Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

78. Zoom (Josep Maria Arnau)

No sé que busco. El comedor de la casa está vacío. Solo quedan cuatro muebles desperdigados por la planta baja. Amplío la imagen y se hace visible la puerta del sótano cerrada y una extraña mancha negra en el suelo. La foto es de pocas horas antes de la demolición.

El abuelo no quería irse, aunque les esperaba una casa nueva. Ese mismo día desapareció… la abuela siempre mantuvo que la había abandonado. Hasta entonces nunca la había visto llorar, tenía mucho carácter. Tanto que, cuando se peleaban, siempre acababa atizándole con lo que tenía a mano.

La recuerdo aquella tarde aciaga y su mirada huidiza me inquieta. Empiezo a intuir lo que busco. Sus sollozos duraron poco. “Mejor sola que mal acompañada”, dijo cuando todo acabó. Amplío aún más la imagen. No quiero mirar, pero mis ojos desobedecen: la mancha negra se ha transformado en su inconfundible bastón.

77. Tiempos de plomo (Marta Navarro)

Una niña sonríe de frente al objetivo. Una niña de pelo oscuro y ondulado echado hacia un lado, guiño pícaro en la  mirada y gesto divertido. Dulce imagen de otro tiempo que acuna entre sus pliegues un latido de felicidad.

Es una foto pequeña, en blanco y negro. Una vieja instantánea cosida ahora al envés de su chaqueta. Lo único que tiene. Lo único que importa. Un tesoro que, en las noches frías, le calienta el corazón.

Con dedos sucios de barro, Otto roza las aristas de la fotografía y suspira. Se siente tan cansado. Tiene tanto miedo…

Parpadea con fuerza para ahuyentar el llanto que amenaza desbordar sus ojos, traga el desconsuelo anudado a su garganta y se obliga a caminar.

Un paso. Luego otro. Y otro. Y otro más.

Avanzan despacio, en silencio, enfrascados todos en idénticos pensamientos, atormentados por idénticos presagios, sin aliento, sin alivio ni esperanza. Una columna de hombres demacrados y exhaustos abandonados a su suerte en medio de ningún lugar.

Una nube de cenizas cae de pronto sobre ellos, oscurece el cielo y aletea en el aire.

Tras los árboles, al otro lado del camino, arden las cámaras de gas.

76. Fijación

Las tres hermanas hemos tardado muchos meses en reunir las cuatro mil ochocientas pesetas que cuesta la Polaroid que le regalaremos mañana a nuestro padre por su cumpleaños. La verdad es que a ninguna de nosotras nos gusta este asunto de las fotos instantáneas. Por hacerse enseguida, pierden en cuanto salen a borbotones por la ranurita lo que tendrían que tener de recuerdo, de fijador de las cosas, es demasiado temprano para quedárnoslas mirando llenos de sorpresa, lo que vemos son dos veces de lo mismo. Pero eso no importa, la máquina no es para nosotras, es nuestro padre el que está obsesionado, regalársela es nuestro afán desde hace meses. Él dejará de llamarnos cada tarde una por una, ya no nos necesitará tanto porque esta es una máquina milagro que lo tiene todo dentro. Los mecanismos y los engranajes. Las pinzas para no tocar. Los líquidos en su justa medida. Y sobre todo el cuarto oscuro.

Si acaso, detener el tiempo nos hubiera gustado un poco antes.

75. REENCUENTRO (Alicia Alguacil Agudo)

Era un ritual de verano, cada año y en la primera semana de vacaciones teníamos que visitar a una prima de mi madre que vivía en lo alto de la loma, en una gran casa ya destartalada por el tiempo, pero en la que se divisaba toda la bahía.

A pesar de haber ido a esa casa montones de años, jamás me había fijado en  esas fotografías que cubrían toda la pared del salón. Algunas con marcos de plata, otras con marcos dorados, todas colocadas simétricamente. Pero se podía apreciar la mella del tiempo en muchas de ellas por su color amarillento.

