Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

4. Champán y sal (Susana Revuelta)

Recuerdo que rodé por los escalones un par de veces antes de ser arrastrado por esta vikinga a su camarote. ¿Qué le habrían puesto al ponche aquel? ¡Si yo antes del tercer brindis no canto nunca! Dos sorbitos, un meneo en la pista de baile y hala, ya tenía su lengua metida hasta el paladar. ¿Cuánto tiempo llevaremos tumbados en esta cama? Qué mareo me está dando con la cabeza aprisionada entre sus muslos, casi no me llega el aire. Tengo la boca seca de tanto lamerle el caramelito, que a ratos parece a punto de descorcharse, pero nada, que no. Cómo tarda la tía, y eso que esta mañana no me afeité. ¿En qué idioma estará gimiendo… Astrid? ¿Ashley? ¿Cómo dijo que se llamaba? Ah, qué alivio, por fin ha terminado; vaya sacudida, del empellón me he caído al suelo. ¡Eh! ¿Qué hace la litera pegada a la pared y la ventana en el techo? Me da vueltas la habitación, menuda borrachera he pillado. Anda, esto que se me clava en la espalda, ¿qué es? ¿El pomo de la puerta? ¿Y por qué está entrando agua por debajo de… Glu glu glu.


3. «Y fueron felices»

-Ernesto, cariño ¿no te parece que nuestra luna de miel está durando una eternidad?
-Sí, mi amor.

-Querido, ¿no te parece extraño que desde que golpeamos aquel iceberg los demás los atravesemos?
-No, mi amor.

Leonor se acicala su peinado perfecto con movimientos coquetos, casi de niña, sentada frente al espejo del tocador.
Ernesto, desde el sillón, la admira con deleite mientras el aroma de las volutas de su pipa invaden la estancia.

2. PARA ICEBERG, EL MÍO

Chevalier, en el salón Parisién con una absenta, el azucarillo en la cuchara con agujeros y echando el agua por encima, cuando escuchó ruido de ropa por la espalda, posiblemente un can-can demasiado almidonado.

Me permite, le susurraron al oído, al volverse, la mujer más encantadora, de blanco impoluto, con una sonrisa que hizo que se levantara, cogiendo de la silla de al lado, el bastón y el canotier.

Por favor, soy viuda, voy a estudiar a New York, quiero olvidar, soy muy joven, Ay, Huy, hoy?, aquí, ahí la 115, hey, oh la lá, oui oui.

Entra primero ella y al poco él. A la media hora el primíparo sigue con los cordones de la faja, el miriñaque en el suelo como un tacataca, las medias con la blonda y sus corchetes enganchados a una pantaletas de puntillas le tenían a punto de explotar.

Al separar la faja, la marca de las ballenas en la piel del tronco semejaba las grietas de un río seco.

Ya desnudos y temiendo él una eyaculatio ante la portem, la tumbó en la litera y sin muchos preámbulos la penetró, justo cuando el barco se puso vertical. Dijo ella, menuda clavada, ah ah.

1. NAUFRAGIOS (JAMS)

Desde que murió su esposa, Eugene Warren solo supo resolver su condición de padre recurriendo a la autoridad del reformatorio y la doctrina de sacristía. El mayor de sus hijos, Adam, rompió el cerco y buscó su destino escapándose a Europa como representante de una firma de calzado americano.Tuvo suerte, y levantó su propia empresa hasta codearse con importantes fortunas británicas y holandesas. Su amigo, el empresario Benjamin Guggenheim, le convenció para acompañarle en la primera travesía del RMS Titanic, y Adam consideró que sería un buen momento para una visita sorpresa al hogar paterno. Adquirió un pasaje de 200 libras y ocupó el camarote 115 de primera clase, pero jamás llegó a Nueva York.

