Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
3
9
horas
0
7
minutos
1
7
Segundos
5
4
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

05. EL PUTO AMO

Fue valido e íntimo de Felipe, el piadoso y tercero, melifluo rey con personas nada certero, a quien dominó con ley.

A él engatusó en mala lid llevando la corte de Madrid a Valladolid.

Antes había conseguido allí de cualquier modo inmuebles y haciendas, todo.

Vendió a precio de oro lo adquirido sin ningún decoro.

No se conformó. Poco después todo Madrid de saldo compró.

Otra vez al tercero embaucó y a retornar al foro le conminó.

Nuevamente hasta el último ladrillo enajenó y una inmensa fortuna amasó.

Obsequió cargos, títulos, regalías a cambio de enorme donación.

La reina, la Margarita, harta de tanto escarnio ordenó su ejecución por infinita corrupción.

Pero nuestro Duque, el grande de Lerma, el más listo, el absoluto ratero, a Roma a pedir socorro al Papa fue con bolsa llena de doblón volviendo proclamado cardenal, es decir intocable y cabrón.

A su protector, el noble Rodrigo Calderón, ajusticiaron en la Plaza Mayor. En vez del miserable genio éste valió.

El vulgo en las tascas cantaba: “Para no ser ahorcado, se ha vestido de colorado, del reyno el mayor ladrón”.

Elevó la corruptela de palacio a la categoría de arte, el puto amo, el perfecto picarón.

04. Galerna

Siempre lo veo a la salida de misa. Le dejo un euro porque es de buena cristiana, aunque yo no lo sea.

La casona se me cae encima. El jardín languidece entre las hojas del otoño y yo misma me confundo con las estatuas reverdecidas de moho.

Pero aquella fría noche sentí lástima y le ofrecí la casita de la piscina.

La Rosa me dice que estoy chiflada, que me ocupará la casa, que me lo robará todo.

Un día, cierto, me lo encuentro dentro de la casona. Veo el rubor en sus ojos y se encoje en actitud sumisa. Le dejo hacer y corto sus excusas con un gesto. Se acerca al piano. De pronto las notas cristalinas de ese mueble inútil pueblan la estancia con ecos de nostalgia. Se lo compramos a la niña, un capricho, para ser maltratado durante años sin ápice de talento.

Rejuvenezco según avanzan los arpegios.

Al otro día encuentro la llave de afinación y el chico obra el milagro. La vieja casona vibra, mis enflaquecidos huesos se templan, los ojos del africano brillan.

Es una extraña entente en la que confluimos y nos consolamos. El pueblo murmura idioteces. Ambos reímos dichosos.

03. Microlente (fuera de concurso)

Estiras tu sábana preferida, la de seda azul: mar de tantas travesuras, océano de mil batallas y escenario de naufragios. Una arruga rebelde, como una ola, surca el hueco podrido que divide la cama en dos, justo donde se desvaneció la manzana y quedaron los huesos fríos de la pasión, donde comenzó a crecer aquella margarita de pétalos indecisos.

Una lágrima enfoca tu mirada distraída y vuelves a ver la tersura del color, del tiempo, de tu piel, de la seda. Sientes el sol de abril pintando sombras dulces en la primera mañana y el trino de un zorzal acariciando el momento. El sabor refrescante de la dicha reflejada en sus ojos, la ilusión temblando como estrellas en los tuyos. La manzana mordida. El azul impoluto. La inexistencia de las margaritas.

Es la misma lágrima que desenfoca los escombros grises que proliferan bajo el somier y las telarañas negras de la ventana,  la  que se evapora cuando oyes sus pasos tambaleantes subiendo por la escalera antes de escuchar la llave que abre el cerrojo de la habitación.

02. BABILONIA, BABILONIA

El tiempo, convertido en dulce ensueño, vagabundea por las callejuelas tortuosas de Babilonia.

El alfabeto cuneiforme cuelga en racimos de las palmeras ágrafas, las escribas redactan cartas de amor en el abdomen de las abejas, las cortesanas decoran su gineceo con incendios extintos.

