Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

61. IA de RRHH

«Maldita suerte la mía. Maldita, maldita, maldita suerte». Murmuró desesperado mientras golpeaba la mesa de la oficina con el puño. No muy fuerte, eso sí, discretamente como para no molestar mientras a su alrededor se deshacía todo en un cataclismo y las lágrimas asomaban empujadas por la rabia. Su interior había sido anegado por la desesperación. Tenía que huir.

Ya en la calle, «en la puta calle» como solía decir el responsable de recursos humanos, con una mueca artificial de asco mientras utilizaba cada palabra como un navajazo que hería y desangraba a su interlocutor. Pues eso, en la calle la nada. El aire tenue, sutil, le faltaba en cada inhalación. Se ahogaba. Luchó por llenar los pulmones.

No sabía que le contaría a Trini cuando regresara de trabajar. No sabía qué le diría al enano cuando la abuela lo trajese de las extraescolares. No sabía qué le diría al enlace sindical cuando dudase de su cordura y le preguntase cómo había sido capaz.

Tampoco sabría cómo justificar tanto líquido hidráulico sobre su chaqueta y las piezas del droide asesinado que sujetaba con  tanta fuerza.

Y en la oficina una certeza: «lo extraño es que esto no haya pasado antes».

60. Más vale tarde que nunca (Nuria Rodríguez)

No esperó a los postres, se levantó de la mesa y pasó entre sus hijos y nietos, que eufóricos por la llegada del nuevo año, ni se dieron cuenta.

Frente el espejo, empezó a maquillar su rostro con manos temblorosas por los años y la emoción.

Eligió un vestido que años atrás no pudo evitar comprar. Lo guardó nada más llegar a casa y nunca se lo llegó a poner. Olía a naftalina, demasiados años en el armario, pensó.

Cuando se puso los pendientes, no pudo contener las lágrimas. Eran de su difunta madre, y la única joya que sus hermanas habían consentido que se quedara.

Para terminar, se perfumó y calzó sus pies con unos zapatos de tacón que rozaban lo ridículo por su gran tamaño.

Justo antes de la media noche, salió de nuevo al salón. Se sentó en su sitio ante la mirada atónita de toda la familia.

—¡Abuelo!— gritó su nieta mayor.

—A partir de ahora seré abuela, si no os importa —dijo justo antes de comerse la primera uva.

58. Sauces, viudas y lágrimas sobre la tierra

Solía llorar como los sauces: sin saber porqué. Como los niños: por desconocer otra forma de expresarse. Como las viudas: sabiendo que era inútil.

Lloraba a escondidas, hundida en un cojín para que sus hijos no la oyeran. Lloraba como lloran las mujeres que acaban en las páginas tristes los periódicos, entre el incendio de una fábrica y la desaparición de un empresario.

*

El dolor crecía y quemaba por dentro. Su alma se fue ennegreciendo como la de un minero y comenzó a hablar con el diablo sin bajarle la mirada.

Un día, como esperaba y temía, su marido apareció cabizbajo, mascullando disculpas. Las aceptó, pero no le dijo que la mujer que él buscaba había ido desapareciendo bajo los hematomas.

*

Durante un tiempo, fingió y él decidió creerlo.

De forma inesperada, el último día volvió a llorar. De ilusión, quizá de nervios.

Lamentó que nadie pudiera verla en aquel paraje apartado y oscuro, bajo un viejo sauce, derramando lágrimas sobre la tierra removida. Reía y hablaba sola. Mientras, con inesperada pericia, clavaba la pala en el montón de tierra oscura y la hundía para cagarla, presionándola con un golpe seco de la suela de su zapato.

57 Maledicencias

A las dos semanas de enterrarlo volvió a enamorarse de él. «Más vale muerto que nunca», se consolaba ella mientras con afanosa entereza limpiaba las hojas secas de los cipreses sobre el panteón o cambiaba el agua de las flores. Jamás le había escuchado en vida las amorosas palabras que ahora le dedicaba desde el foso, bajo la lápida. Con una locuacidad desconocida en él, le agradecía, por ejemplo, que los crisantemos no fueran de plástico, o bien alababa su pasión por las cosas bien hechas o repetía a cada rato lo mucho que añoraba el olor de sus guisos y sus manos. Tras frotar la piedra con un paño, ella apoyaba la cara sin maquillar en las letras doradas con el nombre de su difunto y se dejaba regalar el oído hasta que cerraban el camposanto. A ojos de algunas viudas, cada tarde regresaba más guapa y sonriente.

