Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

14. DUDAS Y CÁLCULOS (Belén Sáenz)

Doce minutos de desamparo gestual en el andén. Un café furtivo de la cantina entre súplicas y fotografías arrugadas. Seiscientos kilómetros a ambos lados de la barrera lingüística. Al fin se han dormido abrazados como unos novios, exhibiendo un perfil que quizá disfraza su crueldad, el horror. El traqueteo es tentador, pero mantengo la palma sudorosa en contacto con el metal de la culata. Miro su cara, sin nombre ni nacionalidad para mí. Me recuerda a un profesor que nos arrebataron a mitad de lección, entre Machado y Lorca. La mujer reposa su mano confiada sobre él, como hacía mamá en la rodilla de padre. Seguro que también hace bizcochos deliciosos. Los campos agostados han mutado en bosques entristecidos por la guerra y temo el momento en que habré de entregarlos en la frontera, sin preguntas, a hombres con abrigo de cuero y metralleta cruzada. Pero algo habrán hecho. Tienen que haber hecho algo terrible y la recompensa me sustentará hasta el año nuevo. Un estreno que ellos no verán, aunque quizá no sea demasiado tarde. Si permaneciesen así, sin mostrarme esos ojos suyos de hielo gris, me bajaría en el siguiente apeadero conformándome con el reloj y los pendientes.

13. COCHE 3, ASIENTOS 7 Y 8

El hombre sube al cercanías en la estación de cabecera, con su maletín de oficinista cargado de documentos que nunca llevan su firma.

La mujer se monta en el apeadero del pueblo donde trabaja envasando conservas, porque no encontró otra forma decente de llevar dinero a casa.

Desde que el azar los hizo coincidir, hace ya tantos años que no recuerdan cuántos, realizan juntos el viaje hacia sus respectivos destinos.

Ella, de vuelta a su vida de familia y de tareas interminables en un hogar que antes estaba lleno de niños que ya son adultos, pero aún siguen bajo su techo.

Él, de regreso a su existencia de solterón, sin más aficiones que la partida de dominó con los amigos y la redacción de unas cartas desesperadas que jamás se atreve a entregar.

Como todos los días, aprovechan el trayecto para compartir confidencias mutuas; para saborear con avidez de adolescentes esos cuarenta minutos de afectos encubiertos; para dejarse adormecer por el traqueteo del tren, que los lleva sin remedio a una realidad plagada de sueños no cumplidos.

11. Tan cerca

Viajamos. Tú y yo. Juntos. Acaricio tu pelo mientras dormitas sobre mi hombro. Me quedo embelesado contemplando el lunar que flota en el extremo de tu labio superior. Sí, la línea de tu boca es mi orilla, el único puerto al que quiero llegar. Pareces tan tranquila. Tan tú… Yo también dormito. Demasiadas horas en este laboratorio. ¿Sabes una cosa, Emma? Lo he conseguido. Por fin dejarán de juzgarme. ¿Quién es ahora el loco insensato? ¿El chalado de teorías descabelladas? Ayer también te observaba mientras empujabas a nuestra pequeña en el columpio del patio trasero. Fui a abrazarte, pero nuestra vecina chismosa me miró como si me dirigiese a un fantasma. ¡Ja! Si ellos supieran… Emma, por fin, por fin he conseguido recordar el futuro. Y tú estás ahí, sentada a mi lado. El traqueteo del tren acerca tu cuerpo al mío con saltitos nerviosos y alborotados. Te siento tan cerca, Emma. Tan cerca…

