Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

49. LECCIÓN DE SOCIOLOGÍA (Edita)

Rosario llega al tanatorio y no se despega del cristal. Busca en el rostro de su prima muerta algún rasgo conocido. Los recuerdos de una infancia remota en común invaden la memoria.

Acompañada por sus padres y hermanos, cruza el río en barca y remonta senderos angostos hasta la casa de los abuelos. Allí disfruta las fiestas con Felisa y los demás primos dos veces al año. Aunque, según va creciendo, empieza a molestarle que a su prima nunca le toque dormir en el colchón del suelo y que presuma tanto de colegio privado o vestidos sin estrenar. Un día, Felisa asegura ser gran coleccionista. Rosario desconoce el significado de la palabra. Acostumbrada a tener problemas para renovar un simple lápiz, le cuesta comprender cómo es posible amontonar cosas inútiles. En cambio, entiende al instante lo diferentes que son. Algo entre ellas rompe definitivamente. Cuando, por fin, le presenta su maravillosa colección de envoltorios de caramelos, Rosario alucina; no solo por los papelitos multicolores, sino por la cantidad de golosinas que habrá saboreado previamente.

Huele a caramelo. Se le llena la boca de saliva; y los ojos, de lágrimas. Alguien la coge del brazo sugiriéndole abandonar la cristalera.

 

48. LIGERA DE EQUIPAJE (Carmen Cano – Fuera de concurso)

La mujer que cada tarde dibuja frente al mar acumula caracolas y tristezas. Fija su mirada en el horizonte en espera del barco que le devuelva a su amado. Aunque sobrepasa la cincuentena, viste como la joven hermosa que alguna vez fue.
Ahora que ha muerto mamá está totalmente sola, pero el duelo le dura tan solo una semana, los siete días que tarda en descubrir las cartas cerradas de su antiguo novio. Llora hasta la última, en la que rompe su compromiso.
Con los ojos ya secos y bien abiertos, pone en venta la casa familiar, se corta el cabello a lo «garçon» y marcha a París, dispuesta a aprender de los artistas que la habitan y a coleccionar experiencias.

47. Fiebre

Él, que no sabe nada de la colección de mis últimos años, que no sabe que estoy al abismo de las cuatro décadas viene y me atrapa en su sonrisa, y pasa su mano treintañera por mi brazo y repite el movimiento… y siento su tibieza. Y en milésimas de segundos me pongo tensa pensando en las tareas fuera de la oficina, en mis hijos, en la ropa sucia, en mi cuerpo somnoliento. Pienso en lo mal que está demostrar que me gusta que me mire, que se acerque y me toque tiernamente. Siento la vergüenza de que note mis tensiones, y lea una parte de mis miedos, y le dé risa desde un lugar distante y frío.

Me veo patética, sufriente por la maraña de mis sentimientos, por la incomodidad de no saber si el percibe mi colección de amores olvidados, y me toca como se toca a las mamás asustadas ante la fiebre del niño.

46. DIENTES DE LECHE (Paloma Casado)

¿Qué hace el Ratoncito Pérez con tantos dientes? Era la pregunta que todos le hacíamos cuando empezamos a cuestionarnos el mundo. Pero el mundo era demasiado oscuro y la señorita Ana inventaba para nosotros un sinfín de historias con las que pudiéramos soñar. Nos hablaba de un palacio de nácar en donde vivían las sirenas o de un tesoro oculto en el corazón de la tierra custodiado por un dragón ciego. Alimentaba nuestra imaginación igual que nuestros desnutridos cuerpos de huérfanos. Nunca nos faltó un regalito bajo la almohada. Sin duda pasaría muchas noches cosiendo muñecos de trapo o tricotando mitones y calcetines.

Continué visitándola cuando salí de la institución y ahora que nos ha dejado para siempre, he descubierto emocionada la verdad. Entre sus escasas pertenencias: las viejas gafas de miope, un libro grueso de cuentos y su carnet de identidad, encontré una caja grande de latón. Y dentro de ella, clasificados en paquetitos con nuestros nombres, los pequeños ladrillos del palacio marino, las piezas del tesoro del dragón.

