Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

26. Tal vez soñar

Ella, con las piernas llenas de arañazos y moratones en las rodillas, corre de un lado para otro, se sube a las sillas y a la mesa, se remanga su vestido evasé de encaje inglés, para saltar sobre las piezas de plástico que hay distribuidas sobre el suelo a modo de rayuela. Grita y canta con el pelo despeinado y los quiquis casi deshechos. Él, sentado en el centro de las vías, sigue ensimismado la trayectoria de la locomotora del Union Pacific, escucha las voces de la hija de la amiga de su madre y mordisquea con desgana la merienda. La niña, agotada de intentar atraer la atención de su nuevo amiguito, corre a por su pan con chocolate y se sienta junto a él.  La cadencia redonda del convoy por fin les adormila, hasta que acaban los dos acurrucados en la alfombra.

Una voz de hojalata que anuncia la próxima estación les despierta. Se miran a los ojos todavía vidriosos y a las sienes de un extraño color blanco. Sonríen y, mientras piensan lo deprisa que ha pasado todo, se vuelven a dormir esperando que este tren alcance su destino.

25. Quién es?

¿Quién es?.
Que tan bien huele.
Su olor me transporta a los orígenes del regazo de mi madre y los brazos de mi padre.
Su profunda y tranquila respiración hace que me sumerja en los confines de Morpheo.
Lo poseo con mi brazo, sin poseerlo. Liviano candado.
Sueño.
Con largos paseos cogida de su mano.
Sus ojos cargados de cercanía me miran con pasión.
Sueño con sábanas húmedas, largos gemidos, espasmos sin control.
El paraíso me abraza.
Una ventana se entreabre.
El traqueteo del tren se detiene. Se separa suavemente.
Mis excitados labios sonríen al quedarme sola.
Vuelvo a la paz.
Nuevamente sonrío al despertar.
No sé nada de él.
Y, sin embargo, lo sé todo.

24 ESPAÑA, AÑOS 50 (Paloma Casado)

Subieron al tren a medianoche en una estación perdida entre las brumas. En mi duermevela los escuché susurrar antes de que cayeran dormidos uno en brazos del otro. La primera luz de la mañana pareció sumergirlos en una atmósfera dorada que les excluía del resto del mundo, como si fueran un mismo un organismo en el interior de su crisálida.

Les observaba fascinada pensando en cómo me gustaría que mi madre se pareciese a esa mujer plácida y hermosa y abandonase ya su luto y su amargura. También en cuánto debía de echar de menos los abrazos de mi padre. El golpe de la puerta abortó su sueño y mis ensoñaciones. Eran los guardias que venían a pedirnos los documentos de identidad. La barbilla de ella temblaba cuando él les entregó los suyos.

Tras mirarlos con atención, les ordenaron levantarse para acompañarlos.

–¿Por qué se los llevan? –pregunté en un murmullo.

–Cállate, hija, no es cosa nuestra.

La respuesta de mi madre debió parecerle correcta a uno de los guardias porque sonrió de medio lado y tras recorrer con una mirada amenazante al resto de los viajeros, empujó al hombre y a la mujer hacia la puerta.

23. PAISAJE DE INVIERNO (Mariángeles Abelli Bonardi)

Afuera, todo blanco: el aire, los copos, la nieve acumulada.

Adentro, también blancura: las canas, la cartera, el cabezal del mullido asiento.

Manos entrelazadas, tierno abrazo… ¿Dormitan?… ¿Sueñan?

¿Soñarán afuera esos otros, los durmientes de las vías?

¿Van hacia el principio, o viajan al final?

Empuña la cámara: ¿Acaso algo de eso importa?

Las palabras, al fin y al cabo, nunca fueron lo suyo.

22. Fuera de álbum

Aún guardo en la memoria cómo el almíbar de la tarde caía lento sobre su melena, hasta llegarle a los ojos e inundarle la mirada con antaños. Sentadas a la mesa camilla abrimos la caja, ebrias de café, acompañadas por el reloj de pared cansado de tantas horas. Ella parecía una niña que desenvolvía un regalo de Navidad. Rescató del polvo las fotos, que eran recuerdos llenos de olvidos. Imágenes de trenzas y bata azul de escuela, comunión sin papá porque estaba enfermo, los domingos de patines, los agostos de vacaciones y tedio, mis hermanos odiosos, vestidos de fútbol, la abuela arrugada, escondida tras un pañuelo negro. En el remolino de retratos, una punzada. Mamá lozana, altiva, sentada en un tren, recostada en el hombro de un desconocido. Que quién es, quise averiguar. Una ola agridulce de sirope de lima en sus pupilas; escalofríos que le recorrieron el cuerpo. Maliciosa, con sus labios pegados a mi mejilla, me dejó en la oreja un susurro de miel furtiva. —Tu padre secreto— me hizo saber.

