Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

111. LETRÓPATA

Este es tu último texto. Creo que desde que nos conocimos sabías que este momento llegaría. Y que podría ser peligroso. Recuerdo cuando me cedías tu tiempo y yo lo tomaba sin agradecimiento ni compasión. Ahora lo quiero todo, porque la edad me asesina un poco cada segundo y los de mi especie queremos sobrevivir.

Vengo de mil planetas, he recorrido mil tiempos, he atravesado mil valles y ascendido mil cumbres. No vuelo pero eres mis alas, no corro pero eres mis pies. No brillo pero eres mi pensamiento.

No siento, dicen los eruditos.

Acércate al texto, quiero olerte. Si, rezumas el dulce aroma de la vida. Siento la necesidad, el ansia, tengo hambre.

Tu no eres mi aliento pero si mi sangre.

Deja que te cuente, deja que te invente y deja que viva. Y ya siento el tiempo que se te escapa a cada golpe de latido y encharca de rojo tus pies. Ese tiempo que ahora es mío.

Mírame una última vez, justo en el momento en que te muerdo el alma y me apodero de tu vida. Justo en el instante en el que extraigo el frio acero una vez más. Justo ahora cuando escribo «Fin».

110. El paraíso perdido

Llueve sangre. Con las alas arrancadas, no pueden volar los derrotados, aquellos que deberían morir y no mueren. Los cuerpos tocan la arcilla yerma, los empapados del líquido que hoy no arranca la vida. El sol, ardiente de sí mismo, no se pone nunca, su fuego no ilumina, su fuego abrasa y seca. Las aguas se hacen densas y hierven como el lacre. Huele a carne cruda.

Mueren los geranios, los claveles y las amapolas. En el suelo de óxido se abren bocas con dientes de jaspes mortecinos y de rubíes apagados, que enseñan lenguas de fuego crepitantes y escupen saliva de brasas candentes.

Los caídos saben ponerse en pie cuando todo termina. Se forman alas nuevas, crecen en ellos protuberancias animales. Pezuñas envueltas en duras cerdas. Brotan los cuernos, se alargan los colmillos, se abultan los músculos. Su piel estará para siempre hecha de la sangre que los ha hecho caer. Azael los guía a las bocas abiertas en la tierra. Entran. Están en su nueva casa.

109. Sombras, penumbras y otros puntos ciegos

El frío ha aniquilado los plantíos y La Parca se ha sentando a contemplar la aldea desde los ralos campos de trigo: al menos alguien cosechará algo de entre aquella atroz ventisca cargada de nieve. Mientras tanto en el interior de una casa una mujer cose resignada una bola de trapo y una niña que rueda un hueso de aceituna sobre la mesa se aferra a algo que ha escuchado de antes pero no entiende: “¿y cómo es?”. La madre se rinde con un gesto amargo y observa a su marido rebuscar en el armario. Cuando ya ha encontrado lo que quería deja un ramito de hierbabuena sobre sus párvulas manos: “este es el verde”, le explica. La chiquilla lo huele y después lo aparta: “¿pero cuál es el rojo?” -insiste-. Con renovadas esperanzas le dan la muñeca que ha terminado de zurcir. Igual eso la distrae. La pequeña la palpa y se deshace de ella al instante. Es entonces cuando la encapuchada, desde fuera, golpea con la guadaña los cristales de la ventana. Juguetea entre sus manos con una baya; reluciente; brillante; bermeja como la sangre; sonríe y ordena ulular al viento: “sal, ven a buscarla buen padre”.

108. Corazones radiantes

En mi ciudad amanece cuando sale un deslumbrante corazón que tiñe de rojo el cielo. En ese momento las parejas despertamos, nos besamos, nos duchamos juntos, desayunamos entre pétalos de rosas…, y luego paseamos cogidos de las manos por las calles aterciopeladas, sin dejar ni un segundo de regalarnos cariño. Después todos deseamos que se ponga el corazón cuanto antes y aparezcan en el cielo los dos rombos. La señal para que las parejas nos soltemos de la mano, nos desnudemos y busquemos nuevas compañías para pasar la noche haciendo el amor hasta acabar rendidos y despertarnos, una mañana más, bajo el maravilloso corazón que late en el cielo hasta otro apasionado anochecer.

