Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

65. BALA PERDIDA (Beto Monte Ros)

Con el cerebro obnubilado por el vino y arropado por la celebración, el hombre vació en el aire el tambor de su pistola. Tras la campanada del año nuevo, en el hospital de la ciudad, declaraban muerto a un niño impactado en la cabeza.

64. NOCHEVIEJA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Primera campanada: profusión de petardos y fuegos de artificio. Todos brindan, saludan, se besan.

Papá Noel se queda dormido en la silla, la panza llena de sidra y de turrón, tal era su afán, como siempre, por resarcir la ausencia en el festejo anterior.

Masticando sus tajadas de pan dulce, parten los Reyes Magos; no sea cosa que, a medio camino, se les apague la estrella.

Entretanto, ella ya levantó la mesa, guardó lo perecedero en la heladera, y acunó a ese año recién nacido que tanto se hace sentir.

“Misión cumplida”, susurra mientras se va, arrugada y feliz, en el eco de la última campanada.

63. BOICOT

Si alguien se hubiera decidido a abandonar la mesa, acercarse y felicitarle también el año, enseguida habría notado algo extraño en su cara. Y habría sabido, casi seguro, interpretar al momento ese parpadeo repentino y acelerado de sus ojos, ese boqueo de pez sin agua, de labios sin aire. Habría captado, sin duda, el brusco cambio de actitud corporal del adolescente impasible, de nariz desproporcionada y flequillo demasiado largo, siempre adherido al sofá. Quizá entonces, un golpe seco a tiempo entre los omoplatos, una sacudida de hombros, un grito desmesurado, una brusca compresión en el abdomen habría bastado para rescatarlo de esa vereda sombría y sin retorno, recién emprendida al llegar la duodécima campanada. Y probablemente, después de ese día, en esa casa continuarían consumiéndose las uvas, como postre durante todo el invierno y como rito de la buena suerte en noche vieja.

62. La magia de la Navidad (Sergi Cambrils)

Tras las campanadas que anuncian el año nuevo en la tele, no pasa nada remarcable. Es durante la cena de Nochevieja cuando ocurre lo inexplicable.

Los niños se instalan enseguida en la gran alfombra para jugar con una montaña de juguetes y mi mujer y yo aprovechamos para adecentar la atiborrada mesa. En esa tarea, vemos como una copa que cae se queda suspendida en el aire antes de impactar contra el suelo. Ella se queda con la boca abierta. Yo me acerco impresionado y compruebo que en efecto está flotando a un palmo del piso. La toco cauteloso. Oscila levemente como un péndulo desacompasado y vuelve al mismo punto. Ejerzo algo de fuerza hacía abajo para ayudarla a que concluya el recorrido, pero no se puede, se mantiene levitando a centímetros de la supuesta colisión. Lo esperado hubiera sido el choque quebradizo y el posterior barrido de los pequeños cristales esparcidos para que los niños no se cortaran, pero cuando ocurre algo así no hay más remedio que asumir el pequeño milagro y empezar a creer en algo más.

61. SUDOR (Reyes Alejano)

Fuera es desierto de horizontes sedientos, saguaros, noches frías y sudor bajo el sol.Y en la ciudad se mezclan blancos, latinos, indios de varias etnias, buscavidas, y los desadaptados que tan difícil tienen encontrar su lugar en una sociedad poco flexible. El año se despide con armas en la calle, un tiroteo en la noche, masculino poder. Los disparos se confunden con el sonido de los fuegos artificiales que iluminan el cielo al terminar la cuenta atrás, que cierra otro ciclo planetario. Pero sé que mañana, sin importarles nada si acabó un año viejo o si otro nuevo empieza, dos colibríes llegarán al patio de mi casa de Tucson, sumergirán su pico en el dulce néctar de la flor del quebracho y me harán olvidar por un momento de qué lado del mundo se inclina la balanza.

60. DOS HECHOS EXTRAORDINARIOS

Tras el último volteo de nochevieja, el badajo salió volando desde el campanario y fue a incrustarse en la piedra frontal de la fuente.

La resonancia del violento impacto cortó de cuajo los incipientes impulsos para felicitarse el año nuevo entre matasuegras y descorches de sidra. En su lugar se produjo un estruendoso silencio que seguido de un murmullo de similar intensidad hizo de la plaza un laboratorio de ideas y conjeturas.

Luego del intento infructuoso por extraerlo, ya que se comportaba como artúrico artilugio, el cura tomó la palabra para convencerlos de que era un milagro que los convertía en el pueblo elegido, y que algún día llegaría Aquel que podría separar el hierro del granito, la paja del trigo.

Ante la inmensa algarabía que se produjo, el maestro aprovechó para, por primera vez, palparle la tersura glútea a la mujer del boticario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

59. FIGURAS Virtudes Torres (Servitud)

La mañana ha amanecido arropada por una sábana blanca.

La lumbre de la hoguera no quema. El río es un cristal transparente. El aire no mueve las hojas de los árboles.

En la choza el nacimiento es una caricatura de lo que fuera en su inicio, porque dicen que no hubo ni mula ni buey.

El pastor que cruza el puente y que lleva a hombros un cordero, ha caído al río, pero no se moja.

La castañera no mueve las castañas; al final se le quemarán.

Y tras la montaña de papel, el cagón sigue con el culo al aire y el churro asomando.

El Portal adornando con un buen número de luces de colores intermitentes, parece una discoteca.

