Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

1. DRAG-QUEEN

Sentarse en un banco del parque, vestido de drag-queen, y echarle migas de pan a las palomas.

Ese era el sueño secreto de mi padre para cuando pudiera jubilarse. Tenía un trabajo tan anodino y aburrido que, tras toda una vida dedicándose a lo mismo, ya empezaba a pensar que estaba volviéndose medio loco.

Cuando pudo al fin liberarse y se dirigía con una gran sonrisa, vestido con las mejores galas del ropero de su madre, a su banco favorito del parque, dió un fatal traspiés con sus tacones, se cayó y se partió el cráneo.

Murió en el acto, pero las palomas pudieron darse un festín con el pan de la bolsa rota que encontraron a su lado.

Sólo a medias, pero pudo cumplir su sueño.

110. SILENCIOS ELOCUENTES (M.Carme Marí)

Natalia puede describir su relación con Alberto como una colección de silencios.

Los primeros fueron de adolescentes azorados, cuando otros descubrían sus miradas de complicidad sin todavía dirigirse palabra alguna. En los inicios de la juventud no se oían sus voces, pues sus manos todo lo decían. Con el tiempo se mudaron a compartir piso y sus labios tomaron el relevo, al recorrer sus cuerpos dejando mensajes de amor sobre la piel.

Adorado silencio cuando por fin el bebé dormía, y acababan ellos también en brazos de Morfeo, rendidos. Luego añoraban los silencios con las peleas de los pequeños y, en cambio, les sobraban al contemplar la cuenta corriente tras la llegada de las facturas. Y, cómo no, calló Alberto acerca del dinero perdido en casas de apuestas. La verdad salió a la luz. “¿Somos nosotros un juego para ti?”, le preguntó Natalia, con lágrimas en los ojos, esperando una respuesta. Pero ese doloroso silencio resultó más locuaz que cientos de palabras.

El último, cerrando la colección, fue el que llenó el aire de espesura cuando ella pasó a recoger sus cosas por el piso. Esa invisible densidad quedó flotando allí como única compañía de Alberto.

109. Recuerdos

Recuerdo tiempos pasados en los que coleccionaba objetos inútiles. Álbumes de sellos, carpetas de monedas, postales de las vacaciones en la playa y tantas cosas más que hoy, además de inservibles, me hacen pensar que perdí el tiempo en ellas de una manera poco inteligente. Quizás fueron buena idea los libros que guardé en las estanterías, repetía títulos en diferentes ediciones e idiomas, idea estúpida pues nunca llegue a aprender otro idioma, pero tampoco. Ahora pienso que me hubiera gustado recopilar con más entendimiento, pero lo que guardé y que sigo acumulando a mi alrededor, no tiene más sentido que rodearme de recuerdos del pasado y de lo vivido. Tus fotos que inundan los muebles de la casa, la ropa que conservo en tu armario que aún huele a ti, los muebles de nuestra alcoba, el rayo de sol que ilumina tu lado de la cama todos los días y los papeles que tengo pegados por toda la casa con tu nombre escrito son mi última colección para que cuando la memoria se borre y no tenga nada que almacenar en ella, al menos tú estés siempre presente en el resto de mi vida.

108. Colecciono olas

Cuando era pequeña pasábamos los veranos en la playa. Lo que más me gustaba era construir una barca con muros de arena cerca de la orilla del agua. Era una barca redonda. Mis hermanos y yo nos metíamos dentro esperando que la marea subiera.

Contábamos olas.

—¡Ahí viene una! ¡Aguantad! —gritaba mi hermano el mayor, con toda su alma.

—¡Otra! ¡No paréis!

Alguna quería llegar, pero se alejaba, hasta que se acercaban las más altas que rompían con fuerza. Se hacían boquetes en los muros de arena mojada y con calderos de plástico quitábamos el agua.

—¡Qué se hunde! ¡Más arena! ¡Al abordaje! —Gritábamos todos a una.

Hasta que el mar se tragaba la barca y corríamos a bañarnos.

Ahora en los días de verano, al atardecer voy a la playa a sentarme en la orilla del mar. Me cubro los pies con arena. Mientras la marea va subiendo voy contando olas. Pierdo la cuenta, hasta que la espuma toca mis dedos, moja la toalla y veo una ola, que se despide marcha atrás acariciando la arena, cuando a lo lejos en el horizonte asoma la cabeza de mi hermano pidiendo socorro.

107. El monstruo

Hecho un gran ovillo sobre su peculiar “patchwork” de lunares, rayas y dibujos bajo la cama, piensa en la prejubilación, a la vuelta de la esquina. La ha pedido a la desesperada. Perderá cierto nivel adquisitivo pero no le importa, no puede más. Lo que quiere es dormir del tirón, a pata suelta. Ahora, pocos días antes de partir, en su memoria se amontonan los sustos con nostalgia; incluso sonríe al recordar con cariño cómo logró aquella colección sobre la que ahora descansa plácidamente, calcetín a calcetín. 

 

106. Miniaturas

Al pelirrojo le hacía trencitas, el moreno quedaba relamido con la brillantina del tupé, pero su favorito era el calvo. Lo acunaba y le abrillantaba la cabeza hasta dejarlo reluciente. Gustaba sacarlos del armario por la tarde cuando su padre dormía la siesta. Los sentaba encima de su cama y se reía mucho cuando se soltaban a hablar; veía cómo se desgañitaban aunque ella era incapaz de entender de qué iba aquel griterío. La hija de Gulliver observaba divertida las venas hinchadas y los gestos de enfado de aquellos hombrecillos e ilusionada imaginaba que si los alimentaba bien y conseguían crecer podría hacer muchas cosas con ellos.

105. EL CORO

Las voces jóvenes de la escolanía comentaban entusiastas las colecciones que habían recopilado en algún momento de su vida.

