Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

88. Positivo – Negativo

Recoge las cosas de forma ordenada. El llanto apagado hace eco en su estómago y, con una leve inspiración, seguida del enésimo suspiro, empuja la maleta de ruedas para, después, cerrar la puerta y seguir caminando. En un bolsillo guarda un pañuelo arrugado, en el otro suena el “beep” de los WhatsApps incesantes del teléfono móvil. Ya contestará más tarde, cuando llegue a casa. Ahora no hay empatía que acune todo el dolor ni consuelo que adormezca su pena.
Mañana será otro día y comenzará de nuevo la carrera para conseguir su objetivo. En el cubo aséptico quedan, aparte de muchos desvelos, jirones de su propia piel, desgarros del alma,  todas sus ilusiones y la vida hecha pedazos.

La extraña sensación al ver escenas como esta hace que la máquina de mis entrañas comience a funcionar de nuevo y se despierten, una vez más, todos mis sentidos. He observado este suceso decenas de veces, he adivinado esa expresión en la cara de muchas mujeres que solo cambia al descubrir, en un nuevo test, otro positivo.

87. Las páginas pasadas.

Cuando papá se fue se llevó la mitad de mamá que no se ve. La otra mitad se quedó varada en la cama, rodeada de cajas de pastillas, unas llenas, muchas vacías. Papá marchó rápido,  apenas tardó seis meses. Y sin papá, casi sin mamá y sin alegría en casa, comencé a cumplir años de tres en tres. De los seis pasé a los nueve, y a los doce mamá se rindió. No dejó ninguna pastilla. La abuela se apiadó de mí, pero ella también parecía cumplir años más rápido de lo que decían los calendarios, y en sus últimos meses apenas se levantó. Yo era su radio, su asistente, su cocinera. Por suerte, entre todo lo que perdió no estaba su sonrisa. Reíamos, aunque sin querer me llamara como a mamá.

La última tarde dio un respingo y señaló un viejo libro con el lomo, las tapas y las hojas rojas. Solté sus manos heladas para recogerlo de la estantería, pero al regresar a la cama ya no respiraba. Lo dejé en su pecho, bajo sus manos, y así fue enterrada.

Hoy,  mi nieta ha subido del sótano con un polvoriento libro rojo. Dice que mis manos están frías.

86. Redención

Rojas eran las flores que las mujeres del pueblo bordaban en sus vestidos de fiesta y roja la sangre que al llegar la guerra empezó a manchar los campos que ya no querían seguir en flor. Fueron entonces aquellas mismas manos primorosas las destinadas a ocuparse de los uniformes con los que los hombres marcharían al frente. Ya no había risas ni coplas en las horas de costura, sólo rezos silenciosos al dios de los que no creen, para que las balas del enemigo no bordaran sus rosas de muerte en las camisas confeccionadas con tan abnegada labor. Y hubo una entre todas ellas, resignadas artesanas de la aguja, que quiso rebelarse contra su destino y tomar el fusil del bando que mejor reflejaba el color de su corazón. No supo que se alistaba con los llamados a ser vencidos y que sería su peor derrota no morir con la dignidad de tantos otros, sino acabar cosiendo la triste indumentaria de los represaliados, redimiendo así la pena merecida por haber enarbolado la bandera de la libertad.

85. Escrito en el cielo

De Cuatro Vientos a Mar de Cristal. Seis días a la semana, catorce estaciones y cuarenta somnolientos minutos.

Hace un mes se agotó la pila del despertador. Sin cafeína y mal peinado me sumé a la riada nerviosa y apresurada de la multitud.

Entré al vagón de un salto y me senté frente a ti. Gafas redondas, pelo ondulado, sonrisa ensimismada… Tras verlo advertí que solo tú llevabas uno, también un lápiz. Subrayabas, tomabas notas y de cuando en cuando  alzabas la mirada para comprobar por dónde íbamos.

Al llegar le pregunté a doña Luisa si podía cambiar el horario, empezaría media hora más tarde y, por supuesto, prolongaría la salida. “¡Perfecto, vendrás más espabilao!”, exclamó.

Hoy repites de nuevo, Wislawa. Yo, Ángel. Intento adivinar: “Si alguna duda subsiste, la disipa el viento”. En el mío: “Estoy aquí, donde yo siempre estuve”.

