Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

42. Casi

Matías se asoma cada mañana al pasado. Recuerda con una sonrisa sus años de colegio, los de universidad y los que pasó en una oficina como contable. No fue el trabajo de sus sueños, pero su sueldo le dio para la hipoteca, regalarse algún capricho y tener una pensión digna. Nunca se casó, aunque estuvo muy enamorado de Silvia, su vecina del segundo. Una tarde que se encontraron en el portal la invitó a tomar una copa. Mientras la escuchaba sintió que era una persona casi inalcanzable para él, y que su declaración rompería la magia casi perfecta de aquel momento. Sin embargo, envalentonado por su segundo wiski, casi se le declaró. El destino de ese casi tal vez lo dejó para siempre en compañía de su soledad, pues estoy casi seguro de que ella le hubiera dicho que sí. Solo casi. Me gustan los finales felices, pero algunos los emborrono con tintes de nostalgia si el día en que escribo me acompaña alguna nube gris. Como hoy. No obstante Matías casi ha olvidado a Silvia y casi siempre se le viene a la cabeza lo bueno que le ha deparado la vida. Podría decirse que es casi feliz. Casi.

41. DIOS

Al terminar su obra se recrea en ella. Los misterios del universo, la fuerza de la naturaleza, la inmensidad de los mares… Admira también sus criaturas, deteniéndose en aquella que erigió a su semejanza, dotada de habilidades asombrosas se rodea de arte y belleza. Así la música, la pintura, la poesía hacen del Hombre su obra más excelsa. Mas el reverso de ese preciado ser afea sus bondades con guerras, mentiras y otros malhadados actos que no consigue abolir. Está cansado. ¿En qué punto erró al crearlo? ¿Qué mala semilla sembró en ese ser sin desearlo? Sus interrogantes no se resolverán, no hay otro Hacedor al que acudir en busca de respuestas.

40. La última morada de Kenzo (Francisco Javier Igarreta)

Kenzo hacía tiempo que no visitaba aquel lugar. Motivos de trabajo le habían llevado por todo el mundo, pero al perder a Masumi sintió la necesidad imperiosa de poder volver a la pequeña casa de la montaña. Allí esperaba encontrar ecos de su voz serena y reminiscencias de sus pasos quedos. No en vano todo aquello era obra suya y pese al relativo abandono conservaba en cada detalle huellas de su sensibilidad zen.

Cuando llegó, la luz invernal del atardecer entraba atenuada bajo los amplios voladizos y, filtrándose a través de los khojis, envolvía la estancia en una suave sombra. En un lateral destacaba el sobrio Tokonoma, realzado por un desplegable de estilo Nihonga. En medio de un tatami, restos de adornos florales componían en un casual Ikebana un elogio a la decadencia.

Una mañana Kenzo quedó ensimismado viendo el sol insinuándose tras los carámbanos que colgaban del alero. Poco a poco su gélida dureza comenzó a fluir en un constante tintineo de gotas de agua. Acompasado con aquel metrónomo, Kenzo perdió la noción del tiempo. Antes de que el sol alcanzara su zenit, Kenzo se disolvió en el Tao.

39. El cartógrafo. Un relato zen

Era uno de esos viajeros sin edad del que nadie conocía su nombre ni su origen. Siempre a cuestas con sus extraños trebejos tenía el don de embellecer con su arte y su bondad todo aquello que cartografiaba en sus planos y que además se hiciese realidad con el paso del tiempo. Así, se cuenta, que dibujó la fractura de los ríos Niágara, Iguazú y Zambeze, y la nobleza del monte Fujiyama en las llanuras de la isla de Honshu, que diseñó la imaginación de los Jardines Colgantes de Babilonia y el esplendor de la ciudad de Florencia, que creó la belleza del desierto y la inconcebible vastedad del mar.

Sin embargo, su obra maestra, a la que consagró sus últimos años, fue la gracia y cada encanto, prodigio, maravilla y matiz que introdujo en el inextricable mapa de la Mujer, a la que esbozó tal y como hoy la conocemos, quizá el ser más bello y perfecto que jamás existirá.

