Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

17 Una vida en imágenes

Acudió a un estudio fotográfico porque quería un álbum de instantáneas de su vida. ¿Brillo o mate?, le preguntaron. Y también si era más de campo o de ciudad, retraído o expansivo, de ciencias o de letras. Necesitaremos tomarte algunas muestras y en una semana tendrás los resultados, le informaron.

Ahora una impostada vida se desplegaba ante él. Se vio con sus padres, en la facultad, junto a unos amigos, con su pareja, en una reunión familiar, durante un viaje exótico, trajeado en una ceremonia festiva. Todo bastante convencional. Pero así lo deseaba.

Luego se pondría por enésima vez una de sus películas favoritas: La invasión de los ladrones de cuerpos.

16 El retrato de tu recuerdo (El Moli)

Eras tan hermosa, aún te recuerdo, y han pasado ya… no se cuantos años. Te lloré, no me avergüenzo, eras mi compañera, siempre fiel, siempre atenta a mis deseos.

Sentir tu calidez en una tarde de invierno, sentir tu aliento en mi rostro, tus caricias, tu mirada tierna. Pero ya no estas, no puedo dejar de recordar aquel momento del adiós, mi llanto y tu dolor, la impotencia, el tener que dejarte ir, apretar mis puños y mi corazón.

Llovía cuando nos presentaron, tu pelo chorreaba, nos miramos y fue amor a primera vista, eras pequeña, alegre, le diste vida a mi entorno y yo te ame.

Desde el retrato me miras, estamos abrazados, mi rostro es de felicidad. Cuando diste a luz a ese ser que me acompaña no pensé que te podía perder, nunca me lo imaginaba, hoy observo la foto con nostalgia.

¿Sabes? Se parece tanto a ti, pero aún es muy pequeño y sigue destrozando cosas, pero ya me acostumbré, es como si estuvieras, aunque nada te reemplaza, fuiste la compañera de mis mejores y peores momentos.

Tu cachorro me mira y no entiende mis lágrimas.

15 jarýi (ana-liliana)

Otro día más viviendo en esa caja de zapatos. Las señoras vestidas de blanco la atendían constantemente. Al mirar las fotos en la mesita de luz, se le encendió una chispa en los ojos. Se sintió menos sola. La inundó ese recuerdo de libertad, esa plenitud que la había abandonado. Recordó a su Concepción natal: las madrugadas de pesca en el Paraguay, sus pies embarrados, el olor a río. Su mamá siempre hacía cocido con pan. Todas las tardes calurosas se amortiguaban con un tereré. Sumergida en sus pensamientos no le importó que un joven entrara en la habitación, con un bebé en sus brazos. Ella estaba enfocada en ese ida y vuelta, donde un recuerdo la llevaba a otro. Miró por la ventana: los edificios la rodeaban. Sintió claustrofobia.

El joven se sentó a su lado, alzando al pequeñito. La mujer lo miró detenidamente y, luego de unos minutos, se acordó de él. Abrazó con fuerza a su nieto, que ya se había convertido en padre. Se le cayeron algunas lágrimas mientras sostenía entre sus manos las manitos de su bisnieto.

14. Salomé

A veces presiento tras la ventana la sombra turbulenta de la fábrica abandonada, de su esqueleto de chimeneas erectas que me hacen pensar en el día que la rescaté. Habíamos quedado Antolín, Felipe, Roque y yo en el viejo almacén de bobinas. Allí, tras un bidón vacío, escondíamos las revistas y los cigarros, y pasábamos las horas explorando juntos la supuesta hombría bizarra de los quinceañeros.

Ese sábado, Felipe, cansado  de inspirarse con el manoseado papel couché de siempre, sacó la foto del bolsillo. Esa foto en la que papá te abrazaba en la playa, ambos erizados y mojados de mar. Quizá se la diste tú, jamás pregunté cómo la había conseguido. Le pegué un puñetazo chorreante de rabia, se la arrebaté y salí corriendo. Aquella tarde perdí un amigo y quedé como defensor de un honor familiar que me importaba un carajo.

Años después , cuando padre solo es un montón de cenizas y tú ya ni me hablas,  aunque madre se suicidara por culpa de  vuestra traición, aunque tiempo atrás recortase tu cuerpo de sirena y lo pegara junto al mío, aquí sigo, atormentado por la inmortalidad de ese abrazo que jamás logré que me dieras a mí.

