Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

66. Secretos de familia

Secretos de familia

Olía a puchero en toda la casa como cada domingo. Sentada en la cocina, llenaba la cabeza de mi abuela de preguntas, ¡cómo me gustaba oír historias de su vida!

Guiaba mi mano de niña la curiosidad cuando abrí aquel pequeño cofre y encontré algunas fotografías de gente que no conocía… y pregunté.

El baulito era obra de mi abuelo, carpintero de oficio.  Mi madre guardó ahí la correspondencia que intercambió con mi padre durante la mili en Sidi Ifni y luego albergó las fotos de un “secreto”:  Mi tío, un chico bueno  y enmadrado, envuelto en malas compañías decidió alistarse en la legión. Allí olvidó a su novia de toda la vida en brazos de una morita de la que se enamoró. Cuando volvió a casa no había lugar para su amada y acabó casándose a regañadientes con su novia “oficial”,  que le perdonó….siempre.

En la cajita, las fotos de un niño vivo retrato de su padre y estampas de la vida de mi tío en aquellas tierras.

No sé si mis primos conocen la historia….pero el mayor secreto se lo llevó su padre a la tumba, ¿alguna vez añoró la vida que tuvo que abandonar?

65. Cenizas

En Disneyland disfrazado de Darth Vader, ¿te acuerdas?, aquí con el loro en el hombro en Punta Cana, en esta, desde lo alto de la Torre Eiffel, el paseo en góndola, un selfi en el cañón del Colorado, la que sujetas la Torre de Pisa y esta última, juntos cortando la tarta. Y ahora que ha parado el viento, saco el mechero y mientras quemo las fotos que tanto te gustaban, comienzo a esparcirte por el vertedero.

64. Lo que no pudo ser (Alberto Jesús Vargas)

La foto de boda de los abuelos debería presidir en sepia el gran salón familiar. Desde ella, la abuela nos miraría con altivez coronada de azahares y el abuelo, triunfante, dibujaría una sonrisa en su rostro curtido de trabajo y sol. Nadie llegó a explicarse cómo él, un pobre jornalero, pudo alcanzar el corazón de niña rica que en ella latía, pero lo cierto es que la abuela nunca amó a ningún otro hombre, ni el abuelo a otra mujer tanto como a ella. Sólo por merecerla se embarcó rumbo a ultramar dispuesto a conseguir la fortuna que le abriese la puerta de la casa grande donde ella, atrapada en los usos de su tiempo, le esperaría sentada al piano acariciando habaneras con dedos de marfil. Y en la triste distancia sin olvido, unas fiebres malditas convirtieron el afán de vida del abuelo en un silencio de tierra al abrigo de la sombra sagrada de una ceiba. La abuela, fiel a su promesa de amante, quedó en esta orilla para siempre aferrada al sueño roto y sus descendientes, la gran familia que de ellos habría nacido, nos quedamos en el limbo de lo que no pudo ser.

63. Rumbo equivocado

Garabateo trazos indefinidos mientras tu afinas las palabras con un trago de ginebra.

Te escucho abstraída en la terraza de nuestro bar. Aquel bar donde yo, en cada servilleta, dibujaba un barco velero. El barco que, sin entender por qué, era lo que siempre quería llevarme a la isla desierta. La isla en donde tú, lejos de todas las miradas, prometías formar nuestro hogar. El hogar que me hacías imaginar de color rosa antes de que arreciara aquella tormenta.

Te escucho lejano mientras pinto nubes negras en la servilleta de papel. De tu maleta, ahora, sobre la mesa, sacas un retrato de hace años; y de tu cartera, donde ocultabas tu alianza, otro más reciente. Comprendo por qué me muestras en este momento las fotografías. Anegas un último “lo siento” en tu vaso vacío.

Yo zarpo en mi antiguo velero mientras veo como llenas de caricias el incipiente vientre de tu esposa. Y así es como dejo desierta la isla donde ya no te espero.

62. Filme.

Pasado de nuestros padres, abuelos, bisabuelos… Fotografías en blanco y negro: retratos de personas dignas y orgullosas; paisajes de pueblos y ciudades.

