Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

45. ¡POR UNA BICICLETA!

No tuve una infancia feliz pero tenía un balcón. Era un balcón pequeño, en una casa, si cabe más pequeña, en la que vivíamos muchos y nos juntábamos más. Vecinos del pueblo que venían al médico, a hacer un trámite, una compra… Llegaban por la mañana y se quedaban hasta la noche. Nuestra casa era su campo base.

 

No tuve una infancia feliz pero tenía mi balcón, un madero, algunos clavos, un martillo y mucho tiempo. Con los clavos y aquel madero, que utilizaba y reutilizaba sin descanso, construí un abecedario secreto, aprendí a hacer grabados, a ser rápido y preciso, ordenado y curioso. Todavía conservo aquel madero, y éste, las historias que se contaban en una casa tan pequeña como llena de gente. Las historias casi siempre las narraba mi abuela, muchos venían a la ciudad sólo para escucharla; yo las mecanografiaba a golpe de martillo.

 

No tuve una infancia feliz y la bicicleta de uno del pueblo ocupó mi balcón. Perdí mi sitio, volví al salón. Perdí mi invisibilidad y me convertí en el niño de los recados, había cosas que un niño no debía escuchar.

 

Por una bicicleta, perdí un balcón y mi infeliz pero querida infancia.

44. Rodaje fallido (Cristina Requejo)

Hay partes de esta historia que no tengo muy claras, pero no puedo obviar que me resulta incómodo despertarme a tu lado con la certeza de cómo va a transcurrir el día. Intento en vano recuperar imágenes de aquella etapa en la que cogíamos las bicicletas a última hora de la tarde y paseábamos un par de horas. No se trataba del ejercicio físico, sino de las confidencias, del ‘ cómo te ha ido el día ‘, o de aquel ‘ dime si te hago feliz ‘.

No sé si eres consciente de que aquellos momentos asfixian ahora nuestra convivencia, de que cada rodada habrá que desandarla, como si urgiera borrar un pasado feliz convertido en molesto.

El día del accidente está dividido en mi memoria y los fotogramas son como trozos de jeroglíficos antiguos que no deseo unir, pues ya nada nos devolverá el pedaleo conjunto hacia quién sabe ya dónde.

Perdimos la meta, y nuestra vida es ahora estática, como esa bicicleta en la que hoy pedaleas mientras yo reúno el valor para dejarte.

43. ELLA

ELLA

Se queda apoyada en la valla
Inmóvil, como solo Ella sabe hacerlo
La miro de nuevo
Embelesado
No me canso de disfrutar de Ella
Sus curvas parecen diseñadas por los Dioses del Olimpo
Maravillosa
Bella
Esbelta
Luminosa
Sus delicadas formas me invitan siempre a montarla
Me gusta moverme rítmicamente sobre ella, una y otra vez
Cambiar de frecuencia
A veces lento, pausado
De pronto, frenético, incontrolable
Jadeo sobre Ella como nunca
Dejo que mis gotas de sudor caigan suaves, húmedas, sobre sus zonas más expuestas
A veces me incorporo encima de Ella, apoyado solo en las piernas
Otras, únicamente son mis brazos en tensión los que la cubren
Descanso en ella mis más nobles partes
Disfruto oyendo el suave sonido de sus acompasados movimientos, de los dulces rozamientos
Siempre responde a mis impulsos
Y cuando no puedo más, Ella sabe encontrar los recursos para que recupere el aliento perdido
Con Ella marcho orgulloso, sonriente
Estoy acostumbrado a que la miren. Asombrados. Excitados
No siento celos
Sé que me miran con envidia. Lógico. Normal
Ella
Y solo Ella
Una Bicicleta
“Mi Bicicleta”

42. Las bicis también lloran

Estoy triste, olvidada en el garaje…
Aún recuerdo el día que llegué. Era 6 de enero y la pequeña Teresa al verme vino corriendo hacia mí lanzando gritos de sorpresa. Todo era alegría, risas y abrazos.
También recuerdo perfectamente el día que aprendió a montarme a dos ruedas… ¡qué gran reto! Hubo de todo: impotencia, enfado, frustración y finalmente superación.
Teresa y yo vivimos grandes aventuras juntas.

El tiempo pasaba y mi pequeña crecía, como decían sus padres, tan rápido! Mis días felices acabaron otro 6 de enero cuando, en el patio, Teresa descubrió una bicicleta nueva con ruedas más grandes, y yo quedé abandonada en un rincón.
Luego me llenó de esperanza oír que me guardaban para una hermanita por venir. Pero hubo complicaciones y tras una temporada de visitas al hospital, por la tristeza que imperaba en casa supe que nunca llegaría mi ansiada nueva propietaria.
Hace unos días hablaban con resignación de llevar la cuna, el cochecito y «algunos trastos más» a una casa de acogida de la ciudad, donde otros niños podrán aprovecharlos. Yo por mi parte voy a poner mi mejor cara para que me lleven también y así poder rodar de nuevo.

