Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

10. La mueca de los legatarios (Mª ELENA SÁNCHEZ ÁLVAREZ)

 

Tras el volteo persistente de las campanas repicando a tentenublo, los hilos del destino enhebraron otras agujas cediendo su tañido al difunto. Se nos fue Fidel, se decían unos a otros. Entre graves y agudos, la tormenta desataba su ira. Rayos y granizos caían sobre la aldea enlutada.

A la casa se acercaban los lugareños que, con sus lamentos y miradas interrogantes avizoraban los llantos de Rosalía. Al recogerse el día, prefirió quedar a solas con el muerto. Uno a uno,  desfilaron los asistentes bajo una lluvia cargada de dudas.

Durante la noche, madre e hijos velaron a Fidel. A la derecha del féretro, la cuarentona Uxía, sin oficio ni beneficio; a la izquierda, Antón, poseedor de un endeble intelecto con  instintos inciertos y a los pies del finado, Rosalía, la cicatera viuda.

Mientras en la estancia podían oírse los truenos, que fuera reclamaban justicia, la delación de sus miradas y pensamientos se cruzaba en un punto de intersección de desconfianza. Habrían bastado dos semanas para que aquel legajo, que siempre rondó sus mentes, expirara, de no haberse consumado tan precipitada pérdida.

El orvallo y el comadreo coronaron el sepelio tras el repique de la última campana.

 

9. MUTANTES (Paloma Casado)

Gabrielito nació el año siguiente de que comenzaran las lluvias. Las llamamos así, “las lluvias” como si  tuvieran algo que ver con ese regalo líquido que recibíamos oportunamente del cielo. Comenzaron, y apenas han dejado de golpear la tierra y gorgotear contra el empedrado. Mirábamos hacia arriba esperando una tregua, hasta que nos resignamos a no ver más allá de nosotros mismos. Todo es gris, y solo el resplandor de algún rayo nos devuelve por unos instantes, los colores casi olvidados del mundo.

Los campos se han convertido en lagos improductivos y las calles han sido tomadas por diferentes anfibios. Nuestra civilización se resquebraja.

A Gabrielito lo queremos a pesar de su piel lampiña y fría, quizá por ser el único niño nacido en el pueblo desde los aguaceros. Solo él disfruta fuera empapándose y  boqueando hacia el cielo como si no quisiera perderse ni una de las gotas que caen.

Han comenzado a llegar, desde otros pueblos, niños similares a él. Juegan juntos en el fango y devoran los insectos, renacuajos y pececillos que encuentran. Los contemplamos hambrientos desde las ventanas, ahora que se han acabado nuestras provisiones.

 

 

8. EL ACANTILADO (Salvador Esteve)

La tormenta arreciaba. En lo alto del acantilado observaba las olas que golpeaban las rocas tejiendo pliegues de espuma, como una falda materna que te llama con dulzura para cobijarte en su regazo. Enamorados despechados, desahuciados, arruinados de valores materiales y espirituales habían sucumbido a dicha llamada. Pronto mi cuerpo llegaría a cota cero, y una muesca más se esculpiría sobre las rugosidades del acantilado.

Amar a Cristo y a mis semejantes, un axioma sencillo que había guiado mi vida. Pero África mató mi fe. Hablé con Dios, ¿no eran hijos suyos? Cuando el pequeño Abujarami murió en mis brazos, empezó mi odio a Dios, que aumentaba a medida que mi alma ennegrecía.

Me lancé al vacío, las rocas darían buena cuenta de mi pesar. En un acto reflejo, mi alma se aclamó al Señor. A pocos metros de la caída me sumergí en una gran ola, que en volandas me depositó en la orilla sin un rasguño. La marea había subido salvándome la vida, y no era zona de mareas; Dios me daba otra oportunidad. Miré al cielo, había dejado de llover, asentí, intentaría encontrar mi camino, y siempre me quedaría el acantilado.

7.Anitselap

La excursión a la panadería resultó una odisea, además era tarde y quería llover. Con pasos cortos y mirando tres veces antes de doblar ninguna esquina llegó por fin a casa. Aadab, su mujer, cocinaba tortitas con leche que había sobrado de la cena y algo de levadura que había escamoteado del mostrador de la parada. Butrus y Farid jugaban intentando derribar una botella vacía a la que lanzaban bolas de papel que fabricaban utilizando las hojas de los libros que les habían dado en la escuela.

Al entrar no se quitó los zapatos. Hacía semanas que habían decidido dormir con ellos puestos; al fin y al cabo el barro que jaspeaba el suelo era solo polvo y arcilla.

