Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

63. Periferia (Miguel Ibáñez)

Yo voy en un coche. Tú vas en otro coche. Miras por la ventanilla y las señales que ves son distintas a las que yo veo. El vestido negro te queda por encima de las rodillas.
[todo esto lo estoy imaginando]

Aparco en un claro alejado de la ciudad. Hay cosas que no deberían estar allí; un taxi y una cabina de teléfonos, como las de Londres. Meto dinero y te llamo. Recuerdo mejor tu número de móvil que el color de tus ojos, te redujiste a una cuestión gramatical; pretérito imperfecto o indefinido. Alguien debe tener anotado el instante preciso en el que nos convertimos en extraños. Pienso en el olvido como una barra de hielo derritiéndose. Me gustaría ver esa libreta.

Da tres tonos, lo coges y cuelgas. No tengo tiempo de oír casi nada. Preguntas y parece que algo distrae tu atención. Ese instante,nada para ti, rondará semanas mi cabeza. La máquina escupe, como metralla de las cosas que nunca nos dijimos, dos monedas de cinco céntimos, que manoseo hasta enrojecerme los dedos. Desesperado trato de ver si queda algo más, sudo. Una mujer que pasea con un gato me mira raro.

62. APACHES

Poco después del dieciocho de julio, madre les prohibió adentrarse en el bosque para jugar a indios y cowboys, y cuando llegó septiembre tampoco pudieron volver a la escuela de paredes desconchadas –don Feliciano, el viejo maestro que les llevaba al campo a observar rapaces y huellas de alimañas, había desaparecido–.

Desde entonces, las mellizas pasaban los días enteros en el desván cazando bisontes con sus arcos, asaltando carruajes y reduciendo cabelleras de enemigos, mientras madre vigilaba insistentemente por la mirilla.

No fue tanto la brusca irrupción de madrugada, los empujones de aquellos rostros pálidos con uniformes verdes y fusiles, el crujir de sus arcos pisoteados por las botas metálicas. Lo más hiriente fue que las llamasen rojas inmundas, mientras las sacaban a rastras hasta un furgón.

Ellas no eran simples pieles rojas.

Eran guerreras apaches.

61. LA ANTESALA DE LA MUERTE (Belén Sáenz)

Tras una pesadilla o un desvanecimiento desperté en una habitación desconocida. Empezaba a difuminarse, en el ventanal enmarcado por pesados cortinajes que veía ante mí, el arrebol que agosto resta a los días. Un ruido blando frotaba las paredes y con el corazón encogido imploré que fuera una paloma. Decidí dedicar diez minutos, ni uno más, a descansar y luego volvería a casa. Ni en el más absurdo de mis delirios se me habría ocurrido esperar al alba allí. Pero cayeron los alzapaños como dos brazos yertos y se desplegó el damasco escarlata. El lienzo ejecutaba un aleteo demencial suspendido en el vacío. Quise huir y el terror, como un latido de sangre, me paralizaba. Al notar su caricia en los tobillos creí enloquecer, y cuando me acogió en un abrazo supe que su impulso era letal. El tejido se contraía y dilataba como las fibras musculares vivas, mi cerebro rozaba la bóveda del cráneo con un chirrido de algodón. La oscuridad era rojiza, y el horror y el asco se multiplicaban por el macabro olor a podredumbre. No puedo sino esperar a que todo termine refugiado en esta crisálida de envolturas mullidas y tibias. Sólo diez minutos y ya…

60. ME LLAMO 60 (Rafa Olivares – EdH2019)

Érase una vez, un relato que quería ser admitido en los muy exclusivos Jardines de los Cuentos Nocturnos. Al llegar a su entrada, vio clavado en un roble un Edicto que rezaba «No se admite el acceso a historias que no lleven entre sus líneas alusión alguna al color de estas letras en molde». Sin arredrarse, nuestro personaje se adentró en el recinto siendo matriculado con el número 60. Pronto concitó la mirada de otros cuentos que buscaban descubrir, entre sus párrafos, indicios de la tonalidad prescrita y que no lograban encontrar ni siquiera en las cintas marcapáginas –una verde y la otra amarilla–. La curiosidad insatisfecha da paso a susurros de malestar, luego a murmullos de desaprobación y más tarde a voces de indignación que reclaman la intervención del cuerpo de alguaciles para expulsar al causante de tan incívico y oprobioso comportamiento. Sin embargo, nuestro cuento 60 deambula feliz y sereno por los parterres, seguro y confiado de portar entre sus postreros vocablos el susonodicho color que nadie ha visto todavía. ¡Vaya si lo porta! Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

