Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
1
horas
1
0
minutos
3
3
Segundos
5
5
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

54. Días felices y extraños (Ana Tomás García)

Frente a mí la pared y un retrato en blanco y negro de días felices y extraños. El marcador de la bici elíptica dice que estoy a diez kilómetros de donde empecé. Diez kilómetros, dice.

La fotografía en blanco y negro, y la profundidad de su perspectiva, hace que pueda atravesar el muro, y la bici surca el canal veneciano fácilmente. Los kilómetros siguen contando, y el canal no se acaba nunca. Estaba tan cómoda en aquella góndola… Desireless me canta: “Viaja, viaja…” con un mensaje tan jodidamente pegadizo que me dan ganas de llorar. Sigo pedaleando, tal vez con rabia, y el marcador dice que me alejo,  que quemo distancias y calorías. Y que mantenga la fe, me dice el macizo de Bon Jovi, mantén la fe… Pero por mucho que quiera todo tiene un límite, y el canal, que está frente a mí en la fotografía en blanco y negro de días felices y extraños, no tiene fin, y yo ya estoy cansada,  y si  Tina Turner dice que simplemente soy la mejor, no le voy a llevar la contraria, aterrizo y voy a darme una ducha.

Mañana otra vez, esto solo se pasa a base de engaño.

53. Postureo soviético

 

En su taller en los sótanos del Kremlin, Mijaíl escrutaba negativos con celo de inquisidor. Cuando alguien caía en desgracia, el padrecito quería que se borrase hasta el último vestigio de su paso por la tierra; él era el instrumento, la goma de borrar de la historia. El que se movía no salía en la foto y no moverse era la clave para sobrevivir. Cuando el vodka no fue suficiente para soportar su vida gris de oscuro funcionario, empezó a insertar su imagen en las fotos oficiales de los eventos a los que asistía Stalin. Se le podía ver a orillas del lago Baikal; ante las cúpulas azules de Samarkanda; en la visita a la flota del mar Negro o en Odesa, en las escaleras de la mítica escena del acorazado Potemkin.
En una remota aldea kazaja sus amigos le veían en el periódico y se admiraban de lo lejos que había llegado el aprendiz de fotógrafo que abandonó la aldea con 14 años. No podían imaginar que Mijaíl ya estaba en un tren camino del Gulag en Siberia, la única región que no había conocido con la magia de la fotografía.

52. Los hilos de La Virgen

Solo veo nubes y alguna paloma, pero quiero contarlo ordenadamente. Fue el sol en noviembre quien me animó a salir con mi cámara (soy fotógrafo). Había una pareja en un parque. Estaban solos, apoyados en un árbol. Enseguida  me di cuenta de que tenían edad para ser padre e hija, pero él parecía un depredador. Les hice una foto, ella se asustó y salió corriendo. El tipo me exigió el carrete y me negué.

Cuando lo revelé, amplié la imagen para colgarla en la pared. No paraba de mirarla. Aun así, tardé en advertir la leve agitación de las hojas. Después, se movieron ellos. Me alegré al verla correr. El hombre salió del encuadre. Ella, sin embargo, pasó a un primer plano. De pronto, se detuvo. Oí su respiración. No sé si gritó, pero le tapé la boca. La otra mano no respondía a mi conciencia. Autónoma, se deslizaba por su cuerpo hasta esconderse en sus bragas. Entonces cerré los ojos.

Ahora, desde que aceptaron la foto como prueba de cargo, solo pasan nubes. Lo que queda por contar son nubes, como esa que entra por la izquierda y se pierde por la derecha de la ventana de mi celda.

 

 

51. El paparazzi (Edita)

 

Oye carcajadas femeninas; está seguro de que hay chicas semidesnudas chapoteando en la finca colindante. Armado con su réflex, se encamina hacia el seto medianero dispuesto a disparar. Busca un hueco entre el ramaje que le permita introducir discretamente el objetivo. Como no lo encuentra, debe urdir otro plan. Deja la cámara oculta entre unas matas y vuelve a casa. Regresa poco después arrastrando con dificultad una pesada escalera de tijera, sin percatarse de los surcos que deja grabados en el césped a su paso. Cuando consigue ponerla en pie, subir unos peldaños y ver la piscina de los vecinos por encima del muro vegetal, comprueba que en ella solo queda agua. Tal frustración le hace emitir un berrido estridente, y a punto está de perder el equilibrio. Lo familiares, alertados por semejante grito, acuden a socorrerlo.

—Abuelo, ¿se puede saber qué haces?

—Una revista me ha encargado un reportaje fotográfico. Debo entregarlo mañana.

—¡Qué bien! Ven a tomar el Sintrom, anda. Ya sacarás las fotos en otro momento.

