Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

63. PERFECCIONANDO A DAVID (Belén Sáenz)

Recién abierto el museo, lo creas o no, sólo hay alguna pareja oriental enamorada. Monjas —siempre tres—. Y yo.

Son apenas las ocho y el mármol de David parece recién aseado, casi fragante. Empiezo rodeando su pedestal con el eco solemne de mis propios pasos. A la tercera vuelta, con escorzo de cuello para no perderme ninguno de sus atributos, me siento algo mareada (notas de saxofón dentro de mi cabeza). Me quedo a un lado, porque la luz es menos hiriente, arrobada en la contemplación del pie flexionado, el vigor del muslo, el sexo inocente, el costado…

Hoy he observado de nuevo esa leve distensión en su costado. Respira, sí. Retengo mi propio aliento para no llevarme a engaño y me sitúo frente a la estatua en espera del estremecimiento del ombligo. La palpitación en la nervadura de las manos, la dilatación del pecho. Enseguida el ceño se desfrunce, las órbitas de los ojos cobran vida con un estupor sorprendido de siglos. «¡Habla!», le ordeno como hizo Buonarotti a Moisés, su hermano de cincel. El vigilante me chista. Aunque no quiero que me expulse ahora que estoy a punto de alcanzar la excelencia, le insisto en italiano: «¡Parla!».

62. Y DE REPENTE, RAQUEL (Javier Puchades)

Bajé a la playa con la intención de sestear la tarde. Al instante, Raquel, la vecinita del tercero, extendió su toalla cerca de mí. Nada tenía que ver con la enana que yo recordaba paseando su muñeco en el cochecito por el parque. Cuando se quitó el pareo, aquella estrella de mar tatuada sobre su pecho cobraba vida con cada respiración. Su melena castaña, deslizándose sobre su espalda, me hizo olvidar sus coletas de niña. Y sus caderas, cimbreándose al ritmo de la música del chiringuito, elevaron mi imaginación hasta el infinito.

En aquel momento, al descubrir la belleza de Raquel, guardé mi niñez bajo la arena.

61. CLIC (M.Carme Marí)

La belleza le ha llamado siempre. Por eso su oficio es immortalizarla. Sus fotos se venden bien, hay quien paga fuertes sumas por ellas. Es un artista con los enfoques y los ángulos cuando compone imágenes. Logra capturar la espontaneidad, la ternura, la inocencia.

Y, ¿qué hay más bello que el cuerpo humano? Esas líneas suaves, que insinúan todo lo que está aún por definir, por ser descubierto.

El vecindario es una fuente de inspiración constante. Agazapado en su ventana puede captar buenas instantáneas, camuflando la lente del objetivo en la oscuridad de su cuarto. Hace un mes se instalaron unos nuevos inquilinos que le brindan material de primera. No bajan las persianas y todavía no tienen cortinas en la habitación de las niñas. Además se ve el lavabo a través de las puertas abiertas. Y tiene que reconocer que las chiquillas son fotogénicas incluso al quitarse la ropa y al secarse con las toallas. ¡Shhht…! Ahora, a las 7 de la tarde, es la hora del baño.

60. Otra forma de mirar (Ginette Gilart)

No hay nada más bello que un atardecer de verano en el mar. A menudo lo decía Guido a sus compañeros de trabajo. Destinado a la fría Noruega echaba de menos el sol de su tierra natal, en el sur de Europa. Cuando llegaba el invierno, los días eran tan cortos y las noches eternas, le atacaba una especie de depresión —la llamaremos melancolía—.
Un año por Navidad los amigos de su pueblo le mandaron un paquete: era una gran lámpara que emitía unos rayos parecidos a los solares. Se exponía el rostro a aquel sol artificial y los inviernos se hacían más llevaderos.
Cuando, por fin, pudo regresar a su país regaló la lámpara al recién llegado que, un tanto extrañado, aceptó el obsequio.
De vuelta a casa, a menudo recordaba con cierta nostalgia los paisajes agrestes de Noruega, sus fiordos profundos y las mágicas luces de sus auroras boreales.

59. Belleza Salvaje (Jesús García Caurel)

En cuánto te vi supe que no debías de estar enjaulado.

