Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

35. Concierto de despedida (Blanca Oteiza)

La sirena acudió a las notas que sonaban. Según se acercaba vio al grupo de músicos apurando hasta el último instante bajo las aguas.
Fue adentrándose entre pasillos y lujosas salas por el barco que se hundía sin remedio ahogando los sueños de los que aún quedaban en él.
Llegó frente a la puerta 115 que permanecía cerrada. Al abrirla encontró a una pareja abrazada que bailaba al son de las ondas que envolvían el momento.

34. La fotografía (Mª Asunción Buendía)

Un nerviosismo imposible de controlar se apoderó de mí. Estaba leyendo un artículo en el suplemento semanal del periódico, sin prestarle mucha atención, hasta que al pasar distraídamente una página apareció aquella  fotografía.

El reportaje hacía referencia al centenario del que hablaban en todos los medios. Vistosos salones de un lujo imposible que hacían gala de la más ostentosa decoración, de la que los ricos de principios del siglo XX gustaban de rodearse.

Allí estaba, nítidamente la imagen de una cafetería. No cabía duda, era el mismo lugar de la única foto que conservo de mi abuelo.  Uno de sus socios ingleses se la envió a mi padre y nunca supimos donde estaba tomada. Creyendo erróneamente que era la terraza  de algún  café de Inglaterra, donde él se encontraba a causa de sus negocios.

Y de donde nunca regresó, sin que nadie supiera por qué… hasta ahora.

De repente todo cobraba sentido, la anotación desteñida del reverso:  Tntnc, 115 cabin, April 1912 .

33. Mala fortuna

Mi vida siempre fue una mierda.

La mala suerte me ha perseguido con saña, y lo que es peor, muchas veces me ha encontrado la cabrona de ella.

Mi madre nos dejó siendo yo un niño. Se marchó con un tratante de ganado y gangrenó mi corazón para los restos.

La única herencia que el miserable de mi padre me dejó fue esta atroz dependencia del alcohol y del opio.

Dilapidé mi fortuna montando un negocio de candiles justo un año antes de que Edison inventara aquel artilugio del demonio.

Desposé a una puta aunque lo supe demasiado tarde, al menos más que todos mis amigos…y también mis enemigos. Adornó mi frente cual corzo en la berrea.

Mis amigos me apuñalaron por la espalda. Bueno no todos. Johnny, el adivino, es el único de todos ellos que me ha mostrado algo de aprecio. Al menos, doy gracias a la providencia porque al fin algo me haya salido a derechas. Siempre llevaré en el corazón a Johnny que como no iba a poder utilizarlo me hizo este gran regalo:

¡Un pasaje en el Titanic!

Quizás mi suerte cambie a partir de ahora.

32. Huellas profundas

—En la cubierta, en un bote salvavidas o en un camarote, pongamos el 115, que más daba. Por ir con Richard lo hubiera dejado todo. ¡Ay!, el amor. Sin embargo, él partió sin mí y hube de descubrir horrorizada su nombre en la lista de desaparecidos, rehacer mi vida, buscar nuevas metas. El tiempo todo lo cura —creí— y pronto volví a enamorarme. De un dentista. Salió a pedir de boca, ¡cómo no!, hasta el infausto día de nuestra boda en que lo atropelló un cadillac camino del altar. ¡Con lo guapo que estaba con su esmoquin! Indecisa entre sentirme soltera o casi viuda, hube de superarlo luchando por demorar la pérdida de mi juventud. «Ms. Harris, anímese» me decían. Pero cómo, ¡ya estábamos en plena Gran Guerra!
—Ms. Harris, recuéstese, es tarde…
—También sufrí la segunda Gran Guerra. ¡Murieron tantos…!
—Duerma.
—¿Sabes?—la anciana posa su mano sobre la de la enfermera—. Richard se fue con otra —confiesa extenuada—. Su nombre estaba en la lista.
—Duérmase…
—Aún sueño con ellos: pasean sobre cubierta —Ms. Harris por fin cierra los ojos.
Pronto los abre, añadiendo:
—Se hundió el Titanic. Y yo con él. Desde entonces…
—Duerma, Ms. Harris, duerma.

31. Mamá se equivoca

He soñado con esto desde que nací, o desde que era muy pequeño, o desde que se que existen barcos tan grandes o… Ya paro. Mamá dice que me pongo muy pesado.

Cuando embarcamos sentí mariposas en el estómago. Mamá dice que es por el movimiento del mar, pero se equivoca. Ella cree que siempre tiene razón, pero ahora se que no es así.

Todo comenzó en la puerta del camarote 115. Mamá gritaba porque no era el que había reservado, pero a mí no me importaba el tamaño, la cama, el armario… Nunca había visto una ventana redonda y pegué la nariz al cristal.

– Mira mamá, con el mar tan cerca seguro que veo alguna sirena.

Ella seguía en la puerta con los brazos en jarras mirando hacia el pasillo.

– Ya eres mayor para cuentos. Las sirenas no existen.

Por una vez, el tiempo me ha dado la razón. Estaba en la cama cuando todas las cosas del camarote se han caído hacia la ventana. Me he levantado de un salto y, al mirar fuera, la he visto. Aunque no me crea, se lo diré a mamá cuando vuelva del baile.

