Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

48. Corre, corre (Manuela Balastegui)

No dudó en entrar en el establecimiento, cuando lo vió. Era lo que necesitaba y su color la había decidido.Preguntó, el precio del scooter del escaparate. La dependienta dulcificó su cara de ortiga, entusiasmada, con la comisión de la venta. A Alicia el color del scooter, de cerca, le pareció de ensueño. Se acercó, y acarició su línea estilizada, su tapicería mullida al tacto, su volante de textura gomosa.A la semana, lo tenía en su plaza de garaje.  Empezó a conducirlo en modo tortuga. Cuando fue ganando confianza aumentó su velocidad, con ligereza de liebre. Circulaba por la acera a cinco km hora, desmarcándose del tráfico de la carretera. Saludaba a diestro y siniestro, a conocidos y desconocidos. Alicia se enorgullecía de su calidad de vida con su  scooter. Sonreía a comentarios cariñosos como:¡hoy llevas una velocidad que te creces!, o, ¡qué bien vas en tu cochecito azul!.Alicia había recobrado su añorada independencia.

47. INFRANQUEABLE

Bruno pasea sus deseos dentro de un descapotable de latón azul. Hace girar la cuerda y el juguete avanza sin otro destino que el imaginado por el muchacho. Quizás ha parado frente a una pastelería, a la puerta de un parque de atracciones o al otro lado del país. Quién sabe. En realidad, lo que el niño piensa es que se ha equivocado de juguete, que debió pedir un avión. Él si habría conseguido pasar por encima de la valla y llegar hasta su nuevo amigo, el chico con el traje a rayas.

46. EN RODAJE (M.Carme Marí)

Ella era como un cochecito acabado de armar. Recién colocado junto a la acera con su chapa de un azul sin estridencias, perfecto para una quinceañera. Preparado para iniciar su andadura, para darle cuerda y que empezara a circular, de momento ella sola pues seguía cubierto el asiento del acompañante.

Por su misma calle algunos vehículos avanzaban ligeros teniendo a los mandos a compañeras de pupitre. Otras de cursos superiores corrían incluso a velocidades de vértigo por la autopista. Pero ella no tenía prisa. Tiempo habría de acelerar y poner a más de tres mil revoluciones el motor. No quería quemarlo y precisar reparaciones, como algún caso que había visto.

Hasta el día en que un macarra de barrio la siguió volviendo del instituto y se encaprichó de esos ojos que eran como faros en la oscuridad, de esas curvas que ya marcaban su cuerpo, de ese brillo que ella guardaba para alguien de su futura elección. Sin compasión, el bracucón le saltó al cuello, arrancó la lona del copiloto y, forzando la llave con forma de un antifaz que no escondía sus intenciones, lo estrenó pisando a fondo el acelerador.

Desde entonces ella sigue en el taller.

45. Introspección

El mapa que cuelga de la pared muestra la ubicación de cada una de las muertes. Un círculo en rojo delimita la zona donde se conjeturó que actuaría el criminal y que ha permanecido bajo vigilancia, esperando sin éxito a que apareciera el descapotable verde turquesa al que subía a sus víctimas. El detective lo observa por un momento con gesto contrariado e inmediatamente vuelve a concentrar su atención en el perfil psicológico. Presenta baja tolerancia a la frustración, mata con el fin de alimentar su ego y da una imagen de normalidad. Las circunstancias recomiendan cerrar la investigación mientras no aparezcan más cadáveres. Su investigación. No va a permitirlo. Clava una chincheta en el mapa dentro del círculo rojo, se dirige al aparcamiento y con la capota del coche azul bajada conduce hasta el lugar que ha señalado. Algunas semanas después, un detective distinto pone otra marca en un plano. Ha confirmado el patrón, solo queda vigilar el área donde supone que el homicida actuará de nuevo y esperar a que aparezca el descapotable de color azul.