10. DESDE MI VENTANILLA

Una mañana otoñal decidimos unir nuestros destinos. Ligeros de equipaje subimos a un tren cualquiera y con los ojos cerrados comenzamos el camino, enamorados, abrazados, confiados y felices.
Sin mesura, reímos, comimos, bebimos, conversamos y dimos rienda suelta a nuestros deseos.
Después de varias estaciones sentiste calor, necesitabas despegarte un poco de mi abrazo. Fue entonces que los besos tomaron también distancia. No quería que te sintieras asfixiado.
Nos extasió el verde de los bosques y nos sobrecogió la inmensidad de los desiertos. Nos bañamos en los lagos más claros y nos embistieron las olas más juguetonas.
Las estaciones se sucedieron y un día sentiste mis pies demasiado fríos. Los alejé un poco para no molestarte y seguimos nuestro camino sobre praderas y berrocales. Antes de que pudieran engullirnos las arenas movedizas, me diste tu cartera para que comprara un billete que nos sacara de allí. Fue entonces cuando la vi. La tenías tú y yo me había vuelto loca buscando aquella fotografía.
No sabías el motivo por el que, una vez más, brotaban mis lágrimas. Habías olvidado que la guardabas.
No hizo falta nada más. Abrazados, confiados, abandonados, felices y adormecidos volvimos a subir al tren que nunca perdimos.

8. ALLÍ, DONDE TODO COMIENZA (Modes)

«Sigue durmiendo, mi amor.

Hoy celebramos nuestras bodas de oro y, como te prometí, te llevaré en silla de ruedas hasta la playa y, por primera vez, veremos el mar».

Y así, mientras el eco de mis pensamientos flotaba sobre el vagón, nuestro tren enfiló la curva «A Grandeira», cerca de Angrois.

7. Bajo tierra (Carmen Cano)

Marchaos a casa. Y no se os ocurra volver. No necesito compasión. Aquí me respetan. Algunos, incluso, me temen. He de mantener mi reputación de hombre duro, así que no necesito tus galletitas, mamá, ni que me montes una escena. Vamos, trágate esas condenadas lágrimas. Cuando salga, es posible que ya estéis bajo tierra, como esos malnacidos de los padres Dolan y O’Brien que nos destrozaron la infancia. Lo volvería a hacer. Una y mil veces. Alguien tenía que vengar al pobre Jimmy y a los que caímos en aquel infierno de sotanas… Ahora ya es tarde. Guardaos vuestra lástima y marchaos. 

No. No volverían. A Lotte le quedaba poco tiempo. De haberlo sabido, no habrían cruzado en tren varios estados. O, tal vez, sí.

6. La viva imagen del amor

Abrazados el uno al otro, de espaldas a la puerta de entrada, ella apoyaba su cabeza sobre el pecho de él. Ambos permanecían girados hacia la única ventana, de la minúscula estancia, con las cortinas descorridas para poder contemplar la belleza del bosque que rodeaba la cabaña. Eran la viva imagen del amor. Reinaba el silencio. Nadie se atrevía a romper aquella magia, cruzando el umbral. La luz, que atravesaba el cristal e iluminaba la palidez de sus cuerpos, junto al olor a gas revelaron la verdad. La carta de desahucio caída a los pies del sofá contó el resto.

5. El descanso

El tren paró junto a un bosque helado.

—Ya hemos llegado, mi amor —dijo la mujer—. Sé que en verano este lugar es más hermoso. ¿Lo recuerdas? —Apretó aún más fuerte la mano de su esposo—. No, no lo recuerdas —Palmeó la cara del hombre para despertarle—. Vamos, cariño. Tenemos que bajar.

—Señores —dijo un joven de cresta roja detrás de ellos —. ¿Bajan sin abrigos? ¡Hace un frío de cojones!

Ella lo ignoró y guio a su esposo por el pasillo.

—¡Señora! —gritó el muchacho. La mujer se volvió y lo encontró frente a ella—. El bolso —Se lo ofreció—. ¡Cómo pesa! ¿Lleva una pistola?

La mujer lo cogió y le dio las gracias sin mirarle.

—¿Adónde van? ¿A echar uno rápido?

—¡Que te jodan! —La anciana le mostró el dedo corazón—. ¡Y córtate esos pelos o no encontrarás novia!

El chico soltó una carcajada y regresó a su asiento.

—¡Qué viejos más heavies! —murmuró.

