Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

41. Los ojos de Manuela (Rosy Val)

«Esta tarde les oí hablar en la cocina. Mamá decía que al volver del mercado se había encontrado con el niño de la casona —creo que se refiere a ese que nació tan malito, el que llevaron a curar al extranjero—. Que iba con un señor que trabaja en su casa y que le lleva a todos los sitios. Que se imaginaba —por la funda de violín que llevaba en la mano—, que iban a clases de música. Y hablaron de ti, de lo mucho que te gustaba la música. Igual que a mí. Pero que nosotros no podíamos permitirnos esas cosas. Dijo que tenía mi mirada. Y la tuya. Que sus ojos eran bellos y claros como el día, igual que los míos. Y los tuyos. Entonces mamá se puso a llorar y papá la consolaba. Que no llorase, que nada podían hacer, que los que tenían dinero y abogados eran ellos, que ya era hora de olvidar que habían pasado diez años… qué casualidad, pensé, los mismos que hace que desapareciste tú. Te quiero mi gemelita, buenas noches».

Besa la manoseada foto y la guarda en el cajón junto a las ganas de que un día aparezca. 

40. LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ

Se reían de ti siempre que, con simulado rubor, sacabas la foto en blanco y negro que guardabas en la cartera; un apuesto joven frente al mar del que, según tú, fuiste pareja en los años cincuenta. Cuando te alejabas, los dedos índices de algunos giraban sobre la sien, y otros sin consideración te gritaban loca. Nadie desconocía que el hombre de la foto era un famoso actor.
Cuando en la televisión anunciaron su muerte, las lágrimas mojaron tu vestido y luego, como una niña sonreíste, en el momento en el que un periodista mostró una foto en blanco y negro que el actor guardaba en su cartera; una joven rodeada de cámaras y ramos de flores, aplaudida y divinizada por el éxito de su última película.

39. CAPTURA DE UN SUEÑO

Aquel día de verano de 1945 se casaron”. Ambos miran con afecto al anciano. “Lo que le brillan los ojos, como si las reconociera”. “En esta, un año antes, pasean cogidos de la mano por la orilla del Sena; ella se quedó prendada del “beau espagnol” que vio por primera vez sonriendo abiertamente encima del tanque”. “Fueron muy felices aunque él no lograra su sueño».

El niño se queda pensativo y sin decir nada corre hacia su ordenador, volviendo al rato con una foto que coloca en el álbum; en ella un soldado encaramado a la Cibeles, ondea una bandera republicana, agosto 1947.

38. NOVIAS DE FOTOGRAFÍA (Ginette Gilart)

Después de una travesía que se hizo eterna y no sin contratiempos, por fin el barco entró en la bahía de San Francisco. Hacía semanas que mis compañeras de viaje y yo habíamos dejado nuestro Japón natal para ir al encuentro de los que serían nuestros futuros maridos, durmiendo hacinadas en camastros en la entrecubierta. Al llegar al puerto nos instaron a bajar rápidamente; con mi petate en una mano y la foto de mi prometido en la otra descendí por la pasarela mirando el muelle donde una masa de hombres esperaban impacientes.
Por medio de un megáfono clamaban los nombres de las pasajeras para que acudieran al control: «Yoshiko Omiya, Hana Uchida…, Shizuko Kudoh». Al oír mi nombre me dirigí al puesto a entregar mi documentación. Fue entonces cuando me presentaron a mi novio.
Un anciano desdentado, arrugado como una uva pasa, que por lo menos me doblaba la edad, se acercó a mí con ademán de ayudarme. Nada que ver con el joven apuesto de la fotografía que posaba ante un flamante coche.

