Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

82. UN HUECO EN LA MEMORIA ( GODIRASA)

 

Hubo un tiempo de traje impecable y corbata a juego, de zapatos lustrados y maletín de cuero. De chófer uniformado y viajes pagados. De lisonjas, agasajos y sonrisas conquistadas. De ovaciones sin tregua y…de escondidas miradas de celos aletargados.

Pero, de repente, una mañana de siniestro cielo, el “trajeado” fue despojado de su séquito vital y, abandonado al amparo de un incierto destino, comenzó su andadura como un solitario caballero en tierra de nadie.

Ya se amontonaron los años y el anacoreta sigue paseando sus miserias, con un pantalón raído, una camisola y una chaqueta de lana agujereada que lo arropa en todas las estaciones. Se baja de la acera cuando algún transeúnte  pasa a su lado y entorna la mirada viendo el mundo a ras del suelo, recordando, con el beneplácito de su memoria desgastada, aquella época en que sus ojos sobrepasaban la altura de cualquier mortal.

81 Animal print

En días como ayer, en que este tiempo escurridizo devolvía una época lejana, cuando el crepúsculo era arrastrado por un horizonte en espiral, él solía anhelar su captura. En aquella cueva, paseándose a través del humo de la sala, cargada de problemas rebajados con ron, descubrían a la cazadora acechando aventuras. Entre algunos, pocos exploraban sin pudor con pupilas dilatadas. Tachonada en latón, una mariposa que celaba su pecho, libaba la fragancia emanada al manoteo de la melena. El valiente sujetaba el peligro del ojo felino apuntando a la presa, de sus labios rindiendo el cigarro al roce canino. Aun detenida la música, seguía apostando vasos en la barra hasta convocar al que servía las tinieblas quien, al cabo de horas, las acomodó en sus ojos: a la niebla y a la chica. Desde las sandalias gladiadoras, sus correas ascendían en abrazos, y afilando la pasión, una uña arañaba la diagonal de su mejilla. Desconocía cuánto tiempo lograrían aguantar las fingidas alas el peso de ambos. Entonces, no le importaba, sabía que merecía la pena. Hoy, importaba una más en medio de ningún regocijo, por ello clamaba sin piedad: «desgárrame el alma otra vez, mujer».

80. Sin retorno (Blanca Oteiza)

Se le podía ver a última hora de la tarde en el andén mirando el reloj. Siempre vestido con su mejor traje, la camisa recién planchada y los zapatos nuevos esperando al tren de las ocho. No faltaba ni un solo día a su cita, fuera invierno o verano. Se sentaba en el banco junto al cartel con el nombre del pueblo, que coincidía, con el último vagón cuando el tren se detenía en la estación.
A las ocho en punto se queda absorto mientras sonríe a la segunda ventanilla del vagón de cola. Tras el pitido levanta su mano a modo de despedida y sale de la estación con la mirada perdida.
A cientos de kilómetros vaga el fantasma de una joven prometida que nunca llegó a su destino a tiempo, aunque cada tarde toma el tren para encontrarse con su amado. Con el vestido de los domingos y la maleta llena de ilusión fue atropellada en el andén de su apeadero.
Ayer fue distinto. En su cita vespertina esperaba junto a las vías y a las ocho en punto subió al tren y se fueron juntos los dos para no volver jamás.

79- Respeto (Manuel Menéndez)

Cuando me enseñaron su cuerpo destrozado, me encolericé. No iba a consentir que Don Giulano, el hombre que me había acogido como a un hijo, emprendiera su último viaje vestido con un pijama ensangrentado. Me encerré en su habitación y, con el máximo respeto, lavé sus heridas y le vestí con la elegancia que él mantuvo durante toda su vida y se esforzó por transmitirme. Enfundé sus pies en unos calcetines de lana italiana, culminados con unos zapatos Thompson relucientes. Le puse su traje gris favorito, confeccionado por Luca Cacciatore, su sastre, amigo y paisano del lejano pueblo de Savoca. Prescindí de la corbata, pero escogí una camisa blanca sin estrenar, con sus iniciales G.B. bordadas a mano.  Luego le puse sus inseparables gemelos de brillantes, recuerdo del día en que fue nombrado Consigliere. Un pañuelo de cachemir en el bolsillo delantero de su chaqueta, con el escudo de la familia Bonnano, completaba el atuendo. Deposité su sombrero fedora en la parte superior del féretro y lo cerré. Me hubiese gustado coronar con su viejo Stetson sus cabellos blancos, pero eso era imposible. La cabeza que guardo en el arcón frigorífico la necesito para demostrar que he cumplido el encargo.