 

30. TEORÍA DEL ICEBERG

En el camarote 115 del Titanic se alojaba Hemingway. La tripulación fue informada de lo peculiar del tipo que ocupaba aquel compartimento. No es extraño que desde la cúpula directiva de la corporación se fijara, como prioridad máxima, complacerlo en cualquier demanda a fin de orientar una más que previsible reseña de su experiencia. Por ello, nadie cuestionó al Capitán cuando ordenó variar la ruta y dirigir el transatlántico a una zona conocida por la cantidad de icebergs que albergaba. El tipo de la 115 demandaba hielo en cantidades generosas y, desde la noche anterior, los congeladores estaban averiados.

 

29. La abuela

El impacto me arrojó al piso.

No podía entender que pasaba, abrí mis ojos, el ambiente me era desconocido, mi ropa  era de otra época, oí gritos, gente presurosa, desde algún lugar llegaba música de orquesta.

Me vestí como pude, la luz titilaba, a pesar de sentirme atontado traté de apurarme. La imagen en el espejo era extraña, me recordaba a una fotografía sepia que mi abuela había guardado por años,  desde aquella época que soñaba con partir a una nueva vida en América, él partió primero luego lo haría ella. Pero sólo recuerda el barco perdiéndose a lo lejos  tras la cortina de lágrimas.

Noté que el piso perdía su nivel y el agua filtraba por debajo de la puerta. Al abrirla alcance a ver el 115 grabado en la misma, el torrente me arrojo contra la pared; Perdí el sentido.  Al despertar en mi habitación, estaba en el piso con un golpe en la cabeza y desde un cuadro la abuela con una sonrisa me miraba con cariño.

27. CUANDO LA MUSA DE LA INSPIRACIÓN ABANDONÓ AL ESCRITOR

Me dijiste que trabajabas en el piso 115 de la Torre 1 del World Trade Center de Nueva York. Que te salvaste de milagro, gracias a que el 11 de septiembre celebrabas el cumpleaños de tu bisabuela Fermina en Madrid: cumplía noventa y siete años y era una superviviente del Titanic.

Aquello, me dijiste, te marcó para siempre. Ella te confesó que su camarote también era el 115. Murió ese 11 de septiembre, sujetando tus manos entre las suyas mientras contemplabais por televisión, atónitos, el derrumbamiento de las torres gemelas.

Pudo ser el inicio de una hermosa novela autobiográfica, de haber sido verdad. Pero descubrí tu impostura a tiempo: las torres gemelas solo alcanzaban 110 plantas, Fermina Oliva murió soltera y sin hijos, y tú ni siquiera has cruzado el Atlántico.

No soporto más tus mentiras, te comunico con esta carta que hemos roto. Devuélveme el retrato de mi tío Dorian y te prometo no revelar jamás cómo descubrí que “La Gioconda” es falsa, por más que te empeñes en afirmar que sabes dónde se encuentra la original.

26. Una triste historia de amor (Ginette Gilart)

Cada 15 de abril, Dorothy se acerca al cementerio de Southampton. Delante del memorial a los músicos de la orquesta del Titanic deposita unas flores y siempre deja un poema de amor. Es su particular peregrinaje por haber sobrevivido a la tragedia.
En el bote salvavidas número siete Dorothy no paraba de llorar, Theodore, el pianista, seguía tocando en la cubierta del buque mientras éste se partía en dos y se hundía irremediablemente.

25. La venganza de los muertos es implacable

La venganza de los muertos es implacable.

Todos los días, Carolina se pregunta el por qué, la fatídica noche del 14 de Abril, Andrés la siguió hasta el camarote de Charly, ya que, como en otras ocasiones, se había asegurado de que las pastillas hubieran hecho su efecto.

Hoy, dos meses después del hundimiento del Titanic, se han reunido para celebrar su doble suerte: salvaron sus vidas y gozaban de libertad.

Tras la cena suben a la habitación. En la oscuridad, Carolina se muestra intranquila, tiene la impresión de que no están solos.
Cuando Charly la abraza para calmarla, un escalofrío recorre su cuerpo al notar el roce de una mano helada. Incluso le parece volver a oír sus últimas palabras: ¿Por qué?
Da un grito.
Es una alucinación, dice él; sin embargo se va a repetir en cada encuentro.

Ella sabe que el cuerpo de su marido, con un puñal clavado en la espalda, quedó encerrado en el camarote 115, pero su espíritu sigue libre para atormentarlos de por vida.

23. Partida final

En el camarote 115 del Titánic tenía lugar una timba de poker en el momento en el que el iceberg arremetió contra el buque.
En la partida además de tres adinerados empresarios, uno británico, otro americano y un alemán, participaban un general austríaco, un marqués francés y un truhán de tercera clase, ávido de desplumar a cándidas palomas.
Al notar la arremetida del hielo contra el barco los jugadores intentaron dejar la partida para subir a cubierta.
Sin embargo, el pasajero de tercera, que iba ganando en ese momento una fortuna, se lo impidió.
Rápidamente y como por arte de magia, de sus bolsillos surgió un pistola, que se convirtió en la razón más convincente para obligarles a terminar la partida.
Cuando esta concluyó el barco se encontraba completamente escorado, el agua entraba con fuerza por las escaleras y camarotes, y ya no había ninguna barca salvavidas.
La partida había unido para siempre sus vidas.

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