37. FLOR DE AZAFRÁN (Mercedes Marín del Valle)

Traía un libro para mí, lo encontró en el desván de la casa que íbamos a compartir.
El olor a humedad delataba su antigüedad, por lo demás, estaba intacto. Dentro había una fotografía. Ver aquella pareja posando sonriente, me sumió en un estado emocional desconocido. Me volví transparente e incorpórea.
Una chica de ojos oblicuos se acercó hasta nuestra mesa, llevaba una flor morada de largos estambres anaranjados prendida en su pelo. Acercó la sopera de porcelana y levantó la tapadera. El aroma del apio y del perejil atrapado en pequeñas micelas de oliva se abrió paso entre las lentejas.
La chica cortó un estambre de la flor que llevaba en su pelo y lo dejó caer con suavidad. Cuando llegó al centro, formó un círculo coloreado e hipnótico que se reflejó en mis pupilas y me devolvió mi esencia.
— ¡Somos nosotros, en aquel restaurante de Santo Domingo!
— ¿Cuándo hemos estado nosotros en Santo Domingo?
— ¡No ahora! ¡No en esta vida!
Me miró confuso, preocupado por mí. Pero yo estaba completamente segura de que era la segunda vez que me traía ese libro y paradójicamente, la segunda vez que comíamos, por primera vez, sopa de lentejas y verduras al azafrán.

36. THE KISS (IsidroMoreno)

Mi joven esposa no lo hubiese encajado bien, por eso nunca comuniqué a la prensa que yo fuese el hombre de la foto. Sin embargo, fueron muchos los impostores que quisieron atribuirse el protagonismo de la pareja de tan célebre fotografía.

Nunca lo olvidé y nunca me arrepentí de haber sido el protagonista de aquella escena inmortalizada por todos los periódicos de la época. Era mi secreto.

Bastantes años después, una televisión organizó un concurso festivo de imitación de la pose fotográfica. Se pretendía esclarecer la identidad de los auténticos protagonistas de la famosa foto de 1945 en Times Square. Debido al éxito del concurso, se sigue celebrando anualmente. Ya llevo doce años consecutivos vistiéndome de marinero y desde la primera vez que la invité como compañera  de foto, a pesar de las decenas de aspirantes disfrazadas de enfermeras, supe por su mirada, que era ella la misma joven enfermera  a la que estreché por la cintura y la besé fugaz pero apasionadamente.

Ella y yo no hablamos, solo nos besamos largamente, posando para la foto anual y, aunque nunca ganamos el concurso, sabemos que somos aquellos descarados protagonistas embriagados de alegría por el final de la guerra.

35. … (Mødes)

Mi marido y yo somos una descolorida fotografía.

Descolorida como la habitación del hijo que nunca tuvimos.

Y ahora, en nuestro monótono mundo, sólo habita el silencio.

Comemos callados. Él mira la televisión con desgana. Yo pienso en los febriles ojos de Carlos, mientras me hacía el amor y me llenaba de vida.

Pero, desde hace días, mi móvil permanece mudo.

No dejará a su mujer.

Y en mi mente vuelve a estallar, como un haluro de plata, la diapositiva del Predictor teñido de rosa.

Me levanto sin decir nada y recojo los platos con restos de sopa.

Una sopa de letras.

Y, conteniendo mi llanto, soy incapaz de formar ni una sola palabra.

34. EL ARTE DE DOCUMENTAR HECHOS (A. BARCELÓ)

La de reportero gráfico no ha sido nunca una profesión fácil. A fuerza de estudiar y con mucha práctica acabas dominando la técnica y aprendes a jugar con la luz y las distancias. Lo del instinto y la capacidad de estar en el lugar adecuado en el momento preciso es otra cosa, eso se tiene o no se tiene. A menudo, has que jugarte el tipo para captar la imagen perfecta: la que resume lo que pasó, la que quedará para la historia. Como aquella del terrorista fusil en mano, la que me costó el tiro en la pierna; o la del volcán a punto de entrar en erupción en la que estuve a nada de caer del helicóptero o tantas y tantas otras igual de arriesgadas.

Hoy, he podido constatar algo que ya sabía. Ha sido gracias a la foto de un colega. Nos encontrábamos cubriendo lo del incendio en la petroquímica. Me acerqué demasiado y él captó mi imprudencia instantes antes de que aquel tanque explotara. Me libré de chiripa.

Él explica la silueta blanca que aparece a mi lado como una pareidolia, pero yo sé que eres tú, el que me protege, mi ángel de guarda.