59. REBELDE SIN CAUSA (Manuela Balastegui)

¡Estaba harta de repetirle las cosas!¡le entraban por un oído y le salían por el otro!¡ me amenazaba conque «a su edad» no tenía más que llamar al teléfono  contra el maltrato!. Harta de oír su descaro, hice una lista de las cosas que María, NO debía hacer; y otra, con las que SÍ. Pinté, en la primera, una señal de prohibido con un rojo intenso. Recalqué las enes en rojo, para que lo viera bien. La obligué a poner la lista en un lugar visible. Optó por la puerta del armario:

1- NO cambiar las sábanas.

2.- NO fregar los suelos.

3- No giros bruscos con la cabeza.

A continuación, en el marco del espejo de la habitación, colocó la lista de tareas que sí debía hacer, con un circulo verde, recalqué las eses, con verde fosforito.

1.- escribir, hacer sumas y restas en la libreta rubio, aprender frases en inglés.

2.- levantar los pies al andar.

El oculista no diagnosticó daltonismo.

 

58. ANSIA POR DESCUBRIR Y COMPLACER (Petra Acero)

La niña, arrodillada junto a su madre, dibuja un gran círculo rojo con la yema de su dedo índice. Da dos golpecitos encarnados  —plof, plof—  en el centro del redondel: “Los ojos, mamá”. Traza una línea curva: “¡Una gran sonrisa!”, grita, como si su madre estuviera sorda. Arrastra el índice y el corazón, haciendo rayas alrededor del círculo: “¡Ya está! ¡Este sol es para ti, mami!”. Se sorbe los mocos y continúa con su obra: una casa, un árbol —que chorrea frutas coloradas—, su perrita Perla y su mamá. “Os quiero. Mucho, mucho. Os quiero mucho a las dos”, canturrea, como en una nana. La pequeña pintora se incorpora. Mientras se frota las rodillas, enrojecidas, descubre un riachuelo espeso. Con ambas manos trata de desviar el charco: “¡Vas a estropear mi regalo!”, se enfurece. El frutal y la perrita se ahogan, el resto se emborrona poco a poco. La niña patalea alrededor de la madre. Sus pies descalzos tiñen de rojo el suelo. Las baldosas de la cocina lloran sangre. Como Perla con el vientre abierto. Como la barriga hinchada de la madre. Como el cuchillo que la pequeña apoya en el suelo para rebuscar dentro de las preñadas.

57. La ruleta es una guerra, ¿o era al revés? (Adrián Pérez)

No tenía un color favorito, así que se pasó la noche moviendo los montones de fichas –unas veces discretos, otras, generosos– de un color a otro. Primero el rojo, luego el negro, más tarde, tres rondas seguidas al rojo, a continuación, siete vueltas al negro. Lo hacía únicamente dejándose llevar por su suerte, que le había acompañado durante toda la velada.  Hasta que en la última tirada, justo antes de que el crupier cantara aquello de “no va más”, cogió el monto de fichas –ahora de gran valor– y las colocó en un único color. Cuando la bola empezó a girar todavía no sabía lo que significaría para él, para su familia, para su vida, que en aquella última, azarosa y definitiva jugada lo apostara todo al rojo.

55. Mar rojo

Recostado en mi bañera veo un mar rojo. No es la primera vez.

Recuerdo aquellas tardes en la playa, sentados los dos sobre las rocas mientras las olas rompían contra la orilla. Cada vez que escapábamos de unos brazos equivocados, regresábamos a aquel lugar para encadenar palabras sin descanso. Éramos transparentes sin querer serlo. Evitábamos cruzar nuestras miradas para no delatarnos. Dos Sísifos encadenados a un ciclo infinito y, como Tántalo, incapaces de saciar un hambre más profunda.

