Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

38. Triste cumpleaños

 

Las primeras luces del alba rozaron su cara, mientras corría a lo largo del acantilado
en el intento de calmar su ansiedad.
Hoy cumplía años. Su familia le esperaba para celebrarlo.
Pensó en su madre y en sus advertencias:
“¡Qué no bebiese alcohol, qué cuidado con las drogas, qué si las malas compañías…!”
Claro que le gustaba disfrutar de la vida, pero siempre dentro de unos límites.
Abrió el cajón de la cómoda de su habitación y retiró la ropa. Allí, debajo, apareció el tesoro:
La caja de habanos artesanos, traídos de cuba por el abuelo, los puros de la boda de su hermana, cinco cajetillas de rubio, dos paquetes de celtas, cigarrillos de varios sabores, además de papel de liar, una pipa tallada de madera de boj y otros recuerdos relacionados, como mecheros y cajas de cerillas.
Después de la comida, les comunicaría el terrible diagnóstico del oncólogo.
En la pared, los ojos de su difunto abuelo le hablaban con reproche.
¿Cómo había repetido su mismo error?
Aspiró profundamente, por última vez, el aroma de los dioses y volcó, lleno de rabia, el cajón en la papelera. Se tranquilizó al palpar una cajetilla en el bolsillo de su pantalón.

37. Cien mil mariposas (Alberto Moreno)

Tío Marcial siempre nos ha infundido respeto (un respeto de esos, cercano al miedo), sobre todo desde que nos desveló la promesa que hicieron él y sus compañeros cuando regresaron de la legión: Hemos jurado cazar, entre todos, cien mil mariposas, dijo. Y, aunque asegura que él cumplió su parte enseguida, sabemos que aún mantiene la afición. Por eso cada domingo, al alba, los primos y yo nos atrincheramos tras las cortinas, para verlo.

Cuando entra, y saca el manojo de agonizantes lepidópteros, ya nos cuesta respirar. Pero cuando además comienza a insertarlos salvajemente por los pasillos, con esa mirada furiosa, haciendo crujir sus cuerpos y llenando las paredes de aureolas púrpuras… sentimos como si la sangre se nos escarchara. Luego, sin embargo, llega lo más desconcertante: Tío Marcial, hombre de costumbres, descuelga uno de los ejemplares (siempre es el mismo: una enorme mariposa macho, de ojos gigantes, antenas robustas), y se internan en su alcoba durante horas. Ahí les perdemos la pista, y tan solo escuchamos fuertes aleteos y extraños susurros.

Finalmente, cuando el reloj de la abuela casi junta sus agujas, lo vemos salir corriendo, a trompicones. Nervioso, por llegar a tiempo a misa de doce.

36. Adjudicado a la joven Venus

A pesar de su misoginia, poseía una  magnífica colección  de retratos de mujer. Obras de arte como “Dorian Gray”, en versión femenina, cegaban su voluntad. Sentía celos por esas mujeres que decoraban su mansión. Temía perderlas,  o incluso,   que alguien contemplara esa  belleza y la difundiese por esa moda  incontrolable de publicar fotos con un  móvil.

Con los años, dominó cualquier puja de subastas de arte. Nunca dudó en pagar una fortuna para conseguir un cuadro mostrando el busto de una reina,  cortesana o la más humilde de las mujeres. Sabedor de su ventaja, valoraba como nadie una pintura. Él, tan maduro, el más experto tasador conocido, reconocía una copia falsa entre mil. Ese prestigio, terminó aprovechándolo porque si calificaba una obra como auténtica equivalía a elevar su precio. Muchos incautos, pagaban lo que él certificase como original,  aunque solo fuese una burda copia, un fraude.

Era, por tanto, un poseedor avaro y terminó convirtiendo su palacete en una infranqueable cámara acorazada.

Pero un día, conoció a una mujer. Le turbó su belleza, su ternura y su juventud. Creía que su rostro estaría en su pinacoteca. Accedió a comprobarlo y le mostró su colección. Días después su vivienda fue desvalijada.

35. Corazones viajeros

—Llegará pronto Esperanza— le digo a la vecinita del tercero cada vez que me pregunta por él. — ¿Podría dárselo, por favor? — me pide tímida mientras saca de la mochila un papel arrugado — Claro, cielo —. Otra constelación de corazones hilvanando las letras de «Miguel». Ella permanece callada en el vestíbulo y se sonroja al sorprenderla, contemplando de reojo, la foto de su primera comunión. Yo trato de contener las lágrimas, mientras pienso en que, si ese corazón viajero no llega pronto, tendré que hacer espacio en esa colección de constelaciones  en la que se ha convertido su habitación de hospital.