Presente cercano nuestro, de nosotros mismos. Diapositivas, formato Polaroid, imágenes en color: vacaciones de interior y de costa, primeras salidas al extranjero, diversos encuentros con los amigos.

Futuro inmediato de mis hijos y nietos. Dispositivos digitales, teléfonos móviles, pantallas: inmediatez, cientos de estampas, momentos trascendentes e intrascendentes.

La película de nuestras vidas hecha a base de miles de disparos por nuestras cámaras fotográficas. Archivo vivo de nuestra memoria, bagaje cultural de nuestra sociedad, vestigios de una forma de vida humana que nos resistimos a perder y sí a preservar en el tiempo. ¡Fotografías que queremos ver, que no querremos ver?

61. La verdad de un instante

A simple vista no es más que una foto pegada a un muro de hormigón con cinta de doble cara. Una imagen común de cuatro hombres que se divierten en la boda de uno de ellos. El reflejo de la felicidad familiar en una celebración tan importante, una de tantas en cualquier álbum. Pero si me fijo en la sonrisa de mi padre, aún hoy no soy capaz de descifrar su significado. ¿Es felicidad por mi boda o es un intento de ocultar su traición? Conociendo que ya lo sabía todo en ese momento, por mucho que él me lo negara se reía de mí. Y la mano de mi hermano Carlos sobre mi cabeza, índice y meñique bien enhiestos, que tanta gracia me hizo cuando la vi, hoy todavía consigue que cierre los puños hasta hacerme daño. Un dolor nada comparable al que sentí cuando descubrí hacia donde se dirigía la mirada distraída de mi hermano Juan. Mis compañeros me ven sentado en mi camastro mirando ensimismado ese retrato y pensarán que añoro aquellos momentos de diversión pero no saben que haciéndolo consigo sentirme como un cazador en su sala de trofeos, admirando satisfecho las cabezas de sus piezas.

60. Retrato con voz -Calamanda Nevado-

La de cosas importantes que estarán inventando cada  día. Murmuró mientras yo captaba la luz  de su fachada serrana para retratarlo   en  ella.  Ustedes de la capital no comprenden lo que son estos pueblos despoblados.  Cuántas guerras habrá ahora en el mundo.  Continuo con voz abatida. Pues no sé. ¡Lo menos mil!, y no sé de ninguna. Seguí escuchándolo sin perder de vista unas originales instantáneas de  su  cornisa ¿Puedo sincerarme? No tengo con quien hablar.  Deseché la idea de seguir haciéndole  fotos. Dígame.

La única ocasión que tuve de salir de aquí, gracias al alcalde de los  pueblos vecinos,   fotografié  la tierra desde el avión  y se ve plana. Lo   dijo con una sonrisa parada en los dientes, como si eso no tuviera importancia.  Antes de darme tiempo para responderle añadió: Cómo va  a ser si no.  Me ahorré toda suerte de detalles, intentando igualar mi gratitud  al respeto. A todas partes no llegan las noticias ni la cultura escolar, pensé, y lo dejé sin contradecir.

Tuve una novia, una familia y un perro, y se fueron a la ciudad. No tiene que explicarme… No. Si lo que quiero es que me cuente lo que le parezca.

Pensé negarme.

 

59. Fotos de boda (Miguel Á. Moreno)

Desde hace veinticinco años descansa sobre la cómoda del dormitorio la fotografía de la boda. Un día para recordar toda una vida. Cada mañana, después de hacer la cama, Victoria le pasa el paño del polvo y le dedica frases emotivas. Se ve guapísima al lado de su marido, y no sólo lo dice ella. Tan joven, tan sonriente, tan infiel.

A menudo, cuando la nostalgia invade su pensamiento, saca del mueble del salón el álbum completo y se pasa las horas reviviendo escenas. Escoge las fotos que le hacen sentir mejor, como si el tiempo pudiera borrar el resto. Luego se centra en los invitados, no más de cuarenta —era una época difícil en lo económico— entre familia, amigos cercanos y algunos compañeros de trabajo. “Fue divertido, lo pasé bien”, suele concluir.

Pero de quien más se acuerda es de Ángel, el fotógrafo, al que sigue viendo cada miércoles en el mismo hotel, donde él le hace fotos comprometidas que revela en su laboratorio y esconde como un tesoro. A ella lo que le intriga es por qué sigue utilizando cámara de carretes.