El Sol, cansado de nuestro ritual, decidió abrasar las nubes y pintar de rojo el mar. En aquel atardecer rompiste la regla no escrita. Susurraste algo que no entendí, hipnotizado por unos ojos que me sonreían.

Sin embargo, tu tiempo acabó pronto. Aquel sol bermellón y yo te despedimos juntos, viendo como los restos de tu envoltorio se disolvían entre olas carmesí. Nunca te fuiste, ¿verdad?.

Ahora estoy aquí, flotando en mi bañera y esperando a que la vida se me escape por las muñecas. Cuando me encuentren, quitarán el tapón del desagüe. Mi sangre diluida recorrerá las cañerías de esta maldita ciudad para llegar ante el testigo de nuestro primer beso, aquel mar rojo en el que sé que me esperas.

53. Negligencia parental (Rosy Val)

Se palpaba la alta temperatura, nada más entrar. En esa casa todo estaba encendido, menos la chimenea, y aunque la discusión se mantuvo calentita toda la tarde, no fue hasta entrada la noche cuando las palabras crepitaron en la boca de la madre. En los ojos del padre se atizaba una mirada candente. Después llegaron los insultos y el lanzamiento de cosas —como el vaso de tinto que él esquivó y fue a estrellarse contra la pantalla del televisor—. Los dos hermanos, rendidos ante la contienda, se acostaron juntos, con miedo y sin cenar, sin entender cómo les habían concedido la custodia, otra vez. Al día siguiente el odio se iniciaba en la cocina. Por temor a sufrir quemaduras de primer grado, cogieron sus mochilas —que aún permanecían en la entrada—  y huyeron en silencio. En la calle, Daniel le enseñaba a su hermana un mechero. Le explicaba que si lo encendían dentro de una gasolinera, fijo les llevaban de nuevo al centro de menores.

52. Flores en la puerta de un bar (Pepe Sanchis)

Cuando la mujer de mi hijo, con toda la fuerza de su juventud, sucumbió a esa maldita enfermedad,  nadie fue capaz de hacerle comprender que hay circunstancias inevitables, que a su edad era preciso seguir adelante.

He visto su ruina, lenta y progresiva. Días y semanas sin salir de casa. Al final perdió el trabajo. Tras muchos ruegos conseguimos que acudiera a la consulta de una especialista. Todos los esfuerzos resultaron vanos.

Lo peor fueron las pastillas. Y las obsesiones.  Porque obsesiva fue la idea de que el dueño del bar de la esquina era su enemigo, que lo miraba mal, que le enviaba gente para que le dieran palizas. Nada era cierto.

Dicen que este hombre lo mató. Que un día reaccionó mal a sus asedios y no pudo soportar sus manías.  Qué más da si ahora sigue trabajando, libre, aún pendiente de juicio. Porque  yo sé que  mi hijo ya estaba muerto, que su pérdida y el desmoronamiento de una vida que creía organizada  fueron la semilla de un desgraciado final que se anunciaba desde mucho tiempo atrás.

Cada día seguiré dejando flores rojas en la puerta del bar.

 

51. REVERSIBLE

Yo no soy esa mujer que se vende a partir de las ocho de la tarde en una carretera de las afueras por un puñado de euros. Tacón alto, falda corta, escote interminable y labios rojo pasión. Soy la que está al otro lado de su piel. La que renace cuando se desprende de los tacones y se limpia de lujurias ajenas debajo de la ducha. Aquella que todavía dibuja corazones con una inicial en cada extremo de la flecha que los atraviesa, las mismas iniciales desde los quince años. Soy la que cree que las manzanas rojo vivo son menos apetitosas que las verde esperanza. La que soy, aún desgrana ilusiones de once de la mañana a ocho de la tarde, antes de que el cielo se tiña de rojo fuego y de que los corazones de papel se retuerzan arrugados dentro de la bolsa que arroja a la basura.

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