Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

97. LA HOZ Y EL ANTIDIO (Toribios)

Se ponía rojo por todo. “Niño, sal y di al cobrador que no estamos”. Abría la puerta y el cobrador se iba diciendo “ya, ya…” y haciendo muecas. En clase tenía fama de acusica. Le gustaba una niña, y se pasaba los recreos como un semáforo. Era un desastre. Sobre todo porque a Antidio lo que más le gustaba en el mundo era ser espía. Le subyugaban esos agentes de las películas con sus mini cámaras y sus microfilms y sus zapatos con teléfono. Pero Antidio nunca podría ir por la plaza Roja disfrazado de uzbeko. Jamás podría mentir a la KGB sin que su cara hiciese palidecer a las banderas. Lo sabía y sufría. Le hablaron del autocontrol y se puso a ello con denuedo. Estuvo años practicando hasta conseguir el objetivo. Por fin podía decir “no hay nadie en casa” sin delatarse. Corrió al ministerio de Defensa. “Quiero ser espía”, dijo al centinela. “Pero ya no hay muro”, le contestaron. “Vino la glasnost, la perestroika, Gorbachov, Yeltsin, Putin”. No entendía nada. Pero lo peor fue cuando le dijeron aquello de si no era ya muy mayor para andar con esas cosas. Se puso rojo como un tomate.

96. DOMINGO ROJO (Laly)

Hoy Lucía tiene una belleza especial.

El maquillaje le da un aspecto natural y relajado, su leve sonrisa desprende una extraña calma y parece sentirse en paz consigo misma. Va cubierta de pies a cabeza con su color favorito, a juego con la fecha del calendario. Ni que la hubiera elegido…

Hace tiempo que no recibe a tanta gente.

El pelo suelto y el vestido rojo marcando su silueta, aunque no sean lo más apropiado para la ocasión, han sido un acierto. Así se siente cómoda. Tampoco los tacones de aguja son una elección perfecta y no parece preocupada por sus medias de rejilla, tan frágiles como ella.

Su perfume, Eternity, alivia el olor a incienso de la iglesia y encubre el aroma de las flores. Sobre el ataúd, alguien puso su cajita de música, que atenúa los sollozos, el murmullo de los rezos y a eso de las cinco, las campanas tocando a muerto.

Los testigos aseguran que la vieron parada, mirando la línea roja del horizonte, como esperando algo. Otros dicen que el vestido, el Ferrari y el semáforo eran rojos.

Casualidades del destino.

Hoy Lucía tiene una belleza especial, como si se hubiera reconciliado con la vida.

95. Juguete roto.

Lo admito: He soñado con Lucrecia Nogales desde que se instaló en el piso de abajo y escribió su nombre en el buzón con esmalte de uñas. Rojo. Hembra de allende los mares, exagerada en tacones, contornos y gestos, parecía someter al mundo. Observar sus andares calle abajo, era un dulce suicidio al que me sometía a menudo. A su paso, dejaba un aroma intenso en el ambiente que me arrastraba hacia ella, como un yonqui hacia el callejón.
Llenó el edificio de fiestas, jóvenes tatuados, alcohol, ruido y polémica, taladrando el silencio y el sueño. Difícil descifrar si los gritos eran de placer o dolor.
Hoy, de nuevo, voces y música extrema rompieron la noche. Silencio. Sirenas. La luz intermitente y rojiza de la ambulancia ilumina y apaga, ilumina y apaga, una muñeca desmadejada en la acera, brazos y piernas mulatas: todo roto. Un zapato deshabitado clava el tacón en el aire y en mi conciencia. Acodado en la terraza, mis lágrimas mezcladas con parpadeos de sirena producen un collage rojizo, casi hermoso, sangre, pánico, culpa e impotencia. Por primera vez veo la cara niña, desnuda de maquillaje y carmín, indefensa y asustada. Siento vergüenza y vomito.

