Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

102. SOLOS EN LA OSCURIDAD (Antonia)

A veces la sorprendo con un hilo de llanto sobre la butaca y aguardo silencioso hasta que se serena.

Otras, parpadea con una luminosa carcajada  intermitente  y sonrío ante su felicidad.

En los dramas la noto apagada y su oscuridad me despista, hasta que mi mano la percibe sobre el ajado terciopelo rojo.

Hemos compartido músicas, palabras, imágenes y hemos sido cómplices de todas las emociones.

Son antiguas y constantes nuestras citas y sin embargo sigo necesitando de su presencia.

Mis dedos juguetean a ratos con su piel que aunque rígida  y metálica es siempre cálida y   tranquilizadora para mí.

Yo cuido de  su existencia y a cambio ella responde a mis deseos.

Cuando nos separamos y la deposito en  la taquilla sé que mi linterna espera, cómo yo, la  próxima sesión  para reencontrarnos en la suave penumbra del cine.

101. Los 120 días de Sodoma.

Una nausea seca invade la oscuridad del patio de butacas de los multicines Astoria. Alguien, precipitadamente, se levanta del asiento y se dirige con visibles gestos de asco hacia el exterior de la sala. Contemplo, horrorizado, delirantes escenas de sexo explícito que tienen por objeto el sometimiento y la degradación del ser humano como fin último.  Historias contadas por una madame de burdel, repletas de la mayor depravación que se pueda imaginar, dan pie a una sucesión de actos que ninguna mente en su sano juicio sería capaz de ejecutar. La perversión riza el rizo y proclama un nuevo estado de las cosas. Adolescentes desnudos, familiares e hijos de los vencidos, soportan entre terribles crueldades, los delirios de grandeza de cuatro megalómanos endiosados por el régimen fascista. Cuando el poder no tiene límites surgen los fantasmas de Salo. Salgo del cine con mi compañera, caminamos si mediar palabra, un sabor amargo recorre nuestras entrañas. Llegamos al portal, e incapaces de besarnos, nos despedimos evitando sostener la mirada.

100. Abandonada

¿Para qué sirvo? ¿Para qué existo? Nadie me ha visto aún y dudo que alguien lo haga. Tal cual me grabaron me metieron en una lata y me dejaron en el suelo. Ni siquiera se dignaron a colocarme en una estantería. Tan solo pusieron, con rotulador rojo, la fecha en la que me abandonaron: “30-08-1973” No escribieron nombre ni créditos ni nada. A veces pienso que soy un sueño y mis pensamientos son el eco que viaja en la espiral por cada uno de los fotogramas que me enrollan. Tengo el vago recuerdo de lo que trato. Veo un niño; sonríe… paisajes oscuros… luces que se apagan… muerte… una lágrima amarga. Una, en este estado, es capaz de desarrollar facultades inimaginables. Tengo constancia de que han existido otras como yo, idénticas. Me pude comunicar con ellas y corrieron la misma suerte que yo. Pero hace tiempo que no las escucho, como si la tierra se las hubiera tragado después de haber sido lapidadas. A veces siento que alguien me coge y me acaricia con la intención de abrirme; pero son las ratas, las mismas que han superpoblado la Tierra. Dudo que algún día puedan evolucionar y consigan verme.

99. El imperio contraataca

Toda la semana igual: mientras volvíamos del colegio, la misma película. La que nos montábamos en el cuarto de hora largo de camino, hasta que las madres encargadas de la recogida, nos iban repartiendo piso por piso. Pablito siempre tenía que hacer de Luke Skywalker, con su flamante casco negro y pilotando el Halcón Milenario. Como era el único del bloque que había visto la dichosa película, nadie se atrevía a discutirle. Pero ya lo pillaríamos, ya. El sábado. Cuando bajara, sin sus padres, a comprar el pan.

98. Getsemaní anyway

Nada conseguirá despertar a sus tres amigos hippies del lisérgico sueño que los ha vencido, tumbados como están al arrullo de las raíces tiernas del olivo. Da igual, ellos no pueden ayudarlo. Los mira con ternura y se aleja de ellos internándose por entre los riscos y los escorpiones de la noche mientras aúlla su canción de rebeldía. Yo quiero ser, yo quiero ser, repite, reprochándole a su padre (a quien no vemos en toda la proyección) que le haya obligado a beber de este cáliz, que le haya obligado a ser uno que no es él.

