Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

44. El taburete y la palmera

—¡Barbilla levantada y sin moverte! Tengo que dar más holgura al escote y no quiero cortar este bonito cuello!

La modista se ríe. Tiene un lunar muy gordo adornado con pelos en forma de palmera en un lado de la nariz. Cuando habla la palmera se agita como si hiciese viento. Mi hermana obedece. Está ridícula de pie en el taburete, con la barbilla levantada y esa mueca de miedo al sentir las tijeras en su cuello. Por el rabillo del ojo derecho veo que intenta mirarme para asegurarse de que no me estoy burlando de ella. Entonces, con el dedo índice, hago que jugueteo con un lunar invisible y su palmera, y consigo que no pueda reprimir una oleada de risa floja.

—¡Pero estás loca o qué, casi te corto!

Aunque hubiese preferido un cortecito de verdad me conformo con la reprimenda.

Yo nunca me he subido al taburete de las pruebas para niñas que estrenan vestidos. Siempre heredo los de la tonta que ahora me acusa de hacerla reír.

—Qué te hace tanta gracia —me pregunta la mujer.

—La palmera junto a tu nariz.

Aún no sé nada de mentiras piadosas.

 

43. ACTRIZ ENAMORADA (IsidroMoreno)

Soy coqueta y sofisticada. Lo sé y no lo quiero evitar. Sólo tengo cuatro cosas importantes en la vida: Yo, mis vestidos, él y yo. Ya sé que me incluyo dos veces, pero es que así me estimaré como la mitad de mis importancias. Es la vanidad de las actrices.

Vivo y duermo confinada entre mis trajes que necesito para trabajar y ganarme, día a día, su cariño. No me importa que se me note que estoy enamorada.

Él me convirtió en actriz y, en cada papel, en cada función, pone sus palabras en mí, me presta su voz, su aliento y su alma. Sé que también me quiere.

Momentos antes de salir a escena, y como en un mágico ritual, me viste despacio, me alisa mi dorada melena, me habla con susurros para relajarme y a continuación, introduce su mano bajo mis sayas. Es entonces cuando creo que se me humedecen de emoción mis ojos.

Ambos sabemos que nuestro arte nace cuando me presta sus palabras; en sus movimientos de mano y sus dedos dentro de mí. Y el clímax de mi existencia comienza en el instante en que me asoma al escenario de este pequeño teatro de guiñol.

42. Ella busca pareja (Carmen Cano)

Era la tercera vez que se preparaba para su primera cita. Entró en el vestidor con suficiente antelación para arreglarse con esmero y apareció en el restaurante con el chándal todavía puesto. Un cliente, de cuidada americana gris y camisa blanca, esperaba ya con una rosa amarilla sobre la mesa.
En la primera ocasión él vestía una sudadera verde y unos pantalones de camuflaje incompatibles con su vestido rojo vaporoso. Para la segunda rebajó sus expectativas indumentarias y se presentó con una camiseta marinera y unos tejanos, pero él estaba enfundado en un pulcro traje azul de raya diplomática.
Hoy no podía fallar. Salió corriendo a una tienda de moda y eligió un vestido negro ajustado y unos zapatos de salón. Al entrar en el probador, se vio de nuevo en el vestidor de su casa. Miró el reloj. Aún no se había maquillado. Estaba claro que no llegaría a tiempo.

41 Escaparate (Miguel Á. Moreno)

Recuerdo el reflejo de su silueta a través del escaparate. Su esbelto cuerpo, elegante y sensual, que cualquier diseñador de moda hubiera elegido para la temporada primavera-verano. Su melena cobriza desparramada por el cuello, larga como un ciprés, armoniosa como la brisa del mar en una tarde de estío. Los ojos enormes, invitando a mirarlos aun a riesgo de perderte en sus profundidades.

Día tras día, me inventaba cualquier excusa para contemplarla. Y allí mismo, frente a la tienda, echaba a volar la imaginación, me dejaba ir y dibujaba escenas placenteras. Recorría sus rotundos pechos con mis dedos temblorosos, sintiendo en sus pezones la excitación del adolescente primerizo. Me sumergía entre sus muslos de piel canela y percibía la humedad que abarrotaba de deseo nuestros cuerpos destinados al amor. Su aroma penetraba en mí con la intensidad de un romance adolescente. Acariciaba sus caderas una y otra vez, en busca del tesoro que recompensara mis desvelos. Era una relación tan apasionada que traspasaba los límites de la realidad, pues al fin y al cabo no era más que un maniquí.

