Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

100. Pantone 485

Billetes de tren sin usar, cartas vagabundas sin sello ni remite, besos transeúntes a la búsqueda de un trozo de piel donde adherirse y palabras que murieron en la obstinación del silencio. Todo ello conforma una basura inclasificable que comienza a ser preocupante.

El gabinete de crisis ha decidido tomar cartas en el asunto  contratando a  un grupo de expertos en materia de energías renovables para ver si son capaces de transformar tanto desánimo en combustible barato. De momento han instalado contenedores de color rojo en las ciudades que nadie sabe por qué, combustionan al contacto humano.

El político de turno ha buscado una rápida explicación: calentamiento global.

99. Rojo de rabia (Javier Igarreta Egúzquiza)

Me la encontré en la estación de cercanías. Cuando me pidió la hora, intuí que solicitaba mi ayuda, sobre todo al reparar en la presencia de aquel individuo malencarado que nos observaba atentamente. Le sugerí acudir al policía que patrullaba la estación, pero ella rechazó la idea con un expresivo ademán de sus ojos y, aprovechando la algarabía tras la llegada de un tren, salió a toda prisa indicándome que la siguiera, cosa que hice vigilando subrepticiamente al «sospechoso». Ella me esperó en una bocacalle, y casi me empujó hasta el interior de un café destartalado. Allí simuló derrumbarse, mientras me hablaba acongojada de antiguas correrías, deudas pendientes y supuestas amenazas; pero de pronto se levantó, como movida por un resorte. Fue demasiado tarde, cuando una sospecha hizo que me palpara compulsivamente los bolsillos. Salí tras ella y aún pude verla, arriesgando su vida en medio del tráfico, acompañada del tipo aquel. Enrabietado ante un semáforo que «jugaba siempre al rojo», comprendí que mi gesto de viejo «cruzrojista» me había jugado una mala pasada. Por no hablar del carmín de aquellos labios.

 

98. PUNTUALIDAD CASI BRITÁNICA (Yoya M. Alonso)

El atardecer en llamas y una bandada de estridentes gaviotas orbitando sobre el acantilado. Eso es lo último que veo mientras salto al vacío.Desde esta cama  de hospital maldigo esa suerte que tuve cuando aquel inesperado pescador dio la voz de alarma. Deberían dejarse ir a la gente, cuando así lo decide. A un suicida no se le debe salvar. Tiene siempre una cita, y la mía era contigo. Espérame amor, siempre fuiste una mujer paciente y yo, un hombre de palabra. Oigo un fuerte pitido y abro los ojos; se me tiñen de un rojo oscuro que se me antoja la antesala del infierno…pero no, procede de una bolsa de sangre que pende de un soporte junto a la cama. Algo va mal. Las enfermeras murmuran nerviosas lo que no logro escuchar. Por un momento salgo de mi cuerpo y observo que sonrío. Hoy serían nuestras bodas de oro. Creo que, a pesar de todo, llegaré a tiempo.

97. LA HOZ Y EL ANTIDIO (Toribios)

Se ponía rojo por todo. “Niño, sal y di al cobrador que no estamos”. Abría la puerta y el cobrador se iba diciendo “ya, ya…” y haciendo muecas. En clase tenía fama de acusica. Le gustaba una niña, y se pasaba los recreos como un semáforo. Era un desastre. Sobre todo porque a Antidio lo que más le gustaba en el mundo era ser espía. Le subyugaban esos agentes de las películas con sus mini cámaras y sus microfilms y sus zapatos con teléfono. Pero Antidio nunca podría ir por la plaza Roja disfrazado de uzbeko. Jamás podría mentir a la KGB sin que su cara hiciese palidecer a las banderas. Lo sabía y sufría. Le hablaron del autocontrol y se puso a ello con denuedo. Estuvo años practicando hasta conseguir el objetivo. Por fin podía decir “no hay nadie en casa” sin delatarse. Corrió al ministerio de Defensa. “Quiero ser espía”, dijo al centinela. “Pero ya no hay muro”, le contestaron. “Vino la glasnost, la perestroika, Gorbachov, Yeltsin, Putin”. No entendía nada. Pero lo peor fue cuando le dijeron aquello de si no era ya muy mayor para andar con esas cosas. Se puso rojo como un tomate.