Esa tarde, tía Lourdes, como yo la llamaba, nos contó la historia del retrato más grande de la sala, era la bisabuela tanto de mi madre como de ella, decía que con los años, yo iba pareciéndome más a ella. ¡Son igualitas!  Le decía sonriendo  a mi madre, y además tienen las mismas manías, creo que es su reencarnación.

Hice una foto con el móvil y la verdad parecíamos como dos gotas de aguas. Esa noche tuve sueños raros. ¿Será verdad lo de la reencarnación?

74. DESAPARECIDA (Paloma Casado)

La foto le sorprende desde una farola de su antiguo barrio por donde, después de años de ausencia, ha querido volver a pasear. En ella, Julia sonríe descubriendo la mella del diente que acaba de canjear con el Ratoncito Pérez. Aún cree en lo imposible, por ejemplo, que su padre es un héroe capaz de protegerla siempre.
Si no la llevara soldada a la memoria, quizás no hubiera distinguido sus rasgos. El cartel lleva pegado tanto tiempo, el sol y la lluvia han sido tan eficaces en su erosión, que han borrado los números de un teléfono que ya ni si quiera existe. Lo mantuvo mientras duró la esperanza de recibir una llamada, cualquier indicio que no resultara un fraude. Sin embargo, la ilusión de encontrarla hace que la busque en las adolescentes que pudieran tener su edad y su apariencia. A veces, cuando los ojos de alguna se le enfrentan, ve en ellos el temor o la repugnancia que provoca un degenerado o un loco. Entonces, baja la mirada y reprime las ganas de contarle que daría la vida a cambio de que le llamara papá.

73. COMUNIÓN

Conserva cinco fotos de su comunión: dos con otra niña y con un angelito con

cara de enfado, en una están leyendo atentamente el misal; en la otra, mirando

de frente con las manos unidas, haciendo que rezan; su madre asoma un poquito

en una esquina. Se ve un cartel con algún muñeco telerín, los de “Vamos a la

cama”. La tercera, en la puerta de la iglesia, muy sonriente en el escalón más

alto, dos más abajo su madre con traje de chaqueta negro, en la falda se aprecia

el cordón del hábito por alguna promesa. En otro más inferior su prima la que le

prestó el vestido de `mini novia´, complementado con una coronita que luce

incrustada en un moño alto. La cuarta, cerca de un árbol con un ramo de flores;

su madre y otra prima, a prudencial distancia para no robarla protagonismo. Y la

quinta, flanqueada por sus padres en la barbacana, la mejor de todas. Hubo una

sexta con un niño que la persiguió todo el santo día. ¡Hasta se puso a su lado

para comulgar! Y se empeñó en que les hicieran una foto juntos. Le cogió tanta

manía que acabó por romperla.


72. Desencuadres (fuera de concurso)

A Danilo le cortaron la cabeza. Fue sin querer, un acto involuntario, un accidente. Ana Patricia disparó sin pretender hacernos daño pero se convirtió en verdugo. Sonreíamos ufanos, hasta Danilo ignorante de la suerte que más tarde correría. Allí estaba él tan bien plantado en medio de los cinco, con sus casí dos metros, con su flequillo seductor y sus dientes en perfecta formación, con su traje impecable y sus brazos enormes rodeándonos a todos. Era grande Danilo. Algunos sostuvieron que Anapa se moría por sus huesos, que no soportó que Danilo ennoviara con aquella chica de ultramar y ahora nos reuniera para decirnos adiós así sin más, para cerrar una amistad de tantos años por faldas extranjeras. Por más que me empeñe no puedo imaginar a mi amiga como una Robespierre con vestido de organdí y lazo azul en la melena ni a aquella Kodak de ocasión como una revolucionaria guillotina. Fue en el revelado cuando descubrimos que Danilo, sobresaliente en todo, sobresalía también de los límites del diez por quince y cuando su cuello, seccionado por el filo de papel, dejó rodar su testa por la alfombra apolillada de una iglesia perdida en medio de otro continente.