34. Madrid 1942

Se ajustó las gafas oscuras y se dispuso a encabezar el cortejo fúnebre con sobria dignidad, como las otras veces. Mientras el cura recitaba sus latines, pensó con sentimientos encontrados en sus difuntos maridos. El primero, un falangista de gomina y sol y sombra, al que se le iba la mano los días de sombra; el funcionario en Carabanchel que decía haber perdido tres dedos en Belchite; el meapilas que afirmaba que el sexo a partir de los cincuenta era grotesco además de pecado, y el taxista taciturno con sus tripas ruidosas y sus lavativas de agua salada para mejorar el tránsito. Todos fueron sucumbiendo como pajarillos famélicos a sus compasivas fórmulas magistrales. Había alcanzado un grado de sutil refinamiento propio de cónclave papal, deploraba la brutalidad escandalosa del arsénico. Acabado el tedioso desfile de pésames, mientras fumaba un Jean, se acercó un viudo apuesto con pinta de comandante de submarino alemán. Retuvo su mano entre las suyas unos segundos y mirándole por encima de las gafas le dijo.

-Venga a verme algún día, es bueno apoyarse en alguien para superar estas pruebas.

32. TRADICIÓN

El anciano recorre la casa. Cada estancia es un regreso al pasado. En una y otra habitación, abre cajones. Encuentra lo que ha guardado en el discurrir del tiempo. Cromos de equipos de fútbol que le apasionaban. Canicas de colores. Monedas en fundas de plástico. Postales de lugares que visitó. Sellos y, ahora… Ahora, colecciona ausencias.

Se fueron padres, amigos, la mujer que ¡tanto amó! y la hija que murió siendo niña. Queda Juan, el hijo. Apenas le ve. Sale temprano a trabajar y regresa al anochecer. Habitan el mismo  espacio pero no se comunican. Juan habla. No atiende sus preguntas, interrupciones, suspiros… Es un monólogo que le desconcierta. Esta, es la ausencia más hiriente.

Una mañana  le dice Debes irte, papá. Él, no entiende ¿Le echa de su hogar? Protesta. El hijo no escucha y  sentencia rotundo. Estoy bien. No te preocupes. Mamá te espera.

En ese instante comprende que ha muerto.  Juan le ha retenido. El duelo ha terminado y regresa la esperanza. Tiene la certeza de que, siguiendo la tradición familiar,  el hijo guarda almas errantes. El padre se desvanece en la nada para ser ausencia en el corazón de los seres queridos.

31. Excelencia

Ya hace años que recibe cientos de cartas de mujeres. Jóvenes, mayores, algunas ancianas, otras casi niñas. Son cartas de amor radical, desesperado, inextinguible, le cuentan sus vidas, sus anhelos. Le piden solo una palabra, un gesto que les de esperanza, le ruegan que haga de ellas lo que quiera, pero que no las abandone, no sobrevivirían al silencio y al desprecio.

Él dedica los lunes a leerlas. Sin falta, ninguna ocupación puede distraerlo de su empeño de armar la más ingente colección de requerimientos amorosos que vieran los tiempos. Las lee con atención casi religiosa. Minuciosamente, le pega a cada una un trocito de papel blanco con su poético comentario escrito de puño y letra. Después, las va guardando en una hermosa cajita de madera alargada con forma de archivador, de modo que, cada martes, el coronel ayudante de campo solo tiene que abrirlo, ir pasando delicadamente los amarillentos sobres entre sus dedos y leer una y otra vez la reluciente tirita con su rítmico ripio, denegada clemencia, cúmplase la sentencia, firmado su excelencia.

30. RECOLECCIÓN (Isidro Moreno)

Antes de iniciar la carrera, el plusmarquista abandonó por un súbito desvanecimiento letal. También corría el coreano, número dos del mundo, por lo que yo ahora podría conseguir el segundo puesto.

A mitad de competición, y bajo el artificial clamor voceado por megafonía, pude afianzarme tras el favorito de esta prueba de mil quinientos metros, pero de pronto, el coreano cayó sobre el tartán; salté sobre él, quedando yo líder, a escasos metros del oro.