-¿Hoy también tendremos que escondernos en el foso, papá? –preguntó Aadab

Circunspecto, asintió con la cabeza.

– A papá le dan miedo las tormentas, ya lo sabes.

-¿Por qué se rompen las casas cuando llueve?

Butrus había salido a su madre: observador, curioso y entrometido. A pesar de ser el pequeño sabían que sería el primero en darse cuenta de que los estruendos que acompañaban a los silbidos que cruzaban el cielo cada noche, en ningún caso, eran truenos de tormenta.

6. Esta noche cuento que te quiero. Capitulo III.

Tras presenciar aquel beso en la calle, decidió no asistir al baile de máscaras y regresar a su pensión.

Estando ya en su cuarto, se tumbó en la cama y comenzó a orquestar un plan para separar aquel joven de su amada.

En su cabeza se le acumulaba una tormenta de ideas: ¿Matarlo? No, ella no podía mancharse las manos de sangre , ¿Tenderle una trampa?, ¿Pero cómo?, ¿Hablar con ella? Se preguntaba para sí.

Entonces, sobresaltada se levantó de la cama, bajo aquella tormenta de ideas una sobresalió entre todas,  como lo hace un rayo en una noche de verano.

Sabía lo que tenía que hacer, se acercó a su maleta y entre lo poco que pudo coger en su precipitada huída, se encontraba un libro, lo cogió, lo comenzó a ojear, y allí encontró lo que buscaba. En una hoja amarillenta y sucia se podía leer la dirección de aquel chico que conoció en el campamento de verano. Sabía que ese chico estaba enamorado de ella e incluso en una ocasión alrededor de una hoguera le llegó a decir que haría cualquier cosa por ella sí se lo pidiese.

Pues había llegado ese momento.

5. LA FUERZA DE LA VOLUNTAD

Elisa regresaba a Colombo desde las tierras altas del té, en el corazón de la isla de Ceilán. Cansada del mediterráneo paisaje de fondo de todos sus veranos, este año decidió romper la hucha. Tuvo que sobrevolar medio mundo para conocer esa isla que, desde siempre, le había atraído al abrir los atlas. Una lluvia monzónica desdibujaba el paisaje y humedecía la despedida. La carretera descendía brusca hacia el mar dibujando grandes curvas en zig zag. En la primera apareció un niño, ya calado hasta los huesos, ofreciéndole un ramo de flores intensas, como la isla. No se fijó mucho, ensimismada como estaba en sus propios pensamientos. En la siguiente curva de nuevo un niño empapado vendiendo flores, ¿el mismo? Ahora Elisa se fijó en su raída camiseta, y su enorme mirada oscura. Y en cada curva de nuevo aparecía, delgado,  moreno, sin jadear a pesar de las carreras atajando por la jungla. Curva y niño… En un impulso Elisa pidió al conductor, ¡Ranjid, please stop! Y bajó del coche para encontrarse con la sonrisa más inmensa,

-¿Do you want flowers?

– ¡Claro…!

4. TIEMPOS ACIAGOS (J.REDONDO)

Se hizo sangre en la palma de la mano de tanto azotar, con rabia desesperada, la hacina de hierba seca. En su regazo, refugiaba a Churi, su benjamín de seis años.

El tren, se había llevado a sus otros cuatro hijos. Ella no habría soportado ver, en la estación de Orejo, sus caritas alejándose, tras la ventana del vagón, hacia el puerto del Musel.

Semanas después, un piquete irrumpió en aquella casa, en la que el tío Vidal les dio cobijo tras su huida de los bombardeos de Bilbao. Qué mejor lugar para “aselarse” que el pueblo donde el abuelo había ejercido 15 años como maestro.

— Démosle a este “rojo” “el paseíllo” y a su mujer rapémosle  la cabeza por bruja.

— ¡Quietos! Don Dionisio ha sido nuestro maestro, y a Doña Lola, que nadie le toque un pelo.

—Don Dionisio, queda usted arrestado.

En Treto el furgón recogió más prisioneros del penal del Dueso.

Llegaron a Bilbao. La humillada cuerda de reos, bajo unos nubarrones tormentosos, cruzó al Arenal pisando tablones sobre gabarras.

El cabo, mosquetón al hombro, leyó:

— Destino carcelario: Universidad de Deusto.

— ¡Puerta!

Dionisio volvió a la Universidad. Esta vez no fue para impartir matemáticas a sus alumnos.

2. BIENVENIDOS A MARTE

El Arca XIV comienza a penetrar en la atmósfera; enciendo el intercomunicador:

—La comunidad humana de Marte les da la bienvenida al planeta donde la lluvia es como polvo de diamante —Oigo vítores y jolgorio de fondo—. Pueden amartizar en el sector 6B.

