Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

117. Amputación

Le retorció el cuello y lanzó su cadáver a la alcantarilla. Fue rápido y brutal. Tanto, que la sombra de la pobre cría no fue capaz de reaccionar. Se quedó allí, estampada en la pared, observando su tumba con aquel cuerpo grotesco.

En ocasiones sucede. La Vida no sabe responder bien ante la crueldad humana. Entonces procede como si nada hubiera ocurrido, y mantiene firme el plan del destino.

Por eso Toby, el perro que debía ser su primera mascota, se detenía siempre a olisquear la sombra y aullaba al cielo. Por eso Olivia y Elisa, las chicas destinadas a ser sus mejores amigas en el instituto, escribieron sus iniciales al lado, curvando las letras de la misma forma que lo estaba el cuello. Y por eso Javier, el hombre del que debía enamorase perdidamente y con el que iba a tener dos hijos, sentía escalofríos cada vez que pasaba a su lado. Sin embargo, lo que más asombraba al joven, más que la extraña punzada en el corazón, era el hecho de que siempre lloviera en aquella calle.

Y es que la Vida actuaba como si nada pasara, pero, ante aquellas existencias truncadas, no podía evitar llorar.

116. La echo de menos, mucho más cuando llueve(Javier Palanca)

Yo nací primero, bajo la ducha, sin que nuestra madre se diera cuenta y me dejara allí, sin tan siquiera cerrar el grifo, al notar unos terribles dolores de parto que le arrancaron los primeros gritos.

Ella nació en el hospital de puro milagro, su cabeza ya asomaba como buscándome cuando la matrona hizo la primera exploración. No hubo tiempo de llegar al paritorio y emergió entre lo que parecía un llanto, siendo en realidad una llamada desesperada.

Entre los comentarios habituales, como lo preciosa que era, lo pequeñita, que ya tenía mucho pelo o a quien se parecía, nadie se percató de que esa niña no tenía sombra, ni podían imaginar que yo ya viajaba por el desagüe.

 

115. Lluvia, oscuridad y adoquines (Mª Asunción Buendía)

La lluvia había dejado la calle limpia y el agua reflejaba el insolente color rojo de los geranios en los balcones. Todo era fresco y nuevo, quizá había pasado el tiempo suficiente para curar heridas. Quizá su corazón, florecido como las macetas de sus vecinas, había dejado hueco para algo más que tristes recuerdos. Llegó a la temida esquina, vio su sombra jugueteando como jugaba ella aquél día. Esta vez la silueta oscura se detuvo y aunque su cabeza seguía vuelta hacia ella sus piernas iniciaron una marcha lenta. Comprendió que sería la última vez que la viera, como también sería la última vez que rememorara la imagen de él huyendo amparado por su paraguas hasta desaparecer en la soledad de la calle vacía.

Adiós infancia perdida, dolor, miedo, recuerdo de inocencia robada entre lluvia, oscuridad y adoquines.

Descubrió un pequeño charco que supo hecho de lágrimas. Se agachó, mojó sus dedos y a modo de despedida acarició con ellos la mejilla pétrea de su pasado.

 

114. Street art

Ayer soñé con Banksy. Fue un sueño repentino, fugaz, traicionero. Me quedé dormido en un restaurante del centro, un instante, entre la comanda y el primer plato. No sabría precisar si me despertó el camarero con su llegada o si fue el aroma de la sopa el que me devolvió a la vigilia. Levanté la vista, parapetado tras el vaho de crustáceos que subía desde el plato, por si descubría, desde las otras mesas, miradas indiscretas o socarronas que se regocijasen a costa de mi ocasional desliz. Nada. Ni siquiera un comentario mordaz o una sonrisa pícara que indicaran que había sido descubierto por quien acababa de servirme. La merluza en salsa verde llegó enseguida y nada más dar cuenta de ella, el flan de la casa se encontraba bailando en mi presencia. Es probable que los responsables del restaurante hubieran decidido que mis ronquidos perjudicarían su negocio, o simplemente quisieran dejar mesas libres para los clientes que esperaban en la barra. Así que pagué y me fui enseguida. Llovía. Abrí el paraguas. Yo también estaba deseando salir a estrenar el espray negro, el que había comprado para pintar la baranda del balcón, sobre las paredes mojadas de la ciudad.