71. DIFERENCIAS (Nani Canovaca)

Mi intención era  releer un libro que me dejó una enorme huella siendo joven y en un momento difícil en mi vida. Recuerdo que me gustó mucho y cuando lo he vuelto a retomar, me ha recorrido un escalofrío por la espalda que el libro ha ido a dar con todas sus hojas y letras contra el suelo y con la estampida, ha salido de dentro lo que creo era el motivo de mi malestar. Varias fotos de la bisabuela Mercedes y mis tíos varones. Una de las caras está recortada y solo se muestra su cuerpo enfundado en un traje que se supone distinto. No se distingue bien, ya que todas son sepia y están con manchas de humedad.  Había olvidado que el tío Paolo se fue a hacer las américas y desde entonces, su madre y bisabuela mía, dijo que había dejado de tener aquel varón. No puedo entender porque a veces los padres somos tan duros con nosotros mismos y sobre todo con los hijos. ¿Valía más tenerles bajo el yugo y guardar las apariencias, aunque con ello dejaran de vivir toda la familia y allegados? Pero me pregunto, ¿Qué son las apariencias? ¿Y la vida?

70. EL SOLTERÓN (Belén Sáenz)

Esas mujeres pasan todo el día limpiando nuestra porquería y cuando pueden apoyar la sien en la ventanilla del autobús caen rendidas. Dormitan con la boca abierta, el cuerpo torcido, relajadas las manos que aferraban el bolso.

Es entonces cuando les robo la cartera. Un frenazo, un leve roce y me apeo sin girarme a mirarlas.

Y no es por necesidad ni por morbo delictivo. La poca calderilla que tienen acaba en la palma de algún mendigo y la documentación en un buzón de correos. Mi botín son sus fotografías. Descartados los niños repeinados y los maridos velludos, el tesoro es Dulce María con cintas en su trenza morena ante el santuario de la Virgen de Guadalupe o Elisabeta con labios de carmín en la boda de su hermana. Imágenes desarraigadas de su juventud con los bordes doblados, con marcas de celo. De mujeres limpias y honestas. Buenas mujeres.

Diréis que soy mala persona, que ultrajo su alma además del sudor de su frente, pero si vierais la sonrisa de mi madre enferma cuando le muestro a la novia de turno y le prometo que pronto la traeré a merendar para que la conozca, no me juzgaríais tan duramente. No.

69. Precariedad

El llanto brotó a destiempo y de forma incontrolada, lo que levantó entre las demás plañideras un murmullo de reproche. Siempre que algo le traía el recuerdo de su Marcelino lloraba a mares, pero la clientela era exigente y le hacía falta el dinero, así que ahogó las lágrimas y se esforzó en componer el semblante. Al cabo de unos minutos, la comitiva salió de la parroquia arropada por el toque a muerto de las campanas. Cuatro familiares portaban el féretro a hombros. Sobre la caja había una corona de flores y el retrato del fallecido, una foto de Marcelino ante la cual la mujer reprimió sus sentimientos mientras, ahora sí, soltaba el lagrimeo remilgado por el que le pagaban. Ya lloraría a moco tendido cuando llegase a casa.

68. LA MUDANZA

Aprovechando una mudanza, decidí subir al trastero para seleccionar qué cosas me acompañaban a mi nueva vida y cuáles irían a la fosa común del olvido. Estas últimas serían mayoría, pero algunos trastos viejos se resistían a acabar en vertederos, especialmente algunos libros y, para mi gran sorpresa, la máquina que me regalaron al cumplir quince años y que di por perdida ese mismo verano. Lo mejor de todo es que dentro había un carrete sin revelar. Ya no nos acordamos de la impaciencia por ver las fotos de las vacaciones ni de la inseguridad de que todas salieran bien o que simplemente salieran, pero todo aquello tenía su encanto. Tras tanto tiempo, qué podría salir de ahí, quiénes aparecerían en ellas, cuántas valdrían la pena. Quién sabe si esas imágenes podrían acabar con carreras políticas y matrimonios o descubrir viejos engaños. Nunca lo sabré, y además ya no existen sitios para revelar película.

Trataré de vencer la nostalgia y resistir la tentación de husmear en mi pasado. No sería buena idea cuando voy a pasarme treinta años en prisión.

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