41. MI AMIGA

MI AMIGA
Suelo salir a pasear por la mañana temprano, cuando los calores estivales no imponen la lógica de quedarse en casa a la sombra, con el botijo.
En mis paseos, me acompaña mi amiga, paso a recogerla pues vive cerca de mi casa, de camino hacia la parte alta de la ciudad, donde acaban las edificaciones y empieza un gran parque natural.
La ascensión es fatigosa, nunca se queja, a pesar de lleva la carga de mi peso, animándome a no desfallecer sobre ella, que sería de poca hombría.
Llegar hasta donde nos proponemos, varía en función del día y de las fuerzas acumuladas en las piernas, aunque suele ser una subida de una hora.
Tras ese tiempo, con el esfuerzo asomando en la cara y el sudor en el cuerpo, llegamos a una carretera plana, de tierra polvorosa, donde su recorrer es un descanso, por el cual contemplamos a nuestros pies, la majestuosidad de nuestra ciudad.
Al llegar al final del recorrido, tras cruzar algunas casas, dejar atrás unas fuentes y pasar por un puente peatonal, hay un pequeño mirador flanqueado por cipreses y pájaros.
Uno me preguntó, cómo se llama tu compañera, bicicleta le respondí.

40. Ojos verdes

Subiendo y bajando por los terraplenes del pueblo, pasaba el verano sobre la bicicleta. Aquella que estuvo  alojada y maltrecha durante años en los corrales de padre,y yo  pude recomponer. Don Gabino, el boticario, en cada caída, rociaba mis rodillas con yodo. Terminada la cura, me ponía en marcha en mi único quehacer estival hasta que regresó Sara. Entonces el párroco se empeñó en confiscarme primero la bicicleta, y como era capaz de encontrarla en la sacristía, terminó por quitarme los pedales. Así que el camino se me hacía más largo hasta la casa de Sara y sin embargo no cejé en mi afán de visitar a diario a la mujer, que hace años, quizá con la misma bicicleta, mi padre rondó durante todo un verano; Sara, alcahueta y prostituta, que había abandonado el pueblo a fuerza de palos y a la que, aunque tuviese que ir andando, yo necesitaba ver, sabiendo que luego  me esperaría el cinto de padre. Ni el yodo podía curar mis lágrimas, no por los golpes que recibía, si no por otro asunto. El que no me dejasen verla, no cambiaba el hecho de haber heredado los ojos más verdes del páramo.

39. Herencias

Yo podía perfilar unos escasos catorce, y mi padre unos todavía jóvenes cuarenta, cuando el incidente manchó de sangre el barro del campo arrendado. Son malos días para el arado cuando las tormentas vienen a destiempo. La tierra está blanda y las cuchillas se desvían sin control. Yo era el que manejaba y él andaba al lado.

Era un tipo duro, así que sin estar todavía bien recuperado insistió en que fuéramos juntos a la colina de Las Hermanas.

El subió con muletas de cedro y yo con la mortaja y la pala, y allí donde me dijo me puse a cavar mientras el entrecruzaba dos palos de encina con una fina rama de mimbre.

Cuando el agujero fue suficiente, la puso dentro y yo la cubrí de tierra. El colocó el remate y se despidió sin ninguna teatralidad.

Fue entonces cuando me lo dijo: Sabes que puedo pedalear con una pierna, como hizo tu abuelo durante un tiempo, y que la bicicleta todavía es mía ¿verdad?

Le dije que sí con la cabeza, sin demostrar sentimiento alguno, y dejamos atrás ese vasto jardín de pequeñas cruces.

 

38. El primer cuento (María José Escudero)

Envié seis cartas, seis años consecutivos (“Queridos Reyes Magos: He sido bueno…”) y nunca obtuve respuesta satisfactoria. Mi desánimo traspasaba la mirada de mi madre, viuda con tres chiquillos, y ella se defendía como podía: “Hijo, es que pides cosas de niño rico”.
Ya había perdido la esperanza por el pasillo cuando, después del tazón de leche y el trozo de rosco de aquel deslucido seis de enero , salí a la calle con las cartucheras de plástico y el sombrero de vaquero. Enfrente del portal y apoyada en la farola, descubrí una claridad inesperada. El abuelo y el tío Damián la encontraron desahuciada entre montañas de basura en un cercano vertedero. Ha sido fácil —me dijeron sonriendo. Una mano de pintura, y un poquitín de ingenio. Recuerda, chaval, éste es un vehículo de poetas—añadió mi abuelo que siempre lo llevaba todo a su terreno.
Pronto aprendí a mirar atrás sin mover el manillar ni perder el equilibrio, pero el bacilo de Koch me detuvo antes de emprender la escapada para perseguir mis sueños.
Mi hermano Berto heredó la bicicleta y el abuelo, siempre atento, me regaló una estilográfica con la que empecé a escribir cuentos mientras hacía reposo.

