Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

32. Efecto bumerán (Pablo Cavero)

“Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, dijo Jane, con cierto retintín, al descubrir la lencería fina de Chita. A lo que ésta respondió con una sonrisa condescendiente: “Pregúntale a Tarzán por el origen de su grito”.

31. LA DECISIÓN (Ginette Gilart)

Cuando sonó el despertador Adriana se hizo la remolona, pero se levantó; era el gran día. Estaba desayunando cuando vibró el móvil; era su madre. No contestó. Luego fue al trastero a por la maleta de viaje y, mientras colocaba la ropa, vibró de nuevo el móvil; era Juan, su prometido. Tampoco contestó y se dio prisa, se le echaba el tiempo encima. Acabó de prepararse. Por fin lista, cogió las llaves, su bolso y la maleta y antes de salir de la habitación echó una última mirada al vestido de novia que colgaba de una percha.

30. De cara a careta (Edita)

Nuestros diseñadores están trabajando sin descanso para que las prendas, tan demandadas, estén disponibles cuanto antes en las nuevas boutiques: en varias tallas, adaptadas a las distintas edades y proporciones de los clientes; en algodón, lino o materiales innovadores; fruncidas o con pliegues; con gomas elásticas o cintas de raso; estampadas, a cuadros, transparentes…

Zara nos lleva ventaja por su indiscutible logística, pero los artículos exclusivos que nosotros ofrecemos, la calidad de sus materias primas de estricta procedencia nacional, la pulcritud en la confección y un potencial mercado, en clara expansión, harán de este negocio un éxito. Sin duda, ha sido una idea brillante reconvertir las clínicas de estética facial en tiendas de mascarillas lujosas.

29. EL GALÁN DE LA SANGRE

La escena que presencié no podía ser más terrorífica y a la vez dantesca, pero desde ese momento todo cambió radicalmente en mi vida.
Con el todavía amargo sabor del café, que acostumbraba a tomar siempre en el mismo bar, me disponía a salir abotonándome el traje de última moda con ese aire de aquí estoy yo, como decía mi esposa a sus amigas creyéndose que con eso me iba a sonrojar ante ellas.
Tras el último botón no pude evitar que la sangre, que salía a borbotones de la boca de la chica que se dirigía desesperada hacia mí, salpicara en el traje. La perseguía gente con sus ropas ensangrentadas, gimiendo vocablos ininteligibles.
En ese momento, o corría o me metía de nuevo en el bar, pero pensé que debía de tratarse de uno de esos programas de la tele en los que te toman por inocente mientras haces el ridículo.
Mi atrevimiento me convirtió desde entonces en el líder de una nueva era; ahora soy el alcalde de la Ciudad de la Sangre, alimentándome de ella cuando me dirijo a mis conciudadanos animándoles a conquistar otros lugares, siempre con un traje nuevo abotonado y lleno de sangre.

28. A la moda del país

Despatarrado en el asiento, Manuel —delgado, encorvado como una guindilla, con largas patillas, cadena de plata con medallón tamaño sartén, camisa de flores abierta hasta su enlutado ombligo, vaquero celeste, gastados botos de Valverde, y su inconfundible olor a ajo y alpechín—, vio como la pasajera del asiento de al lado —rubia, fornida, madraza y teutona— se levantaba, le pedía permiso para salir y, ante la falta de respuesta, pasaba y le daba un pisotón al bajar del autobús.

 

Cucha —escupió con un palillo entre los dientes y una lluvia de gotitas bravas por el aspecto y olor—, si me vas a pisar písame el izquierdo que el derecho lo tengo chungo.

—No compgenda  —balbuceó la vikinga.

—¿Una cerveza, chuli? —preguntó Manuel poco después, contorsionado sobre la barra de la cantina donde esperaban el trasbordo para continuar el viaje.

—No compgenda  —respondió nuevamente la interpelada.

 

Se miró satisfecho en el espejo, se recolocó la grasa del calculado flequillo, se abrió el escote, tocó la medalla, y con media sonrisa se dijo satisfecho «eres más apañao que un jarrillolata», y subió al autobús impregnándolo todo de un aromático y picante pachuli.