33. Casa Wilder (Pablo Núñez)

«El mundo debería ser como una comedia de Billy Wilder», repetía mi padre cada vez que leía el periódico. Regentaba un restaurante en una calle sin nombre de una ciudad sin historia. Allí apareció Lola Flores por los años sesenta. Su amigo Tomás, el retratista, que casualmente tomaba café en la barra, se ofreció para fotografiarlos. Aquella foto fue la primera de las muchas que colgó en las paredes del local. Desde entonces, los marcos de famosos con él se fueron multiplicando. No es que se convirtiera en un sitio de reunión de artistas, sino que pedía a Tomás que le tomara instantáneas con pose de admirador sonriente y este, con recortes de revistas de cine, hacía lo demás en su estudio. Cuanto más envejecía, más antiguas eran las estrellas que escogía y, aunque la mayoría habían desaparecido, ignoraba la lógica del tiempo. Su favorita siempre fue… la de Lola Flores.
Cuando heredé el negocio, no cambié nada. Algunos clientes miran las fotos. Sin bajar la voz, aseguran que todas son falsas. En esos momentos pienso que la vida tendría que ser como una comedia de Billy Wilder, con situaciones irónicas, personas normales, finales amables y donde nadie sea perfecto.

32. El tiempo de ayer (MVF)

Abre el cofre de las cartas para escuchar en las letras inclinadas otra vez las voces del ayer. Cada carta cuenta sueños,  trajines, proyectos que quedaron por cumplir. Las pliega lentamente y va sacando sus fotos. Tal como eran. Tal como éramos -piensa- mientras el agua de la añoranza brota, y va surcando los pliegues de su piel hasta caer, como perlas de collar roto, entre sus dedos. No lloro- les dice a ellos-  son estos ojos de vieja, cansados de tanto leer. La cara sonriente de su hermano le mira desde aquel lejano día del 49, sentado en las escaleras de casa, antes de alistarse en el ejército y desaparecer. Siguen sus dedos, como una rueda de naipes, barajando rostros. Allí están su madre y su hermana, Julia, tan pequeña, intentando asir la manguera para regar las plantas del jardín. Poco a poco, todos los rostros van dejando paso a uno en el que la anciana siempre se detiene más. Ahí está él. Guapo, pícaro, con sus ojos de hechicero, tan verdes como su juventud. Se fue una mañana en el auto, directo al cielo, sin que les llegase el tiempo para tener más hijos que los sueños de abril.

31. PARÍS, 1960

En el bolsillo interior del abrigo llevaba la fotografía de Ingrid. Era lo único que había conservado de su joven esposa, que sonreía en aquel barco sobre el Sena.
Pidió un taxi, se ajustó el sombrero para ocultar el rostro y comprobó el nombre falso de su pasaporte. Si tenía suerte, regresaría a los Estados Unidos antes de que Tom Davis diese con él.
Tom Davis… Se cruzó en sus vidas. De compatriota dispuesto a hacer de guía se fue convirtiendo en confidente de sus turbios asuntos financieros, quizá en el amante de su mujer. Al menos, eso creyó la noche en que los sorprendió bebiendo entre risas, el momento en que le disparó por la espalda, el instante en que él se apartó y ella quedó tendida en la moqueta de la habitación.
Al llegar a Orly, Tom lo estaba esperando. Tenía que haberlo imaginado. Le pagaría lo que fuese. Le ofreció diez mil dólares, pero le pidió algo más: una foto de Ingrid.

30. Malditos prejuicios

¡Riiin, riiin! Hola, mamá. Estoy muy bien. Sí, la abuela también, está haciendo la cena. Claro que tengo ganas de veros. ¿Cuándo termináis la gira?. Genial, ya falta poco. Ufff, el colegio un aburrimiento, mañana hay una charla sobre las profesiones. Un rollo. La tutora dice que podemos llevar una fotografía de un familiar haciendo su trabajo. Sí, seguro que Ana lleva esa, la que sale su padre apagando aquel incendio. Exacto, la que publicaron en el periódico. Y Marcos la de su madre con la toga de jueza, está claro. ¿Yo?. Bueno no sé si llevaré alguna. No, no es por eso. Sí, ya sé donde guardas el álbum. Te oigo mal, mamá. Buenas noches, mamá. Voy a colgar. Pero para qué voy a llevar una foto, si con la peluca verde y la nariz roja nadie va a reconocer a papá. Clic.

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