45.- Diez mil y un finales

La exquisita preparación de cada golpe y una reconocida destreza al cometerlos me concedían titulares cada semana. Ni las cámaras de seguridad ni los testigos eran capaces de aportar nada sobre mí. Pero, mejor o peor, todo tiene su final, como algunos libros, y el mío, al parecer, había llegado. Me atraparon dos días después de que la televisión mostrara mi retrato robot.

El juez comienza repasando la interminable lista de los hechos que se me imputan. Realmente, siempre es el mismo, repetido en mil lugares: entro con sigilo cuando el librero atiende a otro cliente, saco mi afilado cúter y amputo con precisión quirúrgica la última hoja de todos los libros a mi alcance. Decenas de ejemplares de novelas y best sellers, biografías y hasta manuales de autoayuda quedan mutilados en minutos, sin un desenlace o un final que contar. Me relamo mientras las corto delicadamente. Mi colección, convertida ahora en prueba de cargo, la componen diez mil últimas páginas vírgenes. Nadie, salvo yo, las ha leído y acariciado. Son solo mías.

El magistrado se dispone a leer mi condena. Babeo al verlo embrollarse con sus papeles. Me mira amenazante: no aparece el folio final de la sentencia.

44. El reincidente

Descubrí que compartía mi casa con alguien una tarde al volver del trabajo: había un vaso en el fregadero. No fue un descuido.

Sus maneras me divertían: el televisor en un canal distinto, una silla mal alineada, la cortina ligeramente descorrida, incluso cambió de sitio un libro de la estantería. Yo le seguía la corriente: la hoja del almanaque por arrancar, un armario medio abierto, el papel higiénico sin reponer, un reloj en una hora equivocada. Si por una parte se alteraba el orden, por la otra se restituía. Luego nos repartimos tareas: hacer la colada, planchar la ropa, limpiar el cuarto de baño, llenar el frigorífico…

Reúno ahora las figuras del rompecabezas que dejamos a medias.

Desde niño amo las colecciones: el álbum de Vida y color, las novelas de detectives de Bruguera, las películas de Mankiewicz, los vinilos de jazz de Blue Note… No he conseguido acabar ninguna. Pero nada está escrito de antemano.

Por eso yo también he abandonado nuestro refugio. Para buscar las piezas restantes en otro lugar, de modo diferente. Por completar el puzle.

43. LA EXTRAÑA PAREJA (Rafa Olivares)

La vieja Celestina gustaba de recopilar, en una libreta de tapas de hule negro –quién sabe para qué beneficio futuro–, los acomodos amorosos que conseguía amañar. Y más empeño ponía cuanto más disparatada parecía la componenda. Siempre andaba de aquí para allá con sus urdimbres a recoger o entregar encargos. De palacetes a conventos, de caballerizas a tugurios, de luminosos salones a oscuras alamedas. Portaba en el refajo ora una misiva, ora una flor, ora una dádiva, ora una prenda, ora un ungüento que consiguiera atrapar voluntades y permitiera copular a un príncipe con una lavandera, a un palafrenero con una doncella, a un alabardero con una mesonera o a un franciscano con una clarisa. Incluso, si se terciaba, a un pastor alemán con un gran danés; y solo uno de ellos de raza canina.

 

42. Repertorio de cine -Calamanda Nevado-

Ayer, martes y trece, me levanté con el pie izquierdo y estéril. A  última hora se presentó la mujer de Pedro, mi amigo,  acatarrada,  y nos sentamos a comer trece  a la  mesa. No dejé de recordar la maldición del Coronavirus y de  Marte,  Dios de la Guerra romano. Necesitaba relajarme  y  llegué hasta los  pinos chatos. Se me cruzaron unos  gatos negros, quizá caminan hacia mí, me dije,  y me espera la suerte. Había quedado con María para merendar,   no quise desbaratar nuestros planes de boda, pero estaba nervioso. Al acercarle la sal tiré  el salero al suelo y  se vertió. Cogí un pellizco de la  sal derramada y lo arrojé a   mi espalda por encima del hombro izquierdo, entonces se rompió la  silla. Salimos,  quería  besarla y  le cedí la acera.  Pasé por el empedrado sin advertir, en ese momento,  que lo hacía debajo de una escalera apoyada a una pared; atravesé la figura  geométrica sagrada, el triángulo, el ojo de Dios. Decidimos   rodar  por la alfombra y fuimos para casa.  De camino  nos asaltaron pero no llevábamos dinero ni móvil.   Cuando llegamos mi herradura de la  suerte colgaba en   la puerta exterior con las puntas hacia abajo.