Un domingo de mayo de 1912, cuando salía de Santo Tomás en la Quinta Avenida, Eugene Warren distinguió una mesa de postulación que recogía fondos para ofrecer un funeral digno a los desaparecidos en el naufragio. El viejo notó un extraño presentimiento que no supo interpretar, y sin saber bien para qué, se acercó.

-¿Cómo te llamas, muchacho?

-Michael, señor. ¿Quiere usted colaborar?

-No, no. Sólo quiero darte un buen consejo, Michael. Deberías irte a casa a estudiar y no perder el tiempo con estúpidas colectas.

105. El vendedor de ilusiones (Juana Mª Igarreta)

Sigismund Markus está en su juguetería. Consciente de la presencia inminente del “ogro dominador”, se va despidiendo del lugar y de todos los objetos a los que consigue dar alcance con sus afligidos ojos. Esta juguetería le ha permitido vivir modestamente en lo económico, pero plenamente en lo personal. Ver cómo prende la llama de la ilusión en los ojos de un niño, es un pequeño milagro al que un vendedor de juguetes tiene la oportunidad de asistir cada día.
Es jueves, pero hoy la bella y frágil Agnes no pasará por la tienda, como cada semana, a rogarle que cuide del pequeño Oskar. Ella hace días se entregó en los brazos Del de Arriba, harta de navegar de unos brazos seguros, pero no queridos, a otros brazos deseados, pero prohibidos. Incluso Markus tuvo siempre los brazos y el corazón abiertos para ella; para ella y para su pequeño Oskar; porque para alguien que decide a los tres años dejar de crecer, una juguetería es el lugar ideal para vivir.

Markus, bajo la mirada congelada de múltiples muñecas, siente cómo se desvanecen sus últimos minutos en profundo silencio, roto de pronto con el repique amigo de un tambor de hojalata.

104. LA PERDIDA DE LA INOCENCIA

El cine de la parroquia lo era todo para mí. Todos los domingos por las tardes, acompañada de mis hermanas y amigas, acudía invariablemente a su salón, a disfrutar del cine.

Eso sí, después de haber asistido por la mañana a misa y a la catequesis. Esa era la condición imprescindible para que nos sellaran el carnet, que nos permitía acudir luego al cine gratis.

Aunque lo habitual era ver la típica película de romanos, seguida de otra de vaqueros, de vez en cuando teníamos la oportunidad de visionar un buen filme.

Entre aquellas tardes dominicales de “sesión continúa” recuerdo todavía la fuerte impresión que me causó “El expreso de medianoche”.

Por su especial crudeza, al verla fue como si hubiéramos perdido la inocencia.

Y es que en ese momento fuimos conscientes de las terribles injusticias, el salvajismo y el terror que sufrían algunas personas muy cerca, a las puertas de Europa.

Y todo por haber cometido un error, un horrible error que algunos pagaron con lo más preciado, sus vidas.

103. ¿QUIÉN SE COMIÓ A DARTH BURGUER?

En el año setenta y ocho, en mi casa nos zampábamos al temible Darth Vader, ese no lo quería ningún cliente.
Después del colegio los hermanos nos pasábamos toda la tarde en la carnicería del mercado, terminando los deberes y ayudando a mis padres en el puesto, envolviendo filetes o preparando las pesetas para dar el cambio.
Los reyes magos nos dejaron unas figuras de plástico para moldear los personajes de La guerra de las galaxias. Nuestro padre, buen negociante, miraba las colas de los cines que ponían la película y aprovechó el filón de nuestros juguetes. Así que en lugar de plastilina, amasábamos hamburguesas con la carne picada. Las que más se vendían eran las de R2D2, C3PO y el halcón milenario. Las primeras semanas fue divertido pero, varios meses después, no parábamos de hacerlas. Además que dejábamos las tareas de clase a medias y sacábamos malas notas.
Para alivio de los demás carniceros del mercado, un día los moldes desaparecieron. Nunca supimos cómo sucedió, pero mi madre parecía muy contenta mientras nosotros resolvíamos problemas de mates o escribíamos alguna redacción para lengua.
El año siguiente estrenaron Superman y nos olvidamos de los jedis que, por cierto, no volaban.

