Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

17. CARTAS (Ignacio J. Borraz)

«Bill Benson se está labrando una respetable fortuna en el nuevo mundo» te dice tu padre aquel martes, entrando en el salón. Porta una carta entre sus manos y está entusiasmado. «No quiere demorar más vuestra boda y adjunta un pasaje ¡ni más ni menos que en el RMS Titanic!». Te abraza y algo se quiebra en tu corazón.

Desde la primera noche en el transatlántico, acompañada por la anciana Maude, cuando os postráis para orar al Señor, tú sabes que tu plegaria es indigna, pero no puedes evitarlo. Le pides que ocurra algo, lo que sea, para que no llegues a sus manos.

La cuarta noche te despiertan pasos apresurados. Maude se viste y sale a indagar. Cuando vuelve, la inclinación de vuestro camarote, el 115, corresponde con sus palabras: el barco se hunde. Dejas que Maude salga y cierras a su espalda echando el cerrojo. Le pides a gritos que se marche, que se salve, que tú ya lo estás.

Te tumbas en la cama y sacas de debajo de la almohada una carta arrugada de John: «Querida Rachel, a pesar de la distancia te amaré toda la eternidad». Sonríes. La eternidad está a punto de llegar.

15. EL MAR ESPERA (GABRIEL BEVILAQUA)

Pese a que el trasatlántico se halla a más de tres mil metros de profundidad, ni una sola gota de agua moja el interior del camarote 115. Y no se trata de que esté herméticamente cerrado, ya que sir Malcolm Whitaker, como todas los mañanas desde que zarparon de Southampton, lo abandona para tomar, por así decirlo, un poco de agua fresca sobre cubierta. El caso es que al abrir la puerta del camarote, el mar, tímido y respetuoso, permanece afuera.

Cuando el hombre regresa, la señora Whitaker le pregunta si ha vuelto a charlar con el capitán, si ha visto delfines escoltando a la embarcación, o si se ha dignado a pedirles a los pequeños que corretean por los pasillos que la visiten. Sir Malcolm Whitaker la besa tiernamente y satisface todas sus inquietudes, salvo la última. Pero esta mañana algo ha cambiado. El hombre, aún junto a la puerta, insta a los chiquillos a que entren; años se ha demorado en persuadirlos de que aquella mujer inmaculada es buena. Entonces la señora Whitaker adivina con sus manos las caritas de los niños muertos, y moja con sus lágrimas el piso del camarote.

El mar lentamente la acompaña.

14. ESTRATOS DE SAL (Salvador Esteve)

1ª Clase, camarote A-28

La condesa y su marido Frederick embarcaron, no podían perderse tan magno acontecimiento.  Tras el impacto, Frederick subió precipitadamente a cubierta, la condesa se quedó intentando abrir la caja fuerte para recuperar su collar de diamantes; no sobrevivió.

 

2ª Clase, camarote D-97

Douglas Carter, profesor de literatura, soñaba con las oportunidades que les ofrecería el nuevo mundo.

Rogó a su hijo que cogiera con fuerza el libro, un tesoro para él, besó a su mujer y fue en busca de gente que necesitara su ayuda.  No sobrevivió; su hijo tiene cincelada en su memoria la lección más preciada.

 

3ª Clase, camarote E-115

La familia de Sara vendió todas sus pertenencias para obtener los billetes,  anhelaban una nueva vida.  Con su hijo de cinco años y su bebe en brazos subió a un bote.  Su marido buscaba desesperadamente a la pequeña Anne, la vio agazapada y temblando en un pasillo. Ya sin miedo abrazó a su padre, y éste, viendo entrar el agua en tromba, la protegió con los suyos camino de la otra vida.

 

El Titanic se hundía bajo las frías aguas del Atlántico unificando vidas, banalidades, sueños y esperanzas; la muerte tiene esa potestad.

13. Los retos del destino (Patricia Richmond)

Recordaba enternecida la ilusión y el temblor de su mano al recoger el billete. Le había gustado el número del camarote, el 115, y le contó que se iba a escapar con una mujer maravillosa para comenzar una nueva vida en América.

Cuando unos días después se presentó para devolverlo, no le preguntó nada. Le reintegró el importe y le sonrió.

El siguiente comprador le sorprendió por su mirada triste. Recogió el billete y se fue sin decir una palabra. Volvió unas horas después porque no podía hacerlo.

Aquella mujer parecía diferente. Tenía una mirada serena y una expresión tranquila. Le asignó el 115 y se la imaginó bailando con el capitán durante las largas noches de la travesía. Le entristeció verla regresar tres días después con el dolor en sus ojos y la súplica de que le permitiera devolverlo. No le preguntó nada y acarició al niño que se sujetaba a su falda.