13. Desbordamiento

Algo extraño está ocurriendo en nuestro edificio. Todo empezó con una pequeña vibración, como si fuera un espasmo acompasado que provocaba un crujido de pared a pared cuando caía el sol. A los pocos días empezaron a sonar ecos en el portal, acompañados de un extraño olor amargo en la escalera. He de confesar que no hicimos nada más que mirar para otro lado y fingir que no nos dábamos cuenta. Hasta que esta mañana se empezó a humedecer la moqueta del tercero. En pocas horas, la humedad se hizo charco, y el charco torrente. Cuando nos hemos querido dar cuenta, estábamos todos anegados de agua semisalada, saltaban chispas de los enchufes y se desconchaba el gotelé. Ahí fue cuando buscamos el origen del desaguisado: el apartamento 32. Los bomberos acaban de echar la puerta abajo, pero ya ha parado la inundación. Solo quedaba ella, tumbada boca abajo, con los cabellos flotando en el charco de lágrimas y los restos de una fotografía de boda aún en la mano.

12. Hay cosas que nunca cambian (Aurora Rapún Mombiela)

No pude evitar sonreír cuando encontré aquella foto entre las páginas de Madame Bovary. Esas rodillas raspadas, esas manchas de chocolate alrededor de la boca. Mi brazo sobre su hombro. Cuántos recuerdos de la infancia impactaron de golpe en mi viejo corazón, cuántas tardes de juegos en el callejón. 

Con los años, he perdido esos mofletes y esa energía, pero aún conservo el mismo brillo en la mirada. Mi mejor amigo sigue más o menos igual, imprevisible e invisible, como siempre.

11. Infierno grande ( Paz Monserrat )

Para el bautizo de su niña encargó cuarenta imanes con una fotografía del bebé saliendo de un cogollito color crema. Los repartió entre sus familiares y los que vinieron desde lejos de la parte de su marido a la celebración. Una fiesta interminable que montó a regañadientes en una finca alquilada.  Pero su suegra, tras el segundo día de fastos familiares, le dijo que le parecían pocos.  Ella regresaría a su casa y tenía compromisos. Necesitaba más imanes: para todos los vecinos, para sus amigas de las meriendas de los jueves, para los feligreses de su parroquia. Y para unos primos lejanos que no habían podido venir al festejo. A la mamá de la criatura le horrorizó la idea de en el vecindario de su suegra las puertas de todas las neveras lucieran a su niña junto a una imagen de la torre Eiffel. O todavía peor: diluida en una masa indistinguible de niños bautizados en ese pueblo de mala muerte en el que todos tienen que estar en la casa de todos y de cualquier cosa se tiene que hacer una competición. Se negó, desafiante, aún a riesgo de que lo siguiente a celebrar fuera su divorcio.

10 La rata (Marisa Martínez Arce)

La perseguí durante dos días. Los mismos que llevaba en la casa. Jugó conmigo hasta conducirme a la habitación de mi abuela. Estaba igual que cuando nos dejó. Sobre el comodín la caja que nunca me dejó tocar, seguía cerrada. Profané su intimidad buscando la llave. La encontré en un joyero que guardaba en el armario. La abrí, dentro encontré fotos y un montón de cartas, algunas amarillentas, atadas con un elástico que saltó en mil pedazos en cuanto lo toqué. Tomé una al azar y la leí. Me sorprendió la fecha, pero ver en ella el nombre de mi madre, más. Entonces, yo tendría doce años. ¿Cómo podía estar firmada por ella? Según mi abuela, mis padres murieron en un accidente de automóvil al poco de nacer. Continué leyendo. ¿Seguía viva? Tenía la prueba en mis manos y su dirección en… ¿un convento? Preguntaba por mí, estaba orgullosa de su niña, de lo guapa que estaba, agradecía las fotos. Su última carta decía: «Me arrebataste lo que más quería. Me encerraste, inventaste todo para evitar habladurías. Ella se enterará. Como yo, jamás te perdonará. ¡Madre, al contrario que tú,  estoy orgullosa de mi hija!»