56. NUNCA ES TARDE PARA CAMBIAR

Descansaba durante el día como el resto de los machos de la manada. Apenas se les oía y mucho menos se les veía, escondidos en el hangar de la vieja fábrica, tirados sobre mugrientos sofás desvencijados y entre una humareda difiícil de respirar. Se reunía con ellos de noche, cuando salían a cazar. Quedaban en el descampado para acechar a alguna perdida presa que tuviese la desgracia de ponerse en su punto de mira. Algunas veladas, uúltimamente demasiado a menudo, la noche acababa en descarnadas peleas de las cuales siempre alguien salía maltrecho y herido, sino muerto. Juan estaba con ellos por miedo, por obligación, por pertenencia al grupo que le daba protección. No le gustaba, pero la alternativa era aún peor y tenía claro que algún día les abandonaría. Para siempre. Hasta ahora había tenido suerte zafándose de los altercados y peleas, poniendo mil excusas… sabiendo que las mentiras durarían poco. En su cobardía, prefería ver todo desde la tranquilidad del asiento trasero del viejo Cadillac gris, abandonado hace años, estudiando a escondidas del grupo para el examen del día siguiente.

55. Más nunca

Me dirigí hasta las puertas del infierno dispuesto a recuperar a Salomé. Tenía que rescatarla. Nos habíamos prometido amor eterno, yacer juntos el resto de nuestras vidas, pero un lance imprevisto se la llevó.  El guardián, un tipo nauseabundo, soltó una carcajada y sentenció: “Imposible, listillo, la chamuscaron. Solo queda polvo y ceniza. Vas a necesitar algo más que un milagro”.  “En eso son ustedes unos expertos”, contesté. “Estudie estas instantáneas del Patriarca de Malastierras y dígame si en este caso la magia es posible. Parece disfrutar mucho con esas jovencitas.”

Es increíble las puertas que abre la memoria de un móvil, al rato apareció un diablillo custodiando a Salomé y me ofreció un catálogo con diversas experiencias. Elegí la jinete indomable. Y vaya si lo fue. Tanto esperar había merecido la pena, pero me sorprendió la pericia y lujuria desplegadas, fruto de la experiencia adquirida durante las noches de guardia en la rebotica, según me confesó. Al terminar el diablillo me invitó a partir con ella, pero preferí marchar solo y me despedí “Deje que se tueste un poco más. Todavía está verde. Tal vez en otra vida. Ah, por favor, no olvide saludar al Patriarca”.

54. Albuñol, Granada, cueva de los murciélagos  

Nunca es tarde. Por fin me han encontrado. Llevan 9000 años entrando y saliendo, como con miedo, en esta cueva que fue a un tiempo taller y sanatorio, refugio y hogar nuestro.
Sabíamos que aquel clan, nuestra familia, se terminaría marchando con el tiempo. Es ley de vida. Pero no queríamos caer en el olvido. La lucha y el sacrificio que mantuvimos nos trascenderán como legado. Que los que nos continúen sepan de dónde vienen, que recuerden que el bien más preciado fue y será siempre el bien común… Bueno, de momento sólo han encontrado unas alpargatas rotas y lo que queda de unos cestos. Espero que no tarden otros 9000 años en comprender que siempre estuvimos ahí. Que ellos, vosotros, sois nuestros hijos.

53. EL JARDÍN DE EL ED…END (Belén Mateos)

 

Miró las rosas, las margaritas que niegan en su séptimo pétalo, las azucenas, los tulipanes perennes y bulbosas, las dalias, las petunias colgantes en los visillos que presenciaban cada día el graznido del cuervo.