27. AYUDAS IMPENSABLES (Rafa Olivares)

Marisa Urbieta siempre fue a la última. Ya frisa en los setenta, pero nunca ha dejado de estar chic o «cool», según la época. Aunque jamás le faltaron pretendientes, ni antes ni ahora, no aceptó más ataduras que las de sus dedales, agujas e hilos. Empezó de modistilla y, casi sin darse cuenta, mutó lingüísticamente a costurera, ya en democracia. Por antiguas revistas que gustaba hojear, observó que la moda era recurrente, que volvían a la actualidad estilos que causaron furor en otros tiempos. Ello la indujo a conservar las prendas que retiraba de uso. Así, cuando aparecía una nueva tendencia, rebuscando en el armario solía encontrar algo que bordándole un adorno, tocando el dobladillo o quitándole el cuello, lo alineaba de nuevo con la tendencia. Sin embargo, esta vez la cosa estaba chunga. Dar con esos vaqueros rotos, que mostraban más piel que tejido, no sería fácil. Aunque en el ropero no le faltarían jeans, desde luego ninguno con boquetes guardaría. Y su vista ya no le permitía recurrir a los útiles de coser para hacer un apaño. Sin embargo, buscó y logró que su prestigio quedara incólume. Solo Marisa sabe que gracias a unas aliadas inesperadas: las polillas.

 

26. EL SOÑADOR (Paloma Casado)

Está tendido sobre la arena húmeda. A esta hora, el sol comienza su andadura desde oriente y el viento Levante deja un poso de sal sobre su rostro. Viste con los colores rojo y azul del Barça en una camiseta desechada por alguien. Seguramente ha soñado muchas veces, como todos los niños, con ser la estrella de un equipo de futbol y escuchar orgulloso los aplausos y vítores. Pero también comer todos los días, estudiar en la escuela, pertenecer a un mundo que le ha sido vedado. Sus pantalones tienen varias roturas de esas que forma el uso, no el diseño impuesto por gurús de la moda. Lleva una zapatilla rota en el pie derecho y el otro, descalzo, muestra estrías violáceas de dolores antiguos. Se diría que duerme, con esa posición tan laxa de su cuerpo. Si no fuera por sus ojos abiertos que ya no miran nada, si no fuera por la patera que zozobró esta noche, si no fuera porque la mar nos lo arrojó entre espumas, como un escupitajo.

25. El último vestido

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Le encantaba coser y hacerse ella misma su ropa, solía utilizar los patrones de las revistas de moda que coleccionaba.
Hacía más de un año que no tocaba una aguja y el gusanillo de la costura la acosaba a todas horas.
Esperó, ansiosa, la llegada de su hija, con ella llevaría a cabo su última ilusión. Carlota cortaría los patrones como hacía de adolescente y entre las dos confeccionarían el vestido más bonito de su vida.
Se incorporó en la cama y hojeó el último número. ¡Ya lo tenía ¡ Escogería una tela con brillo y le añadiría un volante alrededor del escote y en los puños y remataría con un cinturón a juego.
-¡Mamá! – Gritó Carlota-, mientras corría a abrazarla cariñosamente

Sin perder un minuto, se pusieron a coser. Tenían prisa. Cada media hora Rosa debía descansar porque se ahogaba. Poseía una inquebrantable voluntad
Sin aliento, desde el techo y en medio de la sala del tanatorio, Rosa observó su cuerpo que descansaba en el ataúd ataviado con aquel hermoso vestido de volantes y que no tuvo tiempo de estrenar.
Se despidió mentalmente. Miró con ternura a su hija y se difuminó por la estancia convertida en luz.

23. Trapos sucios

Bajo sus complicados sombreros la Gran Duquesa de Glennister guarda tantos secretos que, a veces, su criada no es capaz de colocarlos derechos. Ni con broches, ni con lazos, ni con largos tirabuzones falsos que molestan su blanquísimo cuello.

Entre las múltiples capas de faldas, sobrefaldas, enaguas, polisones y lazadas de seda, se ocultan cotilleos que ha recolectado en bailes y puestas de largo de debutantes de las familias más adineradas.