 

 

113. Origami con trampa (Juan Antonio Vázquez)

A cinco metros sobre el cielo retruenan los martillazos que el demiurgo aboca contra el yunque a golpe de maza. El estruendo rebota en las paredes de la forja y muere en los oídos de la pequeña, que le adora, que le observa; aunque él la odia: su boca minúscula, sus largos dedos y su mirada traviesa le recuerdan a ella. La chiquilla quiere aprender, pero no le deja. Cuando termine de esculpir ese par de estrellas seguirá sin contestar a sus preguntas e irá a la mesa del orfebre a seguir con esos trabajos al detalle que le dan pereza: un fa sostenido, un bostezo, o labrar durante horas algunas gotas de agua. Y la niña, aburrida, se marchará a dar una vuelta por el escaparate donde su padre olvida lo que fabrica: con virutas del suelo amasará un cuerpo y una cara como las de ellos, los terrenos. Pero sus frágiles brazos aún no son capaces de sostener herramientas pesadas, por eso confeccionará su sombra con papiroflexia; voluntariosa aunque desafortunada. A toda prisa el genio constructor pulirá decenas de espejismos para que todo aquel con quien se cruce se convenza de que en realidad no ha visto nada.

112. Maleficio

Cuando le conocí, Cosme era un hombre feliz. Mujer, niños, perrito faldero travieso y juguetón… De anuncio, vaya, así era su vida. Días apacibles, rutinarios, empalagosos hasta el hartazgo y siempre felices como perdices. Así que, ¡qué os voy a decir!, aquello era inevitable. Intenté resistir la tentación, de verdad que sí y hasta algún remordimiento tuve luego porque todo resultó tan fácil… Un soplido suave, imperceptibles gotitas de amargura directas a su alma y una vida ya teñida para siempre de hastío y sombra. ¿Perversa, decís? Sí, lo reconozco. Pero, ¿qué esperabais?, todo el mundo sabe que las brujas no tenemos corazón.

111. Cambio de tonalidad

Algo similar a un maullido acompaña la danza con la que se despereza bajo las sábanas, antes de que una cabecita emerja de ellas como un periscopio. El aroma tostado a sábado por la mañana lleva a la niña en volandas hasta la cocina. Hoy es un día especial. Un festival de colores tiñe la mesa: cuenquitos con mermeladas, mantequilla cortada en dados y saltarinas rebanadas de pan tostado. Después de dar buena cuenta del festín, su padre le ayuda a elegir su atuendo: triunfa el vestido de topos naranjas que reta a las nubes que amenazan con ensombrecer la jornada. Con una mano asida a los deditos de la prometedora pianista y la otra aceptando la llamada que presagia lluvia, el padre detiene su alegre conversación y el camino hacia el auditorio. “Intentaré llegar para tu actuación, cariño. Ya eres mayor: puedes ir sola”. Enfila la pronunciada cuesta y esconde su tristeza bajo el paraguas; mira hacia atrás y ya no la ve, ni su vestido de topos naranjas ensombrecido tras doblar la esquina, ni su cabeza implorando su regreso; no la ve caminar hacia su gran día, hacia su primer triunfo, que no llegará a aplaudir ese día.

110. Fantasía compartida

Voy andando bajo la lluvia y de repente veo una solitaria sombra de niña deslizándose por la pared.  No porque sea algo tan extraño, sino por mera curiosidad de saber a dónde quiere llegar a lo largo de ese muro, giro la cabeza después de avanzar tres pasos para lanzarle la pregunta y veo que ella, también después de tres pasos, ha girado del todo su cabeza, intrigada y, acto seguido, recitamos ambos en coro: “¿A dónde te diriges en esas condiciones?”.  Sobra decir que ambos salimos corriendo, asustados.

