Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

58. EL EMPERADOR NO VEÍA EL TRAJE (La Marca Amarilla)

Mamá siempre iba a la moda, tan coqueta ella. Papá en cambio no lo reconocía, tan hombre como era, pero también cuidaba su aspecto, y dos pares de buenos trajes sí que tenía.

Algunas tardes, mi hermana y yo jugábamos a vestirnos y maquillarnos como ellos, y no parábamos de reírnos viendo nuestras transformaciones en desfiles improvisados. Papá reía menos, sobre todo cuando yo me ponía la ropa de mamá y me pintaba los labios; yo notaba el cabreo en su ceño e intentaba no vestirme de mujer, y mira que a mí me divertía. En cambio, cuando vestía su ropa y me pintaba un bigote, solía mirar orgulloso y alabar lo bien que aparentaba un señor con traje. Mamá y yo siempre creímos que mi hermana lucía mejor la ropa de papá y tenía más gracia al andar que yo, que parecía un pato con aquellos zapatones lustrosos. Mi padre también se asombraba cuando ella se mostraba terriblemente atractiva con sus corbatas y sonreía divertido, tan sólo comentaba que una señorita no debía ponerse pantalones.

Muchas veces recuerdo aquellas tardes cuando voy a visitar a mi hermana y su mujer.

57. MAMÁ ES, ART DECÓ (Nani Canovaca)

Mamá es muy mayor y a veces ni nos reconoce, pero sí rememora su infancia y juventud, como algo arraigado en su ser que se niega a dejarla. Últimamente repite el deseo de colocarse su vestido sin talle, las plumas de marabú y su collar largo de  perlas. A pesar de haber parido muchas veces, siempre procuró guardar la línea para poder llevar en los acontecimientos, su traje art decó. Lo que la desespera es no encontrar la pipa en la que aspiró los primeros cigarrillos, pero esta la hicimos desaparecer porque le perjudicaba. Desde pasados los primeros años, sabía que ya no estaba de moda, aunque la identificaba y siempre le hizo feliz recordar que con ese atuendo conoció a papá, el amor de su vida.  Por eso creo que a pesar de estar ya muy deteriorada su memoria, su personalidad no desiste, ni la dejará marchar como a ella le gusta. Por eso y por lo que pueda pasar, quiere estar preparada para el momento decisivo, sabe que él va a salir a su encuentro en cualquier momento.

56. PROMESAS

Sandra adoraba la moda, la llevaba prendida en cada poro de su piel.
Desde niña le gustaba jugar a las modelos.
Mientras otras chicas se entretenían con la pelota o el escondite, ella optaba por encerrarse con llave en la habitación de su hermana mayor.
Durante horas no se escuchaba ningún ruido. Eso producía en su familia una mezcla de preocupación y curiosidad.
Querían descubrir que hacía allí, sola, dentro de aquel cuarto.
Su hermana y su prima se propusieron averiguarlo. Después de que pasara la llave, se asomaron silenciosas por la ventana, y lo que vieron, las dejó boquiabiertas.
Enfrente del espejo estaba la pequeña Sandra, subida a unos zapatos de tacón rojos, de unos 20 centímetros, y con su frágil cuerpecillo cubierto por un minivestido negro, aderezado con un largo collar y unos hermosos pendientes.
Su cara, que desprendía una sonrisa de infinita felicidad, emergía de entre un estrafalario conjunto conformado por los tonos encarnados del carmín, el negro intenso del rímmel, el azul nacarado de la sombra de ojos y el suave rosado del colorete.
En esos momentos, Sandra se sentía sublime, lanzada hacia un futuro prometedor, en el que solo tenía cabida el maravilloso glamour de las pasarelas.

55 – Lo que nunca fue (Patricia Collazo)

Marilyn. Así la llamo en secreto. Cada noche, cuando apagan las luces del escaparate, dormimos casi codo con codo. Ella acurrucada sobre sus cartones sucios, yo de pie.

Su ropa, a diferencia de los cartones, siempre está limpia. Tiene dos o tres camisetas y un par de pantalones de chándal que va alternando debajo de un abrigo largo al que le sobran varias tallas. Un estilo único, que ningún escaparatista podría conseguir.

En verano, el abrigo se amalgama con su almohada. Un complemento de temporada, como las gafas de sol que me ponen en junio, o el foulard que me enroscan al cuello con estudiado descuido al llegar el otoño.

Al principio, ella me ignoraba. Pero al cabo de un tiempo, empezó a responder cuando le deseo buenas noches, y al despertar se queda mirándome arrebolada, antes de recoger sus cosas y difuminarse en el amanecer.

