Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

1. Penélope (Jesús Garabato)

Los recuerdos, engarzados a sus  sueños  por  los arpegios tristes del laúd, apacentaban la dulzura de la tarde. Una vez más. Acuciante, la doncella  la despertó avisándola de la llegada del  heraldo. Las buguinas,  todavía lejanas,  lo anunciaban. Débilmente, pidió a su criada y al músico  que  la dejaran sola. «¿Cuántos años habrán pasado desde la última vez?», se preguntaba; aun así, no conseguía  evocar su cara, su voz, su mirada, su olor… Se acercó  hasta el arca de la cámara buscando algunos  ropajes sencillos que parecieran acentuar  su sumisión. Mientras, escuchaba cómo las voces  de la comitiva se aproximaban. Debería salir  al mirador para recibir al mensajero. Del fondo del baúl  cogió lo que creía el último de sus regalos. Debajo quedaban  los restos polvorientos del  emisario que lo había traído.  «¿Cuánto tiempo hará ya?», se preguntó apartando  los huesos de todos los demás. Para hacer sitio.

 

 

128. El peso del sol

Sé que mi sombra me pertenece tanto como todos los sueños a los que me abrazo, y que se siente traicionada cuando uno a uno se van diluyendo en la realidad. Por eso, para escapar de tristezas pasadas, deja de acompañarme, y yo dejo pasar los días por inercia mientras vaga sin rumbo disfrutando de esa felicidad vulnerable a la que ya he renunciado. Hasta que abrumada también ella por el peso del sol que trata de fijar su silueta, cada vez más negra y densa, detrás de mí, se debate entre seguir soñando o despertarse, como si creyese que fuese posible decidir. Y cuando echo la vista atrás la veo agazapada en cualquier esquina con sus pies orientados hacia al futuro al tiempo que mira la última de nuestras desilusiones, sabiendo que si se queda ninguno de los dos volverá a ser nunca la sombra de lo que fuimos. Pero siempre regresa para escoltarme —qué puede hacer ella frente a la luz del sol—, siempre regresa a la fragilidad de mi cuerpo, al lugar al que le corresponde. A su prisión.

127. Olvidé mi nombre

«¿Puedes ayudarme?».

Fui pintada en plena calle, un grafiti en la pared. Soy la sombra de una niña que camina hacia delante, con el cuello y la cabeza del revés, a dos palmos de una esquina que despierta mi interés.

«Dime qué sucede al otro lado».

Mucha gente no se fija, otros tantos ni me ven. Hay algunos que me evitan por temor o desagrado, pero siempre llega quien se para y me contempla, reflexiona y toma fotos, quiere capturar mi esencia. Luego, como todos, continúa su camino; ignoro a donde van.

«¿Qué hace el joven del paraguas, el que acaba de pasar?».

Cautiva de la piedra, imagino sus finales: oyen cantos de lujuria que proponen precio y trato; sufrirán el bofetón de un vendaval; el umbral de alguna casa que les pide credenciales; un atracador, navaja en mano, tiembla dispuesto a matar…

«¿Y si sólo avanza por la acera con la vista vuelta atrás?».

Pues tiene mérito mi padre, un artista conceptual, el anónimo talento que a la hora del bautismo, ya me acuerdo, me llamó…

«Curiosidad».

126. ENCUENTRO (María Ordóñez)

Hoy te vi

Caminabas mirando al piso

Como siempre

Como buscando algo que nunca vas a encontrar

Nunca más.

 

No así.

 

Porque lo que perdiste quedó arriba

Más arriba de tus hombros

Más arriba de tu pelo

Más arriba de tus pensamientos.

 

Y ni lo imaginas

Porque el dolor empequeñece las cosas

Los lugares

Las almas.

 

Porque el dolor aniquila las ambiciones

Aniquila la luz de los recuerdos

La desaparece.

 

Porque el vacío que deja inunda los senderos

Empuja hacia abajo la crisma

Confundiendo los caminos

Confundiendo los destinos.

 

No quiero verte más

La lealtad nunca fue tu ley.

