Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
7
horas
1
2
minutos
1
9
Segundos
0
3
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

19. CICLO VITAL DE UNA SONRISA (Paloma Hidalgo)

Nace, tímida, entre los chorretes que el helado de chocolate ha dejado alrededor de su boca, cuando Elena acepta el reto, y comienza a bajar con la bici por la rampa del garaje. Crece deprisa, apuntalada en el recuerdo de lo que le dijo su madre cuando él se cayó de la suya el domingo:
_No te preocupes Quique, tus paletos de leche no son como los de tu hermana, pronto te saldrán los definitivos.
Alcanza su esplendor, luciendo su imponente mella, al comprobar que la niña, además de los dientes, pierde la piel de las rodillas, la de los codos, las gafas, y un montón de lágrimas.
Cuando el padre descubre el contenido, íntegro, de la caja de tornillos que creía perdida, diseminado a lo largo de la pendiente que conduce al garaje, la sonrisa se extingue de la cara del pequeño, que encamina sus pasos al refugio habilitado para estos casos bajo las faldas de la mesa camilla del cuarto de costura.

18. DEGUSTACIÓN TUBULAR (Sergi Cambrils)

Muchos deportistas de élite recurren a diferentes rituales para atraer la buena suerte y ganar sus encuentros. El bueno de Federico no era uno de ellos, pero sí era un supersticioso empedernido amante del ciclismo. Su excentricidad inconfesable era que, antes de adaptar su posición aerodinámica sobre su bicicleta de carreras, sentía el impulso irrefrenable por degustarla como si fuera un helado. Escondido en el almacén, se recreaba dándole un buen repaso con la lengua a las zonas de apoyo: el manillar, el sillín y los pedales. La fibra de carbono de la horquilla y la aleación de aluminio del cuadro eran sustancias insípidas, por lo que apenas las chupaba. Se dejaba las mejores partes para el final. Volteaba la bici del revés y relamía sus platos y piñones sin freno, se ponía las botas con lo grasa de la cadena y, si quedaban partículas de barro entre sus dientes al mordisquear las cubiertas, se pasaba los finos radios.

17. Por poco

Su mujer lo sorprendió en el garaje subiéndose a la bici. Ten cuidado, le dijo. Él restó importancia al comentario porque el domingo por la mañana apenas había tráfico en la carretera. Era la misma carretera secundaria por donde un tráiler de 30 metros de largo y 20 toneladas de peso avanzaba peligrosamente invadiendo el carril contrario en los tramos más comprometidos. Todo sucedió en un golpe de pedal. La bestia metálica apareció en la curva devorando la calzada hasta dejar dos palmos de asfalto que le salvaron de morir con la cabeza reventada contra la carrocería del camión que en medio del chirriar de frenos, gritos desesperados y una densa polvareda gris embarrancó 50 metros más adelante destrozando vallas, arbustos y todo cuanto encontró a su paso. La sangre golpeaba sus sienes, un sudor frío  corría por su espalda y el tembleque de las piernas le obligó a bajar de la bici e hincar las rodillas en el suelo hasta que las fuerzas le abandonaron. Por poco, ¿eh, amigo?, por poco… le decía el camionero dándole palmaditas en la espalda mientras él sacudía la cabeza incrédulo y sentía el calor del orín entre las perneras del culotte.

16. Otoño (La Marca Amarilla)

Dedicado a Modes Lobato Marcos, con todos mis radios intactos.

En ocasiones, cuando transita por aquellas tardes en que el aire pesa más que de costumbre, baja al garaje para contemplar su ajada bicicleta y mirar por el retrovisor (“ahora ya no llevan” piensa), y siempre –siempre– la ve detrás de él, melena al viento.