96. DOMINGO ROJO (Laly)

Hoy Lucía tiene una belleza especial.

El maquillaje le da un aspecto natural y relajado, su leve sonrisa desprende una extraña calma y parece sentirse en paz consigo misma. Va cubierta de pies a cabeza con su color favorito, a juego con la fecha del calendario. Ni que la hubiera elegido…

Hace tiempo que no recibe a tanta gente.

El pelo suelto y el vestido rojo marcando su silueta, aunque no sean lo más apropiado para la ocasión, han sido un acierto. Así se siente cómoda. Tampoco los tacones de aguja son una elección perfecta y no parece preocupada por sus medias de rejilla, tan frágiles como ella.

Su perfume, Eternity, alivia el olor a incienso de la iglesia y encubre el aroma de las flores. Sobre el ataúd, alguien puso su cajita de música, que atenúa los sollozos, el murmullo de los rezos y a eso de las cinco, las campanas tocando a muerto.

Los testigos aseguran que la vieron parada, mirando la línea roja del horizonte, como esperando algo. Otros dicen que el vestido, el Ferrari y el semáforo eran rojos.

Casualidades del destino.

Hoy Lucía tiene una belleza especial, como si se hubiera reconciliado con la vida.

95. Juguete roto.

Lo admito: He soñado con Lucrecia Nogales desde que se instaló en el piso de abajo y escribió su nombre en el buzón con esmalte de uñas. Rojo. Hembra de allende los mares, exagerada en tacones, contornos y gestos, parecía someter al mundo. Observar sus andares calle abajo, era un dulce suicidio al que me sometía a menudo. A su paso, dejaba un aroma intenso en el ambiente que me arrastraba hacia ella, como un yonqui hacia el callejón.
Llenó el edificio de fiestas, jóvenes tatuados, alcohol, ruido y polémica, taladrando el silencio y el sueño. Difícil descifrar si los gritos eran de placer o dolor.
Hoy, de nuevo, voces y música extrema rompieron la noche. Silencio. Sirenas. La luz intermitente y rojiza de la ambulancia ilumina y apaga, ilumina y apaga, una muñeca desmadejada en la acera, brazos y piernas mulatas: todo roto. Un zapato deshabitado clava el tacón en el aire y en mi conciencia. Acodado en la terraza, mis lágrimas mezcladas con parpadeos de sirena producen un collage rojizo, casi hermoso, sangre, pánico, culpa e impotencia. Por primera vez veo la cara niña, desnuda de maquillaje y carmín, indefensa y asustada. Siento vergüenza y vomito.

94. Una tragedia increíble (Juana Mª Igarreta)

Nereo, el anciano dios de los océanos, ha sorprendido a Tetis ovillada en el fondo marino. La joven nereida teme desvelar a su padre el motivo de su desolación. Ella, avezada socorrista de los más intrépidos argonautas, la pasada noche desoyó las voces desgarradas que imploraban su auxilio. Y el mar, tan calmo y solícito a veces, obró con la mayor fiereza, haciendo de sus aguas un dantesco escenario. ¿Quién creerá a la ninfa si cuenta que presenció a la imponente Hidra recoger despavorida sus múltiples cabezas de serpiente, al ser rodeada de un sinfín de restos humanos? Y si dice que vio el ojo de un cíclope colmarse de colosales lágrimas, cuando sumergiendo sus titánicas manos las llenó de fragmentos de una infortunada patera, ¿quién dará crédito a sus palabras?
Tal vez, si muestra sus argénteos pies todavía cubiertos de esa pátina viscosa y rojiza, tal vez consiga que la crean.

93. ROJO

Omar caminaba pensando en sus cosas, tenía problemas y buscaba la forma de solucionarlos.

El día era gris como su ánimo. De pronto sus ojos se llenaron de ese color rojo enorme producido por el fuego.

Escuchó los gritos de un niño, y sin pensarlo dos veces, comenzó a escalar el edificio agarrándose a terrazas y ventanas como buenamente pudo.