El resto es lo de siempre. Al amanecer,  canta el gallo y llega el gran grupo, él cede, abandona sus delirios y su rendición acaba convirtiéndolo en una superestrella.

Pero esa es la escena que ha quedado en la retina de estas monjas que a la salida, tras fumarse un cigarro,  espetan su indignación a quien quiera oírlas. Se han fijado en las lágrimas blasfemas del protagonista que se derramaban sin consuelo cuando veía llegar al grupo que venía a llevárselo. No lloraba porque el hermoso traidor fuera negro, sino porque estaba besando a otro.

 

 

97. LA CUARTETA

Las sombras de la noche se han acomodado en cada rincón de la habitación. Sobre la mesa una pluma ágil y una vela consumiéndose lentamente. Ante la mesa un anciano de pelo cano que se acaricia la cabeza. En su rostro cansado hay una mirada desesperada. Hace frío y de la nariz ha caído sobre el papel una gota que ha ayudado a emborronar más aún el cúmulo de garabatos.

-Maestro, debe descansar.

-Déjame, tengo que dar sentido a esto. Tengo que escribirlo antes de que lo olvide.

Las imágenes se amontonan en su cabeza. Cientos de visiones se ofrecen voluptuosamente y convierten en humo cuartetas imposibles. Sólo hacía una hora que había despertado del sueño profético. El todopoderoso le mostró, una vez más, un futuro incomprensible. En un mundo sin color había una conversación obsesiva que se repetía durante veinte años.

-Esa conversación. Esa conversación…

-Maestro ¿qué decían esas personas?

-Una preguntaba: ¿Joy, dónde está Furia? Y la otra respondía: Pastoreando en el prado.

96. La familia (Barlon)

Abandonaba el cine cuando la palabra “fin” apareció sobre la pantalla: ya tenía mi propio final para la historia. Él apretaba el gatillo; siempre era la mejor opción.

Había llovido durante la proyección y en el asfalto relucía la ciudad y el tartamudeo de la luz ámbar de un semáforo; los coches se devoraban a sí mismos dejando atrás un reflejo roto. Cogí por Endtown hasta Goshfort. Allí estaba lo mejor de la calaña nocturna, y por supuesto Billy Ray. Sonrió al verme. Nos abrazamos. Pidió unas cervezas y charlamos en la barra. Recordamos viejos tiempos, aquellos años de chiquillos en el barrio. Nos reímos del día que nos peleamos por Lucy Rice y de cuando destrozamos las ruedas del director. Salimos por atrás al parque y caminamos sin rumbo, luego nos sentamos en el respaldo de un banco. Le di un cigarro. La llama del mechero se estremeció con violencia en sus manos. El brillo rojizo revivía con cada calada: me hizo pensar en una luciérnaga agonizante. Mientras me hablaba de sus hijos Dave y Mike vi sus fotos. No había nadie cerca. Me miraba de reojo cuando comenzó a gemir. Disparé.

Nunca entendí que llorasen.

95. PEQUEÑO GRAN HOMBRE (David Moreno)

Las cuatro de la tarde. En la televisión pongo la cadena que tiene un espacio dedicado a los westerns. La persiana a medio echar, el volumen bajito y una manta preparada por si me destemplo.

Creo que no tardo en caer, recuerdo la creciente pesadez en los párpados y la levedad de mi cuerpo. El hombre de la pantalla ¿Dustin Hoffman? ¿Jack Crabb? parece mirarme. Lo hace ya con descaro. Incluso me habla, me dice que me acerque. Al hacerlo extiende el brazo y me agarra por el cuello absorbiéndome como un muñeco. Tras unos minutos de confusión me encuentro entre guerreros cheyennes disparando contra el 7º Regimiento de Caballería del general Custer. Esquivo como puedo unas cuantas balas y me refugio detrás de unos cactus a través de los cuales veo a Dustin Hoffman sentado en mi sofá, con mi manta sobre sus piernas. Sigue hablándome, me aconseja que no me despiste, que dispare al enemigo.

Bloqueado, no entiendo qué ocurre y menos cuando mi mujer se le acerca y se sienta a su lado. Cubiertos por la misma manta se ponen a comer mis galletas preferidas.