 

50. AL AMPARO DE LA LEY ( GODIRASA)

Encontró sobre su mesa, alineadas en perfecto orden, las fotos del recital macabro. Le bastó una leve ojeada para que su estómago se revolviera y acudiera a su boca un vómito que ahogó con un chillido silencioso. La evidencia, ante sus ojos. Una vez más atrapada en su pasado.

No debió confiar en nadie y menos en él. Ya era demasiado tarde.

Lo había planeado desde la distancia emocional, empleando días y noches de vigilia, evitando caer en los restos de un pasado tormentoso no cicatrizado. Pero, falló.

Recordó el titular del periódico de hace un mes y cómo se sintió al comprobar que todo salía según lo previsto : “SECUESTRO DE UN FAMOSO EMPRESARIO VINCULADO CON LA MAFIA ”. Era él, sin facciones en su rostro deformado, pero aún con ese gesto arrogante. Se encargó de mostrar aquellas pistas que la desvincularan del delito y poder culminar su venganza enquistada durante décadas.

Sin tiempo para dejar su placa y arma,  la puerta se abrió y dos agentes uniformados la detenían por asesinato. Antes de salir de su despacho, vio el cabo suelto de su fallida gesta.

49. El poder de una negación

Siempre cena rapidísimo y, engullendo el último bocado, se transforma en rayo hasta su habitación.

La madre le da dos minutos y va a echar un vistazo.

–Otra vez la cama vacía –no pregunta, asevera Julián, su hermano doce años mayor que la chiquilla.

–Sí, ya está dentro de la foto de papá.

–¡Cómo me gustaría tener esa facultad!

–Y a mí, pero ella fue la única que no creyó que había muerto.

48. CAZA FOTOGRÁFICA (Enrique Ferrer Pérez)

 

—¿Dónde ha ido tu hermano?

—Se ha bajado a fotografiar a los pájaros.

—¿Otra vez está con esas manías suyas? Más le valía hacer algo de provecho.

 

Portaba un saquito de tela repleto de trozos de galletas rancias y migas de pan seco. Conforme avanzaba, esparcía el improvisado alpiste, atrayendo a gorriones y palomas. Estas últimas eran sus predilectas, pues sus pequeños competidores en rara ocasión permitían ser fotografiados cómo a él le gustaba. Marcando un camino totalmente premeditado, condujo a su séquito de aves hasta un paso de cebra muy transitado y vació allí la mitad de la bolsa que le quedaba.

 

—Tenemos que hablar.

—¿Qué pasa papá?

—No puedes seguir así.

—¿A qué te refieres?

—¡Sabes perfectamente de lo que te hablo! Esas malditas fotos. ¡Tienes que dejar de hacerlas!

—¿Qué tienen de malo?

—¿De verdad no ves que tienes un problema?

 

El hombre extendió las fotografías sobre el escritorio como prueba de sus palabras. Eran retratos de pájaros muertos.

47. NO RECUERDO SU NOMBRE

 

Era pequeña, esbelta, tenía una sonrisa agradable y los ojos del mismo tono de verde que los de su hermana mayor, mi compañera de oficina.  La primera vez que salimos a bailar, la besé, pero mantuve la conversación en un tono divertido e intrascendente como escudo para no comprometerme. Así y todo, esa noche terminamos en su cama.

Vivía en un apartamento mínimo, donde la cama sin pretensiones y una mesita de luz con portarretratos y  lámpara, eran todo el mobiliario. En las paredes casi desnudas, sólo colgaba un óleo muy colorido que, según me dijo, ella misma había pintado.

Cuando fue a apagar la luz, la convencí de dejarla encendida y, siempre con la luz, lo continuamos haciendo una o dos veces por semana. En nuestras acrobacias, muchas veces adoptábamos posiciones en que nuestros rostros quedaban separados y una noche ella descubrió que mientras la poseía, mi atención estaba en otro lado.  Fue la noche en la que al levantarse se le cayó el portarretratos, el que me apresuré a devolver a  su lugar.

Para nuestro siguiente  encuentro, había desaparecido el portarretratos  con la fotografía de su hermana. Esa noche me fui más temprano. Y no volví nunca más.

