Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

58. SERÁ NIÑA

Me lo compraron todo de color rosa. Estaba a punto de nacer, me quedaban
poquitos días. Aquella madrugada cuando nací, mi nombre ya no sería Teresa.
Ahora había que cambiarme el nombre.Pensar en otro, no era niña como todos
habían pensado. Era un varón. Fue una testarudez de toda la familia. «Será
una niña».
En aquella época no existían los monitores de ecográficos. Al preparar el
ajuar para el bebé, como iba a ser una niña, todo tenía que ser de color rosa.
Si eras niño te vestían de azul. ¿Y ahora qué? Que hacían con toda esa ropa
rosa. Ahora era Manuel (Así me pusieron de nombre). Los niños tienen que ir
vestidos de azul, si lo vestimos de rosa, lo convertiremos desde niño en un
afeminado. Desnudito. Me tuvieron envuelto en una sabana del hospital hasta
solucionar tan gran problema.

57. ROSA MARICÓN RAMÓN (Belén Sáenz)

Los tíos corren delante de los grises y huyen de toda mezcla de rojo más blanco. Primer mandamiento: Ni siquiera mencionan el color tabú. Nada de lacostes fucsias anudados a la cintura. Fuera la piruleta de fresa porque tiñe peligrosamente la lengua. Guerra a las gambas con salsa rosa (¡salsa coctel!). Y esquivan la atadura de los labios de una chica desnudos de carmín, decía mi amigo.

Oponía a mis reproches y burlas el embiste de sus ojos mansos. Yo quería que se acogiera a mi ejemplo, que dejara atrás la camaradería mal entendida. Insistí hasta el día en que me subió la manga y me enfrentó al galope desbocado de mil hipodérmicas en mi antebrazo. No volvimos a dirigirnos la palabra. Años después despejó rencores para visitarme en el hospital donde estaba ingresado. Por aquel entonces, harto de arrastrar por la vida aquel nombre pesado, de linaje camionero, se había convertido en Monchi y ponía chapas en Chueca. Nos abrazamos sabiéndonos consumidos ambos por el mal de las cuatro siglas. El cáncer rosa (finalmente tuvimos que afrontarlo) se iba a encargar de expulsar del paraíso de la Democracia a Ramón y a Adán.

56. Tabú rosa

Mi madre tenía una relación extraña con las palabras, no en vano era filóloga. Por ejemplo, la palabra rosa, no la podía ni oler. En mi casa era tabú: no se compraba nada rosa, estaban prohibidos alimentos como la mermelada o el helado de fresas. Si llegaba un ramo de rosas a casa iba directamente a la basura. Un día ella me hizo tirar un bocadillo de mortadela que me había traído la abuela y me quedé sin cenar. Aunque de puertas afuera formábamos mi madre y yo una familia normal,  la alergia al rosa trastornaba mucho la vida diaria: no pude presentarme al campeonato de gimnasia rítmica porque el maillot del grupo era rosa, tuve una profesora llamada Rosa a cuyas tutorías nunca acudió…Me consolaba pensando que el rosa era al fin y al cabo un color secundario; peor hubiera sido el rojo, entonces nos habríamos saltado los semáforos. Nunca quiso confesarme los motivos de tal aversión, así hasta su entierro prematuro, al que mi padre acudió del brazo de su esposa actual, aquella por la que había dejado a mi madre y a la que finalmente conocí: Rosa.

55. La Vie en Rose (David García Pérez)

«La vida en rosa.» Aquella fue la promesa que siempre me mantuvo unida a él. Ese deseo de dejarlo todo atrás y huir lejos del estrés de la ciudad. Él siempre bromeaba con construir una casa en algún lugar perdido que hiciera honor a mi nombre, Rosa, con un color brillante y un precioso jardín de rosas. Pero fue ese mismo rosa, aquel que apareció en la comisura de sus labios, gracias a la ayuda de alguna furcia de pueblo, el que manchó el precioso vestido rosa con el que lo enamoré, en un rojo anárquico y violento.

