Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

101. Fugacidad

Jean François Giroux dobló la esquina hacia la Rue de la Vie y se hizo mayor. Esa mañana había amanecido bajo una llovizna insistente que decoloraba las fachadas de los edificios. Jean François abrió el paraguas y prosiguió su andar con una cierta prisa, sin darse cuenta de que a cada paso le crecían los pies y el suelo le quedaba más lejos. La calle estaba mojada y vacía, y por un instante dudó si era demasiado temprano para dar aquél paseo. Levantó la mirada de los adoquines para medir el camino que aún debía recorrer, aunque por más que intentaba hacer memoria, no recordaba adonde iba. No fue hasta haber recorrido un breve trecho cuando, sin motivo aparente, giró la cabeza y miró detrás suya, como si echara en falta algo. Su sombra, mientras tanto, regresaba camino de la escuela.

100. DE AQUELLOS POLVOS, ESTOS LODOS

A las niñas hay que instruirlas desde pequeñas, para que le cojan pronto el gusto a este arte. Las primeras nociones se las damos en la escuela, entrenándolas en inocentes juegos con sus compañeros de clase y cuando intuimos que están preparadas las adiestramos para la caza mayor.

Cada una de nosotras toma a su cargo un pequeño grupo y las sacamos al atardecer a peinar la ciudad. Nuestros objetivos preferidos son los hombres que regresan del trabajo, buscando el refugio de sus casas antes de que llegue la noche. Cuando la jefa de grupo detecta un ejemplar solitario lo apunta en silencio con el dedo. Entonces las neófitas se lanzan al ataque, amparadas por la superioridad numérica; persiguen a su presa y la acorralan en un callejón sin salida, hostigándola hasta el límite del pánico, abatiéndola sin piedad.

Estamos orgullosas de ellas. Son las elegidas para perpetuar nuestra casta, porque las que han probado el sabor de la adrenalina ya no pueden parar.

Las más viejas aún recordamos el terror de los tiempos pasados y nos despertamos sudorosas por las noches, en medio de pesadillas en las que las víctimas somos nosotras.

99. MI MUSA (Sandra Sánchez)

A mi musa la maté en una escollera. Fue un día de esos ventosos y desapacibles de otoño. Estaba mirando cómo rompían las olas cuando empezó a hablarme del mar, y del cielo y de la tristeza que todo aquello me provocaba;  me dictaba versos y una necesidad tremenda de escribirlos en papel… entonces no pude más y la empujé; y su cuerpo de niña, pequeño y frágil quedo incrustado en aquellos bloques de hormigón bañados por el mar. Recuerdo su cuello partido, su cabeza torcida en un ángulo imposible, sus ojos grandes y azules mirándome fijamente…  Hubo un tiempo en que casi logró convencerme, pero las charlas de mi padre sobre mi futuro hicieron que, al final, acabara matriculándome en la Escuela de Minas.
Sigo viéndola, veo su silueta cada día pegada en cualquier pared de cualquier calle, su cabeza torcida me sigue mientras yo acelero el paso. Pero hoy me paro y me quedo quieto, la escucho. Entonces me doy cuenta. Nunca se fue del todo. Siempre ha estado ahí, esperando a que volviera a sacar un folio en blanco. En el fondo, los dos hemos sabido siempre que yo no iba a ser ingeniero.

98. 256 colores

Fue el día de los helicópteros, creo. O el de la misa de la prima Vanesa. Llevaba lloviendo siete meses seguidos y todo el mundo se odiaba sin disimulo. Yo deseaba que aquella lluvia -que, según Don Genaro, carcomía los huesos y, según Doña Valentina, erosionaba el relieve- no terminara nunca. El arrullo de la ventisca sacudía las arboledas haciendo que cada hora del día pareciera, no ya un lúgubre ocaso, sino, como diría el Padre Ernesto, el maldito apocalipsis.
Suelo aprovechar las tormentas para llorar, recordando aquel reloj de pulsera que me regalaron mis abuelos por la primera comunión. Solo pude usarlo dos veces. La primera fue el día del Corpus. La última, aquel día que mi tío me dijo que le acompañara a su casa, que debía llevar algo a mi madre. Recuerdo que miré mi reloj y pensé que era un poco tarde. Y lo era.
Ahora camina huidizo. Teme detenerse. Teme avanzar y retroceder, como si las peores amenazas no las lleváramos dentro. Menuda idiotez. Yo solo necesito mirarle, verle temer. Mientras, sueño con ver un meteorito, con un helado de dos bolas, con una bofetada inflamando mi cara, con la dimensión ausente, con 256 colores.