Confirmo el inicio del protocolo de acogida y corto la comunicación. Miro a través del ventanal la niebla que cada noche nace en este suelo marciano. Pronto envolverá el Domo y ascenderá. Cuando las partículas de agua que la forman lleguen a la atmósfera, se harán cristales de hielo y se precipitarán sobre la superficie: como pequeñas piedras preciosas.

“Un nuevo mundo, todo para vosotros”, eso nos prometieron.

A lo lejos, veo el descenso de la nave. Pronto descubrirán que los diamantes solo brillan si hay luz, y en este condenado planeta sólo llueve de noche; de día, no hay más tormentas que las de arena y polvo.

Apenas recuerdo el olor a tierra mojada ni la sonoridad de una tormenta de verdad.

¿A qué huele Marte? Dicen que se puede resistir en el exterior, sin el traje, hasta diez segundos.

Alguna noche saldré.

Ojalá merezca la pena después de todo

1. LA ESPERA (JAMS)

Hace más de seis meses que no llueve en Qallucha. Es lo habitual en este infierno amarillo. La última vez vino a coincidir con la marcha precipitada de la maestra. Hace una semana que les han comunicado que cubrirán de nuevo su plaza en la escuela, y los vecinos, en la taberna, ya hacen cábalas. Algunos confían que sea joven y bonita; a otros les basta con que sea menos remilgada que las anteriores y soporte la jarana de una hombría local aficionada al pulque y el jaleo.

Todos esperan que llegue antes de la tormenta, porque el cielo se ha convertido en un vientre liso y malva a punto de estallar.

Los niños, que juegan a las batallas en el viejo fuerte, dicen reconocer los primeros relámpagos por el collado de Matanzas. En esa luz lejana, Fuensanta, que solo espera una voz con quien hablar algo nuevo, cree haber visto los faros de un vehículo.

Pero lo cierto es que Héctor, el nuevo maestro, aún se encuentra en la estación. Aguarda, nervioso, que su pareja decida acompañarle o, como le había advertido, emprender el viaje solo. Faltan tres minutos para la salida del autobús y Ulises no aparece.

DARDOS (Yolanda Nava)

Cuando vienen las visitas coloca su sonrisa de plástico y muda el tono de su voz, todos la adulan y ella practica su condescendencia mientras les alarga las pastas de té. Cuando se marchan se quita el disfraz: las uñas, las pestañas, la capa de carmín y el corsé que la ha dejado exhausta. Y vuelve a ser la mujer arisca e indomable que practica tiro al blanco conmigo. Hasta ahora sus dardos apenas me habían rozado. Hoy han dado en el centro de la diana. Mientras recogía  los complementos de su disfraz después de la última visita, con su peluca en la mano, quise besarla ¡me inspira tanta ternura!, me apartó con violencia, y entre la retahíla de improperios que enlazaba imparable, me pareció escuchar que le da asco mi boca.

Fuera de concurso, ya que fui jurado el mes pasado.

132. El disfraz del pretencioso

–¿De qué vas disfrazado? No consigo adivinarlo.
Se echó un trago antes de responder.
–¿No lo adivinas?
Le miré de arriba abajo. Ni idea. Desde luego no era como Salvador que, no había duda, iba de Cervantes, con su lechuguilla, su jubón y sus medias. Había logrado un buen efecto pintando su mano izquierda de gris y dejándola colgar fláccida a un lado del cuerpo.
Moisés llevaba algún tiempo apareciendo a nuestra tertulia semanal sin afeitar. Ahora tenía un divertido bigote. Para evitar preguntas, se presentó a la fiesta con una taza y una magdalena. Cuando alguien le pedía una foto, no olvidaba llevarse la mano a la mejilla.
También teníamos un Kafka, un Homero, un Hemingway, un García Lorca, pero ¿de qué demonios iba disfrazado Juande?
–Vamos. Dime de una vez quién eres. ¿Mailer?
–¿Ese idiota? No. ¿No lo ves…? Voy disfrazado de mí mismo.

131. El último carnaval

Se había prometido que esta sería su última fiesta de Carnaval, aunque antes cumpliría su promesa y sería la pareja de María en el baile del Casino.

Buscaba con ello olvidarse de aquellas  imágenes, que acudían una y otra vez a su mente, las del disfraz de Carlota cubierto de sangre, mientras esta exhalaba su último suspiro.

Un año después sabía que la mezcla de alcohol, drogas y un deseo irrefrenable, sumado al rechazo de Carlota, se había convertido en un cóctel mortal.

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