Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

7. ESENCIAL (Mercedes Marín del Valle)

Tenía la costumbre de preguntarte cómo ibas vestido, y, aunque podría parecer algo superficial, imaginarte mientras caminábamos por calles diferentes, de ciudades distintas, lo consideraba un complemento necesario. Podía sentir con emoción, el roce de la manga de tu camisa de lino alrededor de mis brazos o el vaivén de tu pantalón veraniego, rozando tus pies desnudos, acomodados en las sandalias. Mirarme en tus gafas de sol polarizadas, para retocarme el carmín o arreglarme el pelo, se convirtió en una costumbre. Sin dejarte hablar, te contaba con detalle qué llevaba puesto. Me entusiasmaba describiendo los colores del vestido y si llevaba los hombros desnudos o era ceñido al talle. Paladeaba cada palabra, buscando respuestas en el ritmo de tu respiración. Quería transmitirte el calor de mi alma y de mi cuerpo. Luego permanecía en silencio unos segundos, para escucharte y, el sonido de tu voz hablaba distinto lenguaje que tus palabras. Sabía que ese era el momento de vernos. Sin dilación, recorríamos los kilómetros que nos separaban y, con el abrigo de verano sobre mi piel perfumada, me sentaba en el umbral, Chez Fabian, justo en el instante en que las luces de tu coche hacían guiños sobre mi figura.

6. Retales de vida

Unir otro capítulo a aquella colcha interminable y abigarrada solía serenarme. Ahora vendían cuadrados ya cortados, especiales para patchwork, pero yo solo utilizaba telas que habían acompañado mi existencia, aunque fueran dispares y no conjuntaran.

Me aliviaba pensar que era el mismo hilo el que cosía un trozo de mi primer vaquero, tan deseado, o del pareo malva, la falda de flores y la camiseta naranja junto a retazos del uniforme gris, frío en invierno, insoportable en verano, que reprimió mi fantasía más allá de la adolescencia.

El algodón gastado del vestido blanco que llevaba cuando te conocí hacía frontera con la seda azul de la camisa que te pusiste el día de nuestra boda.

Había pedazos de pana del pantalón de mi padre y paño del abrigo verde de mi madre, siempre guapa y perfecta. Después mi traje negro. Mi gabardina negra. Mi falda negra. Mis blusas negras. Mi poncho marrón.

Cambié de bobina para añadir los recortes que acababa de hacer: el cuero de tu cazadora favorita, gamuza de los guantes que olían a perfume y lino del pañuelo manchado de carmín.

Satisfecha, despedacé también la franela de mi pijama y me puse un picardías rojo de satén.

5. JUNTALETRAS (Paloma Hidalgo) FUERA DE CONCURSO

Mamen deja de leer la revista que olvidó en su casa la voluntaria de la Ong que lleva meses por el suburbio, enseñando a leer a los niños no escolarizados. Coge una tijera y corre hasta su habitación. Vuelve a salir al patio, guardándose algo en el bolsillo. Quiere seguir leyendo, pero su madre se abanica con ella. Protestando, la mujer cede ante la juntaletras.
Convertida en Carmen, décadas después, sube al escenario a recoger ese premio que reconoce su labor social al frente de una conocida marca de moda, afincada en una zona que antaño fue de exclusión social. Emocionada, saca del bolsillo de su chaqueta una cuartilla plastificada:
-“No se pierdan la camiseta decolorada de la niña, ni los rotos de su pantalón. Observen el deshilachado chándal del adolescente que la lleva de la mano. O los enganchones del jersey de la mujer sonriente, que abraza al hombre de la camisa sin mangas, ni cuello.”-
-Cuando acabé de leer aquel artículo al pie de la foto de mi familia, me fui a reparar mi pantalón, cosiéndole el trozo que corté de la funda del colchón de mi cama. La lectura me trajo hasta aquí. Gracias. Muchísimas gracias.

4. El plus (Sara Nieto)

Con una delicadeza imposible de imaginar en una mujer que guarda cabras en el monte, mi madre va cogiendo el bajo del vestido de Dorita. La tela es blanquísima. Yo solo he visto ese color en los picos de mi hermano cuando madre los restriega en el río y los pone al sol del mediodía sobre las retamas. Dicen que las ricas se casan así por algo de la pureza. Serán cosas de curas, que ellas son muy de misa.  La señora de la casa observa sentada en su butaca cómo nos afanamos mientras se abanica dándose golpes ostentosos contra el pecho.  Mi madre saca la cinturilla y murmura que menos mal que echó sobrante la última vez. Yo supongo que Dorita se atiborra de bombones de contenta que está con su boda. Doña Dora, arrugando el hocico como si estuviera oliendo ahora mismo los picos de Agustinete pero recién cagados, le hace un gesto a mi madre para que se le acerque.