97. DESOBEDIENCIA

Violar la prohibición divina volviendo el rostro para mirar, les condenó a ellos y a sus generaciones venideras a caminar de por vida con el torso girado del revés sobre la espalda. Pero aquellos que detuvieron sus pasos y se dieron la vuelta para contemplar cómo la ira de los cielos se desataba sobre la ciudad del pecado, quedaron convertidos, inmediatamente, en estatuas de sal.

Jamás, en el transcurso de los siglos, ni niños ni mayores, osaron quejarse de su suerte. Continuaron con sus vidas y siguieron su camino hacia adelante, mirando siempre atrás.

96 . VA A POR TI (M.Carme Marí)

<<No se ve un alma por la calle, maldita lluvia. En mala ahora acepté el encargo para localizar ese códice de brujería. Las pistas me llevaron a los feriantes instalados en las afueras. Dicen que el mago del campamento tuvo éxito con la invocación.>> En la esquina del callejón, Juan escucha una voz infantil con su repetitiva letanía.

Uno, dos, corréis vos,
tres, cuatro, huye un gato…

«Es muy rápido, vislumbrarás apenas una sombra», le advirtieron. «Avanza sin mover los pies, flota etéreo.»

…cinco, seis, no me veis…

«Adopta cualquier forma, mayormente caprina o humana ocultando cuernos y rabo. Es capaz de movimientos increíbles.» Juan se gira buscando el origen del sonido, una supuesta niña. Demasiado tarde comprenderá que debió huir. Un transeúnte solitario está perdido si oye la cantinela completa.

…siete, ocho, ya os cojo,
nueve, diez, tarde es.

Según el manuscrito, el espíritu liberado por ese conjuro tiene poderes que traspasan la ubicación: telequinesia, sugestión… Oir su canción, o quizá tan sólo imaginarla, puede ser una sentencia.

Un, dos, tres, cuatro,
a ti, lector, también te atrapo,
cinco, seis, siete, ocho,
te difumino poco a poco,
nueve, diez, once, doce,
ya verás, lo haré esta noche.

¿Tu sentencia?

95. REBELIÓN EN EL CATRE (Isidro Moreno)

Siempre me dices que por muy grande y bulliciosa que sea una ciudad, en el fondo no es más que la suma de miles de micromundos, de espacios paralelos que día a día se repiten con la insistencia y precisión de reloj suizo y sólo acompasados por unas variables de los visitantes casuales que, como un universo transversal, le aportan esa frescura y distinción sobre el tedioso pueblo donde nunca ocurre nada excepcional, según me cuentas, estimado amigo.

Cada día me narras las mismas ideas pero vistas desde distinto ángulo. Tus ángulos ya me los conozco: el negro, el positivo y el de persona equilibrada. Es raro este último.

Hoy me estás relatando que la florista de la esquina con peluca rubia que todos los días te ofrece un ramito, se la ha tragado la tierra nada más haber pasado tú junto a ella. Que lo presentías. Que el dibujo en la pared parecía que te anunciaba algo extraño, pues era extraña la figura de la niña con la cabeza completamente vuelta hacia atrás observando el sumidero de la acera.

Mira, estimado amigo, lamento tus carencias, pero estoy harta de ser tu almohada. Cómprate un muñeco diabólico y le lloras.

 

IsidroMoreno

94. LA PUERTA DEL INFIERNO (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Lunes. Un pan-tumaca y un café. Un repaso al Marca de bordes rizados y manchado de migas de pan y un vistazo al periódico encadenado a una pinza-palo sobre el mostrador de mármol de la cafetería. Perra vida. De nuevo a casa. Lunes y no tengo dónde ir. 48 años. Hace dos que acepté la pensión del ERE de la Caixa. Exceso de empleados. Cambios tecnológicos. Competencia internacional. Mejora de la productividad. Mierda, mierda.

Ha dejado de llover. El espacio de repente está vacío de ruidos. Siempre sucede cuando escampa y solo se espera el tic-tac de compás decreciente de gotas que caen desde los aleros y rompen los espejos de los charcos y los susurros de los zapatos mojados chirrían sobre los adoquines.

De pronto un estruendo subterráneo rompe el silencio. Me doy la vuelta. Ha salido del suelo, bajo el registro de acero que tapa los nervios y las venas de la ciudad. No lo pude evitar. A mi cabeza llegó la última noticia que leí en la Vanguardia mientras sorbía el café: “Descubierta en Hierópolis, en Turquía, la puerta del infierno”.