Parar, para arrancar de nuevo. (La Marca Amarilla)

Nunca cruces un semáforo en ámbar, a no ser que quieras que ocurra una desgracia, para los demás.
Por suerte pisé el freno, justo cuando empezaba a llorar.
Un joven se puso a hacer malabares delante de los coches, justo cuando empezaba a llover.
Y la luna del coche se cubrió de agua y se activó el limpiaparabrisas automáticamente; el joven seguía allí, con su sonrisa y sus malabares, empapado.
Pensé en que las personas no tenemos un limpialágrimas automático que se active ante el llanto; no, llorar no es malo, pero que te humille alguien que te importa, sí.
El disco se puso verde y no lo vi, a pesar del limpiaparabrisas automático. Allí me quedé, menospreciada en punto muerto, sin escuchar los cláxones que también me insultaban.
Hasta que el joven se acercó.
“Hola ¿Te pasa algo?”
Sólo balbuceé.
“Aparca, te invito a un café”.
Nunca cruces un semáforo en ámbar, puede ser dichoso, para ti.

106. Horas calientes -Calamanda Nevado-

Antes de hundirse la coloración del ocaso  anaranjado en  aquel horizonte rojizo, el  suave viento  de la tarde mecía  nuestros sueños. Las  chicas confesaban  que    les gustaba el rojo Ferrari: -Es el   color de la velocidad y la   pasión, y añadían coquetas, levantándose y  dejándonos observarlas   como a pajarillos  en las copas de   árboles que pintaban de encarnado. -Vamos, se hace tarde-.

Teniéndolas cerca era fácil   enamorarse.  Caminaban  bajo la puesta de sol descalzas por la tierra blanda, con las faldas y el pelo al viento,  adivinando  formas  en las  nubes deshilachadas. A nosotros, salidos  en   aquel momento,  los rojizos brillantes del atardecer, imponentes y mudos, nos  parecían mujeres muy  escotadas,  vestidas de  rojo semáforo  y lencería rojo cereza  a juego; despertando ganas de bañarnos en el arroyo  cargado de margaritas blancas y amapolas rojo geranio.   Mientras  las  animábamos yo intentaba descender  mis dedos entre los botones de  la camisa rojo fresa de Paquita, mi novia.   Al remontar  la cuesta le regalé  una cajita de música rojo mandarina, la  abrió y  colmó mis labios y la hebilla roja  de mi cinturón  de  fantasía. El caso  fue que tonteando no   intuimos la envergadura  de  aquel  largo beso ni su  rojiza extensión.

 

 

105. JEANNE (M.Carme Marí)

Las carreteras se hallan bordeadas por un rojo infinito bajo unos centímetros de tierra y asfalto. Rojo sangre, rojo vergüenza. En una guerra, como todas sin compasión, los chivatazos de verdades o mentiras los usaban las tropas del alzamiento para castigar a tantos que no encajaban en los estrechos márgenes de su palabra libertad. De un pueblo de la meseta castellana huyó un grupo, compañeros de sindicato, aterridos ante la mancha unicolor que extendían por las cunetas. A través de los bosques del Pirineo consiguieron cruzar la frontera, esquivando uniformes en un largo camino. No lo tuvieron fácil, pero lograron una nueva vida.

Juan, y con él Juana, se salvaron y en el exilio, de los dos surgió Jeanne. Juan buscaba la justicia social, perseguida sin tregua en su país, por la que siguió trabajando en Francia. Juana pudo salir en las noches de París, sin ese corsé que la oprimía dentro de Juan coleccionando silencios ahogados y comportamientos reprimidos. Adaptaron el nombre a su tierra de acogida, disfrutando por fin del aroma de la fraternidad.

104. Así habló Zaratustra (Manuel Menéndez)

“Rojo sobre negro, sangre que tiñe el barrizal…”, tarareé las estrofas de Aute mientras contemplaba el cadáver exangüe del anciano de barba blanca. Sus ojos, color mar, contemplaban la eternidad con expresión de infinito cansancio. Estuve tentado de sentir lástima, menudo contrasentido. De todas formas había trabajado para él, aunque hiciera siglos de aquello, así que me quité el sombrero en señal de respeto. Quizás no merecía ese final, se había esforzado mucho para estar en lo más alto, pero cuando todos pierden la fe en tí, estás acabado. La gente confunde la bondad con debilidad, se lo advertí cuando me echó de su lado. Sin embargo prefirió escuchar a su adulador coro de falsos profetas. Pasó mucho tiempo hasta que, al final, todos le abandonaron. Podría decirse que aniquilarle fue algo piadoso, otra divertida paradoja.