Desde su ventanilla los vio entrar en el bosque. La mujer amarraba con fuerza el bolso con una mano; la otra sujetaba el brazo de su marido. En pocos minutos, ambos se difuminaron y pasaron a formar parte de la escarcha del arbolado.

4. MÁS QUE MIL PALABRAS (Ángel Saiz Mora)

Mi padre y yo fuimos diferentes, salvo por la difícil ambición de lograr que algo propio sobreviviera a modas y años. Farmacéutico de profesión y fotógrafo aficionado, captó cientos de imágenes cada día. Yo escribo, con escaso alcance.
Él aseguraba que en su aldea rodeada de bosque lo tenía todo: vecinos, parajes, pero ante todo, a mamá. Consciente de que lo suyo fue un caso insólito de afinidad total, no he dejado de buscar algo semejante a esa envidiable relación, para estrellarme en mil tentativas fracasadas.
Solo viajaban con motivo de su aniversario, a la capital, donde se habían conocido. Un año insistieron en que les debía acompañar, además de tomarles una fotografía. En ella aparecen, partícipes de un mismo sueño intemporal, ajenos a que por la ventanilla del tren árboles y tiempo se sucedían fugaces.
Supe que iba a ser una imagen irrepetible en cuanto apreté el disparador, a pesar de que desconocía que mamá tenía un mal que mantuvieron secreto, que él no quiso vivir sin ella, que ambos habían tomado un preparado para irse juntos. Un abrazo eterno, que nunca seré capaz de describir con los matices que ellos y el instante merecen.

3. AL FIN, POR FIN (Purificación Rodríguez)

El lento amanecer os descubre abrazados tras los vidrios del vagón del viejo tren. En él os encontrasteis un día, que aún guardáis intacto en la memoria, cuando la necesidad os hizo coincidir buscando el pan lejos de casa.

Hoy, muchos años después, y ya casi ancianos, vais a realizar por fin vuestro soñado viaje de bodas. Ese que siempre hubo que posponer porque los hijos estaban primero y nunca os sobró nada.

Pero esta vez sí. Unos pequeños ahorros os permiten, al fin, disfrutar de ese ansiado capricho, ya casi cumplido vuestro destino.

Y, tras tanto sufrimiento y tanta lucha, este amanecer os sorprende, por primera vez, tranquilos y sin miedo.

 

2. LA GRUPA DE HIERRO (María José Viz)

Samuel y Elisabeth dormitan abrazando la memoria seca de la huida y el miedo. El vértigo reposa en sus hálitos y les lleva por el férreo camino que desembocará en infinitos páramos. Al menos eso creen ellos, mientras se detienen en sueños ajenos que galopan sobre esa grupa de hierro que oculta los secretos aviesos de tantos viajeros extraños.

Unos pájaros les sobrepasan, ufanos, como si quisieran burlarse de las dos siluetas dormidas y de su indefensión, atravesándolas con su aleteo distante y con sus incisivos ojillos crueles.

La pareja está aturdida, tras un sueño incompleto mezclado con el eco del traqueteo impenitente del tren. La mezquindad la asola. Ambos perciben que están rodeados de miradas duras y se sienten náufragos sobre el raíl bifurcado, acobardados por la incerteza de lo que les espera.

El interventor avisa, con voz potente, de que están llegando a su destino. Samuel, con amoroso empuje, ayuda a incorporarse a su esposa. No llevan equipaje.

Se abre la puerta del vagón y una luz acuciante los recibe. Ya no tienen miedo. Saben que el paso que van a dar será el primero hacia su libertad.

1. Latencia (Jesús Garabato)

Aun rogándole  «déjame, por favor»,  su sonrisa  te doblega.  Sus labios  atenazan  tus deseos. Sus manos, impertérritas, te solidifican.

Y  otra vez tus alas reventaron. Y el jugo antiguo de tus lágrimas se tornó aire. Y vino el viaje. Y llegó la tarde. Y luego el sueño. Y amaneces… Y sientes que sus palabras y sus gestos lacerantes  y cansinos ahí siguen, agazapados tras su  perfume de rosas.

 

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