Como duelo por la nueva víctima, se ha producido un radical silencio; la megafonía se ha apagado y los boquiabiertos rostros en las gradas permanecen impasibles. En el colosal estadio parisino solo estamos los atletas y unos cuantos jueces con escafandras. El virus pandémico, iniciado hace cinco años, sigue cobrándose víctimas diariamente y ya es la segunda olimpiada sin público, con aplausos y vítores enlatados que, desde luego, no pertenecen a los miles de rostros dibujados en los graderíos ni a los maniquíes disfrazados de policías, periodistas y técnicos de televisión que, como inmóviles esperpentos, decoran el evento.

El aséptico robot que nos impone las medallas me ha entregado una nota, con guadaña por membrete, que dice:

«Serás el próximo para mi colección». Firmado: Coronavirus.

29. EMPAREJANDO SILENCIOS (Belén Mateos)

Cada día los desparejaba, hacia un ovillo con ellos y los almacenaba en un rincón del aparador. Los miraba de reojo, como queriendo controlar su núcleo, como deseando que se unieran con el afán de reencontrase. Pero permanecían en silencio, con un mutismo que le desquiciaba, igual que el suyo.

Cada jornada lo mismo, les daba la oportunidad de unirse y ellos nada, eran como segmentos desmembrados, limitados por esa línea blanca condenada a la afonía.

Los menores perdían el norte sin sus mayores y estos eran demasiado complejos y orgullosos para reconocer que necesitan de ellos para concretar su ente y ayudarle en sus oraciones.

Los comenzó a coleccionar el día que la biblioteca fue quemada por la inquisición y pudo salvar de la hoguera una treintena de letras.

Desde entonces los agrupa cada anochecer en los márgenes de unas hojas en blanco deseando que los humos se les bajen, sus lenguas sean el nexo de unión a ese fonema en el sintagma gramatical de sus ruegos.

28. EL ROSARIO (Ana Tomás García)

La culpa fue de Edgar Allan Poe, pero sobre todo, de uno de sus relatos. Yo ya había comenzado la colección (gracias a mis hermanos pequeños y aquello del ratón, ya me entienden) mucho antes de leerlo; no podía desprenderme de aquellas piececitas que tanto significaban y las fui guardando envueltas en un pañuelo, en el fondo de un cajón.  Pero aquel cuento de Poe me sometió a un hechizo tal, que para ampliar mi colección y darle más valor, tuve que desprenderme personalmente de dos piezas fundamentales y tres piezas secundarias, para añadirlas, paradójicamente, a las que ya tenía; y como mi intención era lucirlas algún día a la vista de todos, las llevé a una joyería para engarzarlas en plata y convertirlas en rosario, como cantaba Juanito Valderrama, pero la muchacha que me atendió puso muy mala cara al verlas (sobre todo por mis magníficos  incisivos, que entre corona y raíz  tienen dos buenos centímetros). En fin, que al final tuve que comprarme una Dremel, y en esas estoy, taladrando dientes con la precisión quirúrgica que pondría un orfebre para que ninguna de las piezas se malogre y puedan finalmente  lucir  en todo su esplendor.

27. COLECCIONISTAS (Diego Cano-Lasso Pintos)

Mi arte lo ejecuto siguiendo leyes de máxima economía y aprovechando material de residuo. Lo doy todo de mí mismo. La materia la unto texturizada en cualquier soporte, que encuentro en contenedores de basura. Lo único que necesita la obra es airearla un poco al sol antes de exhibirse. No me ha resultado difícil conectar con el gusto por lo feo y estrambótico. Eso es éxito garantizado en esta época.

Opino que hago marranadas, por otra parte similares a las que hacen hoy en día casi todos los artistas, solo que yo traspaso límites y por eso tengo obras colgadas en museos de todo el mundo y pujan por ellas los coleccionistas.

El otro día, en una exposición, tuve mucho éxito. A los críticos ya no les volverá a suceder lo del pasado, que cometieron el error de no aceptar rupturas de vanguardia, y hoy caen en el ridículo, con palabras elogiosas a la escatología, por su temor a volver a hacer el ridículo.

Aunque no he desvelado mis técnicas cuando me entrevistan, a algunos se les oye murmurar frente a mis cuadros: «Esta porquería la ha debido hacer con sus propios excrementos».

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