Era el único pasaje que no habían vendido. Sólo faltaba media hora para que el barco partiera… nadie la esperaba en casa, ¿por qué no? Aceptó el reto que acababa de lanzarle el destino, se puso el abrigo y, sin equipaje, subió a bordo del Titanic.

 

12. Esta noche cuento que te quiero. Capítulo XI. (Se acerca el final)

 

Varios meses habían pasado ya desde que Isaías había desbaratado su plan.

Pero Emma no había perdido el tiempo, ya tenía todo preparado para matar a Víctor el día de su boda con Silvia.

Había averiguado todos los detalles, la ceremonia religiosa se realizaría en la pequeña  Iglesia de la Purificación, el convite posterior sería en el restaurante «Camarote 115 del Titanic», un restaurante ambientado en el mítico barco. También sabía que el restaurante necesitaba ampliar la plantilla para ese día, y allí le habían dado trabajo de camarera.

«Que mejor que matar a Víctor en el momento del baile nupcial» – pensaba. Lo tenía todo preparado al milímetro, pero sin saber que la policía ya la seguía de cerca tras la denuncia de una de las vecinas de Isaías, que la reconoció saliendo del edificio a todo prisa el día de su asesinato.

29 de diciembre, era el día señalado, antes de salir miró por la ventana. Su rostro cambio de color al ver como varios policías bajaban de sendos coches patrulla y se dirigían hacía la pensión.  Ya no tenía escapatoria, su lucha para recuperar a Silvia había terminado.

11. AMAR A MARX (Paloma Casado)

Como cada noche desde que nos embarcamos, el baile continuaba en el camarote de los hermanos Marx. Carlos, el mayor, susurraba en mi oído no sé qué teorías sobre tesis, antítesis y síntesis que yo fingía comprender asintiendo con la cabeza, que apoyaba en su hombro.

De repente, un estruendo acalló la música mientras un golpe seco nos proyectaba contra la pared que ocupaba la orquesta. Pronto un marinero llamó a la puerta para invitarnos a finalizar la fiesta y subir a cubierta con el fin de poner a salvo nuestras vidas. El barco había chocado contra una roca de hielo y amenazaba con hundirse.

No había lanchas de salvamento para todos y Carlos manifestó su deseo de compartir el destino de los parias de la tierra.

-Si te quedas –argumenté- ¿quién va a guiar al fantasma que recorrerá Europa?

Mis palabras y el empujón con que le lancé a la barca, lograron que nos libráramos juntos de una muerte segura.

Contemplando la catástrofe, de pie y con el puño en alto pronunció su frase inmortal: “Proletarios de todos los países, uníos”

Me gusta tanto cuando se pone intenso…

 

10. ARMA LETAL (REYES ALEJANO)

Nos envuelve el frío de la noche y el mar de un siglo XX en el planeta Equals, aún sin cambio climático. Viajan en el Titanic dos mil doscientos veinticuatro pasajeros ricos, pobres, homos, heteros, blancos y no, amargos, dulces, sonrientes. Todos cenan en el gran salón, con vino que templa el espíritu y promete noches cálidas. Y tras la cena, se desborda del camarote 115  la pasión más desatada, entre una rica hetero y dulce, y un pobre sonriente; como una onda imparable se transmite a través de las frágiles paredes. Los demás pasajeros desordenadamente emparejados se suman a los roces, los besos y  gemidos. El frío de la noche se diluye, mientras un inmenso iceberg se aproxima al Titanic, a velocidad inevitable. Cuanto más se acerca, más pedazos de hielo se desprenden de la mole helada, y se funden, rendidos por el calor que el barco desprende, uniéndose al océano, ya pura agua. Comienza el cambio climático en Equals, deslizándose la noche hacia un amanecer tórrido y sin catástrofe.

9. ABRIL 14, CUBIERTA 1 (Marcos Santander)

 Después de bailar en brazos de aquel, a todas luces, caballero de porte exquisito y aroma Givenchy con ligeras gotas de extracto de caballo semental, andaluz y pura sangre, volvieron a su mesa en el salón de la gran araña veneciana de fino cristal muranés. Presentía que había vuelto a encontrar a un hombre que sabría transportarla a donde solo una mujer sabe que puede ser transportada. Ese territorio ancestral, femenino y atávico, donde todo es terremoto 9 Richter, y los sentidos se desploman, alejándose de lo material hasta un punto en el que es difícil pensar que la vuelta al mundo terrenal sea posible. Ese campo de ingravidez puntual en el que el tiempo podría acabar siendo un asesino, a nada que se demorase. Apuraron sus dos últimas copas de champagne y, tras un enésimo beso de labios como lenguas relajadas y embrutecidas, se dejaron portar por el tiempo hasta aquella bella habitación de la cubierta superior. Siguieron amándose como si se acabara el mundo, como si fuera la ultima vez que fueran a hacerlo, con fruición, ángel e inusitado desempeño. Ella bien lo sabia. ¿Qué importaban el mundo, la fecha y el lugar?