 

78. Ora et labora (Raquel Lozano)

Con una parsimonia ceremoniosa ascienden las escaleras que conducen a sus habitaciones. Celdas, las llaman las veteranas.

Casi idénticas, transitan uniformadas con falda de tablas, camisa blanca impecable, chaqueta de mohair en azul marino y mocasín cerrado.

La mayoría canturrea canciones de misa y alguna otra de corro y comba. Las más osadas intentan mirar hacia el foso, donde dicen que se encuentran las rebeldes, pero enseguida una mano severa,  inexorable y áspera les enseña que deben alzar la vista.

-Todo lo bueno está en dirección al cielo, asevera Sor Concepción, aunque el bullicio y la alegría sea evidente que allí emana de las llamas.

77. Mirar hacia otro lado (Josep Maria Arnau)

Me encontraba extrañamente bien con mi vestido negro, con chaqueta y zapatos del mismo color. Detrás de mis gafas oscuras me sentía protegida. Después del entierro, nadie me hizo preguntas. Todos sabían de los gritos y las amenazas. Hacía tiempo que muchos se habían dado cuenta de los moratones bajo el maquillaje, aunque nunca rompieron su silencio. Yo no lo había denunciado nunca, seguía en casa por los chicos. Pero sin alma. Cuando él se puso la mano en el pecho y se desplomó a mi lado, mis ojos no lo vieron y mis oídos no oyeron como pedía ayuda. Mi cerebro tampoco hubiera recordado dónde estaban las pastillas. Ni como llamar a la ambulancia.

76. Muñecas de papel.

Todavía recuerdo a mi hermana jugando con sus recortables en la mesa de camilla mientras yo leía.

Solamente nos llevamos dos años de diferencia, y por aquel entonces éramos aún unos críos.

Ella invadía prácticamente todo el espacio del gran círculo con sus manualidades, respetándome un pequeño lugar para colocar mi atril de madera que tanto me gustaba utilizar para mis lecturas. Eran nuestros pasatiempos preferidos, en aquellas crudas tardes de invierno que hacían que te quedases encerrado en casa.

Mi hermana María poseía una gran imaginación y destreza para trabajar con las manos. ¡Era increíble lo que era capaz de hacer con unas hojas de papel, unas tijeras y unas pinturas!

Tenía como bien más preciado un cuaderno de dibujo de hojas blancas donde plasmaba todas sus ideas: diseños, colores, patrones…, que luego utilizaría para vestir a sus muñecas de papel con mil y un modelos.

Hacía diferenciar los vestidos entre los de invierno y los de verano, a los cuales acompañaba con bonitos complementos y accesorios. Su ingenio se desbordaba cuando convertía a su personaje en una princesa con trajes largos y me podía decir que su muñeca era una novia que vestía a la moda.

75 Siempre te recortaré

Cocó Ríos pasa las tardes diseñando prêtàporters de esos con estilo y cuando los termina se los hace probar a sus modelos Naomi, Claudia, Kate. Así va viendo y ajustando de aquí y allá y para todo no necesita más que de un lapicerito y, para el supremo arte del corte, unas simples tijeritas.
Cuando llega el mágico momento de la prueba allá va entonces y, tomando con cariño interminable el flamante vestido entre sus dedos finísimos, se lo ajusta con dulzura a la afortunada clienta adaptando con minuciosidad de orfebre las pequeñas pestañitas de papel, dos a los hombros, dos a la cintura, si es haute couture puede necesitar dos más a media falda. Comprueba que la señora está cómoda, que se siente hermosa, que no le tira de sisa, esa media sonrisa puede parecer inexpresiva, acaso acartonada, pero así son la elegancia y el savoir faire de los inigualables recortables de Madame Rivière, modas de París.
Emociona entonces mirar a Cocó contemplar su obra completada y distinguir una punzada de orgullo al tiempo que derrama algún melancólico suspiro recordando a su madre que no tuvo su suerte en los salones de antaño y anda por ahí vistiendo santos.