15. Campeón (Ginette Gilart)

Su primera bicicleta fue una de ruedines que había heredado de su hermano mayor. Poco tiempo le duraron esas ayudas, primero se cargó uno y a los dos días al ver que el segundo apenas tocaba el suelo se lo quitaron. Aprendió sólo a andar en bici, tendría unos cuatro años. Ya con su triciclo apuntaba maneras, a tal punto que se las había ingeniado para frenar en seco; siempre a toda velocidad, cuando llegaba el momento de parar, daba un giro brusco al volante y a la vez pedaleaba fuerte hacia atrás, de esa manera frenaba de golpe haciendo un derrape. Era conocido en el barrio por su atrevimiento y su manejo de la bici. Fue Fiammetta, una chica de paso por el pueblo, que le auguró un brillante porvenir en el mundo del ciclismo.
Ahora, veinte años más tarde, su madre sonríe al recordarla viendo como su hijo, eufórico, cruza la línea de meta.

14. La bici del Ignacio

Si tú piensas mucho en una cosa, al final pasa. Yo imaginaba una bici como la del Ignacio de la calle nueva. Lo pensaba millones de veces al día. O más. Al levantarme, antes de comer, durante los anuncios de la tele. Y me dormía también con la bicicleta en el cerebro. Él me prestaba la suya algunas tardes, pero sin salirme de su calle. Lo hizo hasta que se fue al cielo y se la dejó.
Me lo contaron cuando su madre vino a casa. El Ignacio se había caído de la azotea, queriendo alcanzar un panal. Pero al cielo no llegó del rebote, como yo vi clarísimo; mamá me lo aclaró de una bofetada, allí delante. De los nervios. Traía la bicicleta para regalármela. Y a mí me pasó algo muy raro, me alegré con pena. Lloré y me preguntaron si no estaba contento, y respondí que sí. Pero si me hubieran preguntado si estaba triste, les habría dicho lo mismo. No sé si me explico. Ahora tengo bici, pero casi no la uso. Y es que si tú deseas algo mucho, mucho, cuando lo tienes ya no lo quieres igual, igual. Y al revés pasa lo mismo.

13. Admiración

Cuando la vio, supo que ella era la que siempre había soñado. Lo deslumbró con su belleza. Tras su aparente fragilidad, se advertía su firmeza. Se regodeó admirándola, era perfecta, ni un gramo de más.

Esbelta cual bailarina, supo al instante que era italiana, deseó abalanzarse sobre ella, sus manos ansiaban acariciarla, su blancura lo encandilaba, ¿Cómo podía existir algo así?

El hombre que la poseía no le permitiría tocarla, era muy cara a sus sentimientos, a la par que su orgullo, ¡cuántos lo envidiaban!

Dio un par de vueltas alrededor, sin quitarle los ojos de encima, incluso comentó su belleza con otro observador. La rodeaban muchas otras, pero ella se destacaba: era el blanco de las miradas.

Desde los altavoces anunciaron la partida, y hacia allá fue, se estaba por largar la carrera.

Él se quedó con su vieja bicicleta, admirando aquélla que, por su costo, le era inaccesible.

De vuelta a su vida no la pudo arrancar de sus sueños…

11. LA SEGUNDA CALLE

Ayer te vi cruzar por la segunda calle. La que queda a la derecha, al final de la glorieta. ¿Puede una glorieta tener final? Para nosotros hasta los círculos tuvieron un comienzo. Ayer entré en la heladería de la segunda calle, donde, si miras por la puerta de atrás encuentras un patio con una bicicleta pintada con acuarela que cuando llueve pierde sus colores, pero sigue siendo de la niña italiana que ha crecido bajo nuestras miradas, subiéndose día sí, día no. A veces la veo. Hace tiempo que se cortó la trenza, y no creció demasiado. Su madre me sirvió ayer un helado de vainilla con sirope de fresa y la vi tender la ropa.

¿Recuerdas cuando fuimos a la heladería por primera vez? Reímos, porque la niña cogió un sapo que le salto a la cara. “En la segunda calle de la rotonda acaban de abrir una heladería”, dijiste el día que nos conocimos. “Las rotondas no tienen primeras o segundas calles.” “Sí, te la enseñaré”. Y me llevaste de la mano.