El firme golpetear de tus cascos; tu galope fuerte y poderoso; tu blanca y soberbia crin… No eran dignos de estar encerrados en aquel diminuto establo.

Así que decidí abrir aquella puerta que te separaba de tu libertad.

Nunca olvidaré la mirada que me dedicaste al pasar a mi lado. Esa mezcla de orgullo y agradecimiento…

Ahora estoy aquí sentado en mi celda, esperando la justicia del hombre blanco. Pero no me preocupa. Hay otras justicias que son mucho más altas y poderosas que la de los rostros pálidos…

58. El centinela

Sobre nosotros nunca se abatió el hambre ni la guerra ni nos alcanzaron terremotos, inundaciones, sequías ni otras catástrofes naturales. Tampoco caíamos enfermos. La Muerte era incapaz de encontrarnos porque nuestro centinela se encargaba de anunciar su llegada, tocando la campana desde su torre vigía, para que pudiéramos escondernos. Pasado el peligro volvía a tañerla, salíamos de nuestros refugios y regresábamos a nuestra vida cotidiana.

Un día, la Muerte vistió sus mejores ropajes, y engalanada y maquillada como no lo había hecho antes intentó un nuevo acercamiento. Al centinela no consiguió engañarlo, pero tampoco fue capaz de librarse de su encanto ni de las promesas que implicaba su sumisión. Nunca había visto nada tan hermoso como la Muerte. Seducido y entregado se arrojó a sus brazos desde lo alto de la torre, y ella, tras yacer con él, pudo satisfacer su frustración contra nosotros con la saña que solo fermenta una venganza aplazada.

Aunque desde entonces sigue diezmándonos según su costumbre, a veces salimos en su busca para acabar con ella, pero sabemos que consigue huir cuando escuchamos el tañido de una campana. Ahora tiene al centinela de su lado. Aún así, no nos resignamos. Algún día vengaremos al traidor.

57. Autorretrato (Marian Ramos)

En las noches de insomnio Andrè Moury deseaba, por encima de todo, ser capaz de capturar con sus trazos la vida hasta el último matiz de belleza. Una mañana, de repente, los pinceles parecieron volar sobre el lienzo, plasmando unos lirios inmarcesibles, mientras los auténticos se marchitaban en la sofocante sala de pintura.
Eufórico, comenzó a trabajar en obras cada vez más complejas, hasta atreverse con un cuadro de su amante en medio de un Fouetté en Tournant. El giro perfecto parecía a punto de continuar. Los pómulos de la bailarina sonrosados, los músculos tensos, el brillo de minúsculas gotas de sudor sobre la piel tersa. Su musa, por contra, envejecía a cada nuevo trazo, aquejada al parecer de una rara dolencia: los dedos como sarmientos, el pelo canoso, los ojos apagados y bordeados de arrugas, las manos cubiertas de manchas.
El día del entierro, arropado en el dolor por amigos y admiradores, Andrè declaró su determinación de convertirse en el pintor de los invisibles y olvidados: prostitutas, ancianos, mendigos, dementes, desahuciados.
Finalmente, reconocido en todo el mundo por el gran realismo de sus pinturas de denuncia social, se sentó frente al espejo, dispuesto a trabajar en su última obra.

56-Misión especial ( Paz Monserrat Revillo)

Una nueva remesa de Ángeles de la Guarda se encuentra en estos momentos aterrizando con mucha discreción en los principales aeródromos poco frecuentados del planeta.

Los espíritus alados −seleccionados entre las cohortes celestiales con mejores pedigríes y rigurosamente formados en Ingeniería, Literatura y Bellas Artes− son especialistas en frenado y desaceleración. Están entrenados para fomentar la lentitud y la cautela entre los habitantes de esta sociedad de niños que corren hacia sus actividades extraescolares, mujeres que estrenan climaterio a los cuarenta, velocistas entrajados, siniestros emoticonos, partos prematuros, jefes cafeínicos y estridentes despertadores.

Difícil cometido. Sus voces vibran en una frecuencia inaudible en las grandes urbes, son muy sensibles a los metales pesados y poca gente recuerda que la función de los Custodios no es decirle a la gente lo que debe hacer sino avisarles del peligro propinándoles un toque con su ala en el mismísmimo centro de la intuición.