21. Ladrón de recuerdos

Estaban abrazados de cara a la ventanilla, absortos, sin darse cuenta de la presencia de aquel revisor omnisciente que se detuvo en la puerta, los miró sin soltar la cortinilla y guardó silencio para no interrumpir el gesto sublime de sus rostros. La pequeña manta había resbalado hasta el suelo dejando sus piernas entrelazadas al descubierto. Sujetaban, vacíos, los vasos del refresco que poco tiempo antes les había ofrecido. Estaban a punto de llegar al destino y no necesitaba picar unos billetes ya consumidos. Las imágenes, envueltas en un halo fantasmagórico, se deslizaban por la ventanilla. Las pupilas de los dos ancianos se agitaban convulsas empeñadas en proyectar todos sus recuerdos. El revisor se sentó frente a ellos con la gorra de plato sobre el pecho sin dejar de mirar al cristal. Las imágenes eran cada vez más imprecisas hasta que, poco a poco, sus ojos dejaron de moverse. El revisor se incorporó, caló su gorra y esbozó una sonrisa. Cubrió después sus piernas con la manta, recogió los vasos, cerró sus párpados y se alejó mascullando recuerdos.

20. SUEÑOS AMANTES

Una mujer subió al tren. Tomó asiento junto a un  hombre que estaba dormido. Miró el paisaje que se deslizaba por la ventanilla y, luego, a su desconocido acompañante, que mostraba una expresión serena y plácida. Ella también cayó dormida.

En el sueño, con su melena al viento, cabalgaba sobre un caballo azul. De pie sobre el lomo gritaba de entusiasmo. Él también soñaba. Conducía una camioneta por el desierto cargada de jaulas. Al descender una duna, las ruedas se atascaron. Varias jaulas cayeron.

En el tren, sin darse cuenta, ella se había ido reclinando hasta apoyar su cabeza en el hombro de él. El hálito perfumado de su respiración se coló en el sueño del otro, quien entonces tomó forma de ave y alzó el vuelo. Detrás le seguían los pájaros liberados de las jaulas rotas. Ambos sueños confluyeron en un oasis. De un lado venía una manada de caballos azules, del otro una bandada de aves exóticas. La chica se sentó en la orilla. A su lado se posó un ave y le rozó la mano con sus plumas.

Él la cogía por la cintura cuando los despertó el revisor. Sorprendidos y azorados se recompusieron en sus asientos.

19. Hurto

Un hombre de cierta edad dormita recostado en la ventana del tren. La mujer apoya la cabeza sobre su hombro con mayor cautela de la que desearía, para no despertarle. Observa su mano con ademán clandestino, casi como una voyeur. Un anillo evoca décadas de cariño y probablemente también disputas y algún período de hartazgo, quién sabe, los recuerdos y las quimeras siempre acaban por desdibujarse. Por unos minutos el mundo le pasa desapercibido y se reconoce dichosa. Cuando parece que el hombre se revuelve a punto de regresar de su letargo, ella se levanta con sigilo y cargando una pequeña mochila que encierra todo lo que le queda en la vida, se dirige a una puerta para bajar en la siguiente parada. Sentada en la estación, espera la oportunidad de robarle a otro desconocido un fugaz momento de intimidad.

 

18. Viajeros en tránsito (Carmen Alonso)

“Tengo derecho a ser feliz”, se repite a sí mismo.

Han viajado juntos pero, a partir de aquí, seguirán caminos distintos. Hace un rato que él le contó sus planes. La tuvo que sujetar cuando ella gritó, le insultó y golpeó con los puños hasta que, ya sin fuerzas, se durmió en sus brazos.

Ella, compañera de una etapa pasada, es fuerte, siempre lo ha sido, saldrá adelante. La madre de sus cuatro hijos, la joven abuela de su nieta bonita, saldrá adelante.

“Tengo derecho a ser feliz”, repite como un mantra intentando dormir. Tiene cincuenta y ocho años y está increíblemente enamorado. Su mente rebosa de imágenes de vida futura, de juventud, de risas, de la energía vital que contagia su nuevo amor.

¿Tengo derecho a ser feliz?, se pregunta mientras su pensamiento va quedándose vacío.

