Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

90. AHÍ ESTABA

Ese día estaba guasón. Tenía muchos universos que controlar pero se fijó en ella.
Ella comenzaba su soñada excursión al Perdido.
Le caía bien por su extraordinaria alegría.
Subiría por Tucarroya. Hacía un bochorno tremendo. La predicción del tiempo era buena.
Decidió darle una sorpresa.
Llevaba 2 horas de ascensión cuando el cielo se tornó negro. Los truenos reventaban la oscuridad, los rayos comenzaron a caer desatándose una inmensa tormenta de agua y granizo. Se agachó en cuclillas apartando unos metros el piolet. Un rayo cayó en él. Entonces lo vio.
Satisfecho por la escenificación, tomó la figura de un anciano de barba blanca.
Preparó la cámara del móvil. El rayo iluminó de nuevo. Hizo la foto. Observó en la pantalla al anciano barbado. Repentinamente la tormenta desapareció y el sol volvió a abrasar. Observó de nuevo la imagen. El rayo rebotaba en el piolet. Nada más.
Decidió que en el futuro le proporcionaría buena suerte. Ahora debía crear un par de nuevos universos, varios planetas habitados y unas cuantas supernovas.
Prosiguió la subida. No entendía lo que había sucedido aunque de algo sí estaba segura. Ahí estaba.
Los dos sonrieron al unísono.

89. Mamá (Mar González)

En las páginas centrales están las fotos del verano. La mayoría del pueblo y siempre algunas de la playa. Tomo a tomo recorremos los cumpleaños, los primeros días de colegio, la graduación, tu boda, mi defensa de la tesis… En la última página, siempre, la foto de familia en Nochevieja. Arreglados, juntos, felices.

Primero faltaron los abuelos. Después, papá, pero para entonces ya se había sumado Sofía. Más tarde llegó Marcos y, pocos años después, todos dejamos de ser protagonistas. Los gemelos y la pequeña Olivia ocuparon nuestro lugar.

Hemos tardado en encontrar fotos suyas. Nunca se le dio bien lo de hacer selfis y hemos ido viendo sus gafas, la frente arrugada y esos mechones rebeldes… pero quedan pocas imágenes de su sonrisa.  Prefería estar detrás de la cámara, captando cada momento y seleccionándolos después para el álbum familiar

Ha sido el reparto más difícil. Tú te quedarás los años pares y yo los impares. Los intercambiaremos en Navidad. Hemos prometido mantener las tradiciones y hacernos una foto todos juntos desde la escalera para el álbum anual. Aunque, a partir de ahora, encargaremos dos copias.

88. El mal no entiende de familias

Se despertó a las tres de la mañana, como en las últimas noches, envuelto en un sudor tan frio como penetrante, víctima de una pesadilla recurrente que dormía a su lado y que no era capaz de arrancar, con el matiz de que esta vez sabía lo que debía hacer.

Cogió lo necesario y arrancó el coche con la certeza del que sabe donde quiere ir aun desconociendo el camino, y llegó al único lugar donde la anoche no alcanza a ver.

Allí, en el punto de no retorno, le aguardaba su viva imagen, el que le atormentaba en sueños, aquel que sentía tan dentro que no acertaba a distinguirlo de su propia conciencia. Habían estado toda la vida unidos en la distancia, retroalimentando un odio visceral a todo y a todos. Pero eso acabaría esa misma noche.

Las hojas de los cuchillos brillaron por un instante, para bailar después al son de la sangre.

Mientras, lejos de allí, el primogénito, el bendecido con la semilla del mal, quemaba una vieja foto de unos trillizos recién nacidos junto a una madre moribunda que tampoco sería digna de lo que estaba por venir.

87. Capturas (Juana Mª Igarreta)

Apenas cumplidos los dieciocho, y como impulsada por la fuerza de un potente resorte, Araceli cruza las puertas de la estación y elige el tren que promete alejarla más de su lugar de procedencia.
Al llegar a su destino, una ciudad gris aparece ante sus ojos, pero a ella se le antoja particularmente luminosa. Sus zapatos, ensanchados y rebosantes de pasos inciertos, bailan en sus pies hundiéndose en la hojarasca como los dedos inquietos de un niño en un pastel de hojaldre.
Deambulando ensimismada por paseos y calles, recuerda con memoria fotográfica cada rincón del orfanato que la ha visto crecer. Antes de abandonarlo no ha dudado en pulsar el disparador de su cámara Canon ante el retrato del director que preside la recepción del edificio. El ostentoso marco dorado que lo circunda chirría sobre el desconchado de la pared, pero no tanto como contrasta el brillo de la mirada capturada en esa fotografía con la densa sombra que se agazapa tras ella. Araceli sabe que, esta vez, su testimonio cuenta con algo más que palabras.