 

09. Ética versus estética (Javier Igarreta)

Todavía recordaba su primera cámara. Una de aquellas de plástico que daban a cambio de cuarenta envoltorios de chocolate. Aquel chocolate terroso de las meriendas. Tras los balbuceos iniciales pasó su sarampión fotográfico entre acontecimientos familiares y el entusiasmo redundante por los paisajes. Largos años de profesión fueron forjando en él una reconocida militancia contra la inercia del olvido. A veces recordaba lo que decía un viejo colega: “Bajo la superficie de la realidad, late la verdad íntima de las cosas”. Le costó tiempo y dinero convencerse de que la cámara solo es una herramienta, lo que importa es la mirada. Pese a una trayectoria salpicada de premios, nunca había sentido que una de sus instantáneas hiciera clic en su ser más profundo.

En su enésimo viaje por África, se vio inmerso en una escaramuza mientras descansaba en una pequeña aldea. Cuando cesó el tiroteo, descubrió a pocos metros la mirada agonizante de una niña destrozada. Subyugado por aquellos ojos, suplicantes a la luz del atardecer, empuñó su Leica y disparó varias veces, encelado con aquella terrible belleza. Solo después comprobó desolado que la niña estaba muerta. La “Foto del año” fue su última foto.

 

 

 

08. Nunca se van

Nuestro tío Andrés fruncía mucho el ceño, como si estuviera enfadado con el mundo por no ofrecerle la imagen que, como profesional que era, el objetivo de su cámara se merecía captar.

Durante los veranos en el pueblo, nos sorprendía a mi hermana y a mí en ropa interior o con la braguita del bañador a medio poner. Entonces, escuchábamos el chasquido del flash de su cámara, seguido de una respiración acelerada.

Nuestras caras, congeladas por la sorpresa y el miedo, contrastaban con el calor de la vergüenza de nuestros cuerpos, aún a medio formar.

Todavía siento esa vergüenza cuando me reencuentro con alguna de aquellas instantáneas, situadas de modo casi estratégico dentro de los álbumes familiares. Esos momentos de verano que nunca se nos van de la mente. Mi hermana mira de reojo y pasa rápido las hojas.

‘Qué fotos tan bonitas hacía el tito…’, comenta mi madre, con ojos transparentes, al punto de lágrima.

Mi hermana detesta ir a visitar a mi madre temiendo ese momento. Yo también. Pero beso a mi madre, demasiado mayor ya para todo.

‘Ay, mis niñas lindas’, suspira, secándose con un pañuelo arrugado. Y las lágrimas cambian de cara.

07. Una nueva amiga

La profe nos ha pedido que traigamos una foto de nuestro mejor amigo. Después del recreo nos hemos puesto a verlas. Marta ha traído una de Elena y Elena una de Marta. Era de esperar porque son inseparables. Juan nos ha enseñado una de Pipo, su gato. ¡Estaba tan simpático con el sombrero y las botas de vaquero! Como no se decidía, Chechu ha sacado de su carpeta cinco fotografías. Es muy popular. Cuando ha llegado mi turno les he mostrado la foto de mi amigo Tomás. Se han quedado tan asombrados que no se han reído de mí, como hacen siempre. Creí que nadie lo vería porque Tomás es invisible, pero Susana me ha dicho que le encanta su sonrisa.

06. UNA PEQUEÑA HISTORIA

Voy a contaros algo que me está sucediendo últimamente.

Veréis, yo siempre amé la fotografía porque me parecía que, proyectando mi mirada a través de una cámara, podía fijar las imágenes del mundo para comprenderlo mejor. La velocidad del tiempo desaparecía cuando, luego, en la soledad de mi cuarto, repasaba con calma todos los instantes que mi objetivo había captado fielmente para mí y que, en un futuro lejano, darían cuenta de mi paso por el mundo. Por eso los guardé como un tesoro.

Pero ¿Sabéis? Resulta que ahora, que casi rondo la tercera edad y ya he llegado a ese futuro, la fotografía está dejando de interesarme para ir cediendo paso a la mirada directa, sin intermediarios.
Vuelvo a la desnudez de mis ojos y, huyendo ya de los días veloces, los voy girando hacia el interior para intentar captar, a estas alturas de mi vida, tan solo la lenta esencia de las cosas que, aunque algo desdibujadas, siguen emocionándome todavía.

Y no sé, queridos amigos, si no acabaré por cerrar definitivamente los párpados cualquier día de estos, porque creo que tengo ya el mundo dentro de mí.

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