 

Sigue perdido para siempre

Que tus veredas se enmarañen

Y no sepas si adelantas o retrocedes

No me importa.

 

Yo seguiré mi senda

Yo tengo luz

Yo ya tengo luz.

 

No fue fácil encontrarla

Pero aquí está

En mis entrañas

En mi cerebro

Y también

En este pedacito de amor

Que aún guardo para ti.

125. LA DE LA ESQUINA (Sara Lew)

Soy la sombra de una niña perdida. Una mancha negra que se retuerce sobre sí misma intentando despegarse de las paredes, de los adoquines mugrientos o de las tapas de alcantarilla. El reflejo burdo de algo que ya no existe, porque aquella chiquilla que se soltó solo un momento de la mano de su madre desapareció hace más de veinte años. Yo soy lo que queda de ella. Soy su sombra, pero también su cuerpo, demasiado usado y transitado, no solo por sus raptores. De la niña, sin embargo, nunca encontraron los restos.

124. AGORAFOBIA

Lo siento, dijeron, no sabe cuántas veces sucede esto, más de las que imagina. Y desaparecieron sin haberlo colocado sobre mi pecho, sin darme la opción a sentirme madre ni un solo segundo. Solo recuerdo ajetreo a mi alrededor y aquella aguja intentando remendar desgarros imposibles. No quedó superviviente tras la tragedia. Naufragué sola y me convertí en huérfana, viuda, ermitaña, en mujer deformada por un ser invisible y superviviente a la fuerza del mayor desastre de mi vida.

La agorafobia vino después, cuando las hormonas se desequilibraron del todo y me dio por proyectar la sombra de lo que pudo ser a través de la ventana del dormitorio (imagen cuya apariencia provocaba, a menudo, las más suspicaces sonrisas). A través de ella busqué la sinceridad humana, una señal capaz de arrancarme de mi maldita jaula. No la hallé. Y tampoco volví a salir del dormitorio. Lo que sí hallé, al final de mis días, fue un recorte de periódico, en el cajón superior de la cómoda familiar, que vino a definir mi esencia natural y a justificar el rechazo a la vida de mi mortinato: Las fobias, como las sonrisas, inician su desarrollo en el interior del vientre materno.

123. Vive (Joel González)

Eli llegó a nuestra vida entre gritos y sin preguntar. Yo apenas pasaba la veintena y su llegada era una desgracia para mamá.

—¿Cómo vas a acabar medicina con una hija? —me decía.

No lo hice. Sus ojitos me enseñaron que todo lo que siempre me había faltado estaba en aquel bebé que hacía pompas de saliva y alegría. Los años la convirtieron en una rizosa pequeñaja de mirada azabache con unas ganas tremendas de aprender y vivir. Un día me dijo:

—Papá, quiero dibujar.

Y yo, que no había cogido un pincel ni para limpiar el polvo, me apunté a clases con ella. La imagen más bonita que me queda ocurrió una mañana en el campo, cuando la vi corriendo delante de un caballo negro y mirando hacia atrás para poder dibujarlo.

Dos años más tarde la leucemia la encerró en una habitación de hospital donde perdió las ganas de dibujar, la sonrisa y, finalmente, la vida. Desolado, esparcí sus cenizas en los sitios que más le gustaban y metí un poco en una lata de pintura negra. En las noches siguientes pinté aquella imagen en las esquinas de la ciudad, para que Eli pueda seguir viviendo.

122. EN COMPAÑIA

Fue así, tan simple.Solo se giró y la miró. Una sombra más entre la lluvia, una sombra triste y difuminada, pero otra sombra. Distinta a las otras que lo persiguen. A las otras las intuye, a esta tiene que mirarla.

Tal vez fuera el murmullo de sus pasos, o ni eso. Tan solo un escalofrío, quizás el recuerdo. De ninguna, pero el recuerdo.

Ha intentado olvidarlo. Olvidar como lo miraba, como en silencio suplicaba lo imposible.

Y él no podía hacer otra cosa. Fue la voz que retumbaba en su cabeza, que le taladraba el cerebro la que se lo impidió.