86 – Exactitudes (Patricia Collazo)

¿Por qué yo no aparezco?, preguntaste desilusionado cerrando el álbum. Ante tu mirada preocupada, me guardé la risa. Intenté explicarte que todavía no habías nacido.

—¿Cuantos años tenía? ¿Cero?

—No, no eras ni un bebito – insistí.

—¿-1, -2? ¿Como la sensación térmica?

—Algo así

—¿-1 o -2?

—Tenías -6 —concreté. Contigo era importante la exactitud.

Precisión que hubo que inventar cuando, mirando otro álbum, preguntaste la fecha exacta en que habías subido a ese tobogán, o qué hora era mientras comías aquel helado.

Llovía. Mi decreto de día para ordenar armarios había virado a día para mirar fotos, para dejar que un peine me tironeara en tu afán de hacerme los rizos que tuve alguna vez.

Ante tus ansias por saber si volveríamos a algún lugar, entendí que el sitio a donde siempre querré volver estaba exactamente entre tus dedos señaladores, entre tus zapatillas de indio regañadas sobre el edredón, en tu risa por mi pelo largo sobre uniforme escolar.

Te tomé entonces esta foto que te mando. Una excusa para contarte cuánto te echo de menos. A ti y tus precisiones matemáticas que tan lejos te han llevado. A ti y tus zapatillas talla 25 riendo sobre mi cama.

85.- Galería

Lo encontré bajo un banco del vestuario. Me resistí a curiosear hasta que comprobé que  no tenía bloqueo, y accedí a los archivos esperando que alguna fotografía desvelara información sobre su dueño. La primera que abrí era mía, de hacía tan solo unos momentos, entrenando. El susto fue mayúsculo, pero la curiosidad venció al pasmo y seguí pasando imágenes. Eran cientos, y salía en todas: con mi familia,  trabajando, de vacaciones, cumpleaños, partidos… Continué deslizando el dedo tembloroso por la pantalla: mi boda, la universidad, el colegio, hasta dormido en brazos de mi madre.  También aparecieron recuerdos menos gratos que ya tenía casi olvidados, y empecé a eliminarlos. Pero al final decidí borrarlas todas y dejar el móvil donde estaba. Recogí mis cosas y salí aprisa. Un sol aplastante me descubrió un inmenso y vacío desierto. Tras de mí también se volatilizaron los vestuarios,  el aparcamiento, la carretera. Todo a mi alrededor se convirtió en polvo, nada quedaba que dijera de mi existencia. Me uní a un grupo de caminantes que deambulaban en silencio, y ahora intentamos restaurar nuestras vidas a partir de unas cuantas fotografías desvaídas,  salvadas in extremis. Desde lejos componemos un collage decadente.

84. NADA SALE MAL

Recuerdo a mi padre distanciarse del grupo donde se servía limonada. En las playas o en los jardines siempre tenía algún motivo para alejarse de nosotros.

Nunca le vimos tomar una fotografía pero las que encontramos muchos años después debían ser suyas. Estuvo suficientemente cerca y suficientemente lejos de nosotros para retratarnos. Lo imagino con una de esas cámaras que se colgaban del hombro y tenían una funda de cuero.

Las fotos recogen oasis olvidados y casas donde tal vez dormimos una noche en camino hacia otra parte.

Nadie guardó las fotos en un álbum porque eran nefastas y pertenecían a una época que no merecía la pena recordar.

En las tomas aparecen objetos que solo a mi padre hubiera interesado retratar. Nunca supimos su interés por las fotografía.

Las fotografías aparecieron en un desván, dentro de una maleta con correas, estampada con etiquetas de hoteles a los que no fuimos nosotros. Supongo que las dejó para que lo conociéramos de otros modo, para que supiéramos lo mal fotógrafo que había sido.