54. Rosa coral (Anna López Artiaga / Relatos de arena)

Desde que pintaron la escalera con el color de moda la vecina “malaspulgas” del segundo me da los buenos días y sonríe aunque los niños bajen saltando los escalones de tres en tres. La hija de los del primero ha florecido repentinamente y la portería se nos ha llenado de muchachos adolescentes que acuden cual abejorros y que siempre, siempre, se equivocan de piso en el telefonillo. Además, la viuda del entresuelo ha mudado su vestuario y se rumorea que en los bailes del hogar ya no rechaza las invitaciones de los jubilados que la cortejan al estilo de antes.

Por contra, la mujer del presidente se ha fugado con el del quinto segunda y encima les ha tocado la primitiva. En la última junta, la vecina del quinto ha propuesto, entre lágrimas, que se pinte de nuevo la escalera. El presidente, al que todos llaman ya “el cornudo”, nos ha enseñado un muestrario de colores grises con el que pretende que la comunidad recupere la normal convivencia.

Personalmente, prefería el blanco, neutro y limpio, pero tengo por costumbre no bajar a las reuniones de escalera.

53 Enamorado por siempre

Yo siempre albergaba la esperanza de que, tarde o temprano, encontraría el amor definitivo.

Luisa me fue presentada una tarde de fiesta. No me gustó tanto, pero pensé que podríamos encajar.  Tenía unos penetrantes ojos azules, melena equina y labios rosa, que parecían pintados: su sangre se amontonaba en ellos para atraer, para embelesar. Hablamos, nos piropeamos y, al rato, sin yo apenas darme cuenta, me agarró por la cintura, tomando la iniciativa, y me besó largamente. Me enamoré de inmediato. Me sacó a bailar en la verbena, sin dejar de besarme y mirarme profundamente cada vez que lo hacía. Con cada beso, sus labios se tornaban más y más rosa…

Aquella noche, me invitó a cenar a su casa. Sus ojos despedían un azul nunca visto hasta entonces. Sus labios, más carnosos y rosa que nunca. Antes de sentarnos, me miró fríamente y, a continuación, me besó con violencia. No pude reaccionar ante el segundo y carnal beso. Estaba hipnotizado, y, al tiempo, la quise matar para tenerla para siempre.

A la mañana siguiente, llevé al funeral de Luisa una corona de grandes rosas rosa, profundamente enamorado por siempre jamás…

 

52. Tiempo habrá de más rosas (Joaquín Collado Sevilla)

Ella quiso acostarse a su lado. Se retocó con su perfume y se puso el camisón rosa que guardaba para la ocasión. Bajo las sábanas se cogían las manos y se miraban dulcemente a cada instante.

-Perdona mi amor -dice él-, mi ramo de rosas no llegará a tiempo.
-Descansa mi vida -contesta ella-, ya me regalaste un mundo rosa… Jamás imaginé tanta felicidad.

Sus dedos se trenzan entre sus manos, se acarician en silencio y se amarran fuerte esperando que la vida se vuelque… Llega el momento y ella se aferra a él derramándose en sus lágrimas, pega su mejilla a los labios de su marido y susurra:

-Amor, no me dejes, llévame contigo…

Cumplían setenta y cinco años de amor. Sus hijos y nietos les habían dejado unos minutos solos, como les pidieron. Esperaban el desenlace de él, pero, no el de ella; mas, lo entendieron cuando llegaron los dos ramos de rosas. El primero, de él para ella, decía en su tarjeta: “No nos separamos, te amaré siempre, tiempo habrá de más rosas”. Y en el segundo, de ella para todos ellos, leyeron: “perdonadme, él es mi vida y mi vida va con él”.

51. Rosa ajado (Edita)

 

He crecido, y el rosa bebé de mi piel, que tanto le gustaba, desapareció. Por eso debe acariciarme o darme palmaditas y pellizcos; para recuperar el color perdido, según dice. A veces me desnuda a ver si mejoro. No creo que sirvan de nada sus experimentos, pero callo por no disgustarlo.

Hace una semana o así, me hizo chupar una cosa con los ojos cerrados. Era el remedio definitivo, por lo visto. Aquello no me gustó y se lo conté a mamá cuando volvió del trabajo. La cara que puso asustaba mucho. Después de abrazarme con fuerza, se fue pasillo adelante llamando a gritos al abuelo.