44. DOS VELOCIDADES (Belén Sáenz)

En qué momento has pisado el acelerador, que no me he enterado. Cuándo has metido la quinta marcha. Ayer paseábamos por la ciudad de la mano y me dices ahora que se ha terminado el recreo. Quién va a querer jugar conmigo, tu muñeca usada. Voy a echar de menos que me deshagas las trenzas y me cepilles el cabello cien, doscientas, veces. Cuándo ha dejado de hacerte gracia que te sirviese el café en mis tacitas de juguete, que te preparase comidas de mentirijillas. Mis articulaciones de policloruro de vinilo, nunca ágiles, te agradecen que dejes hecha la cama, sin olvidarte del osito de peluche sobre la almohada. Veo desde la ventana que me toca en el reparto el descapotable azul. Está aparcado en la acera, con la cuerda dada a tope —gracias otra vez—, y apenas logro distinguir tu estela cuando te vas por otro carril más alejado. Estás desdibujado, quizás porque las lágrimas me han atorado el mecanismo de los ojos o simplemente por efecto de esta nueva velocidad tuya. No me has pedido que te siga, no me has prometido que volveremos a vernos. La huida desde el territorio de la infancia es irreversible.

43. La venganza (Rosy Val)

No pienso dar datos. Solo hablaré del color, azul cielo, a lo sumo. Les diré que iba bastante deprisa, que no me dio tiempo a ver nada más. No confío en la justicia, demasiados limbos jurídicos.

Tú no te acuerdas de lo que pasó con el hermano de nuestra vecina, cuando se apañaron entre las compañías y el otro se fue de rositas; eras muy pequeño. Pero ese malnacido, vaya si se enterará de todo a lo que tendrás que renunciar. Apuntarte a futbito, aprender a patinar, escalar montañas, mantener la ilusión de querer ser bombero… Porque su hijo, supongo el que iba en el asiento de atrás, seguirá con su vida y entrará cada día, por su pie, en su selecto colegio. Cosa que tú, aunque vayas a uno público, solo podrás hacerlo guiado en una silla, si es que te despiertas… También es una casualidad que tu madre trabaje en tráfico y que a mí me diera tiempo a memorizar la matrícula (capicúa por cierto) de ese pijo descapotable. Con lo deprisa que iba.  

42. A la desesperada

Después de dos años, de veinticuatro meses con remiendos, Nuria le deja. Mientras me cuenta sus penas, Gabi aprieta a fondo el acelerador. Venderán la casa, dice, ella se queda con Toby, los muebles, el televisor de sesenta pulgadas. Le advierto que no vaya tan deprisa. Ella se queda, dice, la puta mantelería de Lagartera y el ojo de la cara que costó. Cruzamos bajo el puente, nos acercamos a la curva, le aconsejo que comience a frenar. También se queda, dice, con el vecino del quinto, el imbécil de Marcos. Brama y cabecea como un toro herido, luego se sonríe y aprieta más fuerte. Estamos encima de la curva, frena loco, le digo, me la suda, me dice, que se quede con todo, el felpudo, la clave del Netflix, las tazas chorras de café…

El coche derrapa, da varias vueltas de campana y se detiene boca arriba. Lo pone de nuevo sobre la guía. Y continúa.

41. Fin de ciclo

– ¡Se agota, se agota! Y el pozo, encorvado, escupió la última gota.

El país entró en inacción,  sin que nadie aventurase ninguna solución. Hasta que, abriéndose paso entre la multitud, apareció aquel mozalbete, con su envidiable juventud.

– ¡Escuchadme! Tengo una idea: utilizaremos el sol, que es de todos, como la lista de los Reyes Godos.

El bravo mocoso por los guardias fue acallado, como si algo malo hubiera perpetrado.

– El sol, dijo el presidente de todos, no es de todos. Eso es lo que creéis, pero no os confiéis.

El vivaracho jovenzuelo levantó su voz,  como el campesino que levanta la hoz.

– ¡El sol es nuestro y usted es un siniestro! Gratis nos amanece cada día, así que ¡no diga más tonterías!

– ¡Callad! El sol es del gobierno, y si no pagáis, os traeré el más duro invierno.

– No queremos pagar por lo que ya tenemos derecho a disfrutar.

– Pagaréis, si con luz y calor vivir queréis.

– ¡No pagamos, y a por usted que nos vamos!

Y, simulando un accidente, al negro pozo arrojaron al malvado presidente, junto a su extraño deportivo a cuerda, del que ya nadie se acuerda.