Esta vez traen todos los permisos para pintar puestas de sol, diseminar musas entre escritores y pintores, fecundar la primavera con nueva clorofila, baldear música y abonar los cultivos de amistad.

Sabedores del efecto paralizante que provoca la Belleza, esponjan sus plumas de cachemir deseando ponerse sin demora, volando, en acción.

55. CUANDO LA BELLEZA ESTÁ EN EL INTERIOR

Abrumado por su insultante belleza, el joven no se atrevía a acercarse a ella en clase.
Rosa, sin embargo, odiaba ser el centro de atención de aquellos moscones que le acechaban en cuanto se acercaba a la universidad.
Por eso, sin que él lo supiera se había fijado en aquel joven grueso, desgarbado y tímido, que se situaba al fondo del aula y no hablaba con nadie.
Solo se notaba su presencia cuando intervenía en la hora de Relaciones Internacionales. Entonces se transformaba, se convertía en un gigante de sabiduría singular, cuando desplegaba sus acertados e interesantes análisis de geopolítica.
Sus ideas, llenas de coherencia, dejaban entrever que se trataba de una persona cultivada, con una gran vida interior, preocupada por todo lo que le rodeaba.
Rosa, lo contemplaba desde lejos como quién observa una obra de arte digna de ser admirada, pero también como la mujer que sabe que se encuentra ante la persona con la que desearía compartir su vida.
Fiel a sus impulsos, impidió que las normas sociales socavaran la oportunidad de conocerlo mejor, y sin esperar a que nadie lo hiciese, se presentó:
Hola, soy Rosa, ¿puedo sentarme contigo?

54. Reflejo (Blanca Oteiza)

Las imágenes vuelven cada vez que me subo al coche.
Desde el día del accidente, el espejo me recuerda que la belleza se esfumó de mi rostro, junto a aquel semáforo en rojo.

53. SUSPENSO. (Paloma Hidalgo)

Rompe la foto que se sacaron en el fotomatón que hay al lado del colegio, esa en la que quiso robarle un beso. Luego vuelve a partir por la mitad cada trozo y lo mete en una papelera. A la mierda. Si no fuera imposible, mandaría al mismo sitio el aparato de ortodoncia, y las lágrimas de cocodrilo de Andrea, bien sabe ella quién prendió el pelo de la Barbie. Y la casa canija en la que vive ahora su padre, donde solo puede dormir en el sillón. A la mierda la sonrisa de mamá cuando su nuevo novio habla de deportes durante la cena. Que se vayan allí también la lengua y el violín. Y sobre todo el maldito profesor de gimnasia. Él, sus labios, y su cuerpo sudoroso en la cabina estrecha del fotomatón, y sus palabras al despedirse, eso de los sobresalientes que pueden llegar a tener en su asignatura los niños guapos, a los que la madre naturaleza les regala, además de unos ojos bonitos, el don de la belleza de permanecer bien calladitos. Entonces recuerda que tiene tutoría a las tres, que lleva celofán en el estuche, y vuelve a la papelera saboreando el suspenso.

52. ¿Nos conocemos? (Rosy Val)

Conseguir su sueño y con él su felicidad tenía un precio, y con esa seguridad que proporciona el dinero le entregó al especialista varias fotografías informándole tajante, qué quería y cómo lo quería.

Tras seis meses de reformas concluyó la obra. Admiraba sus ojos, ahora verdes, dominando en esa explanada, tersa y ausente ya de bolsas, zanjas y patas de ave. Y donde antes había una napia aquilina oteando permanentemente sus pies, hoy asomaba una naricilla respingona protegida por un vigoroso pómulo a cada lado. Qué decir de esos rollizos labios y ese mentón fino y altivo, compañero otrora de una extinta papada, coronando su rostro. Se centró después en dos parejas. Por un lado la del frente, desafiante, generosa, lozana y sin miedo a la gravedad. Y por otro, la de la retaguardia, descollando rumbosa, firme y dura, tal y como lucía su actriz favorita en las fotografías que entregó a ese reputado mago del bisturí.

No sabe cuánto tiempo permaneció así, contemplándose extasiada, cuando inexplicable y repentinamente se liberó de su embeleso y dirigiéndose a la imagen que reflejaba el espejo se le encaró malhumorada… 

«¡Y tú quién coño eres!»

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