Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

52. El gato

La bufanda es un pez. El chaleco verde es una culebra. El niño no puede apartar la mirada fascinada del tambor en movimiento. Sus ojos, como hipnotizados, persiguen las caprichosas formas que adoptan las prendas girando en el agua. Sentado en el suelo, igual que lo hacen los indios de las películas, y con la boquita entreabierta, frente a la lavadora, disfruta con la belleza de las aleatorias combinaciones de colores que ve. Con las abruptas paradas. Con la camisa de cuadros; con el jersey caqui, que parece un soldado apostado en la trinchera; con la alfombrilla celeste del aseo, que es una nube. Con las burbujitas de jabón.

Se acerca la madre y se sienta a su lado. Le dedica unas palabras cariñosas que él ni siquiera escucha. Disfruta también del mágico espectáculo que el niño, en silencio, le ha descubierto. De las nuevas vueltas del tambor. Aunque ella hace mucho que dejó atrás esos juegos infantiles y no consigue sacarle parecidos ni a la toalla morada de baño ni a la falda ni a la blusa con la cual combina. Quizás a la mancha naranja que se le acaba de parar delante. Quizás a esa sí.

51. Bibliófilo en ciernes

Acariciaba fascinado los lomos de su última adquisición cuando, tras un aterrador estruendo, contempló el lento desplome de su preciada y combada librería de madera. A sus pies y entre nubes de polvo, una comunidad de personajes sobresaltados escapaba de los libros revueltos bajo las estanterías caídas. Todos, héroes y villanos, hacían piña para librarse de las cubiertas que los apresaban sin compasión. Una niña rubia auxiliaba a un conejo blanco que desertaba de una página descosida, un joven mohíno buscaba entre líneas el camino hacia el castillo de Elsinore y un extranjero abandonaba su indolencia sobre una contraportada descolorida. Olas de espuma arrojaban a un viejo del mar mientras, vigiladas por un forastero misterioso, cuatro mujercitas juguetonas saltaban de tomo en tomo y un caballero de triste figura corría de la mano de un hobbit desconcertado. Un pirata cojo y un intrépido reportero eran perseguidos por un enorme insecto al que un pequeño príncipe esquivaba para proteger a una rosa distante…

Aquella gozosa barahúnda lo mantuvo subyugado hasta que un rechinar fantasmagórico entreabrió la puerta y, alarmado, escuchó la voz conminatoria de su madre: “O pones orden en esta habitación o todos esos libros van derechos a la basura”.

50. Sonrisas impuestas

Abro la boca con recelo, se que no es suficiente, pero aún así, me resisto. Cuando ella me lo pide, no dejo atrás el miedo, obedezco.

No me creo sus palabras, sus aseveraciones proféticas. “No te va a doler”. Sí, sí duele, no me voy a morir por ello, pero duele. “Solo será un pinchacito” Y no, no es tan solo un pinchacito, es un señor pinchazo con apellido, un Pinchazo Morrocotudo.

Se apodera de mi una sensación nebulosa, no podría cerrar la boda aunque quisiera y soy incapaz de decidir entre quedarme quieto o salir corriendo. Me decanto por la primera opción. Entonces ella, previsora y para cortar cualquier iniciativa de retirada, se abalanza sobre mi con sus instrumentos de tortura en las manos.

Me siento inmóvil, indefenso, derrotado. No opongo resistencia, deseando que lo peor haya pasado. Los minutos transcurren como caracoles paseando en el rocío. Cuando me dice que ha concluido, creo que han pasado años desde que me senté en el sillón. “En unos dieciocho meses te los quito” me dice satisfecha. Me marcho a casa cabizbajo. En el calendario tacho el día de hoy, uno menos para que me quiten los malditos brackets.

49. Unidos por la catástrofe (Alberto BF)

Desde que Vicente perdió a Amparo, su vida se había convertido en una triste combinación de nostalgia y horarios ordenados.

A su jornada de trabajo anodina en Paiporta le sucedía cada día indefectiblemente la comida a las tres en La Trillaora, su inexcusable misa de siete en San Jorge y una liviana y silenciosa cena en casa a las nueve en punto.

