nostalgia natural, una tristeza que me abraza el alma por mucho que los ritmos se animen y el compás se acelere. Para mí, escuchar su guitarra es como oír su voz más interior, sus preocupaciones, sus miedos, sus ilusiones también. Creo que podría reconocer un atisbo de su alegría o su desánimo valorando tan solo como afronta cada nota.

El último álbum, que dejó inacabado con solo cinco composiciones, está concebido con una sensibilidad nueva, una energía en los riffs que nunca le habíamos escuchado, con pocos acordes, pero ligados por una intensidad viva, renovada. Tal vez, la culminación de ese nuevo estilo sea el tema que lo cierra, desconocido para todos, con una armonía ingeniosa, delicada, y un estribillo que se divierte en las notas más altas, como si los dedos corrieran por las cuerdas del instrumento queriendo amarrarse a ellas para no caer. Un suspiro. Y un abrazo también. Y la incógnita maldita de ese título que abre tantas esperanzas como temores.

102. Ángela

Cuando llegué a casa, papá me miró, dijo que esto nunca había ocurrido y que mañana de vuelta al instituto. Mamá volvió a repetir que habíamos hecho lo correcto, lo mejor para todos, que la vida sigue y el discurso de siempre. Pero no. Yo había firmado los papeles. Las cosas seguirían igual para los demás pero habían cambiado en mi. Me encerré en mi cuarto y lloré. Igual que la noche anterior en el hospital.  Por ella, por mi, por un nosotras que no existiría. Entonces había implorado a la enfermera que me dejasen verla, una sola vez. Pero no, ya no era posible, había firmado los papeles. Esta mañana, al darme el alta, ha deslizado una fotografía polaroid en mi bolso con el susurro -para que la veas siempre-. Era preciosa, un ángel que fue mío por un instante y para siempre.

101. Micifuz (Salvador Esteve)

Aunque una espesa neblina sigue envolviendo mi memoria, mis superiores confían en mi percepción, en ese sexto sentido que me ha llevado a la cima de la investigación criminal.  En casa, aún convaleciente, observo la foto del escenario del crimen y presiento que algo no encaja.  Los tres cuerpos, un matrimonio octogenario y su hijo, están sentados en fila como si viajaran en un autobús rumbo a la eternidad.  La muerte la produjo un objeto extremadamente fino que les penetró por el oído destruyendo su cerebro, sus sueños.  Miro más detenidamente la imagen, y en un rincón, casi fuera de plano, percibo, hecho un ovillo, un pequeño animal, ¿un gato?

Entonces mis recuerdos, un revoltijo de placer y temor, regresan en tromba.  Soy muy metódico, cometo mis ejecuciones desnudo, depilo todo mi cuerpo, unos guantes preservan mis huellas y mi cabello está protegido.  Nada dejo al azar, es mi regla, jamás la rompo; mas esta vez no fue así. Ya en mi automóvil maldije al felino, me había arañado, intente atraparlo pero escapó.  Iba a volver para deshacerme del pequeño cabo suelto, cuando sufrí el accidente.

De repente, con la fotografía todavía en mis manos, escucho las sirenas.

 

 

100. ANCIANA HILANDERA (J.A. Iglesias)

Primer premio internacional de fotografía.

Por fin lo consiguió, con este premio, sería reconocido mundialmente.

Sobre todas las fotografías presentadas; constelaciones, paisajes imposibles, colores y técnicas de última generación, ganó la suya. Anciana sujetando el husillo, sobre una rueca, hecha en blanco y negro.

Por el ángulo superior, la luz se cuela sin permiso tras el ventanuco, desvelando una larga y callada historia. Delata los poros agrietados del dintel y las partículas que escapan levitando del telar. Los rayos blancos, penetran en el cabello níveo de la vieja hilandera, recogido en un moño alto.

Continúa su camino la luz, por la parte de la cara que no queda oculta por la sombra, penetra por cada grieta de su piel cansada. Luego, termina su viaje perdiéndose en el propio objetivo de la cámara.

De niño subió al desván a hurtadillas, con la pequeña cámara de plástico, reciente regalo por su comunión. Allí, tomó la instantánea de su abuela, ensimismada, mientras tejía .

Casi cincuenta años después,sacó esa foto del viejo álbum familiar. Impulsivamente, casi sin pensarlo, la presentó, ganando el concurso más prestigioso.

— Nada que objetar— se dijo — al fin y al cabo, la foto la hice yo.

99. Algo imprevisto (Pablo Cavero)

Compruebo las coordenadas del GPS. Respiro en las umbrías del hayedo donde el musgo escapa de la polución y de los humanos. Me topo con ella y me hago el sorprendido. Quedo desarmado por su sonrisa misteriosa, su melena rubia y el sombrero cordobés. Charlamos de camino a la cascada. Le divierte mi ignorancia sobre las redes sociales y la actualidad. Ella se muestra algo hermética. Yo charlo sin parar como ebrio por su halo. La persuado para almorzar juntos. Sucumbe al sabor nuevo de las migas. Bajo el efecto del vino de pitarra, me confiesa que es una cantante acosada por la prensa. Me muestro empático y ella muy cercana. A los postres me besa y me propone que la acompañe en su gira. No me puedo negar, creo que me importa. Ya le contaré, un día de estos, que en realidad soy el paparazzi que vendió la foto de su toples. Los besos y arrumacos continúan a la salida y suben de tono en el coche. A pesar del calentón me ha parecido que nos siguen. En el parking del hotel reconozco un coche y una moto. Esto no lo calculé.