Las portadoras de vida construyen zigurats sobre sus úteros, las parturientas rompen a gritos las aguas del Éufrates, y las sacerdotisas de la diosa Ishtar brindan por las recién nacidas en las estancias del templo donde se almacenan las constelaciones.

En los áticos de adobe sobre el río las marineras se emborrachan con jarras de cerveza y dátiles, y luego bajan a las tabernas a recitar huracanes a las mujeres ciegas que fríen tortas de mijo en la sartén de los solsticios.

A lomos de un toro alado, la Gran Reina reescribe la estela de leyes que el difunto Hammurabi hiciera grabar a las puertas de cada uno de los eclipses que componían su imperio.

Y en los mercados ya no se venden al por mayor ojos y dientes, pues la Señora de Babilonia ha impuesto que a partir de ahora, la justicia la habrán de impartir las domadoras de fieras a golpe de Satisfyer.

01. OFERTA DE PRIMAVERA

Llevamos toda la vida marcados por el agnosticismo irreverente y ridículo de papá. Respondiendo a la coherencia de su campaña vital de negación de santos y vírgenes, cuando nacimos, prefirió señalarnos para siempre con el referente pagano del calendario. Nuestro hermano Julio tuvo suerte, pero la pobre Octubre, Febre y yo sufrimos la condena de la eterna explicación. Siempre he pensado que, por esos absurdos espíritus que guardan las palabras, llamarme Enero me ha hecho ser algo frío, brumoso y huraño… hasta que esta mañana ha sonado el timbre de la puerta.

—Buenos días, mi nombre es Abril. Me gustaría mejorar su tarifa eléctrica.

La he hecho pasar y me espera en el salón; mientras, intento adivinar si ese nombre, y esos ojos azules, pueden traerle la luz a mi vida.

83. Un vals

De la oscuridad del océano surgió frente al buque un enorme iceberg. Brillaba con la blancura de la nieve caída miles de años atrás, como un diamante de hielo. Le bastó rozar el casco del transatlántico para rajarlo sin remedio y continuar, ajeno a cualquier destino que no fuese su propia deriva, sobre las aguas calmadas y silenciosas. Quizás perdió algunas toneladas, pero le quedó una bonita franja de pintura roja en el costado.

En la cubierta de proa, donde disfrutaba de la inmensidad de la noche, la pasajera n.⁰ 1358 —maestra jubilada— se santiguó. Chocar contra algo tan hermoso y colosal se le antojó lo más parecido a tropezar con Dios en este mundo. Poco después corría, entre gritos, llantos y empujones, hacia los botes salvavidas. Fue de las primeras mujeres en subir a uno, mientras la orquesta tocaba música de Strauss.

La ayudó un marinero, cogiéndola fuerte por la cintura. Sintió el calor de sus manos, su aliento en el cuello, incluso el latido de su corazón. Se estremeció: nunca en su vida se había dejado querer, nunca la habían abrazado así. Sin pensarlo dos veces, le rogó que la llevase a bailar su primer y último vals.

82. Risa silenciosa (Salvador Esteve)

A mis ochenta años estoy postrada en una silla de ruedas —me acuerdo de mi edad; descartamos, pues, el maldito alzhéimer—. Todos creen que soy un vegetal, y lo soy de cuerpo, no así de mente. Mis recuerdos son mi sustento: sesenta años como profesora de literatura dan para mucha poesía grabada en mi memoria.

Hoy hay comida familiar —odio las comidas familiares— y mi nieto adolescente es quien desata la vorágine de acontecimientos.

Abuelo, soy gay —dice con el desparpajo que le otorgan los nuevos tiempos.

Su abuelo, que fue brigadista y un consumado boxeador del peso «materia orgánica» —yo para más señas— escupe su prótesis y se lleva las manos a su maltrecho corazón. Mi nuera resbala con los premolares, y una foto guardada en su escote muestra su boca lamiendo el cuerpo de la vecina. El agaporni, nervioso, muerde la oreja del perro —mejor amigo del hombre, que no de la mujer— que lo persigue saltando por la ventana, un sexto piso. Ante este caos soy feliz y sonrío —mentalmente, pues soy un vegetal—.

Por fin, puedo dejar que ese espectro con guadaña que últimamente me ronda entre en mi vida, bueno, en mi muerte.

