Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

94. Adolescencia

Miré el reloj y me di cuenta de que la tormenta estaba a punto de estallar en casa así que me atrincheré en la cocina. Justo a tiempo: cuando cerré la puerta ya se empezaba a escuchar ruido de armarios al final del pasillo. Cogí una taza, puse una bolsita de infusión de tila y melisa y eché agua hirviendo por encima. A pesar de la puerta cerrada se podía escuchar una voz irritada, alguna que otra interjección de rabia y el sonido de cajones que se cerraban con fuerza. Sentada en la cocina miré mi infusión humeante. Tomé el primer sorbo; quemaba un poco. Mientras soplaba la tila me sorprendió no oír nada. Me asomé al pasillo y fui andando despacio hasta la habitación de mi hija. Me asomé: estaba sentada, con la cabeza metida entre las rodillas, rodeada de ropa por todas partes. De vez en cuando se escuchaba su suave llanto. Aunque ya sabía la respuesta, pregunté: “¿Qué te pasa, cariño?” Ella, con desesperación,  me miró y me contestó lo mismo que todos los sábados por la tarde: “No tengo nada qué ponerme…”

93 NUNCA CONTARÉ LOS CUENTOS QUE ME CUENTAS (Mødes)

Cuando yo era un niño, mi abuelo me contó que su gran amor fue Coco Chanel.

La conoció una noche junto al Sena, cuando París valía un millón de misas.
Y fueron dos tigres flamígeros, entregados al placer de devorarse, pero el terremoto del destino abrió un abismo infranqueable entre sus vidas.
Años después me dijo que, mientras paseaba, encontró el esqueleto de Karl Lagerfeld.
Y éste le comentó que era feliz viéndose tan estilizado, y que estaba diseñando un nuevo traje para Satanás, pues el color rojo ya estaba demodé.
En otra ocasión me aseguró que, una tarde, Claudia Schiffer le abrió su corazón.
Estaba harta de los hombres que sólo la querían por su cuerpo, y necesitaba coser las heridas de su alma.
Por eso entró con ella en el pajar y juntos buscaron la aguja perdida.
Sí. Mi abuelo era un adorable mentiroso, que vivía en una eterna fantasía.
Y cuando el tiempo pasó, su mente y su voz se fueron apagando.
Y anoche, por desgracia, falleció.
Pero hoy ha sonado mi teléfono, lo he cogido y, al instante, he comenzado a llorar.
Y al otro lado de la línea, la hija de Coco Chanel también.

92 La bella viviente

Le prepararon el vestido de gala con esmero, como antaño. Sus mejillas no habían recuperado el rubor que la hizo famosa antes de caer dormida, pero después de tanto tiempo, aquello era de esperar. Más llamativa era su actitud. Sin duda, su compostura parecía haberse descompuesto durante su largo sueño. Lejos de ser la bella y complaciente mujercita que sabía arreglarse como nadie, la percha ideal para cualquier ropaje que marcara las tendencias palaciegas de la temporada, ahora renegaba de cualquier prenda apretada, arrancándosela sin pudor ninguno. Para completar el preocupante cuadro, estaba el asunto de su desagradable olor corporal, aquellos ojos hundidos, imposibles de maquillar con estilo, y el desagradable aspecto de su piel, antes tan tersa. Pero fue al esquivar las primeras dentelladas cuando los reyes se arrepintieron de que la princesa se hubiera despertado.

91 Un robo con estilo

Después de mucho rogar a su padre, opuesto desde un inicio a tanta ostentación, al fin pudo adquirir todas las piezas del conjunto: un gorro de pelo de oso, un abrigo de cuero caprino y un tanga de piel de oveja para mantener su virilidad a salvo del frío. Sin olvidar los zapatos que tenían  impreso en el costado el logo de la diosa alada para sentir que volaba. Siempre y cuando no le metieran una zancadilla. Al levantar la vista del suelo donde yacía tirado, contempló al grupo de chicos inmigrantes. Tenían los ojos rojos por estar esnifando alguna sustancia, lo que los hacía más peligrosos a la hora de negarse a darles la ropa. A cambio de dejarlo partir con la indumentaria, les ofreció cecina, pescado seco, miel, puntas de flecha sílex que traía en el  morral, incluso unas imágenes pornográficas de mujeres de pechos y caderas prominentes. La negociación terminó con una piedra contra el cráneo  Sintió cómo le quitaban las valiosas prendas hasta dejarlo desnudo y descalzo. Mientras, recordaba las advertencias paternas de que un neardental no podía andar bien vestido sin despertar la envidia y el instinto asesino de un homo sapiens.

90 Con faldas y a lo loco

Nunca me gustaron las faldas. Los pantalones son mucho más cómodos para todo. Para jugar en el parque, subirse a los árboles o andar en bicicleta.

El día de la primera comunión no tuve elección. Blanco, hasta los tobillos, con un enorme lazo en la cintura. No paré hasta que dejaron que me lo quitara tras cortar la tarta y las correspondientes fotos.