Su cama de dosel de terciopelo granate está ribeteada con mil y un verdades que harían derrumbarse de humillación y deshonor al vecindario más flemático. Y ella se divierte cada noche, releyendo las vergüenzas de tan ilustres conciudadanos. Que tienen en ella a una fiel aliada. Ha comprado sus silencios, enlazados en delicados pañuelos, festoneados de miserias antiguas; que ninguno desearía mostrar por miedo a infectarse con un mal rumor en contra.

Y es que Maggie Jones, protagonista central en otra vida que todos pretenden desconocer, domina de primera mano la dureza de cada peldaño subido en la escala social. Una vez arriba, nadie está dispuesto a mostrar un pañuelo impregnado del sucio hollín de sus verdades, admitiendo una derrota en forma de realidad insoportable y demodé.

 

22 Alivio de luto (María José Escudero)

 

Siempre trabajó a destajo, dejándose la vista. Había muchas bocas que alimentar y el jornal de un cantero colérico que desayunaba aguardiente con pan y las propinas de una costurera silenciosa que leía a escondidas daban para poco. Se acostumbró a ocultar las heridas, hasta que Emiliano enfermó y el dolor le hizo más débil. Piensa esas cosas mientras lo amortaja.

El luto se lleva en el corazón, si es que se lleva. Por eso ha elegido un vestido de color malva, de alivio. Porque así es como se siente: aliviada. Este, además, se lo regaló, años atrás, el médico del pueblo. Suspira cuando piensa en don Francisco, no lo puede evitar. Evoca la ternura con la que la asistió en los últimos partos, la delicadeza de sus manos al curarla, aquellas miradas que la ayudaban a soportar los sobresaltos.

Acabada la tarea, sacude sus manos resentidas y se permite un último desahogo:”He parido siete hijos— le susurra al difunto—, pero querer, lo que se dice querer, sólo quiero a Paquito. Que lo sepas”. Luego, abre la ventana para ventilar la alcoba y observa como un  bellísimo cielo otoñal se cuela en el espejo de la cómoda.

21.- Botones (Don´t let them kill us)

Un renombrado modisto reconoce al botón como elemento fundamental de la confección. De suponer un mero detalle decorativo hace dos mil años ascendió a componente indiscutible de nuestra indumentaria.

No imaginamos una camisa, tampoco una americana, un vaquero o un abrigo sin botones. Su función resulta sencilla a la vez que imprescindible. Las tendencias actuales han logrado aplicarlo a todo tipo de prendas, adoptando formas, texturas y colores variados. Botón y moda evolucionan a un mismo tiempo.

En 1993, en un sótano polvoriento y mal iluminado se organizó un singular certamen, una combinación inusual de un caótico concurso de belleza y un rudimentario desfile de moda. Entre pase y pase, las modelos improvisadas cosían apresuradamente a cada vestido, con sus propias manos, los botones que arrancaban al anterior. Mientras, a escasos kilómetros, otras manos, horrendamente sucias, apretaban otros botones. Fríos, metálicos. Botones que asestaban cañones. Cañones que estremecían a la ciudad.

El desfile finalizó con las valientes participantes en bañador, mostrando acongojadas, además de una piel lívida, una pancarta con un mensaje desgarrador. Sarajevo, desangrada, suplicaba al mundo, sencillamente, que no le dejara morir. Pero el mundo, apoltronado en su sofá, cambió de canal. Una vez más. Con otro botón.

20. SIN FALSA MODESTIA (J.A. Iglesias)

A estas alturas,  no me andaré con falsas modestias.

Está probada mi fama de galán, de número uno, de irresistible.

Nací al norte de California. En mis primeros años de andanzas por el mundo, tenía un carácter simple y débil, con el tiempo se hizo fuerte y con gran personalidad.

Trabaje en minas, en ríos, llevando ganado, en el campo, hasta de leñador y muchos oficios más. Luego llegó el éxito. Me relaciono con todo tipo de personajes de lo más relevante, cantantes, actores y actrices, como mi buen amigo, Clint Eastwood, inventores, presidentes de gobiernos, e incluso algunos reyes y reinas.

Ya soy viejo, sí, pero cada dia me reinvento, sintiéndome joven e innovador.

Todo esto, se lo debo a dos hombres vanguardistas, mis padres. Jacob Davis y Levi Strauss.

Yo me llamo;   Levi´s.

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