102. SOLOS EN LA OSCURIDAD (Antonia)

A veces la sorprendo con un hilo de llanto sobre la butaca y aguardo silencioso hasta que se serena.

Otras, parpadea con una luminosa carcajada  intermitente  y sonrío ante su felicidad.

En los dramas la noto apagada y su oscuridad me despista, hasta que mi mano la percibe sobre el ajado terciopelo rojo.

Hemos compartido músicas, palabras, imágenes y hemos sido cómplices de todas las emociones.

Son antiguas y constantes nuestras citas y sin embargo sigo necesitando de su presencia.

Mis dedos juguetean a ratos con su piel que aunque rígida  y metálica es siempre cálida y   tranquilizadora para mí.

Yo cuido de  su existencia y a cambio ella responde a mis deseos.

Cuando nos separamos y la deposito en  la taquilla sé que mi linterna espera, cómo yo, la  próxima sesión  para reencontrarnos en la suave penumbra del cine.

101. Los 120 días de Sodoma.

Una nausea seca invade la oscuridad del patio de butacas de los multicines Astoria. Alguien, precipitadamente, se levanta del asiento y se dirige con visibles gestos de asco hacia el exterior de la sala. Contemplo, horrorizado, delirantes escenas de sexo explícito que tienen por objeto el sometimiento y la degradación del ser humano como fin último.  Historias contadas por una madame de burdel, repletas de la mayor depravación que se pueda imaginar, dan pie a una sucesión de actos que ninguna mente en su sano juicio sería capaz de ejecutar. La perversión riza el rizo y proclama un nuevo estado de las cosas. Adolescentes desnudos, familiares e hijos de los vencidos, soportan entre terribles crueldades, los delirios de grandeza de cuatro megalómanos endiosados por el régimen fascista. Cuando el poder no tiene límites surgen los fantasmas de Salo. Salgo del cine con mi compañera, caminamos si mediar palabra, un sabor amargo recorre nuestras entrañas. Llegamos al portal, e incapaces de besarnos, nos despedimos evitando sostener la mirada.

100. Abandonada

¿Para qué sirvo? ¿Para qué existo? Nadie me ha visto aún y dudo que alguien lo haga. Tal cual me grabaron me metieron en una lata y me dejaron en el suelo. Ni siquiera se dignaron a colocarme en una estantería. Tan solo pusieron, con rotulador rojo, la fecha en la que me abandonaron: “30-08-1973” No escribieron nombre ni créditos ni nada. A veces pienso que soy un sueño y mis pensamientos son el eco que viaja en la espiral por cada uno de los fotogramas que me enrollan. Tengo el vago recuerdo de lo que trato. Veo un niño; sonríe… paisajes oscuros… luces que se apagan… muerte… una lágrima amarga. Una, en este estado, es capaz de desarrollar facultades inimaginables. Tengo constancia de que han existido otras como yo, idénticas. Me pude comunicar con ellas y corrieron la misma suerte que yo. Pero hace tiempo que no las escucho, como si la tierra se las hubiera tragado después de haber sido lapidadas. A veces siento que alguien me coge y me acaricia con la intención de abrirme; pero son las ratas, las mismas que han superpoblado la Tierra. Dudo que algún día puedan evolucionar y consigan verme.

99. El imperio contraataca

Toda la semana igual: mientras volvíamos del colegio, la misma película. La que nos montábamos en el cuarto de hora largo de camino, hasta que las madres encargadas de la recogida, nos iban repartiendo piso por piso. Pablito siempre tenía que hacer de Luke Skywalker, con su flamante casco negro y pilotando el Halcón Milenario. Como era el único del bloque que había visto la dichosa película, nadie se atrevía a discutirle. Pero ya lo pillaríamos, ya. El sábado. Cuando bajara, sin sus padres, a comprar el pan.

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