Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

116. Incurable

Era especialista en fabricarse máscaras. Las tenía de todas clases y para cualquier ocasión. Unas las usaba en fines de semana, otras para reuniones familiares. Las más tiernas se las ponía en navidad y las alegres en vacaciones. En carnaval, ni falta le hacían.

Cuando un día quiso verse de verdad frente al espejo, las máscaras se sobreponían unas encima de las otras, en una lucha continua por sentirse auténticas en su rostro.

No hubo manera, el semblante que creía haber contemplado alguna vez, no existía, nunca volvió a reconocer su nariz, ni las comisuras de los labios, ni el lunar en la mejilla. Ni siquiera pudo atisbar cómo era su sonrisa.

115. ANTIFAZ INVISIBLE (Óscar Quijada Reyes)

Sorprendida ante el inesperado regalo, rompe la envoltura y extrae una extraña careta, mira a su esposo y replica:

– Ya estamos en abril, ni siquiera en las fiestas me entregaste un presente, ¿qué significa esto?

– Es una máscara ­–respondió su marido irónicamente.

–Lo sé, ¿qué se supone que haga yo con esto ahora?, si quieres me la pongo para ir al supermercado, o a mi oficina. ¡Ah!, puede ser que atienda a los clientes con ella.

–¡Qué tonito!, esa no es la manera en que te comportas delante de los demás. En la reunión del fin de semana me trataste con total hipocresía delante de mi familia y de nuestras amistades, ¿o debo decir: mis amistades?, porque tú no eres amiga de nadie

– ¡Conque esas tenemos! ¡Estúpido! Ahora pretendes darme lecciones de comportamiento social.

– Eso no te ayudaría en nada. De lo que si estoy seguro es que ese antifaz es innecesario para ti, ¡ya utilizas uno que no se ve a simple vista! Estoy harto de vivir con una mujer así.

–¡Bravo, bravo! –dijo mientras aplaudía con su sarcasmo acostumbrado.

–Es insoportable compartir la vida con alguien que siempre se oculta detrás de una máscara.

114. EN EL CASINO, de Nani Canovaca

Se pone el vestido, el collar de esmeraldas, un brazalete y algún anillo. Comprueba el maquillaje que quedó perfecto. Apenas se nota la cicatriz que le dejó la cuchillada que le abrió la comisura de los labios, hasta casi el ojo derecho. Se coloca el antifaz diseñado especialmente para ella, que le deja al descubierto unos labios carnosos, pero que cubre la antigua herida. Muestra una dulce sonrisa y una brillante mirada a juego con las esmeraldas. Se asoma al ventanal y observa que ya la espera el taxi. Baja y ordena al chofer la lleve al baile del casino. Una vez allí, es anunciada como “La cortijera”. Al escuchar dicho nombre, todas las miradas se posan sobre su figura, que elegante y digna, avanza hacía el anfitrión que la recibe con las manos extendidas, donde ella posa las suyas. Intercambian unas palabras y con un gesto le indica el fondo del salón. Ella se dirige al lugar indicado donde un hombre bastante atractivo pero con rostro descompuesto, se arrodilla a sus pies. Ella con la dignidad que la caracteriza, se da media vuelta, vuelve al lado del anfitrión, le besa en la mejilla y vuelve a salir.

113. Mi Yo

Llegamos, en el momento que menos pensábamos hay están cambiando de nuevo su rostro, reflejando tan oscura penumbra, acariciando una piel que no sentía, permanecía oculta en aquellas cenizas ardientes brindando el aturdido ruido que me llevaba para demostrar quién era.

Todo daba a la mirada de aquella mujer escondida de estímulo saludable de mejillas rosadas de ojos claros y felices decían al verla, pero llego el momento tenía la vista real de las máscaras que tenía armadas en sus pensamientos llenos de claro festín que siempre encontraba.