Rebusco entre la hierba la última colilla fumada, esa gota de ginebra que enfurecía la sed del cólera, las moscas atrapadas en la red de luz de la pérgola, la conversación a medio gas durante el sueño, el hipo borracho, el deseo de volver a nacer y desear la muerte.

Observo los crisantemos olvidados en la última visita al jardín.

Recuerdo la voz de mi madre diciendo que las regara cada tres días, que arrancara las malas hierbas, que las hojas tenían vida propia y sabían lo que tenían que hacer en la tierra, que ocultara el hedor de su cuerpo, que nunca, que jamás sería tarde para que mi vida comenzara de nuevo en el sexto pétalo.

 

La buganvilla ha resistido al calor del verano.

 

52. Hervoroso sol -Calamanda Nevado-

Pocas noticias de lo que ocurre en su país, o en otras partes del mundo surcan aquellas tierras. En estos horizontes mortecinos por la arena, viven, casi recluidos, anclados en la ignorancia y el analfabetismo más absoluto, sus hermanos y centenares de familias.

Es consciente de su gran deseo de viajar, del beneficio que derrama la vida de la ciudad, de las singladuras que sus padres, torpemente, describen en sus cartas No conoce bibliotecas, cines ni autovías. Sabe que la capital despliega un gran abanico de oportunidades, y hermosas carreteras.

Quiere aprender a vivir con otros sistemas que no sean la miseria. Su juventud, ilusiones y curiosidad, le suplican conocer cuanto antes las pirámides de Egipto; su gran tesoro a descubrir, y el orgullo de su pueblo.

Cultivó el deseo de coser la descosida esperanza de su vida sin futuro ni ritmo: doce o catorce horas de trabajo diario de pastoreo, no le proporcionan, como a sus primos, medios para llegar a fin de mes. Sus padres, en Luxor, obtienen sus ingresos de limosnas. Insuficientes para mantenerse.

.Sueña con la jornada de mañana. Ayer soñó que se dirigiría al autobús que lleva al Valle de los Reyes.

 

51. Planes inmediatos

El primer trago de cerveza me entró tan bien que lamenté no tener más en casa. Había tomado un baño, me había afeitado y esperaba ahora sentado frente a la puerta, con el botellín en la mano y una maleta en el coche. Mi mujer no tardaría en llegar y, si se cumplían mis sospechas, vendría acompañada de otro hombre. En ese caso, me marcharía para siempre y sin decir una palabra. Pero si aparecía sola la cosa cambiaba: que no aprovechara una ocasión como aquella para incidir en su presunta infidelidad probaría, a mi juicio, que estaba equivocado al desconfiar de ella. Destruiría lo antes posible mi solicitud de divorcio y cancelaría mi alojamiento temporal en una pensión. Aunque antes tendría que mentirle explicando que estaba allí porque había pedido el día libre en el trabajo para poder estar juntos. Añadiría que tenía pescado haciéndose en el horno y una ensalada en la nevera, y que había traído velas para disfrutar de una cena romántica. Le entregaría esos pendientes caros que le había comprado. La besaría larga y dulcemente en la boca. Y luego, silbando y saltando de dos en dos los escalones, bajaría a por más cerveza.

50 NUNCA ES TARDE

Abrió con la única llave que tenía. Ya se había oxidado y en varias ocasiones la había dado por perdida. Ahora se ha roto, quedando abierto y expuesto para siempre, aunque ahora parezca tarde, su corazón.

49. Odio demoledor

Luis está en la cornisa de un quinto piso. Todos duermen, excepto Teo: el único ser bípedo que transita por la calle. Teo ha pasado la noche de juerga y regresa a casa, pero no es eso lo que interesa de esta historia, sino que Teo le hace la vida imposible a Luis en el instituto. Al descubrir que está a punto de saltar, agarra su móvil y realiza una llamada. Luis no lo ve, vive en la oscuridad desde hace semanas. Teo susurra a su interlocutor que se dé prisa o será demasiado tarde. Mientras habla, camina y se coloca bajo la vertical de Luis. Cuando aparece Gerardo, que también hace la vida imposible a Luis, este se ha salvado. Gerardo dirá que Teo, fallecido, amortiguó el golpe queriendo.

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