Lavé con minuciosidad la sangre que me cubría, me despojé de mis ropas, ya innecesarias, y arranqué el Ferrari. Mientras Angus Young iniciaba el riff que sirve de banda sonora en mi autopista, contemplé satisfecho la imagen del espejo: perpetuamente joven, seductor e inmortal. Y ahora con el mundo entero a mis pies. No es de extrañar que los Stones me tengan simpatía.

103. EL COLOR EN EL ARTE – I (Recordando Altamira)

Aquellos rumores apuntaban un verdadero peligro para su estatus. Alguien en las techumbres, hacía visualizar las manadas de animales que cazaban.

Traspasando la cavidad, con la luz exterior, contempló la paredes con marcas, símbolos, trazos y grafísmos enigmáticos. Todo surgido espontánemente, en ceremonias entre humeantes hogueras de ramajes extraños que trastocaba la mente. Numerosas huellas de manos, con pigmentaciones rojizas sopladas sobre ellas, eran lo más realista.

Ya en el corazón de la cueva, lámparas quemaban tuétano iluminando nítidamente el gran espacio. Quedó estupefacto con la mirada en la bóveda. Bisontes recostados, en movimiento, ciervos, caballos, que lo sobresaltaron al acercar la luz jugando con los volúmenes naturales de la piedra y la viveza del rojo, negro y ocres. Observó la elaboración de pigmentos, el perfilado de las figuras con la punta de piedra. Los dedos, palos forrados, pieles con lo que aplicaba el color. Aquel bisonte encogido sobre sí mismo, retozando en la tierra o herido, lo trasladó a los días de caza. En ese momento, reafirmó que él era el chamán del clan. El que plasmaba aquellos animales idénticos a los que cazaban, no imploraba a los espíritus. No podía ser chamán. Tal vez fuera el primer pintor.

102. LLAMA DE CARBÓN

Entregué el cubo de carbón a Madre. Ella levantó las arandelas de la cocina y echó dos paladas. Las piedras negras casi cegaron el rojo encendido de las ascuas, pero enseguida surgieron varias llamitas relampagueantes que danzaban y hablaban entre ellas. Era un momento crucial, porque por primera vez, estaba entendiendo lo que decían. Algo así como darle su merecido, no pude escuchar a quién, porque, justo entonces,  Madre colocó las arandelas en su sitio con un gancho y me tapo la visión. Por dentro, el choque de los hierros resonaba como un gong. Era un sonido de máquina de tren cuando entra en un túnel. Y luego reverberaba con eco de tambores alejándose. Madre salió. Yo me subí a una banqueta para mirar por el agujerito de la arandela pequeña. Lo poquito que veía bastaba para adivinar lo demás. Los tamborileros volvían. El demonio se puso en pie y se hizo el silencio, hasta las llamas dejaron de crepitar. Alzó su tridente y ordenó: sí, dadle su merecido. Entonces salió un chorro de humo y hollín que impregnó la cocina con olor a peces muertos. Luego escuché el llanto inconsolable de Madre. Mi hermano nos había dejado para siempre.

101. ÓLEO (Sandra Sánchez)

“La fantasía, abandonada de la razón, produce monstruos imposibles”
-Francisco de Goya-

Después de que el vacío infinito de su boca  hubiera tragado paisaje y lienzo, pincel, mano y caballete, se relamió con su enorme lengua viscosa y espesa. La fue deslizando luego, con empeño, por cada uno de los colores de la paleta: succionó el rojo con fruición, dejando un rastro parecido al de la sangre en la comisura de sus labios; del verde, engulló, sin masticar, cualquier grumo de esperanza;  y al naranja le chupó, de una forma casi obscena, todo el jugo…
Dejó, para el final, un breve fundido en negro que pronto se diluyó en la nada para que no tuvieran, ni siquiera, con qué vestir su luto.

100. Pantone 485

Billetes de tren sin usar, cartas vagabundas sin sello ni remite, besos transeúntes a la búsqueda de un trozo de piel donde adherirse y palabras que murieron en la obstinación del silencio. Todo ello conforma una basura inclasificable que comienza a ser preocupante.

El gabinete de crisis ha decidido tomar cartas en el asunto  contratando a  un grupo de expertos en materia de energías renovables para ver si son capaces de transformar tanto desánimo en combustible barato. De momento han instalado contenedores de color rojo en las ciudades que nadie sabe por qué, combustionan al contacto humano.

El político de turno ha buscado una rápida explicación: calentamiento global.

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