Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

15. La maga de la costura

Era una mujer extremadamente ligera, como una vara de mimbre, pero resistente a los embates de la vida, cumpliendo con sus deberes de madre y de modista.
Sus manos grandes y morenas dibujaban con el jaboncillo en la tela, prendida con alfileres que sujetaba entre los labios.
Absorta, la veía girar la rueda de la Singer, golpeando el pedal con el pie, sin desviar la aguja para evitar que se rompiera… Aquellos sutiles movimientos con el taca-taca de fondo, la transformaban en una maga de la costura.
Escucho todavía las risas de mi hermana, correteando para llenar el vacío de una ausencia, de la que jamás supimos nada.
«Sois muy niñas para entenderlo», nos dijo a mi hermana pequeña y a mí, después de mostrarle una foto descolorida que hallamos en su armario dentro de una bolsa de tela. «¿Quién era aquel hombre bien trajeado del brazo de mi madre?», pensé.
Para Feli, no existía diferencia alguna entre el día y la noche, ambos extremos se sobrehilaban como un dobladillo, rematando costuras y entregando prendas sin denotar cansancio. Lo principal era labrarnos un buen futuro.

 

14. JUAN Y YO (Jorge Zas)

Juan es un chico guapo, quizás demasiado guapo para ser varón y yo…yo me he enamorado estúpidamente de él. Él me mima comprándome ropa, porque le gusta verme siempre a la última moda, luciendo vestidos de fiesta o faldas muy muy cortas. Cuando estreno modelo, me toma de la cintura y se queda embelesado mirando nuestros cuerpos esbeltos reflejados en el enorme espejo de su dormitorio.

La noche abre la puerta a sus juegos secretos: goza sacándome las prendas una a una y al final, muy lentamente, me quita el tanga, y al hacerlo, sus largos dedos acarician la seda contra mi cuerpo. Él es muy cariñoso conmigo… pero no me desea. Cuando termina  de desvestirme, me guiña un ojo y con su encanto habitual me dice: “trae pa’qui, tú no necesitas esto, tú nunca tienes frío”, y se pone él toda la ropa que acaba de quitarme, se encasqueta mi peluca rubia y comienza a bailar con su imagen en el espejo.

Lo observo frustrada. Me había hecho ilusiones a las que quizás no tenía derecho; por lucir calva, como ahora, por nunca tener frío, por estar condenada, para siempre, a ser solo un pobre maniquí.

13. Nuevas tendencias

Al entrar Camilo en la clase, todo el mundo se quedó mudo. Hasta que la maestra le preguntó sorprendida —¿Has venido a clase en pijama? — y todos empezaron a reírse. A él le dio igual, se sentó. Al salir del colegio, sus compañeros, y otros niños de otras aulas, se acercaron a preguntarle el porqué.

Cuando dio explicaciones, les contó que ya estaba harto de ir como todos los demás y que como en su casa se sentía muy cómodo en pijama, había decidido acudir al colegio también en pijama. A la semana siguiente, su compañero de pupitre imitó su vestimenta, y más tarde, otros niños y niñas de su clase.

No había pasado ni un mes desde que Camilo llegase al colegio y, en el patio del recreo, se podían ver muchos más alumnos con pijama que con chándal o con ropa de calle. También contaban que los sábados hacían «fiestas del pijama» muy divertidas. No había pasado mucho tiempo, cuando en todos los comercios del pueblo, los escaparates exhibían los modelos recién llegados desde la ciudad.

Se había puesto de moda la locura del pijama.

12. Currículum oculto

Los despertares vienen sin previo aviso, y ahí me encontró uno de los míos, en la primera clase de francés.

Puso su nombre en la pizarra, pero yo ni lo vi porque ya estaba mirando las piernas de la primera mujer de verdad que veía en minifalda. Algunas de mis compañeras vestían algo similar, pero me decían más nada que poco.

Odiaba el tablero delantero de su mesa cuando se sentaba. Apagón en el punto álgido.

A veces la seguía al acabar las clases, sabía que ella no iba a reparar en un niñato; y por las noches empecé a hacer eso, que no hace falta nombrar, mientras las veía como columnas del Partenón, aunque fuera materia del curso siguiente.

Me cabreé por primera vez cuando llegaron las vacaciones del verano. Increíble. Y se me hicieron asquerosamente eternas.

Al regreso, iba con un entusiasmo abismal, o abisal por lo profundo, ante el reencuentro. Y apareció con una falda hasta los tobillos, de una tela vaporosa muy coloreada que parecía llamar al viento para que dibujara olas.

Je ne sais pas quelle proportion de la langue des gaulois j’ai appris, me si que l’imagination est encore plus excitante que la réalité.