Tiene un andar elegante, de modelo de pasarela, y yo quisiera seguirla para averiguar qué hace cuando no está conmigo. No son celos. Sé que a medianoche regresará. Que apoyará su mano cálida sobre el cristal y me dedicará una de esas sonrisas irresistibles que iluminan su rostro cuando evoca aquello que nunca fue.

54 Viaje a la luna

Selene era alguien muy especial para mí. Demasiado real para compartirla con alguien más. Por eso decidí cobijarla en un cobertizo que encontré en la ladera del monte y lo acondicioné para que viviera cómoda. Le llevaba la comida todos los días y pasamos juntos muchas horas, la mayor parte de ellas amándonos. Cuando yo no estaba con ella, se dedicaba a leer, a escribir, a inventar historias de hadas y duendes. Me contaba cuentos magníficos y creo que de vez en cuando no distinguía la realidad de la ficción.

Me dejó un día de primavera al atardecer. Llevaba días confeccionándose un vestido con las plumas que había encontrado en el bosque, y en el pelo se había pegado con la resina de los árboles mariposas de todos lo colores. Estaba bellísima, pero me entró un miedo horrible cuando miré dentro de sus ojos. Entonces sin decir ni una palabra aleteó las pestañas y comenzó a elevarse, las alas y el plumaje hicieron lo demás.

53 DESTELLOS (Belén Sáenz – Fuera de concurso)

Pocas cosas logran entretener a Trini desde la última vez que salió del hospital, pero hoy se le van los ojos detrás del brillibrilli que hay en los escaparates: Lentejuelas, swarovskis y estampados en purpurina. Su madre le dice que siempre ha tenido buen gusto. Que si le acompañara un poco la figura ninguna le haría sombra sobre las pasarelas de moda. Cuando encuentran el conjunto perfecto en alguna tienda, la guía cogiéndola de los hombros. Le hinca los dedos como pinzas de la ropa para que se acerque o se aleje unos pasos en la acera, hasta hacer coincidir perfectamente el reflejo de su contorno con el de la maniquí que está al otro lado del cristal. Sólo así se decide a entrar a comprar, sin pasar por el probador, a condición de que esté disponible la talla expuesta. Ya en casa, su madre se encargará de ajustarle las prendas. Subida en un taburete, de espaldas al espejo, Trini deja mansamente que recorte la tela que sobra y remeta las costuras, encandilada por el centelleo de los alfileres y del filo de las tijeras que robará del costurero. Para cuando termine de vomitar.

52 De punta en blanco (María Rojas)

Luz Dary le pidió a su padre como regalo de quince años una fiesta, al estilo de las de «Sissi Emperatriz».
El padre, que nada le negaba a su hija, decidió que el próximo golpe de contrabando iría destinado a pagar la fiesta de su retoño.
Los vestidos los confeccionó la acreditada costurera madame Crepy en tules de colores pálidos. Las zapatillas iban forradas en raso.
Los sacolevas y pajarillas de los hombres fueron traídos de una famosa casa de moda italiana.
Los tocados, velos y flores los elaboraron las hermanas Maya, fiel copia de las revistas europeas de la época.
Por fin la noche esperada.
La celebración, más que una fiesta palaciega, parecía un trastocado carnaval caribeño, donde los invitados se ahogaban en trajes impuestos para la ridícula parodia.
La entrada de la orquestina vienesa causó una desquiciada euforia que se propagó por el salón.
Resonaron tiros y madrazos.
La madre de la quinceañera, presintiendo una catástrofe, cambió la música.
La fiesta se vino arriba.
El Barón del Contrabando se quitó la faja, se dejó de pendejadas y, feliz, se lanzó a bailar amacizado a su hembra, una pachanga revuelta con charanga.

51 El traje negro

Las cosas de mi padre cabían en una caja. El chico de la residencia me las entregó junto a un traje negro.

—No quiso deshacerse de él —me contó—. Se ponía serio y decía: «Nunca hagas el ridículo en un funeral».

Yo asentí, callado. Me irritaba ese conocimiento suyo del que yo carecía.

Ya en casa, colgué el traje y lo olvidé.

Un día, buscando algo de licor, volví a encontrarlo. Telefoneé a la sastrería donde lo confeccionaron. Arreglarlo no era barato, pero podía permitírmelo. Un día me tomaron medidas y otro afinaron los ajustes. El tejido era magnifico, apenas rozado.

Quedó tan elegante que me costaba imaginar a mi padre vistiéndolo. Al devolverlo al armario, lo acaricié y deseé poder usarlo pronto. Pero pasó un tiempo y nada.

Comencé a impacientarme y a ojear las esquelas. Preguntaba a mis amigos por sus padres. Idioteces así. Siguieron pasando años y solo lo había usado cinco veces. Cada vez me quedaba peor, pero ya no parecía rentable retocarlo.

