Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

71. DONDE ESTARÁ

Desde hacía varias semanas le estaba rondando, cuando iba a buscar las cosas nunca estaban en su sitio, era como si jugara con ella al escondite.

Aquel monstruo le había robado la memoria, y desde entonces , todos le preguntaban si sabía como se llamaba, si conocía a aquel hombre que siempre estaba a su lado, y si aquellos niños tan escandalosos que venían a verla sabía quienes eran.

Ella siempre sonreía, y les decía que tenían que matarlo, pues era el causante de todo.

70. FIEL (JM Sánchez)

Los ardores de hiel que aquel guiso le dejó habrían sido motivo en otra época para insultar a su devota esposa, pero, como sus fuerzas, el tiempo se le escapaba sin aprovechar las ocasiones que los suyos le brindaban para dejar escapar un pequeño gesto de agradecimiento, una palabra amable. Para él, sus hijos eran una jauría, una manada de monstruos en pos de su fortuna. Por suerte fueron muriendo uno a uno, y solo se quedó la vieja, que no era mejor que los demás, pero sí más útil y sumisa.

—Bébete esto, te hará bien.

Ni una mirada, ni un gesto, solo silencio y desconfianza. Pero su esposa, fiel y piadosa, aceptaba aquello como un mandato. Al verlo adormecerse aliviado por la infusión, de pronto la vieja le susurró al oído unas palabras.

—No me lo agradezcas, pero yo te libré de tus hijos y de su codicia. También yo reforcé tu hacienda y mantuve juntas las tierras, unas tierras que heredará la diócesis. Ya puedes morir tranquilo. Eso que bebiste no era bicarbonato.

69. Los Lecter (Juancho)

Clarita nació una noche fría de enero. Llegó para iluminar un hogar hasta entonces sin brillo. Sus padres habían perdido la ilusión a la espera de ese vástago que no acababa de llegar. Sus cuerpos empezaban a encorvarse y su pelo, ya encanecido, había perdido el lustre de la juventud. Cuando casi no les quedaba esperanza, se presentó la primera falta. Puntual, nueve meses después, su llanto llenaba de luz cada rincón de una habitación en sombras.  Comía y dormía a sus horas, y no lloraba más que para reclamar la atención de unos padres que, casi nunca, dejaban de prestársela. Creció deprisa y sana, y se multiplicaron las visitas de tíos, primos, abuelos y otros parientes que se acercaban para conocer a tan deliciosa criatura. Unos y otros ensayaban cucamonas para arrancar su arrebatadora sonrisa. A menudo se generaban debates acerca de si se parecía a papá o a mamá, o si el color de su pelo era rubio o castaño. Pronto, llegado de nuevo el invierno, todos coincidieron en afirmar que la pequeña estaba para comérsela. Luego los primeros pasos y su primer cumpleaños. Por fin podrían agasajar a los suyos y ofrecerles el festín tanto tiempo esperado.

68. Ataque de cuernos (montesinadas)

Monstruo. Que eres un monstruo. Qué digo un monstruo, eres un titán, un tigre.

En el tamaño no impresionas, incluso diría que la tienes pequeña,  la mía forma un paquete más vistoso, pero por lo que cuentan eres Sandokan, una fiera sexual que salta desde el armario y deja la zarpa del placer marcada en la piel de las señoras. Se dice por el barrio que el misterio está en tu semen que inocula no sé qué larva transmisora de una inagotable necesidad sexual. ¿Pero qué les das, hombretón?

Míralo, quién lo diría, tan flacucho, porque no eres nada del otro mundo y más ahora, desnudo, maniatado a la silla y sangrando como un cerdo.  Por cierto, me permitirás que guarde tu pene en este frasco para mostrarlo como trofeo en el bar. Hoy no hay partido y vas a ser la comidilla de la parroquia.

Te equivocaste de barrio guaperas. Aquí se respeta a las mujeres de los demás.

Te equivocaste de chica Casanova. La que ves frente a ti con el cuello  cortado y los pezones arrancados,  era mi mujer.

Y sobre todo, machote, te equivocaste de hora. Mi trabajo de torturador me deja mucho tiempo libre.

67. Triángulo rectángulo (Esther Cuesta)

La primera vez que me miré, vi un cuerpo cosido a trozos. Piernas torcidas, brazos apenas y un botón negro de único ojo, aunque nunca me importó porque me decía “mi bebé” cuando me acunaba. Mi niña estaba sucia como el sótano en el que vivíamos y era tan fea como yo, pero me hablaba mucho. Una noche conocí, en una nana apenas susurrada, cómo rompió la vieja sábana y fue sacando guata del colchón para rellenarme, cómo se arrancó el botón de su camisola para ponérmelo en la frente. Otro día muy triste, me explicó que nació distinta y que durante algún tiempo vivió con sus padres en la parte de arriba. Pero a veces, ni siquiera yo la consolaba y entonces se golpeaba contra la pared —bum, bum, bum—y lloraba gritando; su cabeza estaba siempre llena de chichones.

Ella me escondía al sentir el sonido de la llave girar, pero aquella tarde me asomé a mirar. “Bastante con un monstruo”, fue lo último que oí antes del crepitar de la tela.