–Atiende, Manuela. No te distraigas. Dice la señora que si terminamos el vestido antes nos va a dar un plus.

Yo no sé qué es un plus, pero emocionada miro los mofletes hinchados de Dorita y rezo por que sea uno bien grande y de chocolate.

3. El taller de costura (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Hace cien años, por los años veinte, los mozos de Trasmiera comentaban en el ambigú del Salón la Estrella de Orejo, la apretura de carnes de las chicas del pueblo. No sólo por aquellos talles de avispa, sino por la rigidez que al tacto notaban en sus espaldas en los lances del baile.

Siempre se le dio bien la aguja a mi bisabuela. Aquella pequeña y pizpireta mujer que desató a la familia de siglos en Cevico Navero para instalar en Valladolid un taller de costura. Poco a poco llegó a coger fama.

─¿Es aquí el taller de la “señá” Simona?, apelaba una nueva clienta.

─Diga usted mejor de Madame Simone, respondía mi bisabuela.

Cuando hacía las entregas llevaba siempre una perrita de cuyo nombre, “Propina”, se servía para salvar la dignidad.

Al taller llegó una aprendiza, Lola, y a sus amores, el hijo de la Simona, mi abuelo Dionisio, el que sería y fue maestro de Orejo.

Pues con Doña Lola y sus saberes costureros se montó en Orejo, en casa del maestro, un concurrido taller de fajas de ballena.

Todavía, yo, con cinco años de edad, hacía arcos y flechas con las varillas que quedaron de aquellos tiempos.

2. ESTILOS Y CIRCUNSTANCIAS (Ángel Saiz Mora -EdH 2020-)

La primera vez que entró en clase enmudecimos. Al silencio le siguieron cuchicheos de admiración y envidia.
Tomó asiento en primera fila, donde estuvo todo el curso, algo coherente con una estudiante ejemplar.
Alejada de toda vestimenta formal mediante prendas básicas, su sobria elegancia despuntaba entre el rosario de marcas exclusivas, una ostentación propia de nuestra universidad privada.
Muchas trataron de imitarla, pero no sabían lucir con igual soltura zapatillas deportivas graciosamente ajadas, ni unos pantalones rotos.
A pesar de ser muy cordial, al término de las clases siempre se marchaba deprisa para estudiar. Nunca pisó la cafetería ni hizo ningún gasto. Ese halo misterioso incrementaba su leyenda.
Un sábado, camino de la pista de tenis, se reventó una rueda de mi deportivo al lado de un mercadillo ambulante. Sin el hombre que tuvo la amabilidad de ayudarme con la de repuesto no habría podido seguir. Extrovertido, me contó que no le pesaba trabajar de sol a sol para ofrecer lo mejor a su familia.
Me acerqué a su puesto de melones, para comprar alguno como agradecimiento. En un cartón, bajo una fotografía de mi compañera, pude leer: «A prueba y a cala, mi hija será abogada».

1. DRAG-QUEEN

Sentarse en un banco del parque, vestido de drag-queen, y echarle migas de pan a las palomas.

Ese era el sueño secreto de mi padre para cuando pudiera jubilarse. Tenía un trabajo tan anodino y aburrido que, tras toda una vida dedicándose a lo mismo, ya empezaba a pensar que estaba volviéndose medio loco.

Cuando pudo al fin liberarse y se dirigía con una gran sonrisa, vestido con las mejores galas del ropero de su madre, a su banco favorito del parque, dió un fatal traspiés con sus tacones, se cayó y se partió el cráneo.

Murió en el acto, pero las palomas pudieron darse un festín con el pan de la bolsa rota que encontraron a su lado.

Sólo a medias, pero pudo cumplir su sueño.

110. SILENCIOS ELOCUENTES (M.Carme Marí)

Natalia puede describir su relación con Alberto como una colección de silencios.

Los primeros fueron de adolescentes azorados, cuando otros descubrían sus miradas de complicidad sin todavía dirigirse palabra alguna. En los inicios de la juventud no se oían sus voces, pues sus manos todo lo decían. Con el tiempo se mudaron a compartir piso y sus labios tomaron el relevo, al recorrer sus cuerpos dejando mensajes de amor sobre la piel.