El teléfono vibra en su bolsillo.

Con cuidado para no despertarla mira el mensaje.

“¿Se lo has dicho, amor?”

Ella, dormida, gira su cabeza hacia el otro lado. Él echa la suya hacia atrás para tragarse sus lágrimas y, temblando, responde al mensaje:

“Perdóname, amor. No puedo hacerlo”

Y en el tren, ya casi al fin del trayecto, consigue dormir.

17. La llegada (Alvaro Abad)

La hipnótica entrada del tren al andén hace olvidar la tediosa espera. Saltar entonces al vagón y correr hasta encontrar tu asiento. Nada hay más emocionante para un niño que comenzar un viaje. Un largo viaje. El viaje. En tren. Mi tren. Mi viaje. Mi antes. Mi gran prisma metálico repleto de recuerdos vitales que ya acelera sus chirriantes ruedas.

Unos ojillos abiertos y curiosos  traspasan la enorme ventanilla escrutándolo todo. El fugaz exterior empapa mi absorbente interior. Ojala suene la bocina en el túnel. ¡Bien! Cambiar intrépido de vagón y retornar temeroso. Pequeñas estaciones de pequeños pueblos suceden a enormes estaciones hasta que la noche convierte las ventanas en espejos.  Mágico momento para imaginar las vidas de los demás pasajeros. Algunos ya duermen, parecen ausentes.  Recorrer el largo y estrecho pasillo hasta llegar al compartimento intentando cómicamente conservar el equilibrio. Dormir sobre el suave traqueteo de la litera. Despertar al amanecer. Llegar, al fin, a la última estación.

Un niño sube entusiasmado al vagón galopando entre piernas y maletas.

-“Perdón, señor”, se disculpa mientras me alcanza el bastón derribado. Y sonreímos. Quisiera desearle suerte,  decirle que disfrute del viaje, que acaba pronto. Pero sale corriendo,  intentando encontrar su sitio.

16. SOLOS-BAKARRIK (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Durante aquellos cinco días de angustia en el Centro Hospitalario Provincial a nadie llamaron y nadie los echo en falta. Sus hijos, Josechu cumpliendo condena en el Dueso y Meli desaparecida tras dar aquel portazo.

Los cirujanos la abrieron, se miraron, alzaron la vista hacia el techo del quirófano y cerraron.

Tras serle dada el alta emprendieron resignados el camino hacia su pueblo.

En el compartimento, ella, cansada y alelada por los fármacos se acurrucó en el regazo de su Antonio y él la rodeó con sus brazos.

─ Cloti, cariño, siempre hemos estado de acuerdo en partir juntos. Cuántas veces hemos dicho aquello de: “No te marches antes; que yo no pene. No te vayas después; que tú no sufras”.

Y, ambos, abrazados, en aquel vagón del tren, pasaron de largo todas las estaciones, incluso la suya.

En la estación término, el revisor alarmado llamó a emergencias del 112.

Un doctor del SAMUR examinó los cuerpos descubriendo en sus bocas un fuerte olor a almendras amargas y los restos, cual monedas de tributo a Caronte, de unas pastillas. Leyó el informe médico y tres recetas de fármacos paliativos que encontró en las manos de ella y confirmó los fallecimientos.

 

15. VIAJE CON NOSOTROS (Rafa Olivares)

Apenas falta media hora para el final del viaje y, como guía y responsable del grupo, recorro cada vagón haciendo recuento, despidiéndome de todos y dando las últimas recomendaciones. Algunos se encuentran en el vagón cafetería celebrando el regreso, el resto en sus asientos, charlando, leyendo o repasando las curiosidades del programa para contarlas a los familiares que les esperan en la estación. Esta vez vuelvo satisfecha. Las impertinencias han estado por debajo de la media. Solo dos llamadas al médico; una por el típico empacho de bufé y otra por olvido en la toma de las pastillas del azúcar. Al margen quedan las habituales quejas por la calidad de las comidas o por el abusivo precio de las excursiones opcionales.

Cuando llego ante Arcadio y Carmena, septuagenarios que dormitan abrazados, no puedo evitar una sonrisa de ternura. Recuerdo que llegaron solos y se conocieron al comenzar el viaje. Congeniaron enseguida. Al venir desparejados, les tocó compartir asientos en autobuses y mesas en restaurantes. También bailes en las verbenas nocturnas. Habitación solo durante los últimos tres días. Cierto celo profesional me inspira un esperanzado deseo: «Lo que el Imserso ha unido que no lo vayan ahora a separar sus cónyuges».

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