46. Procesador Fotográfico de Comportamiento Temporal

El Departamento de Justicia Experimental del Ministerio del Interior aplica la ley siguiendo el método diseñado desde que empezó a utilizar el controvertido Procesador Fotográfico de Comportamiento Temporal, conocido como TBPP (Temporal Behavior Photo Processor) por sus siglas en inglés. El procedimiento, muy criticado por su formulación paradójica, se basa en dos principios: el hecho irrefutable de que lo que tiene que ocurrir en el futuro va a suceder de manera ineludible, sin que ninguna circunstancia pueda modificarlo; y el propio TBPP, que puede registrar, analizar e interpretar trillones de conexiones neuronales de cualquier asesino convicto, de forma simulada, aunque extraordinariamente precisa, a partir de la digitalización de miles de fotografías tomadas de su rostro. El TBPP es capaz de descubrir, con una fiabilidad del 100 %, según numerosos estudios encargados a universidades independientes y las estadísticas anuales del experimento, si el sujeto sometido a observación habrá vuelto a asesinar en el futuro. Si la respuesta es negativa, es decir, que con toda certeza dicho sujeto no será responsable nunca más de una muerte violenta premeditada, la justicia dictamina su ejecución inmediata. Sin embargo, cuando esta es afirmativa, al asesino pendiente se le permite, de manera inevitable, que siga viviendo.

44. El eterno pasado (Antonio Bolant)

Hace tiempo que amigos y familiares sólo existen sobre una mesa, revueltos en trocitos de pasado inerte a los que el oscilar del péndulo de un reloj de pared proporciona un tenaz contrapunto. Sentado frente a la mesa, el anciano sostiene uno de esos recuerdos en sepia. No deja de acariciarlo con su pulgar, con la misma cadencia del péndulo, mientras sus pensamientos viajan tan hondo que no advierte que el reloj se ha parado al tiempo que las imágenes de las fotografías han comenzado a moverse: tiovivos y norias que giran, gente caminando por las aceras, ramas mecidas por el viento… Tampoco se da cuenta de que el paisaje tormentoso de la foto que sostiene empieza a relampaguear, ni que, refugiados bajo un porche, rostros nunca olvidados sonríen bajo el vaivén de su pulgar.

Cuando el péndulo reanudó su oscilar tras el fulgor de un último relámpago, el anciano ya no estaba allí.

Las facturas no tardaron en echarle de menos, pero sólo una cama deshecha y cacharros por fregar atestiguaban su presencia anterior. Repararon en las fotografías de la mesa, pero desde nuestra dimensión les resultó imposible observar cómo dentro de ellas se estaban sucediendo los reencuentros.

43. AMOR SUBMARINO

Con pudor  confesé  esta historia a  mis amigos, pero su  sonrisa suspicaz me hizo desistir del relato.  Sin la prueba de una fotografía,  enamorarme de una sirena tenía todas las papeletas para que me diagnosticasen algún tipo de esquizofrenia.

Tras el ataque japonés a Pearl Harbour, decidí enrolarme dispuesto a salvar a Europa de Hitler. Se acercaba la Navidad de 1941, jóvenes soldados besaban a sus novias. Multitud de fotos recuerdan las  despedidas antes de subir al crucero USS Indianápolis. Abrazos eternos como la eslora del barco.

Entonces,  aquella chica rubia me abordó, sonrió enigmática  y dijo:           

Bésame como si quisieras ahogarme. Veo en tus ojos que deseas mis labios. Hazme sentir que soy de carne y hueso.  No quiero volver al mar, pero si zarpas en  ese barco… te seguiré.

Cuatro años después,  mientras miraba por la barandilla del barco, descubrí entre las olas su rostro. Nadaba veloz acercándose al casco y gritó  ¡busca un salvavidas, rápido, se acercan  torpedos japoneses! Dos explosiones retumbaron a estribor. Conseguí un chaleco.  Se hundió en minutos. Mil  marineros perecieron.  El capitán del buque no me creyó entonces, pero yo, transcurridos setenta años, sigo intentando que alguien crea que un beso me salvó.

 

42. Fotos (Susana Revuelta)

En la bolsa de rafia, de cuadros blancos y rojos, metió todas sus cosas y todavía le sobró sitio. Se habría llevado también el brasero, pues empezaba a sentir humedades en los huesos. Y el butacón, que aunque con algún muelle roto y lleno de quemaduras de cigarrillo, ya había cogido la forma de su cuerpo y dormía ahí muy a gusto.

Pero al asilo solo podía ir con lo imprescindible: el transistor del que no se despegaba nunca, el gabán descolorido, las mudas más nuevas y el jersey de rombos. Con la ropa que llevaba encima tendría para quita y pon. El tabaco de liar lo había escondido abajo de todo. Y, por supuesto, las fotos de la estantería de la mansarda sin baño ni cocina, donde se había refugiado hacía un tiempo, y sobre la que iba a ejecutarse una orden municipal de derribo.

La de la boda era su favorita. Y la del bautizo del primer hijo, la del verano en Benidorm, la de todos posando felices junto a un Ford Fiesta azul. ¡Cuánta compañía le habían hecho estos últimos años! Ojalá, pensaba mirándolas con cariño, hubiese tenido él una familia así.

Nuestras publicaciones