Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

80. EL VIEJO SILENCIO

– ¡Tenemos que salir de aquí!

– Vete tú, si quieres. Yo no pienso irme sin ella.

– Todo esto es absurdo. Ni siquiera la conoces.

– Te equivocas. Cuando la vi paseando en la cubierta, supe que la conocía desde siempre. Que la había esperado toda mi vida.

– Conmovedor. Pero, ¿por qué la estamos buscando en los camarotes? ¿Qué te hace pensar que no ha dejado ya el barco?

– Sigue aquí, lo presiento. No sé, puede que se haya quedado encerrada, o que no sepa encontrar la salida.

– ¿Puede? ¿Puede? Mira, yo no pienso morir aquí. O vienes conmigo ahora, o…

– ¡Espera!

– ¿Qué pasa?

– ¡Allí! ¡La luz! ¿No ves la luz?

– Pero…

– ¡Vamos!

Cuando entraron en el camarote, descubrieron que su único ocupante era un extraño calamar fosforescente, que salió disparado en cuanto vio amenazada su soledad. Los dos peces abisales se miraron confundidos, mientras descendía sobre ellos el viejo silencio, cargado de oscuridad y melancolía.

 

 

79. El último beso

No puedo precisar en qué momento regresó mi alma, pues todo me parece un sueño: la habitación en completa penumbra, el ruido del mar estrellándose contra la quilla, el silencio de las estrellas, nuestros cuerpos entrelazados durante el incendio agonizante de nuestros sentidos. Perdidos entre el espacio y el tiempo fuimos lanzados hacia la ventanilla del camarote. Un movimiento repentino del timón a estribor nos arrojó del paraíso con brutalidad. Luego, un golpe seco nos estrechó nuevamente. Nos miramos con ojos llenos de miedo. Asustados tratamos de salir, mientras el ruido de los motores se ahogaba en la lejanía, dejando solamente el sonido de la música. Después de un breve silencio, un frenesí intenso de gritos atiborró el ambiente. No pudimos abrir la puerta. Fue imposible. A pesar de los golpes demenciales y las suplicas desaforadas. El barco empezó a inclinarse mientras decenas de pequeñas embarcaciones se alejaban como luciérnagas asustadas. Vimos como cuerpos pálidos y congelados se hundían junto con nosotros. Pareciese que ellos trataban de entrar al calor de nuestra habitación cerrada. Llegamos al fondo sin miedo, ahí en la oscuridad del camarote 115 del Titanic nos ahogamos con el último beso.

78. CUANDO SUFICIENTE ES MUCHO

Recogiendo colillas por calles y callejones se agudiza mucho la vista, y no pasa desapercibida una preñada cartera que acaba pariendo billetes jamás vistos ni sopesados.

Era como un regalo intentando compensar las Navidades pretéritas de una vida sin luces ni gracias que traer al recuerdo.

Me dirigí a la taberna del puerto mientras pensaba, con una sonrisa boba, que si me administraba podría fumar, beber e incluso comer durante una buena temporada.

En la barra había un trajeado rechoncho, pasado de copas, maldiciendo a una mujer con la que era evidente que todo se había ido al traste; y cuando Charles le convenció de que se fuera a casa, se puso a llorar como un niño porque comprobó que no llevaba la cartera.

El tabernero era buen tipo y le dijo que ya pagaría otro día, pero él insistió en entregarle, al que abonara su cuenta, un billete para el camarote 115 del Titanic que ya no le hacía mísera ilusión.

Me aproximé raudo para atraparlo, pero el bruto de Jones me metió un viaje endiablado.

Desde el suelo, le miré con rabia ante tal humillación, hasta que concluí que para mi la jornada ya había sido suficientemente afortunada.

 

77. Maëlstrom (Eduardo Iáñez)

rostros conocidos irreconocibles ojos en blanco ojos muertos de pez frías medusas viscosas como la muerte bocas desencajadas que buscan el aliento de la vida gélidos labios yertos cenicientos rostros sin vida cuerpos amados entre dos aguas botellas de champaña al alcance de la mano copas de bohemia danzantes bourbon on the rocks entre los sargazos todos menos tú me hundo en la desesperación y en nuestro camarote 115

76. CRUCERO POR EL MEDITERRÁNEO

 

Un coro cantaba en la habitación 113 cuando Luis y Julia, casados hacía diez años, entraron en la habitación 115 que les había tocado gracias a los cereales que tomaba Luis cada mañana. Oyeron a los cantores y pensaron: “qué vecinos más originales”. Pero ya llevaban tres días de navegación y aquellas voces masculinas cantaban a cualquier hora y siempre habaneras. El ritmo repetitivo de aquel canto hizo que Luis se relajase y roncase a un volumen sobrenatural gracias a las bebidas que le proporcionaba su pulserita de todo incluido.