58 Album de incógnitas

Desperté en la UCI cableado y entubado. Para mí sólo habían transcurrido cinco minutos desde que había desayunado, y en realidad habían pasado cinco semanas. Intentaron explicarme lo sucedido pero mi mente no podía asumirlo, pregunté por tí, y me dijeron que habías fallecido en el accidente. Me llevaron a planta y allí aún me sentí más desubicado. Todo el mundo llevaba mascarilla, pantallas y guantes, y las enfermeras iban ataviadas con un traje que me recordaba a los astronautas. También intentaron aclararme aquella situación incomprensible. Y al final dejé de preguntar. Me dieron el alta y me enviaron a casa. Un infierno lleno de fotografías. Recuerdo como si fuera ayer que nos conocimos en un fotomatón. Ni siquiera sé si aún sigue existiendo ese artilugio. Jugábamos a poner caras raras y nos reíamos un montón. Ahora estoy mirando esa foto en la que nos dimos nuestro primer beso. Y me he puesto a llorar hasta que la neblina lacrimosa ha borrado nuestros rostros. Después viene la angustia de no recordar el accidente.

57 El Ents

En los rincones de su habitación todavía huele a musgo. Allí nos refugiamos cada tarde para contemplar el álbum con las fotos de su infancia. Al principio no le comprendimos porque sólo quería que le fotografiásemos revolcándose en la tierra de los sembrados, abrazado al tronco de algún árbol, o disimulado entre las ramas de los arbustos, pero sobre todo fue traumático cuando cumplió los dieciocho y huyó de casa para quedarse a vivir solo en el robledal. Eligió el tronco hueco del roble milenario, en poco tiempo su piel y la cáscara decrépita se ensamblaron, y ahora circula más savia que sangre por sus venas.

Si aprieta la solana, su madre y yo nos encargamos de regarlo al atardecer. Ha perdido el pelo y su cabeza está recién brotada de hojas tiernas. Nos asegura que es feliz, sobre todo ahora que nota cómo dos pequeñas bellotas comenzaron a germinar desde el lóbulo leñoso de su oreja.

 

56. El desengaño (María José Escudero)

Habían pasado muchos años desde que le saliera al encuentro el más impactante de los hallazgos. Siempre escuchó decir a su abuela que quien leía lo que no debía se enteraba de lo que no quería. Pero a los once años la curiosidad puede más que cualquier advertencia. Y  enredando en aquella atractiva caja de latón donde su madre guardaba cartas, postales y el Libro de Familia, descubrió que su padre no era su padre. Y, desde ese mismo instante, se dedicó a buscar al otro. Primero se lo confió a su mejor amiga previo: ”Júrame que no se lo cuentas a nadie”. Luego, sobrecargada de emociones, levantó un muro que la  distanció de la realidad. Y, mientras crecía con una motivación escondida, indagó y encontró pistas. Incluso consiguió una  fotografía que la alentó a construir su identidad —él también era pelirrojo—  y a elaborar fantasías.

El trayecto había sido largo y en su mano temblaba con amargura el fruto de sus pesquisas: “Estimada Margarita: Me alegra tener noticias tuyas. Claro que quiero conocerte. Sólo te pido que seas discreta. Como comprenderás, tengo una posición y una familia. Puedes pasar a verme por mi despacho. Mi secretaria te dará cita.”

55. INSTANTÁNEAS AL ÓLEO (Rafa Olivares)

Esta madrugada de mayo, en los albores convulsos del siglo, deambula en el ambiente cierta sensación de que podría ser una jornada memorable. Pero sentimos quebrarse nuestro ánimo cuando oímos al brigada francés dar la orden de «apunten» para una segunda descarga. En el grupo, Anselmo, con camisa blanca y calzas ocre, alza los brazos al cielo, fray Isidoro entrelaza sus manos para iniciar una oración y Evelio se cubre con las suyas la cara. Por el lado derecho, pinceles en ristre y buscando el mejor encuadre, aparece don Francisco gritando con su deje baturro: «¡Quietos, no os mováis!».

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