66. MALDITO DESPERTAR (Manu Garpe).

Cuando despertó los monstruos seguían allí, ocupando ministerios, ayuntamientos, direcciones generales, parlamentos, senados, ducados y hasta reinados. Creyó que se habían ido. O mejor dicho, que con su empuje y el de muchos otros los habían echado, pero el mundo seguía como siempre: los Orcos seguían gobernándolo todo. Entonces comprendió que solo había sido un bello sueño en una calurosa noche de verano.

 

65. EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS

Fátima embaló con sumo cuidado la última de las piezas que partirían esa misma mañana rumbo al norte, a un lugar alejado de conflictos y miserias, donde las personas conviven como hormigas laboriosas, sin molestarse, siguiendo su rumbo, sin reparar en lo que hace la vecina, porque saben que todas trabajan por igual, todas deben cumplir su misión, de la misma manera que su aburrida existencia garantiza el futuro para toda la comunidad, independientemente de su raza, sexo, religión o color de antenas.

 

Observó con horror la destrucción del museo de Nínive, pero luego siguió durmiendo, porque le pillaba muy lejos; lamentó con angustia la masacre del museo del Bardo, en Túnez, pero esa noche nada le quitó el sueño; recibió con estupefacción la noticia de la toma de Palmira, aunque decidió que –cambiando de canal de televisión– caería antes en brazos de Morfeo.

 

Con lágrimas de rabia y desesperación, cerró las puertas del museo. El burka la ayudó a ocultar su desconsuelo y a recibir la nueva era sumida en un anonimato salvador.

64. La morgue doméstica, por Javier Ximens

Todas las viviendas deberían tener una morgue. Igual que disponen de cuarto de baño en el que asearse, cocina donde transformar los productos en alimentos, comedor para reunirse y dormitorios en los cuales descansar, tendrían que tener habilitada una estancia en la que depositar todas las desavenencias profesionales, familiares y personales, todos aquellos monstruos que nos amargan la vida. Al regresar del trabajo entrar directo en ella y dejar allí las voces del jefe, los insultos a los empleados, el cabreo con los políticos, el aliento alcohólico, las infidelidades. Al salir de casa arrinconar los sofocos con las facturas y las calificaciones de los hijos, los desamores, las mentiras, las declaraciones de la renta. Un aposento que nos haría la vida más feliz. Se lo propuse a mi familia, en plan experimental coloqué una urna en el vestíbulo y al entrar o salir tirábamos los problemas, los disgustos, las discusiones. Por la noche, cuando bajaba la basura, también la vaciaba. Entre los restos aparecían la botella, el mal humor, los gritos, mis puñetazos. Una noche fueron mi mujer y mis hijos los encargados de esta labor, me sorprendió verme dentro de la urna y que no la retornaran a casa.

63. No tengo miedo.

Siempre me repito lo mismo ¡No tengo miedo! No lo tengo.

Pero son tan variados los monstruos que creamos para ponernos límites o para intimidarnos que ya desde la infancia nos atemorizan con ellos.

Pero vamos que yo ¡No tengo miedo! No lo tengo.

62. HOGAR, AMARGO AHOGAR (La Marca Amarilla)

La madre prepara un guiso con la tensión que no requiere. Parapetada en la cocina, procura que sus lágrimas no caigan en la olla para no amargar la comida. Sabe que su marido llegará en breve y cada día lleva peor el ambiente asfixiante del que un día fue su dulce hogar.
El hijo, en primera línea del frente, desparramado sobre el sofá, sabe que su padre vendrá en breve y maneja un videojuego con más tensión de la necesaria, no canaliza bien los nervios para distinguir ficción y realidad. Su ímpetu adolescente se ahoga entre esas cuatro paredes, incapaz de asumir la «mala suerte» de haber nacido en una familia que no eligió.
El padre entra en casa en ese instante, malhumorado, hastiado, y agacha la cabeza ahora que no debe disimular cierta normalidad. Toma aire mientras recorre el pasillo, pasa por la cocina para comprobar que su mujer sigue allí y se dirige al comedor. Nada más asomarse, el que fuera su hijo deseado le espeta:
– ¡Bueno, viejo! ¿Me vas a dar la pasta para irme de fiesta, o qué?

60. Sí (Patricia Mejías)

Antes de marcharse de cacería, su padre le previno: «No le abras la puerta a nadie». Quizás por eso su nuevo amigo se escurrió por la chimenea y se refugió en el oscuro hueco de la escalera. Los verdes ojos levantaron un luminoso resquicio, entre telarañas y cachivaches, y le hicieron saber al niño sus exigencias: dos parpadeos para sí; un parpadeo, no.

─Entonces… ¿quieres comida? ─le preguntó. (Dos parpadeos).

La alacena, llena de conservas y cecina, satisfizo el hambre de ambos. En el transcurso de la semana, el creciente apetito de su huésped se trocó en bramidos de dolor. Desesperado por una mejoría, el niño persistió en la nueva dieta: plato de caldo con gotas de sangre fresca al pie de las gradas.  Ni siquiera estiraba la garra membranosa para atraer el alimento favorito de antaño. El brillo fosforescente casi se extinguía. Luego de un alarido más violento que los anteriores, los ojos refulgieron con mayor fuerza debajo de la escalera.

─ ¿Ya te sientes mejor de la barriguita? (Dos parpadeos).

─Ahora sí: ¿quieres salir a jugar conmigo?

En respuesta, una multitud de pequeños ojos se encendía y apagaba conforme avanzaba hacia el sonriente niño.

 

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