Eran muy recurrentes las de cromos de: futbolistas, minerales y animales. También las de sellos y monedas.

Una voz femenina habló de sus recortables y comics.

Chapas o cartas de la baraja que salían en las tabletas de chocolate fueron mencionadas, uno amante de los juegos.

Moscas a las que despojaba de las alas y encerraba en un frasco de cristal, el grotesco.

Una voz dañada relató sobre su colección de canicas de colores regaladas a cambio de juegos no deseados, de abusos por aquel director del coro. Esas canicas mutaron a ojos de muñecos, luego de gatos y finalizaron con los iris turquesa de aquel director del coro.

Todas las voces se aunaban en una única garganta. Al igual que sus quince personalidades disociadas, en una misma mente. Una sola persona coleccionaba todo aquello. El siguiente paso recopilar los ojos del psiquiatra abusador.

104. Sisofromatem

 

– Hasta siempre, Samsa.

El corte fue preciso: la cabeza rodó por el suelo y sentí sus mandíbulas sobre mi cuerpo recién estrenado. Tan solo quedó el latido de la cópula que nos había dejado exhaustos. Mi abdomen se había pegado sobre su espalda de madrugada. A la luz de la luna llena, la había abordado tras una baile ceremonial: las caricias sensuales de nuestros miembros, los diálogos fragmentados, alegres pero excitados. Dos horas antes me había colado por el resquicio de su ventana para unirme a ella. Hacia el atardecer nos entendimos inconscientemente con las miradas: me conquistó su gesto piadoso de brazos cruzados, casi virginal. Surgió de la nada, como lo mejor en la vida, una ninfa de ojos grandes entre tonos verdes mañaneros, justo después de ver cumplida mi transformación.

Era el principio de una nueva vida. Por fin, me crecían las alas y había abandonado mi estado larvario. ¡Qué difíciles tiempos fueron aquellos!

-Buenos días- saludé eufórico a la mantis.

103. El reparto (Mar González)

Han sido casi veinte años de relación. El día que descubrimos que compartíamos nuestra pasión, pensamos que sería para toda la vida. Pero no todo es diversión. Y aquí estamos.

No hemos discutido ni por los vinilos de los Beatles (el primero lo compraste tú en la universidad) ni por los peces de colores (nunca les diste de comer). Los libros se quedan con la casa, igual que los tiestos de plástico son meros elementos de decoración.

No hemos tenido hijos, así que no habrá disputas por las visitas. Tampoco hay amigos que repartir. Nadie tendrá que elegir entre uno u otro. No habrá buenos ni malos en esta ruptura. Tan solo volveremos a ser tú y yo en lugar de nosotros.

No hemos recurrido a los abogados. Parece una separación fácil.

El problema está en el sótano. Imposible decidir quién se quedaba con qué. Al final será la suerte. Todo está metido en dos maletas, cuatro cajas y seis tarros. Los trajes aislantes, las herramientas y los ojos. Todos azules.

102. Como una más

El escaparate está lleno de muñecas de colección. Un sinfín de muñecas de todas las formas, tamaños y épocas que cuido con mimo y colmo de atenciones. Arreglo sus vestiditos de seda, retoco sus peinados y las ubico de forma que, dentro de la multitud, cada una parezca distinta, especial.
Veo aparecer a la niña casi a diario. Siempre sola y vistiendo un abrigo raído. Se le van las horas contemplando las muñecas, con la mirada de quien ha descubierto un coro de ángeles que habitan un paraíso inaccesible para los que no son de su condición. A mí me da cada vez más lástima ver sus ojos aferrados a lo que unos días me parece una esperanza y otros una quimera. Algo me dice que no es con tener una muñeca con lo que sueña, que lo que realmente anhela es ser una de ellas.

101. Segunda oportunidad (Blanca Oteiza)

Colecciono promesas incumplidas que guardo en el cajón de los despistes intencionados. Cada noche, mientras las ciudades duermen recojo del aire todos los “volveré a llamarte”, “nos vemos mañana” o “te daría la luna por besarte”. Con los años he ido almacenando tantos que el cajón a rebosar me pide que lo libere de su carga emocional. Cada vez que lo abro me gimotea y llora.
Esta mañana me he levantado con el sueño aun perforando mi mente de libertad. He vaciado el contenido de mi cajón secreto y lo he esparcido por el viento desde el balcón. Allá se han ido los “me casaré contigo”, “te querré siempre” o “nunca te olvidaré”. Todos merecemos una segunda oportunidad, incluso las palabras.

100. CONFINAMIENTO

Mi mujer siempre soñó con conocer mundo. Su deseo había creado una brecha en nuestra relación, porque la simple idea de coger un avión me provoca taquicardia y una sudoración en las manos imposible de controlar.

Ahora estamos disfrutando conociendo juntos por internet los lugares que antes no pudimos. Nos levantamos temprano, con la ilusión de no perdernos nada, y paseamos de la mano por el centro de las ciudades. Yo en pijama, ella en bragas y sin sujetador, dando rienda suelta a sus fantasías. Visitamos los museos por Instagram, sin guardar colas y sin prisas. El jueves pasado, en el Louvre, nos besamos con la pasión de dos enamorados recientes y acabamos haciendo el amor en el sofá ante la mirada atónita de La Gioconda.

La última hora de cada viaje la dedicamos a comprar souvenirs por Amazon. Ya tenemos una colección digna de un auténtico trotamundos. Ambos deseamos que esta situación dure eternamente, pero a veces llegan rumores de que nos estamos acercando al final de la cuarentena. Entonces ordenamos la vitrina de los recuerdos y los limpiamos con fervor, para poder recurrir a ellos cuando añoremos los días más felices de nuestras vidas.

 

 

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