112. El seductor (Barlon Mrando. Que bien ma quedao lo de sedutor)

Fuimos a la fiesta de carnaval: ella de sirena y yo de recatada monja. Pronto, Bea quedó varada en un apuesto marinero mientras yo me perdía en una marea de esperpentos y beldades. No tardó en abordarme el diablo, atraído por mi inocente vestimenta. Sus palabras olían a lujuria y sabían a fuego, y su voz era un anzuelo enganchado en el corazón. Me habló del bien y del mal, de la tentación y el pecado, del nombre de las cosas sin nombre. Me negué, pero se aventuró más para enroscarse a mí en susurros; casi podía sentir sus manos bajo mi ropa cuando me negué otra vez. Sus ojos hablaron entonces, tras la máscara, y ya solo pude perderme en ellos. Mi cuerpo dejó de pertenecerme para dejarse caer en sus infiernos. En alguna cama de algún lugar le regalé mi alma a cambio de más, fundiéndome en una oscuridad donde solo refulgía su mirada. Me despertó el inicio de su ausencia. Encendí la luz para descubrirlo yéndose sin su disfraz. Me asusté. No, no crean que era el mismísimo Satanás; fue aquella túnica blanca y la corona de espinas lo que desbordó mi vida.

111. LOS QUE VENGAN QUE ENTREN

Tarde fría y desapacible, máscaras sin control invaden las calles: bailan, corretean sin saber bien de dónde vienen y a dónde van. Se sienten libres, embriagadas por la magia del carnaval: colorido, brillo, lentejuelas, plumas, chirigotas de protesta, alegría.

Atrás quedan miedos, timideces, cobardías, rencores, rencillas, distinciones de clases.

Sin ataduras de ningún tipo, se mueven al ritmo de la música estridente que las hace vibrar, y las envuelve llenándolas de ganas de vivir y alguna que otra excentricidad. Olvidando cualquier actitud negativa que albergue su mente o su corazón.

Bajo la mirada socarrona de Don Carnal, que saborea tanto desmadre, ignorando a Doña Cuaresma que asoma vigilante y censurista anunciando el miércoles de ceniza gris y oscuro. Dando por finalizada la gran explosión de fantasía y creatividad vivida durante estos días para adentrarse en la vida real: y que entren todos los que vengan, cargados de ironía y sin más máscara que su propia personalidad, valiente y decidida para afrontar problemas, tomar decisiones con humor y picardía. Y como premio la magia de la vida.

110. ASUNTO: DESPEDIDA

Todos los días te dejaba en la guardería antes de ir al trabajo. Al salir del garaje de casa te pedía que me ayudaras a encontrarla. “¿Cole?”, preguntabas durante todo el camino, y yo te respondía que no sabía dónde estaba. Al aparcar el coche, veías el cartel rojo con el osito y gritabas emocionada: “¡Ahí tá!”. Me encantaba jugar contigo a buscar la guardería. Con los años habrías llegado a pensar que tu padre era un completo despistado, pero hasta el tiempo nos quitaron. Ahora recorro solo el mismo camino. No me atrevo a mirar a través del retrovisor tu sillita vacía. Han pasado casi dos meses y sigo sin poder quitarla. Sigo sin poder vivir sin ti.

Muchos me dicen que mire hacia el futuro, que siempre me quedará tu recuerdo. Pero es todo mentira. Cada día me pongo mi máscara para enfrentarme al trágico baile de la vida, pero mis pasos son desacompasados y mi risa está rota. Vivo en una muerte inducida. Para mí la función termina hoy. Esta noche volveremos a buscar juntos la guardería. Te lo prometo. Necesito oír una vez más tu voz diciendo: “Papá… ¡ahí tá!”.

Os quiero.

ENVIAR

108. Barra libre

Es la única noche del año en la que mi capa luce y no está pasada de moda, la única noche en la que encuentro «barra libre» en cualquier baile de máscaras de Carnaval. A veces, incluso, cuando no me limpio la comisura de los labios con mi pañuelo, suelo llevarme algún premio.