Cuando murió, un Dios colérico y henchido de soberbia lo condenó al infierno por haberse atrevido a mejorar su creación. Desde allí trabaja incansable para reconstruir ese lugar maldito antes de acometer la que podría ser su obra definitiva.

38. Lienzo (Susana Revuelta)

Por más que rastrilla, siguen arremolinándose las hojas de roble, arce y haya que el vendaval se obstina en arrastrar del cuadro a la alfombra del salón. «Llegó el otoño», suspira la mujer. Mientras quita la hojarasca, evoca las tardes estivales que pasaba de joven ensoñándose bajo la sombra de estos mismos árboles. La primavera, en cambio, no la añora demasiado, pues de tantas florecillas que pintó en el paisaje se pasó toda la infancia estornudando.

Está sacudiendo las cortinas cuando oye el crujido de una rama a su espalda y, al girarse, descubre un ciervo que mastica despreocupadamente unos tallos. «Los años no perdonan», resopla al empujar los cien kilos de animal de vuelta al cuadro. Después, espera sentada en el sofá hasta verlo desaparecer entre el follaje.

Encuentra entonces unos huevos caídos de un nido ―de codorniz, muy ricos para mojar pan― y unas setas que crecen al pie de un tocón. «Conviene hacer acopio, nunca se sabe», piensa mientras guarda en los bolsillos todas las avellanas que caben.

Cuando el cielo del dibujo se torna gris azabache, la anciana recoge en un moño sus canas y frota sus ojos cansados. Pronto la nieve cubrirá todo de blanco.

 

 

 

37. Casi perfecto (Luisa Hurtado)

La cicatriz, que cruza su torso, está cerrándose bien; muy pronto le darán de alta. Antes de que se dé cuenta su marido le traerá alguna ropa, ella se vestirá de calle y desaparecerá de su vida. Siempre supo que las charlas no durarían, que desaparecerían junto con los besos a escondidas y las caricias dibujadas en la piel y en el aire; y también que ella, aunque afirma quererle, nunca abandonará al padre de sus hijos por este amor que nació entre susurros y paredes blancas.
Su primer amor y ya crece maltrecho; el amor de su vida y no lo tendrá a su lado; puede que acabe llorando pero, por ahora, una sonrisa tímida se asoma a sus labios y da las gracias.

36. DESCANSO CASI ETERNO (Rafa Olivares)

Durante siglos, nadie vino a perturbar nuestro sueño. Ni siquiera los típicos vecinos que alguna vez necesitan un poco de sal o de arroz para la comida o bien quieren obsequiarnos con un racimo de dátiles recién cogidos o con un hojaldre de leche y miel. Nada, ni la más mínima interrupción o molestia. Sin embargo, cuando ya creíamos gozar del reposo eterno, empezaron a oírse golpes de pico y pala, voces, música extraña de instrumentos irreconocibles, bocinas estridentes y gritos desagradables. El ambiente se tornó insufrible, hasta que hoy ha irrumpido en la mismísima Cripta de los Faraones, con casco, linterna y lleno de polvo, un celoso escriba municipal requiriendo algo así como una Cédula de Habitabilidad de la pirámide.

35. O-7183-N

O-7183-N

Arturín era mi mejor amigo. Nunca hubo otro como él. Imperfecto, lo sé, con sus defectillos… sus malos humos a veces y aquellos molestos ruiditos con los que te recibía los lunes por la mañana. Pero único en su imperfección y su nobleza. Siempre me fue leal y juntos vivimos increíbles aventuras: viajes, chicas… Con él lo compartí todo. Él supo cosas que nunca le conté a nadie más. Y se llevó consigo el secreto que me desvelaría como el causante de su muerte. Pienso obsesivamente en sus últimos minutos. Yo alejándome para fotografiar la caída del sol, dejándolo solo en lo alto del cerro. Y verle caer, despacio, como en un sueño a cámara lenta. ¡Ojalá hubiera podido advertirme! Pero era un modelo antiguo. Y yo, un despistado a quien, aquella tarde, se le olvidó poner el freno de mano antes de salir.