109. ¡No mires atrás!

Recordaba a mi abuelo como un gigante con barba de varios días, un pitillo apagado entre los labios y la mirada perdida. Constantemente me repetía ¡No mires atrás!, como una cantinela, como si me recordara.
Si miras atrás, decía, encontrarás las miradas de lo que se quedaron por el camino, aquellos a los que abandonaste y los que vuelven su cabeza para ignorarte. Si miras atrás, hallarás a lo largo del sendero recorrido, que tus decisiones erróneas te persiguen para que rindas cuentas.
Si miras atrás, verás que la sombra de tu silueta es tan alargada como tu soledad y que el silencio que te rodea es tan triste como tu remordimiento. Si miras atrás, repararás en que tus recuerdos siguen la estela de tu camino. Si miras atrás, todos a los que decepcionaste ya no girarán su cabeza para obviarte y te señalaron como causa de su fracaso.
Si miras atrás, una niña de ojos claros contará tus pasos hasta el agujero negro que todo lo engulle y que borra de la memoria a todos aquellos que lloraron cuando debieron ser fuertes y que huyeron cuando debieron hacer frente a la adversidad.
Es cierto, abuelo, nunca debí mirar atrás…

108. SÁBANAS FRÍAS (M. Belén Mateos)

Los adoquines del asfalto dañaban mis pies imbuidos en unos tacones de vértigo. Llovía.

Los paraguas se perdían en un cielo de confusión, entre nubes grises que vomitaban con fuerza  gotas de hielo y barro con cierto perfume a naranja.

La sombra del ayer adornaba cada esquina de nuestro último encuentro.

Quizá era tarde para para degustar el negro de su secreto y el blanco impoluto de mi combinación estrenada para el placer de su lengua. Quizá nunca debí aceptar esa cita, quizá debí cobrarle la tarifa estipulada.

Pero ya no importaba. Ahí estaba yo vendida al placer de unas manos tras otras, odiando aquellas bocas después de haber degustado la suya en mi vientre. Ahí estaba aferrada al pliegue de la sábana conteniendo el aliento y mirando por la ventana la lluvia incesante que caía entre mis párpados por su promesa rota.

 

107. Nunca Jamás (Manuel Menéndez)

Apenas llegué a entrever tu silueta. Como esas imágenes que se adivinan en el borde de los sueños, la percibí sin llegar a verla. Y sin embargo allí estabas. O al menos tu sombra. La sombra de aquella niña que se llamaba Wendy cuando yo aún me llamaba Peter. Mi compañera cuando éramos eternos y no sucumbíamos a los cantos de sirena. La que volaba enlazando sus manos conmigo para elevarnos por encima del mundo gris de los adultos. La chica con la que confabulé combatir por siempre a los piratas. La Wendy a la que traicioné cuando me traicioné.
Por el espejismo de un botín te perdí a ti, el único tesoro que he conocido. Me fui a remar en una nave pirata solo para descubrir que, como a Garfio, también me enloquece ese maldito tic tac del reloj marcando cómo se nos escapa el tiempo de las manos, cómo se lleva nuestras ilusiones.
El polvo de hada que compro a un tipo en el parque me hunde cada vez más y algunas noches sueño que mi sombra se escapa volando a buscarte para huir juntos a Nunca Jamás y volver a ser solo aquellos dos niños perdidos.

106. Subterráneos

Una rata resbala desde una cornisa y en su caída emite un chillido agudo e infernal. Entre la lluvia, Beltrán gira la cabeza. El humo de las calles no deja ver las teas colgadas en las esquinas. La peste negra devora las sombras, silencia a los hombres. Las máscaras de los galenos esconden ojos de terror ante las secreciones y sudores. Tras setecientos años, otro Beltrán y otras sombras saben cómo se alimenta el miedo en el rechinar de dientes de las alcantarillas. Evocan el olor a incienso que impregnaba los umbrales de las casas, la fetidez que apremiaba el remedio último, que apuraba la solución definitiva: enterrarlo todo.

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