Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

74. Gente de pena, por Javier Ximens

En invierno, todas las tardes el mismo dilema con las limosnas, si comprar un chusco de pan y algo de engaño o picón para el brasero.

Por las mañanas subo a Madrid siguiendo las retahílas de mulas con carros que llevan el pan desde Vallecas. Si tengo suerte —y no me lo quitan antes los mayores—, un bache o tropiezo deja caer una hogaza que se rompe en mil pedazos y guardo algunos en mis bolsillos. Otros días, si no he podido pegar ojo por el frío, llevo un capacho para intentar recoger la carbonilla que pierde el pequeño tren que sube a los cuarteles de Atocha.

Al atardecer, en la puerta de la chabola, enciendo el brasero con trozos de madera y papel. Mientras se prende el carbón, hablo con los vecinos que se acercan a buscar mendrugos en cama de galgos. Luego, arrebujado con las faldas de la mesa camilla, me caliento el cuerpo y me entretengo con una radio.

Sin embargo, días como hoy que tengo tanto frío y el hambre me causa dolor tan fiero, lamento no haber muerto en el vientre de mi madre, allí, tibio y alimentado.

73. ¡AY, QUÉ LARGA ES ESTA LUCHA! (Salvador Esteve)

Él sabía que su alma aún permanecía en la tierra, vagando, algo la retenía. Ella le había vencido en muchas ocasiones pero esta vez sería diferente. Envió a sus demonios en busca del cuerpo de la Santa, sus reliquias eran veneradas en diferentes partes del mundo.  No dudaron en corromper pensamientos y devorar vidas con tal de conseguirlas.   Un pie, la mano, un dedo, el corazón y otros restos diseminados por toda la cristiandad  fueron entregados al maligno.  Sabía que su alma acudiría; esperó…

Teresa, etérea, respondió a la llamada, pero no lo hizo sola; su plan, elaborado meticulosamente durante siglos, se había cumplido.  Miles, millones de almas la acompañaban, almas de personas cuya fuerza residía en su integridad en vida y resolución en espíritu.  Juntas, rodearon a Lucifer y el cerco se fue cerrando.  Era tal el magnetismo que irradiaban que se sintió prisionero.  Esta cárcel, estos hierros, fueron demasiado fuertes para él.  El alarido se escuchó en todos los confines del mundo, el mal tembló y la tentación desapareció.

 

Teresa y su ejército cruzaron por fin la luz.  Sabía que él volvería, pero confiaba en que la humanidad sabría aprovechar la tregua del Oscuro.

 

 

72. Primavera

Ya tiene su pizca de canela, como a él le gusta, y yo este rayo de sol que será todo para mí mañana. Una última guinda —sonrosada, que si no la escupe—, y para mí la brisa que renueva el aire de esta prisión. Ni siquiera le pondré matarratas en lugar de harina, porque sería demasiado esfuerzo. Este comensal tan odioso y este último miedo valdrán la pena, porque ya casi es primavera. Mañana dejaré atrás esta cárcel, estos hierros, porque mañana es ocho de marzo.

70. Ciudad Sincorazón

«¡Bienvenido a Ciudad Sincorazón, el lugar donde los sentimientos no existen!
Libérese de esta cárcel, estos hierros que la implacable sociedad ha forjado para hacerle esclavo de sí mismo, de su debilidad, de su aprehensión. Olvídese del amor, ese sentimiento sobrestimado, metamórfico, perecedero y cruel, que apenas se disfruta y que deriva en sufrimiento, celos y angustia. ¿Qué es eso de la alegría? Un par de carcajadas al año no mitigan la llaga interior que provoca el penar incesante, el estar expuesto continuamente a las inclemencias del corazón. ¿La pasión, la emoción, la esperanza? Velos fatuos, disfraces para ocultar el miedo, píldoras inanes en comparación con lo dañino que nace de la entraña, del interior.
Y si todavia no está convencido, piense en lo que evita, sacúdase el miedo, el remordimiento, la culpa, la autocompasión, la tristeza, sí, la tristeza, la incertidumbre y la ira.
Y sobre todo, despídase del dolor, de ese cáncer que lo llena todo, que aparece casi de la nada, que vive con usted, dentro de usted, hasta el fin de sus días.»

Terminó de leer el cartel, y entró en la ciudad.

69. El dilema

Somos vuestros anhelos. Dirigimos vuestras vidas. Somos la zanahoria del asno. Somos vuestros deseos,  corroemos el alma si nos alejamos y sin embargo damos sentido a la línea que se pierde en el horizonte. Nuestra ausencia muestra ojos vacíos, erráticos andares y cadavéricas miradas.

Somos vuestras ambiciones. Confundimos vuestro propósito y adormecemos vuestra esencia. Somos las pretensiones que ceban vuestra vanidad. Os atiborramos de vosotros mismos y enturbiamos el camino. Nuestra ausencia calma el corazón, amplía el horizonte y aclara la senda. Todas nosotras formamos parte de la encrucijada en que el alma está metida.

Os toca a vosotros la elección. Podéis apasionaros o  serenaros. Podéis meteros en un pozo o pasear con un traje de princesa,  devorar instantes o  ametrallar a vuestros hermanos,  acariciar el agua del arroyo o sólo esperar la salida.