Hubo un tiempo en el que vivimos con padre invisible. Los encuadres eran desastrosos. Fueron el legado de un inepto que insitía

83. Sensualidad obsoleta

Las encontré en el despacho, dentro de una revista de automovilismo escondida entre dos tomos de la vieja enciclopedia etimológica.
Me sorprendió porque mi padre detesta la velocidad.
En ellas aparecía una chica muy maquillada, mostraba su desnudez con sensualidad obsoleta, amablemente descolorida. Las piernas plegadas con elegancia. Me recordaba a alguien, aunque todas las mujeres excesivamente maquilladas se parecen.
Escuché pasos y las devolví a su escondite. Mi padre entró, lanzando una mirada interrogante. Yo disimulé, encogíendo mis hombros.
Desde entonces, dediqué un tiempo a observarle y descubrí que a menudo, cuando iba al baño, pasaba previamente por el despacho. Y, al regreso, volvía a entrar.
Como aquellos días me había acostumbrado a observar, noté que, cuando recuperaba su asiento en el sofá, mi madre se levantaba de inmediato con cualquier excusa.
A veces yo volvía al despacho a ojear las fotos, analizando aquellos rasgos tan familiares, persiguiendo conclusiones que se resistían. Hice búsquedas por internet, sin éxito. Nada. Hasta que un día, tras salir mi padre del salón, descubrí a mi madre reclinándose en el sofá, plegando elegantemente las piernas y derramando hacia atrás su melena grisacea. Relajada. Como si se hubiera quitado un enorme peso de encima.

82. Nuevos tiempos (Blanca Oteiza)

Rompo la fotografía en pedazos y me quedo mirando al vacío. Ese vacío que hiela el corazón incluso en días de verano. Tras un tiempo indeterminado me levanto con ojos acuosos y salgo al exterior. Las nubes anuncian tormenta enmarcando el paisaje árido, cuyo aire cálido abofetea mi rostro haciéndome tambalear por un instante. Camino hasta el cauce seco que una vez dio vida a esta tierra. Hoy tampoco lloverá, hace tiempo que este rincón parece olvidado de la geografía de los mapas. La silueta del olivo se muestra retorcida como vestigio del pasado. Y lloro. Regreso a casa y preparo la maleta con lo poco que me queda. Observo en el suelo los trozos de la fotografía, los recojo y los uno con cello. Ahí vuelves a estar en mitad del huerto. Abandono lo que fue nuestro hogar y antes de partir para siempre a la ciudad, echo una última mirada al olivo que se recorta en el horizonte y lanzo un beso de despedida a tu sepultura.

81 Inmortal (La Marca Amarilla)

El fotógrafo prepara con mimo todos sus artilugios, con precisión y paciencia, como un cazador de instantes únicos. Ha encuadrado nuestro salón con luz natural, la ideal para inmortalizar el momento, según él. Mamá, con el mejor vestido de los dos que tiene, da un último retoque a su moño blanco y negro. Yo hace rato que estoy preparado para la fotografía, incluso me han puesto algo de colorete en las mejillas, y espero recostado en el sillón con ganas de que esto acabe, me tumbe para siempre en aquel ataúd blanco y pueda descansar por fin.

80 ACERA DEL TRIUNFO, 64 (Toribios)

Pinos Puente está muy cerca de Fuente Vaqueros, pero él no lo sabía. Se limitaba a estarse quieto. “No se mueva”, le habían dicho, y él firme, con su correaje, sus borceguíes, su diminuto gorro cuartelero terciado sobre el cráneo, y su pistola, esa pistolita como de juguete que de niño tanto me intrigaba. No leyó nunca al poeta, ni supo de su muerte, pero estaba allí entonces, en la mili, que nunca le gustó decir la guerra por no darse importancia. Me mira con sus ojos azules, a través de los muchos velos ya tendidos, y creo ver su miedo, su asombro, quizás su punto de ilusión por la aventura de estar lejos de casa a sus recientes veintiuno. La mano derecha reposa en una silla tapizada, en la izquierda los guantes de gala y un reloj de esfera cuadrada en la muñeca; toque de distinción, siempre le conocí uno redondo, más corriente. El poeta quizás había ya muerto, no hay fecha. Solo un detalle al pie: “Acera del Triunfo”. Curiosa dirección en aquella Granada del 36.

79. SEGÚN EL CRISTAL (Concha García Ros)

El hecho de que una foto pueda cambiar según quién la mire es algo que no deja de asombrarme, pero justo eso es lo que pasa con la que tengo guardada en el cajón de la mesilla. Parecemos una familia feliz, estábamos de excursión en el monte y recuerdo haber jugado con Tobi en el margen del río. Me sentía libre. Para mamá es un recuerdo triste, porque poco después sufrió un aborto. Papá prefiere no hablar de ese día, ni de esa época, cuando tenía trabajo y las cosas iban bien, cuando no se sentía un fracasado. Y el abuelo la mira y sonríe, dice que su madre parece muy joven y que quién es ese señor mayor que está a su lado.

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