Adorado silencio cuando por fin el bebé dormía, y acababan ellos también en brazos de Morfeo, rendidos. Luego añoraban los silencios con las peleas de los pequeños y, en cambio, les sobraban al contemplar la cuenta corriente tras la llegada de las facturas. Y, cómo no, calló Alberto acerca del dinero perdido en casas de apuestas. La verdad salió a la luz. “¿Somos nosotros un juego para ti?”, le preguntó Natalia, con lágrimas en los ojos, esperando una respuesta. Pero ese doloroso silencio resultó más locuaz que cientos de palabras.

El último, cerrando la colección, fue el que llenó el aire de espesura cuando ella pasó a recoger sus cosas por el piso. Esa invisible densidad quedó flotando allí como única compañía de Alberto.

109. Recuerdos

Recuerdo tiempos pasados en los que coleccionaba objetos inútiles. Álbumes de sellos, carpetas de monedas, postales de las vacaciones en la playa y tantas cosas más que hoy, además de inservibles, me hacen pensar que perdí el tiempo en ellas de una manera poco inteligente. Quizás fueron buena idea los libros que guardé en las estanterías, repetía títulos en diferentes ediciones e idiomas, idea estúpida pues nunca llegue a aprender otro idioma, pero tampoco. Ahora pienso que me hubiera gustado recopilar con más entendimiento, pero lo que guardé y que sigo acumulando a mi alrededor, no tiene más sentido que rodearme de recuerdos del pasado y de lo vivido. Tus fotos que inundan los muebles de la casa, la ropa que conservo en tu armario que aún huele a ti, los muebles de nuestra alcoba, el rayo de sol que ilumina tu lado de la cama todos los días y los papeles que tengo pegados por toda la casa con tu nombre escrito son mi última colección para que cuando la memoria se borre y no tenga nada que almacenar en ella, al menos tú estés siempre presente en el resto de mi vida.

108. Colecciono olas

Cuando era pequeña pasábamos los veranos en la playa. Lo que más me gustaba era construir una barca con muros de arena cerca de la orilla del agua. Era una barca redonda. Mis hermanos y yo nos metíamos dentro esperando que la marea subiera.

Contábamos olas.

—¡Ahí viene una! ¡Aguantad! —gritaba mi hermano el mayor, con toda su alma.

—¡Otra! ¡No paréis!

Alguna quería llegar, pero se alejaba, hasta que se acercaban las más altas que rompían con fuerza. Se hacían boquetes en los muros de arena mojada y con calderos de plástico quitábamos el agua.

—¡Qué se hunde! ¡Más arena! ¡Al abordaje! —Gritábamos todos a una.

Hasta que el mar se tragaba la barca y corríamos a bañarnos.

Ahora en los días de verano, al atardecer voy a la playa a sentarme en la orilla del mar. Me cubro los pies con arena. Mientras la marea va subiendo voy contando olas. Pierdo la cuenta, hasta que la espuma toca mis dedos, moja la toalla y veo una ola, que se despide marcha atrás acariciando la arena, cuando a lo lejos en el horizonte asoma la cabeza de mi hermano pidiendo socorro.

107. El monstruo

Hecho un gran ovillo sobre su peculiar “patchwork” de lunares, rayas y dibujos bajo la cama, piensa en la prejubilación, a la vuelta de la esquina. La ha pedido a la desesperada. Perderá cierto nivel adquisitivo pero no le importa, no puede más. Lo que quiere es dormir del tirón, a pata suelta. Ahora, pocos días antes de partir, en su memoria se amontonan los sustos con nostalgia; incluso sonríe al recordar con cariño cómo logró aquella colección sobre la que ahora descansa plácidamente, calcetín a calcetín. 

 

106. Miniaturas

Al pelirrojo le hacía trencitas, el moreno quedaba relamido con la brillantina del tupé, pero su favorito era el calvo. Lo acunaba y le abrillantaba la cabeza hasta dejarlo reluciente. Gustaba sacarlos del armario por la tarde cuando su padre dormía la siesta. Los sentaba encima de su cama y se reía mucho cuando se soltaban a hablar; veía cómo se desgañitaban aunque ella era incapaz de entender de qué iba aquel griterío. La hija de Gulliver observaba divertida las venas hinchadas y los gestos de enfado de aquellos hombrecillos e ilusionada imaginaba que si los alimentaba bien y conseguían crecer podría hacer muchas cosas con ellos.

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