40 DESTIEMPO ENTRE COSTURAS

Se pinchó con un alfiler alojado en el interior del costurero de su madre. La primera gota de sangre se acomodó en su camiseta, la segunda en la pernera derecha y las siguientes se fueron amoldando a cada una de sus prendas interiores. Cuando quiso darse cuenta, su ropa ya había tomado un tono morado y su piel ambarina destacaba sobre ella.

Trató de remendarse con el escaso hilo rojo que quedaba en el ovillo, pero no fue suficiente; alcanzó otra hebra más carmesí y lo unió a la cinta negra que había sobrado del último entierro.

Recosió su cuerpo a la vestimenta, anudó una goma a sus muñecas, y zurció, sobre su regazo el rosario que su madre había confeccionado con el collar de perlas de la abuela.

Repasó, uno a uno los botones de su memoria con un padrenuestro, diez ave marías y un gloria a dios, pero esta sarta de cuentas no logró separar de su aciago destino a las hembras de la familia.

Un misterio entretejido se alberga en el dobladillo descosido de los Ropiñon y su doblez se hace ojal y nácar en la canastilla de su estirpe.

39. ¿ME LO PONGO O NO..? (Iñaki Ferreras)

No sé si ponérmelo… Pero el vestido es taaan bonito…Me recuerda a los que se ponía mamá, a esas batas floreadas de tiras de la década de los sesenta. Mamá…Mira, me parezco a tí…¡Cómo te echo de menos en estos tiempos de enfermedad y días solitarios! Si estuvieras aquí, me cuidarías, me darías cariño, me acompañarías día y noche y no me dejarías alicaerme. Junto a ti, rezaría por una sociedad más solidaria, menos egoísta.

¿Pero para qué me voy a poner guapa, sin salir de casa..? Mamá, me dirías que me lo pusiese para sentirme bien. Pero uno es el reflejo de los demás y sin esa mirada ajena yo me siento nadie…

¿Me lo pongo o no…? No me lo pongo. Mamá, disculpa, soy más débil que tú…

38. SALDOS POR CIERRE

Arrastrando los pies por aquel viejo barrio casi abandonado, comprendió entonces lo que antes de morir le dijo su mujer sobre el deterioro imparable de esas calles. Fueron muchos años paseando de la mano y besándose bajo las miradas de los vecinos, que se burlaban de sus ropas coloristas y su inmoralidad.

Llegó a su casa y comprendió que, como el barrio, ella ya nunca volvería, y entonces sintió que aquel espacio tan lleno de recuerdos estaba más vacío que nunca. De cajones y armarios fueron saliendo sus cosas, unas con rumbo al olvido y otras a la parroquia, donde encontrarían, quién sabe, una nueva vida sobre otros hombros y cinturas.

En pocos días y con el concurso de una mañana soleada, el barrio se llenó de mujeres que llevaban los floridos vestidos de su mujer, sus vaporosas blusas y sus brillantes pañuelos. Todas las indigentes de la zona recibieron un lote de ropa usada, y de pronto salieron a malvivir, pero con una sonrisa.

Esa misma tarde, el sorprendido viudo legó su propia ropa para que el barrio se llenara también de hombres que besaran sin rubor a aquellas mujeres.

37. Intercambio de armario

Se confundió de grupo en el hotel. Sin saber cómo acabó en otra habitación. Miró el número de su llave y vio que el error estribaba en un solo dígito, pensaba ya en volver sobre sus pasos cuando su curiosidad se despertó. Decidió explorar el fondo de armario y vio un traje deportivo junto a unos palos de golf; siempre le habían parecido ridículos esos pantalones y ese deporte que era como el juego de las canicas pero elevado a los límites de la ridiculez. Y sin embargo… decidió probarse el traje y ensayar posturas frente al espejo con uno de los palos mientras se reía de sí mismo. En otra habitación, un joven adinerado miraba estupefacto un vestidor que no era el suyo. Camisetas con estampas de grupos de rock, chupas de cuero, gafas de espejo y una guitarra al fondo. Sin pensar se probó la chupa y las gafas y cogió la guitarra frente al espejo intentando rasgar sus cuerdas con dedos inexpertos. En recepción se reconocieron y marcharon juntos al campo. Mientras el primero jugaba a las canicas con las pelotas de golf el otro rasgaba la guitarra escuchando de fondo una canción de Dire straits.