98. Revelados

Mi tío se encargó de hacer una fotografía de la familia cada Nochebuena hasta que los huecos de los que faltaban fueron demasiado dolorosos. Nos situábamos en dos filas, tras la mesa llena de platos vacíos, peladillas y copas a medias. Unos, sentados; otros, detrás. 

     Cuando apareció con una Polaroid formamos un buen revuelo. Que, en aquel papel en blanco, poco a poco, asomaran formas en color fue como presenciar un espectáculo de magia sin igual. 

     Las conservó todas mi madre, en un álbum que no dejaba tocar a nadie mientras vivió. 

 

Ahora ojeo aquellas fotos y me estremezco. Revivo el momento en el que él ponía el temporizador y se unía al grupo entre risas nerviosas. Aunque también descubro detalles que en su día me pasaron totalmente desapercibidos, como todos los primos de puntillas para parecer más altos que el mayor. O la cara de mi hermano pequeño al recibir el beso apretado de la abuela. O las manos enlazadas, a salvo de ser vistas, de mi madre y mi tío bajo el mantel. 

 

97. RESET (Jesús Alcañiz)

Su mujer entreabre los ojos, le dice buenos días, Juan, y retoma el sueño, confundida. En la foto de la boda, sobre la cómoda, no se reconoce, tan calvo. En la cocina, el caniche le gruñe como a un intruso y se tira a morderle el pantalón del pijama. Se asoma a la cuna y la niña rompe a llorar como con un extraño. Desde el espejo del lavabo, Juan y él se miran sin entender nada. Vuelve a acostarse, a seguir durmiendo hasta mañana, que será otro día.

96. Rostros familiares (Anna López Artiaga / RdA)

Mientras doña Carmen habla, observo las fotos en marco de plata del aparador. En esta que señala ahora, se ve a dos niños vestidos de marinero, las manos juntas, los ojos en plegaria hacia el cielo.
—Son muy guapos —le digo.
—Ya tienen trece años —responde—, esa foto es de hace dos.
En la de al lado, una pareja de novios se intercambia las alianzas. Él la mira con gesto adusto y ella, ruborizada, se alisa el vestido para disimular la leve curva del vientre. Son los padres de los gemelos, pienso.
—Nacieron sietemesinos —apunta ella—, quizá en agosto puedas conocerlos, prometieron venir en vacaciones.
Yo le recuerdo que en agosto me voy al pueblo, pero que volveré en setiembre, cada miércoles, como siempre.
—Sí, ya me acuerdo —asegura, y recoge las revistas recortadas de encima de la mesa mientras me guiña un ojo.

 

Sonríe. Yo también.
Después de merendar, saco una bolsa con revistas nuevas. Ella trae las tijeras y los marcos de plata. Doña Carmen vuelve las páginas y escoge con cuidado: esta semana se ha encaprichado de una nieta de trenzas rubias y una hija empresaria, con traje chaqueta, que el próximo verano la llevará de crucero.

95. La vida en los tacones

La abuela está loca. Su voz resuena en el pasillo antes de que vaya a salir: «¡Vigila ese escote!», «¡Niña, ponte otros zapatos!». Desde la adolescencia intento convencerla de que la vida es corta, que los tacones de aguja no deben serlo. Exprimo la noche y acostumbro a recogerme tarde con o sin compañía. Al pasar los treinta, me resistía a cambiar las discotecas por zapatos de baile de salón. A los cuarenta, aún invito a pasar a algún galán bien calzado a casa. La abuela se despierta y es testigo del desencanto de mis zapatillas, pero guarda silencio. El último amante soltó sus sandalias con velcro bajo la cama, mientras el humo de la alevosía se escapaba por la chimenea de madrugada. La abuela, desde ese otro lado del retrato, ya no pregunta al ver el zapato de aguja roto encima de la alfombra.

94. DE FOTOS Y RECUERDOS (M.Carme Marí)

Al llegar a casa, la encuentro muchas veces en su mecedora mirando fotografías de antaño. Con los colores ya amarillentos, no las tiene en un álbum porque le gusta pasarlas una tras otra en sus manos.

Siempre me hace algún comentario: «¿Ves la cara de pilla que tienes ahí con la mancha de chocolate junto al labio?», «¡Qué guapo estaba tu padre con el uniforme de chófer!», «Esas fiestas del pueblo eran un acontecimiento, llenas de gente»…

En realidad, hace tiempo que no las ve. Pero retiene en su memoria hasta el mínimo detalle de todas ellas de tanto mirarlas. Cuando una neblina empezó a colarse en sus ojos, mi Pablito pegó un trocito de cartulina de distinta forma detrás de cada una de las fotos. Así sabe cuál tiene delante.

Otra vez se ha quedado dormida con su preferida en el regazo. La que nos sacó el fotógrafo de la capital poco antes de enviudar. La que lleva en el dorso un corazón muy grande.

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