Afortunadamente todo evoluciona y me casé con un elegante traje de chaqueta que todavía me servía en el bautizo de María. Creo que acabé creando una especie de tradición familiar. Las dos estamos guapísimas en la foto del salón. Cada una en su estilo, pero con pantalones negros y camisa blanca.

Incluso en mi funeral, más de uno recordó que me iba al otro barrio con los pantalones bien puestos. Y yo feliz, en mi ataúd, con la misma ropa de la foto, más apretada por el paso de los años pero… ¿a quién le importa?

Cae la noche y suena música.  En el nicho familiar, mi abuela sonríe con la experiencia de décadas en este barrio. Guiña un ojo y me lanza su enagua para que pueda unirme a la fiesta.

89 Sueños rotos

Hilos y retales por el suelo, en la mesa los acericos y las bobinas. Flora cierra los ojos y se pierde por las pasarelas de alta costura… ahora verán ustedes los diseños exclusivos de Flora Martínez… no, no, Martínez es muy… no… con ustedes los diseños exclusivos de Flor de Lis, el público rompe en aplausos… El timbre de la puerta la devuelve al comedor convertido en taller de costura, Paquita, la del cuarto, viene a recoger un vestido de tafetán para la boda de su hijo, tras ella desfilan unas cuantas vecinas más, que si te hago una pinza aquí o un pespunte allí, que si te saco de la sisa y te disimula ese defecto en la espalda… Se imagina que está cosiendo para una top model cuando intenta embutir a Patro, la panadera, en un estrecho vestido de seda salvaje, «te queda como un guante» le dice. Llega la noche y las pasarelas de alta costura saltan en mil pedazos cuando ve salir a su Manolo del bar de enfrente, haciendo eses. Corre a esconder la recaudación de hoy. Mañana tendrá que volver a decir que se resbaló y se chocó contra una puerta.

88 Triángulo

Me enamoré de una viola en un concierto de Navidad. Lo difícil es contactar dada la distancia que nos separa. Los triángulos somos instrumentos ausentes, nunca de moda, pero cuando aparecemos precisos, exactos, creamos una atmósfera de esplendor. Coincidimos en una serenata en la que la viola se arqueó para resonar juntos unos cuantos acordes que fueron eternos. Desde entonces resuenan en mi memoria, pero temo que se entregue a un contrabajo que comparte con ella la mayor parte del programa de la orquesta. Me bastaría un trío como mal menor, pues es complicado encontrar una sinfonía que nos junte, en la que sonemos al unísono y surjan los acordes de gloria, memorables, y nada la separe ya de mi melodía, de Mi La Do #.

 

 

87 Sombras fugaces (Marta Navarro)

Noche tras noche el viejo caballero recorre la ciudad. Repican a deshora sus botas sobre el empedrado y una mueca triste tiñe de melancolía el gesto de sus labios. Al paso de algún transeúnte despistado, inclina el hombre su sombrero de copa, recompone su levita harapienta y arrugada y sonríe, bastón en mano, con anacrónica educación. Su aspecto de romántico maldito −repletos de poemas los bolsillos, encendido de pasión el corazón− disfraza de dulzura un dolor antiguo; un pesar que a duras penas su risa enmascara; un desconsuelo que, al cabo, su mirada traiciona.

«¡Pobre loco!», escucha a menudo murmurar a su espalda con hiriente desdén. Clava entonces el anciano sus ojos en el cielo e implora un rayo de luz a las estrellas, un guiño, una señal.

Derrotado −no recuerda cuándo− por la vida, incólume ya su espíritu a la esperanza, a una sola nostalgia su soledad vagabunda aún se aferra: al fulgor de la estrella que de amor y de belleza en un parpadeo lo embrujó. No pudo retenerla pero junto a ella va siempre su alma y su sombra siempre lo acompaña.

86. Terapia alternativa

Cuando Antonio lo vio sintió un fuerte pinchazo en la entrepierna. Era el inconfundible deseo. Se imaginó acariciàndolo, oliéndolo, sintiéndolo, así que lo compró. Al salir de la tienda con él se sentía conscientemente feliz. Esa noche cenaron a la luz de las velas y bailaron hasta el amanecer. El deseo dio paso al amor y el amor a los secretos. Secretos contables e incontables, que se guardan en la memoria oculta del alma, rozando la decepción y el dolor. Al mediodía se despertó abrazado al vestido. Ya manchado. Ya contaminado. Ya pasado de moda. Como tantos otros acabó en el contenedor. Por la tarde Antonio salió a pasear, en busca de nuevos vestidos que le limpiaran el alma.

84. Quiebras y otras fisuras

El mendigo no sabía que debajo del charco había un socavón. Tras la caída se irguió y salió del charco; sacudió la americana raída empapada de lodo; se alisó el pantalón del traje que en otro momento fuera de diseño, ahora demasiado ancho para el cuerpo escuálido que gastaba; vació el agua del zapato anegado y siguió su camino desnortado, derecho como una vela, con porte distinguido y la elegancia sin fecha de caducidad que a pesar de las adversidades aún conservaba.

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