40. LIVING IN LAS VEGAS (GINETTE GILART)

Encaramado en el murete de la azotea, Fernando miraba hacia abajo el deambular de los viandantes y el tráfico que a esta hora de la tarde todavía era fluido. Su mirada fue a parar a su coche, un deportivo azul claro, su última adquisición de la que se tendría que despedir para pagar sus deudas de juego. Esta vez había ido muy lejos con la ruleta, apostó fuerte y lo perdió todo en un momento. Cuando vio acercarse unos empleados del casino no lo dudó y saltó.
Un ruido sordo se oyó cuando su cuerpo chocó con la acera, mientras un policía local colocaba una multa en el parabrisas de su coche estacionado en lugar indebido.

39. Al volante (Jorge Zas)

Acelero.

El motor ruge furioso. Protesta porque lo estoy pasando de revoluciones.

Mis manos se aferran al volante como a una tabla de salvación y la adrenalina fluye en mís arterias,  rauda como este descapotable que vuela sobre el asfalto. Todo mi cuerpo se estremece, sabe que esta aventura puede costarle la vida, pero la vida sin más no es suficiente para mí… Y piso el acelerador a fondo.

El viento zumba en mis oídos y me alborota el cabello. Dicen que la velocidad produce el efecto túnel, eliminando la visión periférica del conductor. ¿Ese efecto se parecerá a… ¡BUM!  Un pájaro se estrella contra el parabrisas abortando mi pensamiento.

 

Más tarde, agotado, pero exultante por haber hecho realidad la fantasía tantas veces soñada, vuelvo a la ciudad. Llegado a los suburbios aminoro la marcha. Circulo hasta que una calle solitaria me ofrece un lugar adecuado donde abandonar este deportivo que he tomado prestado.

Freno bruscamente. Desciendo del coche.

Sacudo la espalda de mi camisa empapada de transpiración y echo a andar hacia una parada de autobuses. Voy golpeando adelante, a izquierda y derecha con mi bastón blanco. Lo hago lentamente, invitando al corazón a acompasar el ritmo.

38. EN NADA

A veces soy madre de un niño de cuatro años. De un niño de ojos marrones y cabello castaño.  Veo sus manos aferradas a las mías antes de cruzar la calle. Nos imagino a los dos parados en un paso de peatones con la vista fija en el monigote rojo que no se decide a cambiar. Lo veo en el tiovivo, subido en un descapotable azul que parece de juguete. En la mesa de la cocina, torciéndole el gesto a la merluza. Sentado en el baño, con los pies colgando, sin tocar el suelo. Le leo un cuento, sentada en una cama que debería seguir en tu estudio. Ese estudio de paredes grises que una vez fueron azules. Lo observo en el ascensor, de puntillas, intentando llegar hasta el botón del piso tres.

A veces sucede. Está sucediendo ahora. Esas imágenes son solo un destello. Las borro con un parpadeo enérgico. Después, ignoro ese ruido que siento dentro del estómago, semejante al estruendo que provoca aquel que pisa caracoles. Recompongo el gesto. Salgo del baño. Me acerco a la cocina. Me siento delante de ti. Sigo comiendo. Mastico. Mastico. Mastico.

Mastico y me preparo para contestarte.

— ¿En qué piensas?

 

37. Pedagogía

Papá siempre ha buscado lo más conveniente para mí. Ya de pequeño sospechaba yo que, de algún modo misterioso, él también influía sobre lo que me dejaban los Reyes Magos, que siempre acataban su concepto de lo útil y lo educativo. Y en aquella época, un juego educativo significaba ñoño hasta el aburrimiento. Yo suspiraba por un coche teledirigido: su respuesta fue aquella ambulancia blanca, sin luces, unida a su mando por un cable de metro y medio. Era como pasear un perrito. Pero un año, por fin, sus Majestades me concedieron uno sin cables, tal y como les había dejado bien claro en mi carta. Resultó ser monomando: atrás y adelante, nada más. Ni volantito ni palancas.

Ahora que le estamos preparando la fiesta de jubilación en la principal de nuestras empresas, a mí, como vicepresidente, me toca encargarme del regalo. Va a ser toda una sorpresa. Él siempre ha querido un Aston Martin descapotable. Y últimamente, su compromiso con el medio ambiente resulta de lo más convincente. Así que he logrado encontrar uno con cero emisiones. Precioso, azul. Funciona mediante un mecanismo de cuerda que le da una autonomía considerable. Cuesta abajo, supera incluso los veinticinco metros.

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