Cerró los ojos entonces, lo recuerda. Quizá le temblara la mano, de eso no está tan seguro. Pero con la certeza, hasta sin verlo, de que los ojos de ella lo traspasaban.

Fue breve, ella era frágil. Casi ni era, como ahora,pero desde entonces la espera en cada esquina, en cada paso.
Y sigue escapando de él mismo más que de ella, a la que ve en cada sombra, en cada niebla, con su pequeña cabeza desprendida, buscándolo a ciegas, en cada dirección, en todas las direcciones de la culpa.

121. Travesía del Remordimiento (Alberto BF)

“¿Alguna vez contempló un abuso y no le dio importancia?, ¿fue testigo de malos tratos y nunca los denunció?

Lamentamos comunicarle que, por omisión, ha sido cómplice de violencia y barbarie, y está usted condenado a vagar por la Travesía del Remordimiento hasta el fin de sus días.

En este gris pasaje, de eterna lluvia y con un resbaladizo empedrado de mala conciencia, se sentirá observado por las sombras de los que un día imploraron su ayuda y prefirió ignorar. Usted eligió entonces mirar para otro lado; esta vez serán ellas las que le hagan percibir su presencia, pero se ocultarán a su paso para evitar su tardía y estéril súplica de redención.

Adquiera un buen paraguas y zapato cómodo. Nunca una llamada a tiempo le habría ahorrado tanta fatiga.”

Desperté sobresaltado y envuelto en sudor. Busqué a tientas el teléfono de la mesilla, descolgué el auricular y marqué tembloroso un número de tres cifras.

Me quedé más tranquilo al ver llegar a aquellos agentes al primero derecha. Tal vez, ojalá, la pesadilla de un vecino preocupado haya evitado que otra vida inocente se marchite antes de tiempo.

120. Señalamiento

Niña a mí no me engañas. Sé que vienes. Lo dice con claridad la señal del sericptaruno, que dejó marcada en el muro tu antecesora.

119. Álgebra infantil (Jerónimo Hernández de Castro)

La niña seguía sin entender y el profesor volvió a enfadarse. Su paciencia se esfumó como su efímera beca doctoral. Cómo le hubiera gustado terminar aquella prometedora tesis sobre espacios de once dimensiones, un ámbito matemático que permitiera a los astrofísicos tejer cuerdas para ceñir el Universo…

Dar clases en el pueblo grande de calles empedradas no era mala salida, pero la terquedad diaria de su alumna lo expulsó de las coordenadas de la serenidad. Le habló del espacio plano, del largo por ancho, de todo tipo de superficies familiares… y nada. Exasperado la llamó a la pizarra y gritó: ¡Si tuvieras dos dimensiones te pegarías aquí!

La niña se acercó un poco más y enseguida los colores de su cara y de la ropa, se volvieron del negro verdoso del encerado. Todos pudieron verla moviéndose divertida antes que su perímetro de tiza desapareciese.

El profesor no ha vuelto a chillarle a nadie y la busca de reojo en todas partes por si apareciera de nuevo. Ella se mueve libremente en su nuevo mundo, sin límites de izquierda a derecha, ni de arriba abajo. Sin profundidad, ni tiempo.

118. Encrucijadas

Dicen que, en algún momento de la vida, los destinos se bifurcan y elegimos qué dirección tomar. Las almas puras escogen senderos sin asfaltar que las conectan con la tierra, se elevan por encima de las tentaciones, y se quedan prendidas en los campanarios. Las más intrépidas se lanzan en picado y entran en la ciudad, donde pasean por calles de alquitrán y palpitan al ritmo de emociones mundanas. No importa cuánto se oscurezcan en el viaje; al final, una fresca lluvia de inocencia les devuelve su color limpio y brillante. Pero cuentan que algunas de ellas se pierden en negros callejones y portan paraguas a prueba de lágrimas. Las reconoceréis porque, al ocupar su forma humana, no dejan de vigilar sus espaldas. Todas confían en encontrar la sombra de la infancia que un día abandonaron al doblar la esquina.

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