94. Una tragedia increíble (Juana Mª Igarreta)

Nereo, el anciano dios de los océanos, ha sorprendido a Tetis ovillada en el fondo marino. La joven nereida teme desvelar a su padre el motivo de su desolación. Ella, avezada socorrista de los más intrépidos argonautas, la pasada noche desoyó las voces desgarradas que imploraban su auxilio. Y el mar, tan calmo y solícito a veces, obró con la mayor fiereza, haciendo de sus aguas un dantesco escenario. ¿Quién creerá a la ninfa si cuenta que presenció a la imponente Hidra recoger despavorida sus múltiples cabezas de serpiente, al ser rodeada de un sinfín de restos humanos? Y si dice que vio el ojo de un cíclope colmarse de colosales lágrimas, cuando sumergiendo sus titánicas manos las llenó de fragmentos de una infortunada patera, ¿quién dará crédito a sus palabras?
Tal vez, si muestra sus argénteos pies todavía cubiertos de esa pátina viscosa y rojiza, tal vez consiga que la crean.

93. ROJO

Omar caminaba pensando en sus cosas, tenía problemas y buscaba la forma de solucionarlos.

El día era gris como su ánimo. De pronto sus ojos se llenaron de ese color rojo enorme producido por el fuego.

Escuchó los gritos de un niño, y sin pensarlo dos veces, comenzó a escalar el edificio agarrándose a terrazas y ventanas como buenamente pudo.

La gente empezó a arremolinarse, todas las miradas estaban puestas en él, que ascendía como podía, acercándose al niño.

Por fin sus manos consiguieron agarrarlo y cogiéndolo le situó en un recodo seguro.

Abajo empezaban a sonar las sirenas, los coches de bomberos se acercaban, todo parecía que empezaba a controlarse.

Omar sonrió y pensó en ese color rojo del cielo que iluminaba su rostro cuando fue rescatado de la patera con apenas un hilo de vida.

92. SALVADO DE LAS AGUAS (Isidro Moreno)

Me reanimaron a bofetadas, vomitaba agua salada junto a mi caballo muerto. Estaba rodeado por muchos de mis soldados, empapados y maltrechos.

Huíamos a todo galope sobre el lecho marino entre dos murallas de olas. Percibíamos la persecución, cada vez más cercana, del ejército enemigo. Antes de alcanzar la orilla con mis compañeros de la retaguardia, vi que nuestro jefe, Moisés, ordenaba que las aguas se juntasen.

Allí, bajo el Mar Rojo quedaron miles de enemigos egipcios con sus carros y caballos, pero afirmo que, el imbécil de Moisés vio perfectamente que su retaguardia israelita aún no habíamos cruzado.

Desde entonces, ambos nos profesamos una notoria ojeriza.

IsidroMoreno   

91. Obsesión

Él gesticulaba y agitaba los brazos de un lado a otro del salón. Ella, aguantando el pánico, apenas oía fragmentos de su discurso, si bien iban colándose en su cerebro palabras como traición y pérdida. Al fin, él se detuvo a escasos centímetros de su cara, “¿cómo has podido?”, le espetó con un aliento que a ella le supo a veneno. “No lo entiendo”, repetía golpeándose contra la roja pared que les separaba del vestíbulo. Ella no se atrevía a moverse, nunca lo había visto así. Siempre había sabido que era especial y eso le había atraído, pero ahora no comprendía qué había hecho para enfurecerlo. De repente, una idea, tan encarnada como los muebles, las toallas y las tazas, se coló en su cerebro y lo descifró; cogió su bolso y salió por la puerta para no regresar.

Cuando llegó a la calle, no pudo sino ondear su larga caballera, ayer pelirroja y hoy morena azabache.

90. Interacciones

Cuando Trrrffk murió decidimos embalsamarlo en un intento de soportar mejor su ausencia. Al menos ya no tenemos que esconderlo: colocado en un rincón del salón, pasa por el muñeco de alguna película fantástica. Si alguien pregunta por su procedencia, explicamos que era el último ejemplar de una remesa descatalogada.

Lo encontramos mi padre y yo en un bosque cercano. Casi lo pisamos, pues su maltrecho cuerpo apenas contrastaba con la hojarasca roja de los arces. Resultó ser un habitante del subsuelo marciano, en misión pacífica, que había abandonado su nave justo antes de que esta se desintegrara contra una roca. No obstante, hasta que supimos todo eso, tuvimos que conformarnos con la fianza bondadosa de sus ojos esmeralda.