¡Por Dios que alguien apague la tele y ponga un poco de cordura!

Una voz en off susurra que “algunas veces la magia funciona, y otras no lo hace”.

94. Fellineses

No me gusta el cine.

Sin embargo, ayer, con la ilusión de meterle mano a mi novia, fuimos a ver una película de esas que comentan con pedantería los intelectualoides.

Al empezar la peli, una señora llamada Julieta, vestida de rojo y con unos ojos negros destinados a seducir, se pasea por un sótano repleto de espíritus, de esos tontorrones, a los que nunca se les ocurre una idea brillante y, que por lo tanto, no asustan a nadie.

Después aparece en escena un señor muy alto, cojo y con una cara tan lúgubre que se deduce que ha dejado de interesarle la vida. El hombre, le entrega a Julieta un plano, ella lo estudia y, por la cara de estúpida que pone, parece que no entiende una mierda.

Al final del peliculón, resulta que Julieta, que por cierto cada vez está más desgreñada y pálida, es una aficionada a los sótanos laberínticos de sombras engañosas donde sus amantes pierden la salida.  El señor  cariacontecido, se presenta como Guido, de profesión laberintólogo  y enterrador.

¿Qué tal la peliculita? Y, encima, de lo otro, nada de nada.

93. Banda Sonora (Montesinadas)

Chun chun,  chun chun, chun chun, chun chun.

Y no soy capaz de dar un paso más. Allí me quedo, petrificado, en la orilla con un nudo en la garganta.

Chun chun, chun chun y la música me golpea de nuevo las sienes, me cierra el cardias y el corazón que bombea como si fueran dos.

Chun chun,  chun chun, chun chun, chun chun.

Me lame la ola los pies hundidos ya en la arena. Miro al frente, el sol reflejado en la superficie oceánica me ciega, pero llego a ver niños jugando con ruedas de neumáticos que flotan a la deriva.

Una esbelta rubia que nada deportiva hacia el fondo rompiendo por un hueco las olas. Una balsa de goma llena de adolescentes a punto de volcar y algo parecido a una aleta dorsal que ronda a todos, que se desplaza y vira al acecho.

Chun chun, chun  chun…

Vuelvo a la piscina de plástico que he preparado para mi hijo pequeño cerca de la orilla, la lleno de agua del mar y me doy un chapuzón con él y sus tiburones de plástico.
Han pasado más de treinta años, chun chun, chun chun. Pero aún no estoy preparado.

92. Mi hermana menor

Se me hace difícil verla en la pantalla; con la melena suelta, unas botas altas de charol y una minifalda de esas que dan vértigo. Mis amigos miran embobados la película, mientras yo no puedo evitar una punzada en el estómago cuando empieza a enseñar sus vergüenzas. Sin sus pestañas postizas y esos rabillos que se pinta en los ojos, vuelve a tener veintiún años.
—No seas antiguo —me dice ya en casa, enfundada en su pijama de franela—. España está cambiando.
Me entran ganas de decirle que, mientras el país se libera, los hombres siguen presos de los mismos instintos; pero ahora, visualizarlos solo cuesta una peseta.

91.Apocalypse now redux

Martes, diez de la mañana. Martín continúa tumbado en su cama, mirando al ventilador de techo que instaló cuando decidieron desconectar el aire acondicionado. Los gritos de su mujer exigiéndole que haga alguna cosa explotan en su interior como bombas. Se dirige un día más, hastiado, hacia la cola del paro. Allí observa a sus extraños compañeros de fila: chavales que se ríen de la guerra que viven, bailando y fumando porros; aquel extraño hombre que dice encantarle el olor que desprende la desesperación por las mañanas; personas que gritan a sus móviles como si estuviesen insultando al aire… Martín avanza como si todo aquello no existiese; hoy es un día importante. Ha conseguido, por fin, una audiencia con el director de la oficina; un hombre del que sus funcionarios hablan con una especie de respeto místico. Él le daría una solución.

Quince minutos después, aquel calvo sigue disertando sobre el horror que supone el desempleo y lo que puede llegar a hacer una persona sin esperanza. Martín, con aquella canción de The Doors rebotándole en la cabeza, comienza a pensar que un asesinato le mantendría alimentado durante veinte años; sin gritos acusadores que soportar.

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