11. LA REINA DE LA NOCHE

Para Laura fue la noche más feliz de su vida. Estaba sentada en el último anfiteatro.
Su madre se lo había prometido por su sexto cumpleaños:
• Iremos al Teatro Real a ver la Flauta Mágica de Mozart.
Laura observaba los asombrosos personajes.
Dio un respingo. Jamás había visto algo tan bello.
• Mamá, ¿quién es?
• La Reina de la Noche, hija.
Absorta, intentaba descifrar aquel maravilloso vestido negro, con finos hilos dorados que delineaban el escote, los puños y la falda. Mucho después supo que era de organdí suizo bordado. Seguía extasiada el vuelo de su capa de brocado.
En ese momento descubrió lo que quería ser.
Gracias al esfuerzo de su madre, viuda, maestra rural, aprendió el oficio. Se convirtió en la más cotizada modista de teatro y ópera.

Plena de vitalidad, con sus más de 90 años, está sentada en el palco.
Ahí aparece. Su creación definitiva. Petición expresa de la cantante. Luce un exultante vestido acampanado azul turquesa de seda salvaje y grandes mangas. Una obra de arte.
Al finalizar, con los protagonistas saludando al enfervorizado público, la Reina de la Noche le sonríe como solo lo sabe hacer una nieta a su adorada abuela.

10. El apagón

Todas las miradas puestas en él. Ni las jóvenes zancudas que desfilaban sobre la pasarela eran capaces de restarle protagonismo. Mañana saldría en toda la prensa. En las páginas de Sociedad. La Semana de la Moda de Nueva York rendida ante el diseñador consagrado. Intentó ponerse en pie, pero sus huesos se lo impidieron. Desde su asiento en primera fila, movió levemente la mano como agradecimiento. Guantes de piel para ocultar los estragos de la artritis. Demasiados años sobre sus hombros. Deseó morir en ese instante y cerró los ojos. Alguien se los abrió a la fuerza: “Sigue vivo. La descarga solo ha durado cinco segundos”. Otra vez le empaparon con agua salina la cabeza afeitada. Otra vez le ajustaron el casco. Al otro lado del cristal, todas las miradas puestas en él. Extraños olisqueando la carroña. Entre ellos, los familiares de sus dos víctimas. Apretó los párpados con un pensamiento: “El viejo, el viejo… Quiero regresar al viejo”. Pero sus manos robustas seguían luchando contra las ásperas correas que le ataban a la silla. Cubrieron su rostro. Como si una capucha negra fuera capaz de restarle protagonismo. Mañana saldría en toda la prensa. En las páginas de Sucesos.

9. Amelia y Luisi (Javier Igarreta)

Todo empezó con un costurero que le dejaron los Reyes en casa de la abuela Paca. Abrir aquel canastillo de mimbre, con sus hilos de colores, fue para Amelia el descubrimiento de un mundo de fantásticas posibilidades. Algo tuvo que ver su primo “Luisi”, compañero inseparable de juegos. Ambos compartían idéntica pasión por las muñecas y Amelia cosía primorosas ropitas con cualquier trapo que caía en sus manos. Luisi le dejaba hacer sin poder apartar la vista. De vez en cuando intercambiaban miradas de complicidad. Llegó un momento en que se olvidaron de las muñecas. Extenuadas y maltrechas quedaron en el armario del desván. Allí encontraron ropas viejas para seguir con sus juegos. Luisi siempre accedía gustoso ante la desbordante creatividad de Amelia.

Dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio. Amelia llegó hasta lo más alto de las pasarelas. Luisi nunca tuvo claro cuál era su lugar y volvió a la casa vieja. Allá estaba el armario. Se acercó con un nudo en la garganta. Adentro encontró una cuerda. Le pareció algo tan obvio que se acordó de Amelia. Siempre tiraba de la cuerda para encontrar cordura.

8. LOS ENTRESIJOS DE LA MODA

Fue mamá quien le dio este toque de calidad y la que decidió que continuaría yo una tradición de tres generaciones al frente de la boutique de ropa para mujer. Apuntó que debía buscar esposa cuanto antes, alguien especial, capaz de asesorarme en el mundo refinado de la moda. Por eso cada tarde elijo una prenda y salgo en busca de candidata, mientras paseo procuro adivinar sus tallas para advertir si a alguna le sienta bien. Pero no resulta sencillo, a pesar de haberlo intentado con un abrigo de piel de nutria, con un pantalón diplomático de campana, con un gorro de astracán, e incluso con ropa interior de seda. Hasta esta tarde, cuando al abandonar los soportales me empotré contra Juan Luis. Tras el choque supe que a aquel cuerpo le sentaba como a ninguna el jersey de cachemir que llevaba como muestra.

Es una pena que mamá ya no esté entre nosotros, y que compruebe cómo Juan Luis gestiona el negocio, mima a las clientes, y lo felices que somos. Incluso ha salido de él trasladar al sótano el expositor con la colección de prendas de las que pudieron ser mis esposas, para que no se aburra.