“Jamás dejas de ser”, solía decirnos entre otras enigmáticas sentencias, y sus palabras regresan ahora, mientras lo observo ahí plantado, como si quisieran revelarme algo. Las visitas lo contemplan fascinadas. Se hacen fotos con él. Le hablan y acarician su escamosa y peluda piel caoba. “¡Juraría que se ha movido!”, dicen algunos. Pura ilusión. En realidad, solo su miembro viril lo hace a veces, en una especie de erección que levanta su túnica: señal inequívoca de que va a llover.

89. Reflejos (Javier Puchades)

Me miré en el espejo y me dio miedo. No era por verme la cara cubierta de arañazos o por aquella herida abierta en el hombro. Ni por los cortes que presentaba por todo el pecho. Ni, por supuesto, por contemplar el reflejo carmesí de los cuerpos de mi esposa y las niñas sobre la cama.

La verdad, lo que me causó pavor fue mostrar cierta debilidad al observar cómo se deslizaba con lentitud por mi mejilla una lágrima.

88. Positivo – Negativo

Recoge las cosas de forma ordenada. El llanto apagado hace eco en su estómago y, con una leve inspiración, seguida del enésimo suspiro, empuja la maleta de ruedas para, después, cerrar la puerta y seguir caminando. En un bolsillo guarda un pañuelo arrugado, en el otro suena el “beep” de los WhatsApps incesantes del teléfono móvil. Ya contestará más tarde, cuando llegue a casa. Ahora no hay empatía que acune todo el dolor ni consuelo que adormezca su pena.
Mañana será otro día y comenzará de nuevo la carrera para conseguir su objetivo. En el cubo aséptico quedan, aparte de muchos desvelos, jirones de su propia piel, desgarros del alma,  todas sus ilusiones y la vida hecha pedazos.

La extraña sensación al ver escenas como esta hace que la máquina de mis entrañas comience a funcionar de nuevo y se despierten, una vez más, todos mis sentidos. He observado este suceso decenas de veces, he adivinado esa expresión en la cara de muchas mujeres que solo cambia al descubrir, en un nuevo test, otro positivo.

87. Las páginas pasadas.

Cuando papá se fue se llevó la mitad de mamá que no se ve. La otra mitad se quedó varada en la cama, rodeada de cajas de pastillas, unas llenas, muchas vacías. Papá marchó rápido,  apenas tardó seis meses. Y sin papá, casi sin mamá y sin alegría en casa, comencé a cumplir años de tres en tres. De los seis pasé a los nueve, y a los doce mamá se rindió. No dejó ninguna pastilla. La abuela se apiadó de mí, pero ella también parecía cumplir años más rápido de lo que decían los calendarios, y en sus últimos meses apenas se levantó. Yo era su radio, su asistente, su cocinera. Por suerte, entre todo lo que perdió no estaba su sonrisa. Reíamos, aunque sin querer me llamara como a mamá.

La última tarde dio un respingo y señaló un viejo libro con el lomo, las tapas y las hojas rojas. Solté sus manos heladas para recogerlo de la estantería, pero al regresar a la cama ya no respiraba. Lo dejé en su pecho, bajo sus manos, y así fue enterrada.

Hoy,  mi nieta ha subido del sótano con un polvoriento libro rojo. Dice que mis manos están frías.

86. Redención

Rojas eran las flores que las mujeres del pueblo bordaban en sus vestidos de fiesta y roja la sangre que al llegar la guerra empezó a manchar los campos que ya no querían seguir en flor. Fueron entonces aquellas mismas manos primorosas las destinadas a ocuparse de los uniformes con los que los hombres marcharían al frente. Ya no había risas ni coplas en las horas de costura, sólo rezos silenciosos al dios de los que no creen, para que las balas del enemigo no bordaran sus rosas de muerte en las camisas confeccionadas con tan abnegada labor. Y hubo una entre todas ellas, resignadas artesanas de la aguja, que quiso rebelarse contra su destino y tomar el fusil del bando que mejor reflejaba el color de su corazón. No supo que se alistaba con los llamados a ser vencidos y que sería su peor derrota no morir con la dignidad de tantos otros, sino acabar cosiendo la triste indumentaria de los represaliados, redimiendo así la pena merecida por haber enarbolado la bandera de la libertad.

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