La gente empezó a arremolinarse, todas las miradas estaban puestas en él, que ascendía como podía, acercándose al niño.

Por fin sus manos consiguieron agarrarlo y cogiéndolo le situó en un recodo seguro.

Abajo empezaban a sonar las sirenas, los coches de bomberos se acercaban, todo parecía que empezaba a controlarse.

Omar sonrió y pensó en ese color rojo del cielo que iluminaba su rostro cuando fue rescatado de la patera con apenas un hilo de vida.

92. SALVADO DE LAS AGUAS (Isidro Moreno)

Me reanimaron a bofetadas, vomitaba agua salada junto a mi caballo muerto. Estaba rodeado por muchos de mis soldados, empapados y maltrechos.

Huíamos a todo galope sobre el lecho marino entre dos murallas de olas. Percibíamos la persecución, cada vez más cercana, del ejército enemigo. Antes de alcanzar la orilla con mis compañeros de la retaguardia, vi que nuestro jefe, Moisés, ordenaba que las aguas se juntasen.

Allí, bajo el Mar Rojo quedaron miles de enemigos egipcios con sus carros y caballos, pero afirmo que, el imbécil de Moisés vio perfectamente que su retaguardia israelita aún no habíamos cruzado.

Desde entonces, ambos nos profesamos una notoria ojeriza.

IsidroMoreno   

91. Obsesión

Él gesticulaba y agitaba los brazos de un lado a otro del salón. Ella, aguantando el pánico, apenas oía fragmentos de su discurso, si bien iban colándose en su cerebro palabras como traición y pérdida. Al fin, él se detuvo a escasos centímetros de su cara, “¿cómo has podido?”, le espetó con un aliento que a ella le supo a veneno. “No lo entiendo”, repetía golpeándose contra la roja pared que les separaba del vestíbulo. Ella no se atrevía a moverse, nunca lo había visto así. Siempre había sabido que era especial y eso le había atraído, pero ahora no comprendía qué había hecho para enfurecerlo. De repente, una idea, tan encarnada como los muebles, las toallas y las tazas, se coló en su cerebro y lo descifró; cogió su bolso y salió por la puerta para no regresar.

Cuando llegó a la calle, no pudo sino ondear su larga caballera, ayer pelirroja y hoy morena azabache.

90. Interacciones

Cuando Trrrffk murió decidimos embalsamarlo en un intento de soportar mejor su ausencia. Al menos ya no tenemos que esconderlo: colocado en un rincón del salón, pasa por el muñeco de alguna película fantástica. Si alguien pregunta por su procedencia, explicamos que era el último ejemplar de una remesa descatalogada.

Lo encontramos mi padre y yo en un bosque cercano. Casi lo pisamos, pues su maltrecho cuerpo apenas contrastaba con la hojarasca roja de los arces. Resultó ser un habitante del subsuelo marciano, en misión pacífica, que había abandonado su nave justo antes de que esta se desintegrara contra una roca. No obstante, hasta que supimos todo eso, tuvimos que conformarnos con la fianza bondadosa de sus ojos esmeralda.

“Jamás dejas de ser”, solía decirnos entre otras enigmáticas sentencias, y sus palabras regresan ahora, mientras lo observo ahí plantado, como si quisieran revelarme algo. Las visitas lo contemplan fascinadas. Se hacen fotos con él. Le hablan y acarician su escamosa y peluda piel caoba. “¡Juraría que se ha movido!”, dicen algunos. Pura ilusión. En realidad, solo su miembro viril lo hace a veces, en una especie de erección que levanta su túnica: señal inequívoca de que va a llover.

89. Reflejos (Javier Puchades)

Me miré en el espejo y me dio miedo. No era por verme la cara cubierta de arañazos o por aquella herida abierta en el hombro. Ni por los cortes que presentaba por todo el pecho. Ni, por supuesto, por contemplar el reflejo carmesí de los cuerpos de mi esposa y las niñas sobre la cama.

La verdad, lo que me causó pavor fue mostrar cierta debilidad al observar cómo se deslizaba con lentitud por mi mejilla una lágrima.

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