Si Julia se hubiese tomado aquellos ruidos como una sinfonía hubiera sido como se podía leer en la caja de cereales: “Gana un crucero romántico por el mediterráneo”. Pero la desesperación de no dormir unida a que le costaba encontrar un lugar a salvo del animador del barco, hizo que al cuarto día de navegación Julia, desesperada, desease con todas sus fuerzas que aquel barco fuese el Titanic y que chocase con un iceberg. Pero estaban en el cálido mediterráneo así que espero a que llegase el primer puerto para poder huir a alguna isla griega.

75.- MALA ESTRELLA (Paloma Hidalgo)

Somos soñadores sensibles, ¡Sincronicemos sueños! Soy serio, sea sabia. Seremos socios sentimentales. Sin secretos, sin sorpresas sórdidas, sin sobresaltos. Saboteemos soledades, sencillamente sepamos sepultar situaciones soledosas sobre sábanas satinadas.
Shakespeare sentenciaría: “Soberana sois señora, seguid su senda solícita sin sensiblerías, sed sensata”.
Susurradme sí. Samantha, seguidme.
Samantha, desvelada, sonríe al releer la carta que Elliot, otro pasajero, ha depositado esa misma mañana en el bolsillo de su abrigo.
Coge la pluma y comienza a escribir.
Estimado Elliot, estoy escribiendo esto embelesada. Encontrarle, entiéndalo, es efectivamente estimulante. Encantador, educado, elegante…Esta efervescencia enciende estímulos extraños, enajena el entendimiento. Estrenemos este enloquecimiento, estudiemos el éxtasis entrelazados…Estaré esperándole.
Tras deslizar la misiva en el camarote 115 del Titanic, regresa a su cabina. Perfuma su piel erizada de deseo, reacomoda sus bucles, y sonríe de nuevo al pensar que ya no necesitará nunca más, imaginarse lo que se siente en brazos de un hombre.

74. LA COSTURERA

Tras la puerta del camarote 115 Olivia repasa uno de los canales de su corsé. Con la aguja entre sus dedos puede abstraerse, soñar despierta recordando al guapo camarero español que le ha servido en la cena. Se incorpora de la butaca para alcanzar la ballena que reposa sobre una mesita de madera, la desliza en la parte de atrás, en la costura, y coloca alfileres.

La brusca detención del buque le hace perder el equilibrio pinchándose el dedo índice. Los golpes en la puerta y la voz de la condesa terminan de inquietarla, tira el corsé al suelo y sale al pasillo. Varios mayordomos, en aparente calma, les facilitan chalecos salvavidas y les dirigen a cubierta. Allí todo es confuso: los acordes de la orquesta se mezclan con los gritos; los tripulantes forman una barrera humana que retiene a los pasajeros de tercera; el capitán, pistola en mano, no deja de repetir que primero subirán las mujeres y los niños… Olivia pierde de vista a su señora y grita, grita con todas sus fuerzas…

El ultimo recuerdo es verse alzada como un saco de paja y lanzada al bote número 8. Todo su mundo cambiaría a partir de ese momento.

73. Encerrada en mi propio camarote

Tenía la piel sobresaltada y el estómago atado con una pinza de la ropa. Lo sentía sujeto a una cuerda que alguien movía a través de una polea. Sin embargo no podía articular palabra. La boca no se me abría. Tenía los labios cosidos con cemento armado, el superior pesaba demasiado y aplastaba al inferior que no podía moverse. Mi cuerpo fue una fortificación durante cinco minutos. El tiempo que puede durar un abrazo, comer una pera, leer la página de un libro. Ese tiempo mi cuerpo lo convirtió en la tortura de un campo de concentración. Treinta segundos antes, cuando el cuerpo reposaba en un atardecer libre sólo se oía el ruído ensordecedor de una moto a gran velocidad. De frente un camión. Quedan 10 segundos, suficientes para que vuele un casco que se ha comido una cabeza y un cuerpo que rompe sus huesos contra la luna del camión. Dos segundos. Quietud, silencio, sangre esparcida, sesos, brazo pegado a mis zapatos. Empiezan mis cinco minutos de horror. El tiempo que se necesita para la consciencia.