74 Sofocos

En otoño de 1979, el tío Luis vino de la capital por las fiestas de Nuestra Señora de Contrueces. Apareció con una camisa de color amarillo chillón bajo el traje. La abuela tardó media jornada en cerrar la boca y parpadear. “Soltero a los cincuenta por maricón, claro”, refunfuñó el abuelo, y no lo miró más. Ni le hizo falta. Ya lo miraban lo suficiente todas las mujeres que revoloteaban a su alrededor, a las que tenía que empujar yo para bailar con él en la romería. A mí me gustaba mucho el tío Luis porque me hacía caso. Y porque era muy divertido. Era moderno. 

Tras él, mi padre, como todos los demás, empezó a usar camisas fucsias, estampadas o bermellón, dejando aparcadas las blancas y azules para bodas, bautizos y funerales. Con los años comprendí el concepto de moda, pero no en aquellos tiempos. Pensaba que debía de ser algo vergonzoso que él se vistiera con tantos colores porque veía a mi madre roja como un tomate, resoplando tras abanicos improvisados de cualquier material.

 

73 Hábitos

Me pongo sin pensar los pantalones de cuero y las botas negras de combate. Pero dudo entre la camiseta de Iron Maiden y la de Judas Priest. La segunda, decido, que tiene las mangas más cortas y deja ver mayor cantidad de tatuajes. Atuso mi barba, me suelto la melena y salgo de la habitación. En el comedor todos esperan sentados a la mesa, si bien entro sin mostrar prisa, con los auriculares puestos y mascullando un saludo. Noto al sentarme el malestar de mis padres. El semblante de rechazo de mis tíos. La admiración boquiabierta de mis primitos. Únicamente mi prima Lorena, ocupando la cabecera opuesta, parece indiferente a mi llegada. Quizá más adelante, durante la comida, nuestras miradas se crucen de forma deliberada. Puede que incluso intercambiemos alguna sonrisa. Pero ahí quedará todo, o casi todo. Fuera de aquí nuestros mundos tienen poco en común. Aunque sí lo bastante para que exista entre ambos cierta complicidad. Sólo yo sé, por ejemplo, que sus diversiones no van a juego con su uniforme del colegio mayor católico. Nadie salvo ella sabe que posiblemente yo ahora esté escuchando a Mecano.

72 LA ELEGANCIA (fuera de concurso)

Las mujeres de mi familia siempre han ido bien vestidas.

Nadie sacaba tanto partido a un delantal como mi abuela cuando preparaba las rebanadas de pan frito para el desayuno. En ninguna revista de moda he podido encontrar una famosa que luciera mejor un vestido negro que ella, sentada en la mecedora con su biznaga adornando la solapa.

Mi madre heredó esa habilidad para elegir la indumentaria más adecuada en cada ocasión. Un traje sastre para misa, el conjunto de seda en las bodas y la bata de guatiné rosa para estar por casa, a juego con los guantes de fregar los platos.

Desde pequeña lo intentaron también conmigo. Faldas de cuadros escoceses para el colegio y blusas de popelín los domingos. Hasta que mi armario se llenó de vaqueros desteñidos que usaba tanto para ir a conciertos como para salir de fiesta y ellas tiraron la toalla.

Desde hace semanas llevo mis mejores galas a trabajar. El pijama blanco con un tenue aroma a lejía, la mascarilla quirúrgica tapándome la cara y un mono impermeable cubriéndolo todo. Me pregunto qué dirían ellas si me vieran. Y qué se pondrían para asomarse a las ocho al balcón .

 

71.Corte y confección (Montesinadas)

Hacía tiempo que se miraban cada día al atardecer, aunque sólo unos minutos. El patio interior era muy estrecho y apenas dejaba pasar la luz, pero se iluminaba, si ella se acercaba a la ventana a coser, o se asomaba para colgar alguna prenda de sus clientas. La moda era algo que le quedaba grande, y a las mujeres del barrio también, pero ponía cremalleras, encogía mangas y realizaba otros arreglos de costura a buen precio.

Al principio se observaban con disimulo, con timidez, pero de un tiempo a esta parte se miran con ojos de enamorados. Ella se entristece cuando lo ve afligido, sabe que sólo tiene un traje, adivina si ha comido algo en todo el día, o si está pensando volver al pueblo, rendido ante el fracaso de no encontrar trabajo. Él también sabe que a ella, las cosas no le van bien últimamente, cada vez se hacen menos vestidos a medida y el maniquí de pruebas casi siempre estaba desnudo. En los peores días y para darse fuerzas pegan los labios al cristal y se besan. Estaba decidido, cruzaría la barrera, no dejaría pasar otro día y con unas tijeras se rompió el bajo del pantalón.

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