8. Lady Packington

Estaba indignada. Hacía tres horas que había pedido a Mollie, su criada, que fuera a preguntar qué estaba pasando. Todavía no había regresado.

Nunca imaginó Lady Packington que aquel viaje resultaría tan penoso. Los primeros días había acudido al comedor junto al resto del pasaje de primera. Sin embargo, no soportaba a esos americanos vulgares que alardeaban de sus millones: le recordaban al patán de su yerno. Había acabado recluyéndose en su camarote. Mollie se encargaba de traerle la comida y de atenderla. Sólo quería llegar pronto a Nueva York.

Hacía unas horas, aquel horroroso ruido la había despertado. Más tarde, escuchó gritos, una sirena. Tuvo que enviar a Mollie para que preguntara qué diantres estaba ocurriendo.

Lady Packington no se alarmó cuando advirtió que el barco se estaba escorando. Sólo comenzó a pensar que algo grave ocurría cuando por debajo de la puerta penetró el agua. Por un instante se le pasó por la cabeza el pensamiento de que no era como los otros pasajeros, que no había vivido como ellos, pero que moriría como ellos… probablemente.

–¡Mollie! ¡MOLLIE!

7. El camarote fantasma (Eva García)

Nunca llegó a entrar el agua, nunca fue colonizado por corales o anémonas ni visitado por pez alguno. Permaneció intacto, ajeno al frío del hielo traidor, a los gritos, al pavor, a la muerte segura. Dentro, sonaba incesante un violín  que espantaba la tragedia, manteniéndola al otro lado de esta realidad. Allí se gestó el amor más profundo; un amor azul y esculpido en sal que nunca atravesó las olas porque el mundo no estaba preparado para imitarlo.

6. ¡ALERTA!: ¡HOMBRES! (J.Redondo)

Los largos tentáculos de las temidas medusas, las carabelas portuguesas, trasmitieron a las profundidades la alarma:
— ¡Navío flutuante parado no paralelo 35º meridiano 94º!
Raudo llegó el “sónar” al pulpo.
Años atrás, el pulpo, pasando por el arco cigomático de una calavera su brazo número tres, que es el que los cefalópodos utilizan para palpar los lugares ocultos a sus ojos, se topó con la gorra del capitán Edward. Tocado con esa prenda logró obtener el respeto y la obediencia del resto de los oceanícolas.
Usando de su autoridad pidió a las morenas, pastoras de lenguados, que le trajesen sus rebaños. En inglés, idioma que ellos “gorgoritan”, y sobre los lisos lomos de los “flatfishes”, utilizando a modo de pluma estilográfica su tentáculo octavo, que es el que usan para dibujar con su tinta, escribió:
— ¡SOS! ¡Men diving! ¡All inside 115 shelter!
En 15 minutos todos los peces se refugiaron en el camarote 115.
Nadie pudo abrir aquel cuarto herméticamente cerrando por dentro y fuera por los brazos de mil estrellas de mar enlazados cual intrincadas cremalleras.
Pasada una semana los apéndices de las carabelas portuguesas trasmitieron:
— ¡Zarpan! ¡Fora de perigo!
Y aquel pecio de hierro viejo recuperó la vida.

5. HOY CONFIESO (PURIFICACIÓN RODRÍGUEZ DÍAZ)

Dentro de esta botella que arrojo al mar, juro que he escrito la verdad.

Aquella mañana de abril, yo me disponía a embarcar en el camarote 115 del Titanic tratando de huir de una vida desperdiciada cuando, entre la multitud que abarrotaba el puerto, me fijé en un joven que, con su mochila de trabajo al hombro, parecía mirar con cierta envidia las enormes maromas que, en breve, liberarían el barco de los norays del muelle.

Entonces, en un irracional impulso, regalé mi pasaje a aquel hombre, deseándole que cumpliera su sueño. Él lo cogió y, entre incrédulo y agradecido, echó a correr hasta perderse por la pasarela de embarque.

Lloraba mi cobardía, mirando cómo el transatlántico desaparecía en la distancia, cuando alguien me susurró al oído una frase que me ha perseguido toda la vida:

—“Ha cometido Vd. un error fatal, madame. No son herramientas de trabajo lo que lleva mi amigo en su mochila”.

Cuando me volví para interrogarle, había desaparecido.

Ahora ya sabéis que el famoso iceberg sólo fue la explicación más coherente que la naviera encontró para ocultar, ante la prensa internacional, que, entre sus selectos pasajeros, había conseguido infiltrarse un vulgar terrorista.

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