81. Invertidos

La lluvia de fuego se convirtió en lo más insólito ocurrido en la comarca desde que amanecía a medianoche. Burros y asnos comenzaron con torpes balbuceos hasta recitar poemas con una dicción más exquisita que el mejor de los maestros. Estos, por su parte, enseñaron a los niños a entonar rebuznos y relinchos con declinaciones desconocidas en el mundo animal. Le siguió la transmutación de los ancianos en bebés de pecho y de los adolescentes en adultos con pensamiento crítico. Pero lo que de verdad no pudieron soportar los hombres fue la mirada lasciva de las mujeres que a ellos solo les levantaba un ligero dolor de cabeza. 

 

80. Papá, hoy te dejo a la peque

Ufff, acabo de cerrar la puerta tras de mí; el unicornio con ruedas me mira como exculpándose, el robot, de espaldas, no quiere saber nada junto a un montón de lápices de colores, en la caja grande apenas hay siete u ocho piezas de los puzles, mientras que el resto andan esparcidas como en grupos, las pelotas descansan por el sofá y la cocina, el libro electrónico hace de mesa para los artilugios de peluquera y los de médica, los peluches suben por la escalera y, a los pies de su trona, los muñequitos y piezas de plástico del castillo parecen querer repartirse las migas de pan y gusanitos…
Recogeré todo mañana, ahora me voy a la cama con sus risas y su mirada cómplice y azul; «adiós, abuelo», «hasta mañana, mi vida».

79. En punto muerto

Los tres segregamos silencio mientras el agua jabonosa del programa prémium cubre cristales y carrocería. Lo he soltado todo sin pensar, como quien se quita una tirita de un tirón. Así duele mucho, pero menos. Belén mantiene la vista fija en su horizonte espumoso. No pestañea. Sentada detrás, Marga pestañea, pero diría que no respira. Afuera empieza a caer una intensa lluvia artificial, como en las películas cuando alguien besa o mata a alguien. Llega el turno de los cepillos y su arrullo circular. Veo en el folleto que también incluye lavado de llantas. Es excesivo, pero, claro, por un euro más ni te lo planteas. Debería haberme quedado calladito o tal vez podríamos haber esperado fuera, más cómodos; esto lo pienso, pero no lo digo. Los cepillos se calman, las tiras rojas vuelven a su flácido letargo. «Créeme, cariño. Nosotros somos los primeros sorprendidos», añado. Marga asiente sin atreverse aún a respirar. No detecto ningún pestañeo en Belén y se le van a secar los ojos. Al menos sus nudillos recuperan algo de color. Se pone el cinturón y su mano derecha se dirige lentamente a la palanca de cambios. Comienza la primera de las dos pasadas de secado.

78. Poeta

—No lo molestes, que está vaciando armarios, estanterías, cajones y baúles

—¿Qué se le perdió ahora?

—Un adjetivo.

 

77. LA BELLEZA NO ES SUFICIENTE (Ana María Abad)

Lo encontramos en su despacho, ahogado en un océano de fórmulas pulcramente anotadas en folios blancos, garabateadas de cualquier manera en pedazos de papel cuadriculado arrancados del esqueleto de lo que algún día fue una libreta, dispersas en servilletas de papel con el emblema de algún local exótico, cuidadosamente agrupadas en un rimero de cuadernos de espiral.

Cuando llegamos, las letras griegas danzaban en corros sobre la pizarra; los símbolos matemáticos se columpiaban entre las sillas; las ecuaciones físicas se deslizaban a lo largo de la mesa y patinaban por el suelo de tarima. Constantes, incógnitas, polinomios, derivadas y logaritmos armaban un alboroto inimaginable. Y allí en medio estaba él, con el rostro casi translúcido de tan pálido, la boca abierta, y el asombro de la Verdad Universal grabado en los ojos inertes.

Desde entonces, su voz nos llega cada noche desde las estrellas, como un eco lejano que recita sin cesar su teorema inacabado. Nosotros escuchamos con atención, conservando aún cierta esperanza de que, en algún momento, nos revele el axioma final que le dé a todo esto el sentido que solo él llegó a atisbar.

Nuestras publicaciones