34. EL MURO DE LA GUAJONA

Desde que le hablaron de la guajona, la niña no puede dormir. La imagina en medio de la oscuridad con su manto negro y su único diente afilado.

Por las noches se acuesta junto a su padre, que le canta una canción antiguajona y hace un muro alrededor de la cama con peluches, almohadas y cojines. Un muro tan perfecto que ni la criatura más terrible podría atravesarlo. Tan bonito que juguetes vienen a verlo de todas partes del mundo.

Pasan cincuenta años. La niña es una mujer y hace mucho que se fue de casa.

Una noche recibe una llamada. Su padre ha muerto.

Apaga la luz y aparece en la habitación de su infancia, con la cama y el muro de peluches. Incluso escucha la canción del padre, a un volumen muy bajo, como un susurro.

Un osito de peluche cae del muro y una mano huesuda aparece por el hueco. Tiene la piel verrugosa y arrugada como la rama de un árbol. Emite pequeños rugidos.

La mujer se apresura a tapar el agujero con el osito. Mientras lo coloca, cierra los ojos, aprieta con fuerza y ve al padre. No existe pastilla para tanto dolor.

33. La bailarina. (Paloma Hidalgo)

Para Kamali, no había mejor escenario para bailar que la tierra de su aldea etíope, quebrada por la caricia del implacable sol. Su cuerpo pequeño, tullido y fibroso se fundía con el polvo, y juntos se agitaban al ritmo de la música ancestral que flotaba en su cabeza. Practicaba cada amanecer, antes de que el sueño abandonase a sus vecinos.
Para Zewerke, un desertor, que fusil al hombro huía del miedo a convertirse en asesino, el tiempo se detuvo al verla. Escondido en el campo de sorgo cercano, permaneció cautivo de sus movimientos hasta que ella le descubrió.
En silencio, los ojos de él escucharon lo que las cicatrices de Kamali contaban, y ella leyó en la piel polvorienta de Zewerke su diario. Ella colgó su alma en sus pupilas, y él la suya en su sonrisa rota.
El sol apenas despuntaba cuando el desertor reanudaba su carrera y la bailarina agitaba su única mano, al nuevo ritmo de sus latidos.

32. El chatarrero

Todas las tardes sale a callejear la ciudad y recoge cosas del suelo. No recoge todas las que ve, claro, solo aquellas que por algún motivo inexplicable siente que tiene que recoger. Puede ser un dedal, un tornillo oxidado, una sota de bastos solitaria y marcada por el tiempo o cualquier otro pequeño objeto que llame su atención. Una vez de vuelta en su casa, coloca todos aquellos mínimos tesoros sobre una vieja bandeja de latón que también ha recogido en la calle y los observa detenidamente. Después cierra los ojos, toma entre sus manos uno cualquiera, y con el tacto de la yema de sus dedos viaja por él; recorre sus sinuosidades, sus recovecos, su singular geografía; siente su textura y su consistencia, y vive las vidas de quienes los han poseído.

31. ESPERMIOGRAMA – EPI

Hace años me mandaron una prueba sobre fertilidad.
Miré en mi libro de Gine, cómo llevar el producto. Había que perforar un condón para que no se quitara la posibilidad de embarazo. Implicaba el hacer uso del matrimonio y desistí.
Ya en el hospital acudí a la sala de extracciones y analíticas. Fantaseé un poco con las extracciones, pero me lo quitó de un plumazo la señora con bigote que me dio el frasco.
La sala estaba a reventar de madres con niños. Olía fatal y el baño estaba muy sucio.
A pesar del griterío de fuera, me puse a ello.
Me canso.
Cambio de mano.
Me doy cuenta de que el espejo tiene una grapa y recuerdo los jarrones de Japón súper valorados por tener reparaciones.
Miro hacia abajo y nada dura para siempre.
Vuelta a empezar y la cosa parece que promete.
Preparo el frasco y un golpe brutal en la puerta hace que se organice un desastre y parte se vaya por el sumidero.
Nada está completo.
Sudo a mares y al salir toda la sala me mira.
La del bigote eleva el frasco y lo evalúa y sonríe.
Nada es perfecto, digo.

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