72. LA ISLA SIN FIN

Hace frío, mucho frío. Y la humedad se convierte en una obsesión. Se mete en los huesos, se respira. La ropa jamás se secará. No sé si hace días, meses o años que no vemos el sol. La luz es tenue, lechosa y no hay horizonte. No hay sombras. La vista tan sólo alcanza unos metros y nunca se hace de noche.

-¿Cuánto hace que Thomas fue a buscar ayuda?

-No lo sé, William, no hay manera de medir el tiempo en este lugar

¿Cuántos éramos en el pequeño bote plegable? ¿Cuántos somos ahora? Porque después de nosotros muchos otros encontraron refugio en éste témpano de hielo a la deriva. Unos aparecen de repente y otros se esfuman sin más.

A Wallace se le vio paseando mientras tarareaba distraído, luego nadie supo dar razón de él.

El Sr. Mayo apareció sentado a mi lado cuando todavía contábamos los días. Sigue aferrado a una bolsa de paño con el número 144.

¿Cuál era mi camarote?

-Mira, ahí va Harry, creo que echa de menos tanto como yo una de sus cervezas.

-El tiempo va carcomiendo la memoria. Nadie se acuerda ya de nosotros, William.

-Nadie.

71. Apreciaciones de un aprendiz (María Rojas)

 

El cadáver conservado en hielo llegó a Terranova. El joven empleado de la morgue, después de observarlo con detenimiento, colgó del dedo gordo del pie derecho de la muchacha la siguiente nota:

«Náufraga, burbujeando sexo, todavía se pregunta cuándo diablos se acabó la fiesta».

11 del 5 del año en curso.

70. Solo esta noche (Jerónimo Hernández de Castro)

-¡De ninguna manera Vincent! No pienso acceder a una locura más. ¿Ni siquiera el hijo que esperamos logrará que cambies? Además de dejar Inglaterra por tu espectáculo ¿ahora esto?

-Anne, mi amor. Nada me importa más que vosotros y nadie más ilusionado que yo cuando embarcamos en Southampton. Créeme todo irá bien en Nueva York. Siempre has confiado mi intuición…

-¿Siempre? Solo recuerdas los éxitos. ¿Quién ha sufrido contigo los abucheos y los fracasos?

-¡Al profesor Vincent nunca le ha faltado trabajo en los mejores teatros de Londres!

-¿Y ya no recuerdas los meses mendigando ayuda a mi familia? ¿Y tus excentricidades? La última al subir a bordo cuando no cejaste hasta que nos cambiaron a un camarote cuyas cifras sumaran siete… ¿Quién te ha seguido siempre cuando nadie daba un penique por un mentalista que decía adivinar el futuro?

-Pero Anne…

-¡No! ¡ni una más! Hace demasiado frío para lo que pretendes.

-Anne, no te pediré más sacrificios pero confía en mí. Nunca antes presentí nada parecido. Sé que este barco es insumergible y no ha habido dificultades estos cuatro días de travesía, pero solo será esta noche, te lo suplico: durmamos en cubierta.

69. Las botellas de Barakaldo

No pudieron reventar la maldita botella contra el casco. Era de Barakaldo, y buenos son los vascos con sus caldos y su vidrio templado. Después de 113 intentos, el capitán Concordia pidió que se la entregaran. La tentó, midió, sopesó, descorchó y la vació de un solo trago. Dibujó un gesto de aprobación y sugirió que hicieran un simulacro con el ancla. El Titánic quedó bautizado.

Capitán y buque eructaron al mismo tiempo y 59.000 caballos se hicieron a la mar sin reparar en los daños del casco. El capitán pidió unas botellas de Barakaldo para analizarlas debidamente, y después de recitar 114 veces la canción del pirata encaramado al espolón, decidió retirarse a meditar. Abrió los grifos de la bañera, se zambulló y se quedó dormido.

El mismísimo Poseidón, a bordo del Olympic, arremetió en singular batalla contra el Titánic y estampó sus enormes ojos de buey en la pared del camarote. El capitán Concordia abrió los suyos y le resultó imposible mantenerle la mirada.

Se dice que le vieron saltar al mar en pelota picada. Se dice también, que la nave se hundió porque no cerraron los grifos del camarote 115, se dice que fue por aquellas botellas…

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