36. EVA AL DESNUDO ( Paz Monserrat)

Caín y Abel viven en una familia antigua pero muy cariñosa. Antes de dormir su mamá les habla del jardín frondoso en el que vivían de novios. Y de aquel árbol con los frutos tan jugosos. De que papá y mamá solían pasearse desnudos sin sentir frío ni vergüenza. Siempre le piden la misma historia. Pero cuando le preguntan por qué ahora lleva esa túnica tan bíblica, ella es incapaz de ser sincera. Les dice que con la glaciación hace más frío. O que le gusta vestirse a la moda de su tiempo. No les confiesa que les está protegiendo de la visión de su vientre completamente liso. No querría acomplejarlos por tener ese botón plantificado en medio de sus barriguitas. El final de aquel horrible tubo gris que su padre tuvo que cortar y anudar. Los dos con la misma anomalía, pobrecillos. No quiere ni imaginar que se les deshaga el nudo. Lo llama cariñosamente ring ring y aparenta no darle importancia, aunque en realidad sabe que es un ombligo y les prohíbe tocárselo. Y, sobre todo, no quiere que Caín descubra que el de Abel no sobresale como el suyo y se ponga a compararse con su hermano.

35. GLAMUR (Pilar Alejos)

Enjuga sus lágrimas con la toalla tras vaciar el contenido de su estómago. Es demasiado tarde para volverse atrás —piensa Elena, mientras refresca su cara descompuesta—. Se lava los dientes para eliminar el sabor amargo de la duda. Después, oculta su rostro bajo una gruesa capa de maquillaje hasta dejarlo irreconocible. Con mano temblorosa, dibuja una línea negra sobre sus pestañas postizas. Exagera tanto sus rasgos que logra convertirse en una persona distinta. Pinta en sus labios una sonrisa permanente de rabioso carmín, dando así por terminada su transformación camaleónica. Luego, se viste con ropa llamativa muy alejada de su estilo y se calza esos zapatos imposibles, con los que tanto le cuesta andar. Por último, se coloca una peluca rubia.

Sonríe satisfecha al verse en el espejo. Ha llegado el momento de saber si es una excelente profesional. En su bolso lleva todo lo necesario para hacer feliz a cualquiera, incluso a los más exigentes. Avanza por el pasillo hasta el final. Llama a la puerta con su mano enguantada. Está dispuesta a darlo todo en su debut.

Entra en la habitación enfundada en su bata blanca, decidida a regalar alegría con su enorme nariz roja.

34. RHAPSODY IN BLUE

Sonaba American Patrol de Glenn Miller en la radio y un cigarrillo entre los labios no pudo esconder una ligera sonrisa. El humo ascendía pausadamente ente las sombras de la tarde. La ventana separaba el universo entero de aquella habitación. En el sillón dormitaba The Great Gatsby, abriendo sus 218 páginas de una manera obscena.

No había ninguna razón que le obligase a salir de casa. No podía imaginar estar en otro sitio para convivir con su rabia que no fuera aquel piso, de aquel edificio, en aquella ciudad. Además llovía.

El jefe de redacción le había llamado. El artículo que ayer dejó sobre su mesa lo había tirado directamente a la papelera y le daba ocho horas para presentar la entrevista totalmente reescrita. A su orden adjuntó de forma vehemente y exagerada un montón de epítetos irreproducibles. Era el estereotipo del periodista con mala leche.

Entre los dedos la fotografía de la mujer de moda. Era la imagen que debía acompañar las mil quinientas palabras.  Una sublime belleza con un elegante vestido de corte perfecto que siempre destiló deseo y alcohol. Cuando esta mañana se fue dejó una cicatriz, el recuerdo de su perfume y una máquina de escribir destrozada.

33. Siempre a la última (Aurora Rapún Mombiela)

Esta mañana, hojeando una revista mientras me tomaba el café en la cocina, me he topado con la imagen de una de mis mejores amigas. Me ha hecho mucha ilusión verla, aunque no he podido evitar carcajearme al leer que la definían como <<la reina de la moda>> 

He metido la taza en el lavavajillas, me he trasladado al estudio y he trepado a una silla para rescatar un antiguo álbum de fotos.

Enseguida la he localizado, vestida con su incondicional chándal morado,  ajustado a los tobillos con gomas y cruzado al pecho por unas bandas diagonales en verde y azul. Completa su indumentaria con calcetines blancos, zapatos negros de tacón y bolso de terciopelo a juego. 

Recuerdo que cuando le preguntábamos que cómo podía ir con esas pintas, siempre nos respondía que ella no se dejaba influir por las tendencias y que  expresaba así su propia personalidad. 

Ahora me pregunto si la individualidad irá vinculada al color de los calcetines, si alcanzaremos la inmortalidad a base de brillos y terciopelos o si mejor me dejo de tanta trascendencia y cojo el teléfono. 

Voy a llamarla y nos echamos unas risas.

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