37. RECTIFICACIÓN EN EL TRAZADO DE LA ETAPA (BELÉN SÁENZ)

El sol frenó en seco el día que permití que mi padre volviera a ponerle los ruedines a la bici. Fue a finales de agosto, después de un descenso triunfal por la Cuesta de la Coja con Maribel sentada en el manillar, mientras sus coletas de alambre recogían el color del trigo de todo un verano. Los radios se fundían en plata, en promesa de aventura, hasta que nos topamos con la negra sombra del párroco. Luego mamá empezó a llorar a todas horas y a pedirme que me esforzara por encajar en las roderas de la vida. No entendía nada. Maribel volvió a Madrid y el portón de la casa de sus abuelos quedó cerrado con una tranca de hierro. No regresó ningún otro verano y yo terminé ennoviado con la hija del médico, la que solía sacarnos la lengua cuando se cruzaba con su patinete. Intento ser feliz paseando con ella de la mano por la rotonda del pueblo, atrapado en sus rodeos y mis circunloquios, pero cuando veo a los chavales lanzarse a volar sobre dos ruedas me acuerdo del maestro, que siempre nos decía que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta.

36. EFECTOS SECUNDARIOS (JM Sánchez)

Cuesta arriba todo parece distinto, pero nadie podía pensar que aquel tipo pudiera adelantar al pelotón con tanta facilidad. Y lo curioso fue verlo festejar su escalada de aquel modo, sobre el sillín de su destartalada bicicleta, haciendo aspavientos, agitando el bidón de agua como si fuera cava y regando al público.

Sin duda el tratamiento para su enfermedad le había dado alas a aquel aparente tullido, mientras que a los esforzados pedaleadores les habría sentado mal el desayuno.

—Es la primera vez que adelanto a alguien —oyeron todos gritar al lisiado antes de verlo desaparecer tras la curva.

35. MÓNTAME

 

Móntame sin grietas, sin dejar un solo espacio vacío. Muévete sincronizada de aquella manera especial que sólo tú sabes conmigo. Salpícame de salado sudor frío y no detengas el ritmo. Busca, siempre, la forma de hacerme correr más, exprímeme hasta el desaliento. Escama tu piel en cada roce, en cada vaivén, entumeciendo tu rostro en un suspiro caliente cada vez que resoples, agitada. No creas que no te siento, sabes que eres especial y me fundo contigo cada vez que regresas. Por la mañana, por la tarde, por la noche. Tu decides.
Móntame sin vergüenza. Aplástame bajo tus nalgas. Un poquito más fuerte, un poquito más deprisa, un poquito más arriba. Más arriba, más deprisa, más fuerte. Respira después suavemente. Haz estallar mis bombillas licuándome hasta romperme. Escama mi piel de lánguidos colores al calor de tus embestidas y levanta las piernas cuando veas el final.
Móntame y cuando termines sécate bien la cara, los brazos, los pechos. Las piernas, la frente, el olvido. Pero ahora, cariño, debes irte. Sabes que mañana te esperaré, de nuevo, en el mismo sitio, en el mismo rincón. Vete ahora, amor, que sabes que siempre seré, mientras quieras, tu fiel bicicleta estática.

34. Chiquillada (Juan Antonio Vázquez)

La encontré tirada junto a uno de los muchos cubos de basura que florecían por las esquinas del apacible barrio de la zona alta, detrás de la colina, y miré a ambos lados de la calle en busca del coche patrulla que solía merodear por la zona. No quería que pensaran que estaba robando, aunque vista la pátina de óxido que asperjaba el cuadro y el lamentable estado del carenado, como mucho los agentes podrían acompañarme hasta la carretera y amonestarme por incumplir la ordenanza que prohibía recoger chatarra.

Consumí el fin de semana más intenso de mi vida dando lija, respirando a bocanadas el desagradable olor de la pintura y engrasando hasta el último diente de la podrida cadena que, testaruda, se empeñaba en girar por su cuenta y riesgo fuera del cambio; el último martillazo consiguió disciplinarla. Le coloqué un par de ruedas a los lados y le pedí a mamá un cesto que trabé en el manillar del que me colgué para asegurarme que aguantaba el peso. Esperé. La vertiginosa rampa de mi calle que moría en promontorio haría el resto.

Esa inolvidable noche mi silueta se recortó contra la luna llena mientras gritaba:  teléeeeefono, miiii caaasaaaaaa.

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