Pero una tenebrosa nube otoñal lo cambió todo. Nunca antes había visto llover así, ni escuchado unos truenos como aquellos. Mientras rezaba, asustado, pudo observar desde su ventana cómo riadas de coches flotaban calle abajo como lo hacían las hojas secas por el arroyo de su pueblo.

Comprendió que la virgen no iba a venir a achicar agua, y un impulso le llevó a abandonar sus oraciones y bajar a socorrer a sus vecinos.

Ese fue el momento en el que despertó de su letargo y constató una sorprendente realidad: a su alrededor había otras personas, lidiando como él con sus penas y fracasos, que luchaban por sobrevivir. Y solo la unión entre ellos podría salvarles de la hecatombe.

Rodeado de muerte, tragedia y consternación, a Vicente el caos le devolvió a la vida.

48. (DES)ESPERANZA

Cuando te fuiste deseé que la tierra me tragase, pero mi deseo no se cumplió y en lugar de ello se me juntó el cielo con la tierra. Un pedazo de luna se quedó prendida en mi ventana y por la chimenea se colaron cuerpos celestes que alfombran el salón, he de ir con cuidado para no pincharme con sus luminosas aristas. Ya no sé cuándo amanece porque el sol, opacados sus rayos por las nubes unos e inmersos en el lago que hay detrás de casa otros, ha perdido su tonalidad y tiene permanentemente un tono desvaído. Puedo decir que todo está patas arriba y, como la esperanza es lo último que se pierde, me agarro a ella. Pronto llegará la primavera y puede que en la materia espesa que cubre mi corazón, broten unas alas que me permitan salir del hoyo en el que me has dejado.

47. Sin palabras (Josep Maria Arnau)

En el patíbulo, el verdugo le preguntó con sorna si quería decir unas últimas palabras para pedir un deseo. El reo esbozó una sonrisa. Le habían cortado la lengua y solo soltó un gruñido. Entonces apareció un viento huracanado y la tierra se puso a temblar.

45. El efecto mariposa

La tierra tembló. Una grieta comenzó a abrirse en el suelo. Estalló la tormenta y al amainar, de entre las ranuras húmedas brotaron margaritas.

Nunca lo supimos, pero todo ocurrió mientras nosotros, ajenos al mundo y con los ojos cerrados, nos besábamos por primera vez.

44. Pequeña criatura (Jesús Navarro Lahera)

Tras seis meses con ella en casa, y aunque presuponía que iba a suceder, todo es un completo desastre. Las sábanas, que me gustaba dejar estiradas, ahora acaban convertidas en un revoltijo. Además, en los suelos, donde antes no había ni una mota de polvo, me encuentro sus pelos, que forman bolas que parecen tener vida propia y ruedan a su aire por el pasillo. Y luego está mi ropa, que suelo llevar arrugada tanto porque ya no dispongo de todo el armario para mí, como porque a la mínima la tengo pegada a mis brazos. Y claro, no hablemos de la cocina, cuyas baldosas blancas lucían impecables, y desde que ella campa a su gusto por allí no hay más que manchas.

Eso sí, ahora mis noches han dejado de ser solitarias, y en la cama siempre tengo su cuerpo pegado al mío. Tampoco me importa recoger las cosas que va tirando por ahí, ni las suyas ni las mías, a las que también le encanta esconder para que después juegue con ella a encontrarlas. Y cómo vivir ya sin las muestras de cariño que me da tan pronto cruzo la puerta, y se abalanza sobre mí mientras ladra.

43. EL PAÍS DE LA CANELA (Belén Sáenz)

«Más ponzoñosa es la fiebre de la canela que la del oro», decía nuestro capitán. La encomienda era encontrar bosques inabarcables de ese condimento sublime al oeste de Cuzco, pero no hallábamos sino unos pocos ejemplares agostados. Desencantados, nos adentramos en una selva extraña y bella, con una densidad que extasiaba los sentidos y hacía olvidar el abrazo de la anaconda y las lianas que se desmadejaban a nuestros pies. La fama de las enigmáticas Amazonas revivió nuestras armas cansadas y nuestro ardor embotado. Nos recibieron con cerbatanas y flechas y respondimos, viriles, con ballestas y arcabuces hasta perforar flores escarlatas en sus pieles desnudas, de un tono pardo como la especia que perseguíamos. Finalizada la lucha, amontonamos los cuerpos de las guerreras, que desprendían un aroma dulce y antiguo, en forma de pirámide. Fray Alonso les hacía la señal de la cruz en la frente con su propia sangre antes de acercar la tea. Permanecimos allí hasta la caída de la tarde, cuando se acalló el chillido de los monos. Recogimos sus cenizas en un cofrecillo y, sin mirar atrás, proseguimos nuestra expedición por el río grande, que seguía amarilleando sus aguas con el resplandor de las llamas.