 

68. Confesiones (o no). Arantza Portabales Santomé

Cosas que te dije: que deberías venir a por tus libros. Que me apunté a Pilates en el gimnasio de Ana. Que este año el recibo del IBI deberíamos pagarlo a medias. Que he dejado de fumar. Y las pastillas para dormir. Que, por fin, como querías, todas las bombillas de la casa son de bajo consumo. Que tu hermana me ha contado lo de Julia.
Cosas que no te dije: que rompí algunos libros. Pero los repuse. Que me acosté con mi monitor de Pilates. Solo una vez. Y que, aunque no estuvo mal, no he vuelto por allí. Que me da igual lo del IBI. Que he firmado los papeles. Que aún fumo y que, como ves, no he podido quitarme esa absurda manía de mentirte. Que sin las pastillas las noches son largas. Y oscuras. Porque no hago nada. Solo esperar la salida del sol para iluminar esta casa vacía (sabes que no soporto la luz fría de esas bombillas, tan económicas, tan antialérgicas, tan de quirófano). Que ya sabía lo de Julia, porque tu madre también me llama. Aunque yo solo quiero que me llames tú.
Para decirte mil cosas.
Para callarme otras mil.

67. El carrusel del tiempo

Tic-tac, tic-tac… Clavado en un eje metálico, como una mariposa disecada en el ombligo del mundo, agonizo en mi destierro. Se apagan las luces del carrusel y, una vez más, comienza mi eternidad. Son las doce de la noche. Tic-tac, tic-tac… El universo tiene forma circular, y yo me empeño en fabricar sueños y tiempo, en esta cárcel, estos hierros que me asfixian, me consumen, me desgarran.

Se acerca la soledad de la una. La oscuridad con las dos y las tres. Las cuatro y las cinco con el insomnio. La fatiga y el hartazgo a las seis y las siete, y el ritmo cansino de todas las horas del mundo con sus medias y sus cuartos. Tic-tac, tic-tac…

Son las once. Las once, cuando noto su presencia. Se acerca, tira de la cadena que acelera mi péndulo y las saetas de mis brazos se levantan ufanas como agujas imantadas.  Me acelero. Tictactictactictac… se encienden nuevamente las luces. Tictactictactictac… busco el calor de su mirada antes de que vuelva la sombra de las horas. Se sienta en la taquilla, se le escapa un suspiro frío, vacío y seco. Me mira indolente, y comienza a vender fragmentos de mi tiempo.

66. El dedaleo

Estoy cansado de vagar por estos pasillos que no llevan a ningún sitio. Los he recorrido una y otra vez. ¡Maldito sea quien ordenó construirlos! ¡Maldito sea quien los construyó! Encerrarme aquí fue un castigo atroz. No soy culpable de nada. Sólo de haber nacido. Otros son los culpables: mi madre, que yació con un toro; mi padrastro, que ambicionaba gobernar Creta; Poseidón, que me condenó a comer carne humana. No merezco un castigo tan cruel. Este castigo. Estoy harto de recorrer estos pasillos. Hace mucho tiempo que no veo la luz del sol. Busco la salida, que debe estar por algún lado. He interrogado a otros prisioneros. Algunos estaban tan asustados que no supieron decirme nada. Otros se encontraban tan perdidos como yo. Uno me dijo que podría hallar la salida si seguía siempre los pasillos de la derecha. ¿Por qué no los de la izquierda?, le pregunté antes de arrancarle la cabeza. En cualquier caso, no he conseguido llegar a ningún sitio. Esta maldita construcción parece infinita. Sólo esperar la salida me hace seguir viviendo. Cualquier salida.

64. HORAS BAJAS

Querida Milagros:

Te escribo la presente para que te olvides de mí. No te merezco; debes aspirar a algo mejor.

Sé que te causará sorpresa encontrar esta carta bajo la almohada, después de llamarme mil veces sin éxito, tal vez llorando, quizás rabiosa. Perdóname por haberte hecho sufrir una vez más: esta situación me causa dolor tan fiero como cruel, por lo que he dudado hasta el último momento sobre la conveniencia de  escribir esta nota.

¿Habría sido mejor que desapareciera sin dejar rastro? ¿Qué habrías pensado cuando la tarjeta no te funcionase, porque no queda un solo céntimo en el banco? ¿Y si vinieran a echarte del piso una vez subastado? ¿Te gustaría enterarte por ahí que la vecina me va a  dar el hijo que tú no pudiste? ¿No es mejor que te avise?

Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Te quiero. Siento mucho que se haya desmoronado nuestro castillo interior, pero yo ya no moraba en él. Quería explicártelo, aunque fuera por escrito, por si te sirve de consuelo. Soy tan indigno de ti que no podía hacerlo mirándote a los ojos.

Siempre tuyo,

 

Ernesto

63. LO QUE A TODOS NOS PERSIGUE…POR DESGRACIA

Es aquella sensación que te domina , te devora y que aparece y desaparece como un hechizo. Aunque no lo creas es tratable, pero cuando te atiza es imparable. Hay remedios mejores o peores, pero nunca desaparece completamente. Te congela y te desnuda frente a la gente para exasperarte y enfurecerte, enojarte y derrotarte. No tiene piedad con ningún mortal, ni se transmite como alguna enfermedad. Es contagioso, pero nunca lo esperas. Te corta el aliento y te hace tropezar. Como verás no es una bestia, lo que me ahora me acorrala y me desarma; mas son mis dedos, como ves, mi mejor arma. ¿Qué hago contigo cuando eres así de cansino? Lo intento, no me tumbo y me inclino, me siento y escribo. Aunque juegues conmigo, eres amigo y enemigo, lo sé, lo admito, aunque me frustre en mi desatino mas no eres ningún mito, eres tan real como que respiro. ¡Ay, qué larga es esta vida cuando apareces! ¡Maldito eres cansancio!

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