7. ESENCIAL (Mercedes Marín del Valle)

Tenía la costumbre de preguntarte cómo ibas vestido, y, aunque podría parecer algo superficial, imaginarte mientras caminábamos por calles diferentes, de ciudades distintas, lo consideraba un complemento necesario. Podía sentir con emoción, el roce de la manga de tu camisa de lino alrededor de mis brazos o el vaivén de tu pantalón veraniego, rozando tus pies desnudos, acomodados en las sandalias. Mirarme en tus gafas de sol polarizadas, para retocarme el carmín o arreglarme el pelo, se convirtió en una costumbre. Sin dejarte hablar, te contaba con detalle qué llevaba puesto. Me entusiasmaba describiendo los colores del vestido y si llevaba los hombros desnudos o era ceñido al talle. Paladeaba cada palabra, buscando respuestas en el ritmo de tu respiración. Quería transmitirte el calor de mi alma y de mi cuerpo. Luego permanecía en silencio unos segundos, para escucharte y, el sonido de tu voz hablaba distinto lenguaje que tus palabras. Sabía que ese era el momento de vernos. Sin dilación, recorríamos los kilómetros que nos separaban y, con el abrigo de verano sobre mi piel perfumada, me sentaba en el umbral, Chez Fabian, justo en el instante en que las luces de tu coche hacían guiños sobre mi figura.

6. Retales de vida

Unir otro capítulo a aquella colcha interminable y abigarrada solía serenarme. Ahora vendían cuadrados ya cortados, especiales para patchwork, pero yo solo utilizaba telas que habían acompañado mi existencia, aunque fueran dispares y no conjuntaran.

Me aliviaba pensar que era el mismo hilo el que cosía un trozo de mi primer vaquero, tan deseado, o del pareo malva, la falda de flores y la camiseta naranja junto a retazos del uniforme gris, frío en invierno, insoportable en verano, que reprimió mi fantasía más allá de la adolescencia.

El algodón gastado del vestido blanco que llevaba cuando te conocí hacía frontera con la seda azul de la camisa que te pusiste el día de nuestra boda.

Había pedazos de pana del pantalón de mi padre y paño del abrigo verde de mi madre, siempre guapa y perfecta. Después mi traje negro. Mi gabardina negra. Mi falda negra. Mis blusas negras. Mi poncho marrón.

Cambié de bobina para añadir los recortes que acababa de hacer: el cuero de tu cazadora favorita, gamuza de los guantes que olían a perfume y lino del pañuelo manchado de carmín.

Satisfecha, despedacé también la franela de mi pijama y me puse un picardías rojo de satén.

5. JUNTALETRAS (Paloma Hidalgo) FUERA DE CONCURSO

Mamen deja de leer la revista que olvidó en su casa la voluntaria de la Ong que lleva meses por el suburbio, enseñando a leer a los niños no escolarizados. Coge una tijera y corre hasta su habitación. Vuelve a salir al patio, guardándose algo en el bolsillo. Quiere seguir leyendo, pero su madre se abanica con ella. Protestando, la mujer cede ante la juntaletras.
Convertida en Carmen, décadas después, sube al escenario a recoger ese premio que reconoce su labor social al frente de una conocida marca de moda, afincada en una zona que antaño fue de exclusión social. Emocionada, saca del bolsillo de su chaqueta una cuartilla plastificada:
-“No se pierdan la camiseta decolorada de la niña, ni los rotos de su pantalón. Observen el deshilachado chándal del adolescente que la lleva de la mano. O los enganchones del jersey de la mujer sonriente, que abraza al hombre de la camisa sin mangas, ni cuello.”-
-Cuando acabé de leer aquel artículo al pie de la foto de mi familia, me fui a reparar mi pantalón, cosiéndole el trozo que corté de la funda del colchón de mi cama. La lectura me trajo hasta aquí. Gracias. Muchísimas gracias.

4. El plus (Sara Nieto)

Con una delicadeza imposible de imaginar en una mujer que guarda cabras en el monte, mi madre va cogiendo el bajo del vestido de Dorita. La tela es blanquísima. Yo solo he visto ese color en los picos de mi hermano cuando madre los restriega en el río y los pone al sol del mediodía sobre las retamas. Dicen que las ricas se casan así por algo de la pureza. Serán cosas de curas, que ellas son muy de misa.  La señora de la casa observa sentada en su butaca cómo nos afanamos mientras se abanica dándose golpes ostentosos contra el pecho.  Mi madre saca la cinturilla y murmura que menos mal que echó sobrante la última vez. Yo supongo que Dorita se atiborra de bombones de contenta que está con su boda. Doña Dora, arrugando el hocico como si estuviera oliendo ahora mismo los picos de Agustinete pero recién cagados, le hace un gesto a mi madre para que se le acerque.

–Atiende, Manuela. No te distraigas. Dice la señora que si terminamos el vestido antes nos va a dar un plus.

Yo no sé qué es un plus, pero emocionada miro los mofletes hinchados de Dorita y rezo por que sea uno bien grande y de chocolate.

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