42. BURBUJAS DE VIDA

Mientras la veía «organizar» la maleta, yo pensaba que no se podía ser más desastre, en su vida todo iba muy deprisa y querer estar en todos sitios no ayudaba a ubicar ni siquiera los pensamientos, todo en ella era un batiburrillo de ideas, unas más saludables que otras.

Era el último día para recoger el pasaporte y daba tantas vueltas alrededor de la habitación que unas veces había perdido los billetes y otras los zapatos….Yo entendería que estuviera nerviosa porque era la primera vez que iba de crucero pero el ir y venir antes de salir de casa pensando en la vestimenta , el peinado, las llaves…era tan usual como desesperante.

Después de toda suerte de accesorios, algunos bastante estrambóticos, por fin cerró el equipaje colocando con esmero un vestido lencero blanco.

Me llegan fotos al WhatsApp y allí está ella, su lencero blanco con dos collares tipo hawaiano para la fiesta ibicenca del barco, su lencero blanco y un broche tipo fíbula en la colina del Partenón, su lencero blanco con una blazer plateada, unos taconazos de infarto y un brazalete con forma de serpiente para la cena del capitán…pudo ser un caos, pero era una belleza.

41. Troya

Los nueve kilómetros que separan el desvío del pueblo se me han hecho cortos, de niño me parecían eternos. La carretera es más recta; la curva en la que se salieron muchos ha desaparecido tras las obras.

«Aquí se mató Simón», recordaba mi madre al pasar. Mi padre frenaba y torcía el gesto. Ninguno contestaba cuando les preguntaba quién era Simón.

Hacía mucho tiempo que no volvía y estoy seguro de que nadie me reconocerá, y no sé si entre los muros de la casa quedará algo de mí, de nosotros…

Si las paredes hablaran podría saber qué secreto se guardaba en aquella casa, pero las paredes no hablan. Ahora está hundida y entre los escombros solo hay caos, el mismo caos que llevó las riendas de mi familia.

Los muebles destrozados, los libros rotos y el suelo ennegrecido me indican que le ha servido de refugio a alguien, eso me reconforta.

Me siento en un rincón a fumar mientras contemplo esta armonía. Cuando la oscuridad me impide ver la estancia, enciendo otro cigarrillo. Una tos profunda me indica que debería dejar de fumar. Lo tiro al suelo y salgo. Desde la carretera veo arder mi casa como ardió Troya.

40. Sobre los camarones que se duermen (Relato fuera de concurso)

Don Lucio, el pez más viejo del río, hace mucho que huye de las turbulencias y busca las aguas tranquilas y el cobijo de aneas y juncos, lugares donde descansar el cuerpo y serenar el espíritu, como en los que se refugiaba siendo un diminuto alevín, aunque con la intención ahora, más que de observar las cosas pasar, de verlas venir. Por las mañanas imparte la asignatura de Corrientes a los camarones. Les enseña a esquivar peligrosos torbellinos y aprovechar la inercia de los vórtices, a buscar remansos y evitar torrentes, además de a sobrevivir en un medio tan cambiante y hostil. Al terminar las clases, tiene la deferencia de ponerles algas y gusarapos para que desayunen. Las tardes las aprovecha para comer él. «Lo cortés no quita lo valiente», conviene su razón con su instinto mientras aguarda apostado en el sitio idóneo. Le basta con sacar la cabeza del escondrijo y adentrarla en la vorágine del agua que desciende. La confusión impetuosa de millares de partículas golpeando en su rostro le hace sentirse más joven y fuerte, al tiempo que caza a dentelladas, entre la hermosura de un desorden precipitado y lleno de alimento, a sus alumnos menos aventajados.

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