Espero a que salgas, avanzo deprisa y te adelanto. Al emerger a la superficie la visión es impactante, un rojo de mil tonalidades se refleja en las nubes, muy altas, y como sombras chinescas perfila tejados y chimeneas. Te paras a mi lado, nuestras manos se rozan y juntos observamos la cúpula escarlata.

84. La biblioteca

Odiaba ese color y todo lo que se lo recordase. Al entrar en la sala de lectura del castillo que acababa de heredar, miró los lomos burdeos que la llenaban e imaginó que, quizás, su padre tramaba un acto de venganza, desde la tumba, tras descubrir que un vaso de vino, aderezado con arsénico, había sido el culpable de su muerte. Ordenó sustituir aquellas encuadernaciones por otras verde aceituna. A la semana, entró en la habitación y sonrió al verla con un aspecto impecable; hasta hacía juego con los olivos que asomaban entre los visillos de las ventanas. Entonces cogió un tomo al azar, La hoguera de las vanidades. Enseguida lo soltó y agarró el siguiente, A sangre y fuego. Empezó a sentirse irritado, mas cuando comprobó que estos títulos se repetían en series de nueve junto a Me llamo Rojo, Sangre y arena, La Pimpinela Escarlata, Rojo y negro, Drácula, Las uvas de la ira Señora de rojo sobre fondo gris, notó una punzada en el corazón. Al llegar al último libro, respiró tranquilo. Se sentó en su sillón y fue dejando poco a poco este mundo, a medida que leía el apellido del autor de La Celestina.

83. LUCES ROJAS (José Ángel Gozalo)

Domingo 20 de enero del 3109 desde la transmutación tecnológica.

Diario de viaje de la nave de exploración interestelar Crome X1.

Encontramos la estación espacial hace dos días, orbitando inerte alrededor del planeta Ovi, uno de posibles candidatos a albergar vida semejante a la tierra primitiva.

Parecía abandonada, así que procedimos a abordarla.

Su nombre, Regresión, pintado sobre el fuselaje ya debería habernos advertido. La información de nuestros archivos hacia referencia a un proyecto ideado por los científicos para asegurar la perpetuidad de la raza humana, pero nada más.

Al entrar nos dimos cuenta de que algo andaba mal. El pequeño espacio intermedio resultante entre dos compuertas, estaba invadido por una intensa luz roja. También perdimos inmediatamente la conexión con las redes sociales. Nos sentimos totalmente desamparados.

De pronto, comenzó a brotar del suelo un líquido espeso similar al agua que invadió la estancia.

No experimentamos miedo, pues nuestros cuerpos sintéticos no eran capaces de sentir nada. Aunque para nuestro asombro, nuestras piezas mecánicas comenzaron a disolverse y descubrimos el dolor a medida que estas iban siendo reemplazadas por tendones y huesos. 

Aterrizamos en Ovi, sintiendo por primera vez el calor de su sol en nuestras caras.

¡Estábamos realmente vivos!

 

82. Castigo

El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos y sobre las fuentes de las aguas y se convirtieron en sangre.” Apocalipsis 16:4

Las aguas del río bajaban teñidas de un tono carmesí. Ante tal fenómeno las gentes piadosas se entregaban a la oración. Los científicos, por su parte, hablaban de la proliferación del alga roja (Euglena Sanguinea) como consecuencia de la elevada contaminación. Y mientras ponían su mirada en el Altísimo los unos, los otros lo hacían en las factorías industriales, templos del dinero, para muchos el nuevo dios.

81. El delirio de los narcisos

Me sabías tuya. Siempre adoré tu mágica mirada abismal y curva. Tus ojos se adueñaron de mi voluntad, de modo que, aunque los meses pasasen, eran el paisaje de mi certeza. Es verdad que, quizá, ese fue el origen de las bajas pasiones, de mis vicios por captar la agitación de otras miradas, cuando nuestros lugares comunes del amor parecían desviarnos. Acaso, por ello coleccioné los ojos de todos mis amantes, los arranqué con ternura y los deposité con el decoro de un campo de cerezos. Para que me miren. Tú me conocías bien: te los quitaste solito. Y me los enviaste por correo certificado. Les otorgué un lugar privilegiado en mi vitrina carmesí. Sabías que no dejaría de llamarte para halagarlos.