41. EL COLECCIONISTA (Pilar Alejos)

Trabaja en su máquina de coser ilusionado por acabar su nuevo diseño. Un año más, prepara su disfraz de carnaval con bastante antelación porque conoce la dificultad que entrañan los preparativos. Esta vez, ha tenido que seleccionar con sumo cuidado cada una de las piezas que lo componen. Es muy perfeccionista. Ha elegido las mejores, pero se ha visto obligado a correr demasiados riesgos. Confeccionar un modelo tan especial como este requiere de mucha paciencia, saber dar las puntadas precisas y extremar los cuidados para evitar su deterioro.

Revisa su calidad sobre el maniquí, que no posea imperfecciones. Comprueba con detalle, una a una, todas las costuras. Luego se lo prueba ante el espejo. Se siente muy cómodo con él. Le queda como un guante. Suspira aliviado. Una presión en la entrepierna le recuerda cuánto deseaba volver a sentir ese tacto sobre su piel. Tan solo le falta un complemento para ser perfecto. Aunque lo tiene localizado, espera a poder conseguirlo con seguridad. Así rematará su obra. Será la nueva estrella de su colección.

Cuando ve que regresa sola a casa la dueña de la melena pelirroja elegida, se estremece de placer.

 

 

39. APERTURA DE CONCIENCIA

Toda una vida coleccionando años de matrimonio y a punto de cumplir las bodas de oro, despertó tras una noche agitada por sueños retrospectivos e inconexos y al mirar a su derecha se preguntó sorprendida ¿qué hace este viejo en mi cama?

38. Triste cumpleaños

 

Las primeras luces del alba rozaron su cara, mientras corría a lo largo del acantilado
en el intento de calmar su ansiedad.
Hoy cumplía años. Su familia le esperaba para celebrarlo.
Pensó en su madre y en sus advertencias:
“¡Qué no bebiese alcohol, qué cuidado con las drogas, qué si las malas compañías…!”
Claro que le gustaba disfrutar de la vida, pero siempre dentro de unos límites.
Abrió el cajón de la cómoda de su habitación y retiró la ropa. Allí, debajo, apareció el tesoro:
La caja de habanos artesanos, traídos de cuba por el abuelo, los puros de la boda de su hermana, cinco cajetillas de rubio, dos paquetes de celtas, cigarrillos de varios sabores, además de papel de liar, una pipa tallada de madera de boj y otros recuerdos relacionados, como mecheros y cajas de cerillas.
Después de la comida, les comunicaría el terrible diagnóstico del oncólogo.
En la pared, los ojos de su difunto abuelo le hablaban con reproche.
¿Cómo había repetido su mismo error?
Aspiró profundamente, por última vez, el aroma de los dioses y volcó, lleno de rabia, el cajón en la papelera. Se tranquilizó al palpar una cajetilla en el bolsillo de su pantalón.

37. Cien mil mariposas (Alberto Moreno)

Tío Marcial siempre nos ha infundido respeto (un respeto de esos, cercano al miedo), sobre todo desde que nos desveló la promesa que hicieron él y sus compañeros cuando regresaron de la legión: Hemos jurado cazar, entre todos, cien mil mariposas, dijo. Y, aunque asegura que él cumplió su parte enseguida, sabemos que aún mantiene la afición. Por eso cada domingo, al alba, los primos y yo nos atrincheramos tras las cortinas, para verlo.

Cuando entra, y saca el manojo de agonizantes lepidópteros, ya nos cuesta respirar. Pero cuando además comienza a insertarlos salvajemente por los pasillos, con esa mirada furiosa, haciendo crujir sus cuerpos y llenando las paredes de aureolas púrpuras… sentimos como si la sangre se nos escarchara. Luego, sin embargo, llega lo más desconcertante: Tío Marcial, hombre de costumbres, descuelga uno de los ejemplares (siempre es el mismo: una enorme mariposa macho, de ojos gigantes, antenas robustas), y se internan en su alcoba durante horas. Ahí les perdemos la pista, y tan solo escuchamos fuertes aleteos y extraños susurros.

Finalmente, cuando el reloj de la abuela casi junta sus agujas, lo vemos salir corriendo, a trompicones. Nervioso, por llegar a tiempo a misa de doce.

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