107. Sábado de carnaval

Ella se había colocado la mejor de sus sonrisas, consiguiendo disimular esa sensación de amargura que le acompañaba a todas partes, mientras que él, por su parte, había logrado camuflar su mal humor detrás de una reluciente dentadura, blanqueada el tercer viernes de cada mes en su dentista de confianza. Y si ella intentaba esconder su inseguridad bajo una serie de poses que había copiado a una conocida presentadora de televisión, él ocultaba su timidez imitando los gestos de un carismático actor. De tanto repetirlos, tantas veces, en tantas citas, a ellos ya les parecían naturales. Ambos estaban realmente irreconocibles, un detalle que, teniendo en cuenta que se acababan de conocer, tampoco debería ser relevante. A su alrededor, camareros, clientes y demás comparsas desempeñaban sus papeles con eficacia y soltura. El escenario, un pequeño afterwork minimalista en el centro de la ciudad, y las cervezas ayudaban y, al final, la noche terminó donde tenía que terminar. Por la mañana, con las prisas y los nervios, los dos olvidaron ponerse sus respectivos disfraces y un cierto olor a desencanto les estuvo acompañando durante el resto de la semana.

106. TRANSPARENCIA

Le gustaba ser el foco de atención en todos las fiestas y eventos sociales, que la miraran mientras se exhibía tanto con sus ademanes como bailando. Casi siempre lo conseguía, como también conseguía ser la envidia entre conocidas y desconocidas. Su rostro de satisfacción y cerca del éxtasis la delataba, destapaba su vanidad.

Hoy tenía que enfrentar a algo nuevo para ella, era su primera fiesta de máscaras y debía tapar una parte importante con la que ganaba su arrogancia. No satisfecha con ello cometió el error de que su máscara fuese transparente; esta vez no consiguió ver las miradas del resto y solo la suya ante todas se perdía en la desesperación.

105. El destino

Bebíamos bourbon del bueno, cubalibres de ron, gin-tonic. Se bailaba salsa, rumba, pop. Se fumaba, se coqueteaba —la mayoría con la misma Cleopatra—, se bromeaba. Me reía siendo el Joker, junto a Pancho Villa y Napoleón, de la mujer barbuda, de Chaplin, de la Pantera Rosa, del jorobado donjuán. Algunos se perdían por los rincones oscuros, otros ofrecían espectáculo de caricias prohibidas y unos pocos no se decidían. Estaba siendo una gran fiesta de disfraces en el apartamento de Eva hasta que Batman llegó. Desde ese momento, solo tuve ojos para él. Sin pretenderlo, mi atención se centró en todos sus movimientos. Un escozor me recorrió el cuerpo y se fue transformando en rabia incontenida al advertir las sonrisas coquetas que despertaba, los piropos que le lanzaban y los suspiros que producía a su alrededor. Juro, que un tiempo después, escuché voces y carcajadas en mi cabeza. Ya no fui yo. No recuerdo, como aseguran, el instante en que agarré el cuchillo, me abalancé sobre él y lo apuñalé con saña, mientras le escupía veneno antes de que me apresasen y descubrieran que había matado a Batman, y bajo su máscara, a mi querido hermano Abel.

104. VENECIA SIN MÍ

Llevábamos saliendo más de año y medio y aún no nos habíamos ido nunca de viaje juntos. Yolanda tenía unos turnos de trabajo complicados y en vacaciones aprovechaba para terminar la tesis. Yo, por mi parte, tenía un trabajo discontinuo y andaba bastante justo de dinero. Así es que, cuando me tocó el viaje a Venecia me puse tan contento que sentí la necesitad urgente de decírselo. De aquella no había móviles, así que, antes de andar peleándome con la de la centralita, decidí ir hasta el hospital andando. Por el camino iba pensando en una Venecia en pleno carnaval, en Yoli y yo perdidos por románticos rincones, en noches de amor arrullados por las romanzas de los gondoleros. Absorto como estaba atajé por un descampado, desierto a esas horas. Al rato un individuo me abordó por la izquierda. “La pasta” –dijo–. Yo, sorprendido, hice un giro brusco, forcejeamos, consiguió mi cartera y huyó. Corrí detrás hasta notar un líquido tibio que empapaba mi costado. Desperté bajo una luz que me cegaba. Todos llevaban máscaras y me miraban mudos.

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