¿Qué soy yo para ti? Me pregunto hoy, cuando te veo con la niña italiana que ya no es una niña y que ya no lleva trenza, cruzar por la segunda calle y pasar por delante de mi casa. Hace tanto que ya no nos conocemos.

9. POR ELLAS (Ángel Saiz Mora)

Dicen de él que es una máquina, quizá lo sea, porque sólo actúa y apenas piensa. Resulta difícil distinguir dónde comienza el ingenio de metal y donde termina su cuerpo. Los músculos gritan. Se abraza a la tortura. Lejos de amedrentarle, la carretera le enfurece.

La mente destila fogonazos de un pasado siempre presente, el cruce de aquel vehículo que le obligó a dar un volantazo, el estruendo, el silencio, el dolor indescriptible, en nada comparable al que sintió al ver que su mujer y su hija no respiraban.

El aire aguijonea su rostro. Desciende el puerto a tumba abierta. Toma curvas al límite de lo posible. El público que le anima desde el arcén sólo ve un instante de color que se desvanece, llamado a extinguirse como todo lo que nace.

Los psicólogos insisten en que no debe culparse por seguir vivo. Enganchado a la bicicleta como a un último asidero, la prótesis suple su pierna perdida, pero no puede reemplazar a las otras ausencias. El agotamiento ayuda a no pasar la noche entre lamentos.

Pone pie en tierra. El asfalto tampoco ha querido llevárselo hoy. Le entregan un trofeo, uno más. Él, indiferente, mira al cielo.

8. EL QUE ESPERA, DESESPERA

Delante de aquel árbol no había nada que fuera tan grande así que, decepcionado, se encerró en su cuarto. Mientras sus hermanos gritaban y reían él daba vueltas y vueltas a una canica con los ojos fijos en su transparencia. Tantos planes, tantas cábalas, tantas buenas notas y al final nada había servido.
Odiaba esa palabra, crisis, porque estaba siempre en la boca de sus padre. Palabra de la que ya dudaba ¿no sería de nuevo un truco como aquel del coco para que se durmiera sin rechistar?
Esta vez no iba a ser igual, no pensaba conformarse. Se levantó de un salto con lágrimas de rabia en los ojos y lanzó con furia la canica contra la ventana. El cristal se hizo añicos como un vaso de duralex . Los trozos salieron despedidos y el aire frío de diciembre congeló su llanto.
¡Era impresionante! Él, que nunca había roto un plato, era ahora un héroe con determinación capaz de expresar su descontento. Entonces escuchó el claxon impaciente del coche de su padre, podría reconocer esa vuvuzela agónica en cualquier parte.
Se asomó al fin. Su padre, lo llamaba exasperado.
Hijo, acabas de pinchar la rueda de tu bicicleta nueva.

7. Escarmientos (Susana Revuelta)


-Usted me entiende, ¿verdad que sí, don Blas? Ella era lo que más quería, y después de tantos años juntos ¡ahora pretendía abandonarme! Yo siempre animándola, «veeenga, que ya falta poooco». Pero nada. Caminaba a su lado, tiraba de ella y todo eran protestas. Puede que la culpa fuese mía, no digo que no; tan liado andaba con mis cosas que quizás no presté suficiente atención a sus necesidades. Y de mientras, ella fue volviéndose cada vez más exigente y achacosa y vieja y fea…. Hasta que un día, harto de oír sus quejidos, me dije ¡basta! Y la empujé por aquel barranco.

Mientras pasa un trapo sucio por la barra, Blas escucha con aparente desinterés, como suele hacer con los parroquianos de ojos encharcados. Observa_ al pobre infeliz que ahoga sus penas en un vaso; una bicicleta despeñada no le parece mala idea. Ahora mismo está pensando en decirle un par de cosas a su Vespa, y esta vez va a ir muy en serio, qué se ha creído.

Nuestras publicaciones