Cuando llega la noche y la casa se queda en silencio, las figuras cobran vida.

María y José salen a pasear con el Niño. Los pastores bailan jotas, la castañera se hincha a vender castañas calentitas, el cagón se asea y  roba la primera gallina que le sale al paso.

Y el Ángel pasa las últimas novedades al Jefe.

Al amanecer, todo volverá a la normalidad.

Nosotros miraremos las figuras del Portal… y a nosotros ¿quién nos mira?

58. Duelo infinito

Sentados a una mesa, cuatro figuras envueltas en el humo de los cigarrillos juegan al póker. Modesto, acodado detrás de la barra, los observa. De vez en cuando agarra el vaso y se echa un trago de cazalla que cae en su estómago como un arponazo. Los cuatro hombres se cubren la cabeza con sombreros de fieltro. Sobre la mesa, el barniz de las culatas de sus semiautomáticas produce sutiles destellos.

Modesto mira el reloj de la pared. Bosteza. Faltan cinco minutos para las doce. Saca un paquetito con las uvas y se prepara para el consabido ritual. En ese momento, uno de los hombres se retira el sombrero hacia atrás, extiende la mano sobre la mesa y muestra las cartas. Los otros, pistola en mano, se ponen en pie.  Modesto se toma las uvas al compás de los disparos que ahogan el sonido de las campanadas. En el eco de la última, el humo y las figuras se desvanecen en el silencio. Modesto suspira. Se acerca a la mesa. La limpia y la arrincona hasta el 31 de Diciembre siguiente, sin dejar de maldecir las condiciones del traspaso del bar.

57. MI PARTICULAR RECUENTO

Como si fueran a acabarse mi tiempo y mi mundo con el fin de año, hago balance del hostigamiento al que me has sometido estos años. Tres interminables horas en el balcón, desnuda, rezando para que me dejes entrar. Poco amor, casi todas las veces fueron violaciones. Dos hijos. Algunos puñetazos en plena cara antes de perder el conocimiento. Siete días a la semana con miedo a que vuelvas. Cada vez menos copas para envalentonarte conmigo. Una orden de alejamiento. 90 veces 9 disculpas insinceras con sospecha de reincidencia. Varias denuncias de malos tratos. Y, aquí es donde más me atraganto, demasiados segundos paralizada mientras recibo tus golpes.

Al fin, con el último aliento, la energía justa para decir NO.

56. ETOBER LAROPMET

Tras las campanadas, todos comenzamos a marchar hacia atrás. Lo hacíamos muy rápido, como en esas películas VHS que uno rebobina a su antojo. Al instante me vi recorriendo diciembre, noviembre, octubre… En todo momento era consciente de lo que sucedía, pero no podía hacer nada para detenerlo. En esa especie de “yo” sin “mí”, pude analizar el año vivido: la paliza a mi hijo adolescente por fumar en el baño, el revolcón con mi compañera de inglés, la mirada de superioridad al vagabundo, el gimoteo de mi mujer por menospreciarla, las excusas para no visitar a mi suplicantes padres… Hasta que todo se detuvo, de golpe, como había empezado, y me descubrí masticando uvas, rodeado de mi familia y amigos, que me deseaban un feliz año 2014.

55. Campanadas (Luisa Hurtado González)

La primera fue que vendría a la cena su exmarido.
La segunda, por aquello del empate, que también mi exmujer.
La tercera, fue cosa mía: invitar a mi muy querida vecinita del sexto.
La cuarta, apuntar al butanero con su bombona.
La quinta, que no iba a haber uvas.
La sexta, que me daba igual como fuera.
La séptima que pondría el mantel que había hecho mi madre.
La octava, que lo que tú quieras, mi amor, que tras el detalle del mantel, lo que tú quieras.
La novena, que no fuese tan complaciente, que le gustaba que le diera guerra.
La décima, que para guerra la que me das tú y todo lo que me gusta.
La undécima, es que volvimos a mirarnos a los ojos como antes hacíamos, sin decirnos ni media.
Al final, ha llegado Nochevieja, estamos solos y, aunque bebemos en los labios del otro, no hemos tocado la comida.
El Año Nuevo está a la vuelta de la esquina y ésta es la última campanada, la buena noticia: lo estamos esperando juntos, con una sonrisa.

54. Un problema menos (Montesinadas)

Había visto el reflejo de su corpachón roto en mil pedazos en los charcos con cada pisada. “Mal presagio”,  pensó. Quiso atrapar un taxi. “Imposible esta noche”, se dijo. No le quedó más remedio que arrancar su vieja furgoneta.  “Tampoco he bebido tanto”. El vodka le había dejado un sabor lítico en el paladar y un zarpazo atigrado le arañaba el esófago. Se lo había prometido al salir de casa. “Ni una gota”,  pero qué valor podía tener  ya su palabra con la cuenta atrás de su relación activada hacía meses.

Iría, por última vez, a la cena de Noche Vieja en casa de sus suegros por los niños, que aún no sabían nada. Tendría que oír de nuevo los reproches de su cuñada: “Hay que mover el culo Tomás” “El trabajo no vendrá a llamarte”. Le mirarían, como siempre, por encima del hombro y cerraría los ojos cuando le entregaran a su mujer el sobre con el aguinaldo.

Sobre el asfalto del puente, un carro con luces de navidad, frenazos y al abrir los ojos el reflejo de su corpachón destrozado en las frías y cristalinas aguas del río del que nunca emergió.

 

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