80. Tragedias cotidianas (Marta Navarro)

<<Que le cooorten la cabeza>> sentenció furiosa la avaricia cual perfecta reina de corazones y, al instante, de su humilde paraíso, un hombre fue expulsado. Condena de indigencia, desamparo y soledad. Ejecución inmediata.
En un banco del parque llora un anciano su miedo y su derrota. De su desgracia, ciega como suele, la justicia aparta la mirada. Un vendaval furioso y destemplado asola cada rincón de la ciudad. <<Hagan juego, señores, hagan juego…>>, desliza zalamero entre sus ráfagas. Borrachos de ilusión y de esperanza, aún ignoran los incautos que, siempre en este juego, al rojo ganador, sin riesgo apuesta la banca.

79. Como cerezas en su punto de azúcar (Sara Nieto)

Mi abuelo plantaba cerezos en el Jerte. Adoraba el color que tenían las picotas cuando las miraba en los capazos todas juntas. Goterones de sangre a punto de explotar, decía que se le antojaban. A mi tío le encantaba el vino de pitarra: fabricarlo y bebérselo. Solía decir que la pitarra tenía que ser recia y espesa, como la sangre.  En el patio teníamos un granado. Mi abuela adoraba sentarse cada tarde, con su calceta en el regazo, a observar cómo, poco a poco, los frutos se iban reventando y dejando al descubierto los rubíes brillantes, como un rocío sangriento y dulce. Un día tranquilo en la primavera del 38 la vida, tan sarcástica a veces, les preparó una sorpresa. Los puso uno junto a otro, al pie de la tapia del huerto y derramó sobre ellos una ráfaga rápida, intensa del rojo más profundo, caliente y vívido que hay.  Antes de cerrar los ojos, mi abuelo tuvo un segundo para mirar el hermoso atardecer rojizo que derramaba sus últimos rayos sobre las cerezas, gordas, lustrosas, coloradas como la grana. Y pensó con tristeza que justo se encontraban en su punto de azúcar.

78. S E L E N E (María Jesús Briones Arreba)

Me casé de rojo pasión: Vestido de seda grana; capa púrpura, labios de «rouge», ramo de claveles y
alianza de rubís.

Buscamos la miel de la luna cuando el astro mostraba su rostro de hogaza a medio cocer. Poco a poco, se volvió rojiza por la erótica que ofrecimos: Dos cuerpos consumiéndose por la lumbre del deseo sobre un campo de amapolas. El sabor dulzón de los pétalos se fijó en nuestras lenguas, descubriendo cada recoveco de la carne. Susurros y gemidos transformados en aullidos.

El faro lunar irradiaba sobre mi melena pelirroja, torbellino fogoso, crepitando en el tronco de mi compañero. Los cabellos se me desprendieron como hebras de una madeja apolillada hasta convertir las raíces en crin y mis extremidades en…

Entreabrí los carnosos labios . Mis colmillos desmesurados se clavaron en el cuello del hombre. Un líquido sanguinolento inundó mi boca, mientras él expiraba.

Envolví sus restos en la capa, Encajé mis rubís en aquel miembro, lo cubrí de amapolas y claveles y con un aúllo retumbante se lo ofrecí a Selene, guía de la manada.

Nota: Este relato, está fuera de concurso.

77. Un faro en el desierto (Antonio Araújo)

Amanece en espasmos rojizos. Tras la pared de hielo se extiende la cobriza soledad de los Valles Marineris. Linda Bergovich duerme. Una tenue luz de nieve artificial se proyecta sobre sus mejillas.

 

Mientras la contempla, en la retina híbrida de James Newman se activa un warning: desajuste en córtex cerebral, riesgo de colapso, flujo de información supera umbral de canales periféricos. Se incorpora. Sale al exterior. Desnudo.

 

Linda despierta. Roza la nieve al otro lado de la cama. Mira afuera, más allá del hielo. Se levanta, prepara café, calienta sus manos en la taza, lo saborea despacio, como el sexo reciente. Sonríe. Consulta el pronóstico del tiempo. Se acerca el fin de la temporada fría.

 

Una sucesión de sobrecargas inducidas desorienta los sensores de James. El roce salvaje de un viento de azufre. El tacto de sus dedos en Linda. El tacto de los dedos de Linda, magnetizando los polímeros de su piel. Recupera celdas de memoria, palabras perdidas. Placer, adicción, desorden. Vulnerable. Como el pecio de un beso mate púrpura en los labios. Como un ser caminando sobre Marte. Como un faro de hielo en el desierto. Como la furia cósmica del vacío, cuando no puede matar.

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