No lo he soñado. Hasta la sombra ha vuelto su cabeza y el fotógrafo, sí, estaba allí.

93. La candidez y el horror

Mis grafitis convertidos en símbolo de la indignación ciudadana. Contra el gobierno, contra la policía. Representaban a esas criaturas cuya seguridad no supieron garantizar. El perfil del niño del globo en la tapia del callejón; el de la cartera a la espalda en la persiana de un comercio. Siempre cerca de donde fueron hallados los cuerpos.

La prensa popularizó mi obra. Por casualidad, que es como acostumbran a ocurrir estas cosas. Tan efímeras. Un reportero escribió sobre los dibujos de un autor desconocido y pronto lo secundaron los demás periódicos. Los redactores dieron rienda suelta a la poética melodramática habitual y divagaron sobre el morboso simbolismo de mi arte. El contraste entre la silueta de tiza sobre la acera y los perfiles sombreados de los muros. Blanco y negro. Candidez y horror. Yin y yang, llegaron a decir.

El perfil del niño del globo ilustró las pancartas que encabezaron las manifestaciones. El de la peonza. El de la cartera. Pequeños detalles que humanizaban cada silueta y que favorecieron, todavía más, la solidaridad de todo un país con las familias rotas. Pequeños detalles que, por lógica, sólo podíamos conocer los agentes de la brigada que llevó el caso y yo mismo.

92. Hace frío

Parece que ha empezado a llover. Las calles de Lisboa se vuelven de gelatina bajo la piedra humedecida. El mundo resbala. ¡Ten cuidado, mi niña! Descuida mamá. Me gustan los charcos que se forman en los ojos de las aceras, y cómo rebosan de colores cuando mis botas de goma rosa los estallan. Me gusta jugar en el parque con mis compañeras, reírme a pequeños gritos, y esconderme detrás de los árboles, para contar las nubes hasta que me encuentran. Me gusta que mamá venga a buscarme y me espere paciente en su banco, como a la primavera. Me gusta seguir a los desconocidos hasta sus casas sin que me vean, para ver si guardan más amigas en sus congeladores.

91. Realidad aumentada (Mónica Rei)

Se me dan bien los personajes. O eso dicen. Puede parecer una suerte pero yo os aseguro que no lo es.

Dicen que tengo un don para crear individuos ficticios y dotarlos de vida propia,  que mis sujetos narrativos son tan verosímiles que cobran vida según los voy perfilando, que los lectores acaban creyendo que estas figuraciones existen de verdad.

Hace un rato empecé a escribir un cuento. Trata sobre un joven que camina bajo la lluvia con un paraguas. Dobla una esquina en la que hay una sombra dibujada en la pared. Es la imagen de una niña. Aún no había decidido cuál es la historia, quién es el chico ni cuál es su relación con la criatura.

Entonces ocurrió. Pasa a veces, cuando me meto mucho en la historia.

Y aquí estoy ahora. Sigo escribiendo mientras espero a que esos dos dejen de mirarme.

90. Tormenta de sombras (Patricia Collazo)

Para protegerme, abro el paraguas. Es un acto reflejo.  Sé de sobra que si el paraguas sirviera para cobijarse del pasado, se llamaría parasombras, o algo así. Reconozco su inutilidad ante este tipo de tormentas, pero de todos modos lo abro, casi como rito supersticioso que nunca da resultado.

Los días en que las sombras inundan las calles de mi barrio, poco se puede hacer. Mirar hacia otro lado, podríais sugerirme. Inútil, os respondería. Están por donde mires.

Mi abuela sentada en su silla de paja al fresco de las noches de verano. El paso cansado del abuelo regresando de su partida. La ausencia de mi madre. Hay que ver cuánto duele una sombra ausente. La temida silueta del tío Jorge sacándose el cinturón de las presillas en un único y siniestro movimiento. Y la mía propia. Camina mirando siempre atrás. Temerosa. Cae de bruces por no ver donde pisa. Como yo, que me giro para decirle que la he perdonado. Que nada podía hacer para evitarlo. Pero nunca llego a tiempo. Antes, me desmorono. Y rompo otro paraguas. Quisiera ponerme en pie y salir corriendo.  Pero el tío Jorge me alcanza. Y otra vez soy incapaz de oponer resistencia.

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