Desde entonces, no vive con nosotros ni he vuelto a verlo. Si pregunto por él, se ponen todos tristes y dicen que lo olvide. Yo pienso que le ha pasado algo al pobre, y me lo ocultan porque soy pequeña.

 

50 Niños libres

Mis padres presumían de educarme en la igualdad y en la libertad. Es por eso que, a pesar de ser niña, no quisieron imponerme el color rosa en la ropa, en las mochilas, en los juguetes y en todo lo demás. Fruncían el ceño si pedía algo rosa. «¿No te gusta el azul?», preguntaban. Si respondía afirmativamente, sonreían. Este color se convirtió en mi color: ropa, mochilas, juguetes y todo lo demás. «Recuerda que eres libre: puedes elegir el color que quieras», repetían una y otra vez. En el colegio, me conocían como «la Pitufa»

Ahora tengo un hijo, un niño. Quiero que sea libre, ajeno a la dictadura de los estereotipos. Por eso, le digo que no tiene la obligación de elegir el color azul para sus cosas. «¿Y no te gusta el rosa?», le pregunto. Si responde que sí, sonrío.

49 Del ocaso al amanecer (Juana Mª Igarreta)

Hoy han vuelto a la casita de la playa. Las horas han pasado y, como olas en el mar del tiempo, han ido lamiendo las heridas y redondeando las cortantes aristas de la tristeza.

Mientras Nicolás se encarga del equipaje, Julia abre cortinas y ventanas, dando paso a la tenue luz del atardecer. Al contemplar el rosado horizonte, una sensación agridulce se adueña de ella; sabe que el día más luminoso puede ser absorbido por el vértigo de un aciago instante.

A la mañana siguiente, mientras el columpio mece su vacío, Nicolás contempla la piscina; para disipar la sombra que ha anidado en su fondo, necesitará mucha pintura y la luz de muchos soles.
Bajo el frondoso sauce, testigo callado de péndulas hojas, Julia teje con hebras de renovada esperanza una chaquetita de suave perlé rosa.

48. Balancines rosas

Balancines rosas

Julia se apoltronó en su sofá francés y lanzó los zapatos de marca al aire, que fueron a estrellarse contra la pared.
Nunca se aburría y era feliz, aunque a veces, tenía pequeños remordimientos y creía que alguna enfermedad acabaría con su bienestar.
Una vez a la semana se sentaba en un banco del parque a charlar con los abuelos, que cuidaban de sus nietos. Necesitaba dosis de realidad y de conocimiento de otros mundos alejados del suyo, para no perderse entre paredes de color rosa.
Agradecía, a diario, este regalo de la vida e intentaba comprender a las personas que sufrían.
Colocó la taza de café sobre el mantel de lino (amaba los objetos bonitos) y abrió el periódico por las páginas internacionales.
“El muro entre Estados Unidos y México seguía su curso”. Niños separados de sus padres.
En medio de tanto dolor, un respiro.
Una empresa privada americana había construido varios columpios, color rosa, que colocó en medio del muro. Un lado del balancín se sustentaba en ciudad Juárez( México) y el otro, en tierra americana. Padres y niños olvidaban su tragedia y, por unos instantes, sonreían.
.-Capacidad del ser humano para sobrevivir en  circunstancias difíciles.

47.- El chicle (Adrián Pérez Avendaño)

De su boca ha comenzado a salir una pequeña pompa rosa que, sin embargo, a cada soplido, va haciéndose más grande y traslúcida. Sopla como quien respira y, aunque apenas puede verlo, la elástica esfera rosada va atrapando todo lo que tiene delante: su móvil casi sin batería, la bicicleta de su hermana, el cerezo en flor, la casa con corral de sus abuelos, la piscina del pueblo atestada de niños, la iglesia románica, kilómetros y kilómetros de vías de tren abandonadas… Y todo por puro aburrimiento, por no tirar el chicle, que, desde hace un rato, ya no sabe a nada.

 

 

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