Al envejecer, me he ido desprendiendo de casi todo. Solo conservo algunos recuerdos y mi traje negro. Me queda horrible, muy holgado, pero no soportaría hacer el ridículo, y menos en un funeral.

50. Hábitos culturales (Rosy Val)

 Alika fantasea con su muñeca y juega a ponerle ropitas con los trapos que encuentra. Su mamá de vez en cuando se le acerca y le cuenta que… 

«En nada crecerás y no podrás seguir jugando con ella. Después te enamorarás de algún chico de la aldea, pero tendrás que arrancártelo de la cabeza porque de tu corazón no eres la dueña. Cuando menos te lo esperes cubrirán tu cuerpo con un vestido infinito, como el que llevo ahora, holgado, de tela firme, que no marque las curvaturas de tu figura. Un pañuelo también oscuro, tapará tu cabello, ocultará tu talento y tus ideas. Para entonces ya podrás fabricar hijos. Yacerás con quien no has elegido porque de tu piel no eres la dueña. Y esa sonrisa tan bonita no se mostrará en la vanidad de ningún espejo, tu boca será invisible, sin opinión y sin lengua, tus manos desconocerán la textura de un libro y tus ojos morirán huérfanos de narraciones y leyendas…».

Alika es aún muy pequeña para saber de lo que habla su mamá, también para entender por qué insiste en adelantarle una a una las piedras que ella debió encontrarse en su destino.

47. Blancanieves siempre gana

Ya lo has intentado todo. Casual y clásico, el bandó, el chantillí, el zapato alto y el zapato bajo, con tacón y sin tacón, abierto o con bouché, con y sin escote, los mitones, el chal, lo chic, lo cool, lo british, lo naíf y lo glam. Has puesto cara de sorprendida, de mala, de ingenua, de dura, de melancólica… Has agotado, en fin, todas, absolutamente todas las combinaciones posibles ¿Y todo para qué? Para terminar preguntándole al espejito que quien es la más guapa y que nunca pronuncie tu nombre. Al final, la guapa siempre es otra. Y creo, mujer, que ya deberías saberlo, porque el cuento es siempre el mismo.: mismo planteamiento, mismo nudo y mismo desenlace. Lo único que cambia es la voz de quien lo lee. Lo demás, es siempre igual. A estas alturas, ya deberías saber que Blancanieves siempre gana.

46 ERA TODO TAN HUMANO

La modista  acaparaba la atención, de forma paritaria, de las mujeres más bellas y de los hombres más elegantes. La vanidad lograba abducir al ser humano sin discriminación. Sus creaciones eran imitadas hasta la saciedad y cada temporada era el centro de todas las miradas. Tanto de furiosos que criticaban el derroche oculto tras la fachada de la industria textil (una simple camiseta de algodón requería consumir 2.700 litros de agua y adormecer las explotadas manos infantiles), como de esos enamorados de desfiles de alfombra roja.

Extenuada por infinitos diseños, al atardecer, se dejó abrazar por un sopor dulzón. Su mente se despejó  como si se abriese el Mar Rojo y elucubró sustituir esos tafetanes pálidos por tejidos confeccionados con angostas tiras de papel arrancadas de páginas de  novelas que se amontonaban en su biblioteca. Aprovecharía esos libros que la gente relegaba, por esa moda de leer en pantallas digitales. Así, evitaría los furibundos reproches de los activistas. Además, los mimos que simulaban ser estatuas pedigüeñas en tantas plazas turísticas, se convertirían  en sus maniquíes y expondría en escaparates al aire libre. Las bibliotecas quedarían desnudas.

Al día siguiente, despertó decidida a diseñar un vestido original: comenzó deshojando a Stephen King.

 

45. Reencuentros

 

Fonsito Peláez conservaba las gruesas gafas de miope y su aire desvalido. Habían pasado muchos años, pero le reconocí en el acto. Era el único en el metro que leía en papel, algo sobre unos números primos solitarios. Nos pasamos un año riéndonos de él, de su atuendo fúnebre siempre de negro riguroso, y de su palidez cadavérica. Como se me daba bien escribir compuse unas rimas que coreaba toda clase. Nunca le dejamos jugar con nosotros, en los recreos se sentaba a leer en una esquina procurando ser invisible. A veces le escondíamos el libro; cuando al fin lo encontraba comprobaba que estaba ileso con ternura de amante. Un día desapareció, cambió de instituto y nunca más supimos de él.
Había olvidado ese encuentro hasta que descubrí el miedo en los ojos de mi hijo. No era un miedo tierno e infantil, era su primer miedo de verdad, de los que sabes que no se irán escondiéndote bajo las sábanas; de los que te acompañan para siempre cobrándose un peaje por cada sueño. Una rabia viscosa y amarga se instaló en mi garganta. Había entendido treinta años después como se sentía Fonsito Peláez.

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