Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

42. La última canción (Towanda)

Tras la cena, en el lujoso comedor jacobino, los Crawford acudieron al salón donde la orquesta amenizaba a los pasajeros de primera. Ante un gesto del esposo, el violinista inició los acordes de una vieja canción. Su canción. El resto de músicos se unió y la pareja comenzó a bailar. Los ojos de Alberta resplandecían. Aunque ya no eran jóvenes, para ella, Aaron seguía siendo el hombre más apuesto del mundo.

Minutos más tarde, el ligero desvanecimiento de ella les hizo retirarse a su camarote, el 115. Lo eligieron recordando el día que se conocieron, un once de mayo, medio siglo atrás. Alberta se recostaba cuando un golpe brusco y gritos de metal desgarrándose le hicieron temblar… Después, chillidos gélidos, plegarias en decenas de idiomas, carreras, llantos, olor a sal…

–Algo va mal… Incorpórate, querida.

Alberta negó con la cabeza.

–Estoy demasiado cansada. Te mentí… El doctor O’Malley no me dio buenas nuevas… Pero tú…

Aaron besó sus palabras mientras se tendía junto a ella.

–Aaron, ¿aún me ves bonita?
–Eres preciosa, princesa…

Continuaban abrazados cuando el océano comenzó a filtrarse, a través de la puerta del camarote, siguiendo los dulces compases de una hermosa canción interpretada al violín…

41. Telémaco (Lorenzo Rubio)

La película favorita de mi padre era Titanic. Quizá por eso su escritor preferido fue Ernest Hemingway. Lo que sé con certeza es que yo era todavía muy pequeño para entender por qué dejó de vivir en casa. Recuerdo que mamá me dijo que, durante una temporada, papá estaría alojado en el camarote 115 de un gigantesco buque, solo reservado para valientes capaces de soportar una dura odisea, y que ella iría a acompañarlo cada noche. Mi hermana se hizo cargo de mí e incluso me permitía dormir en su cama.
Tras una semana sin él, mamá me comunicó que había llegado el momento de ver a papá. Ilusionado por conocer el buque de mi padre, me puse la camisa de marinero de mi comunión y la gorra de capitán de barco que perteneció al abuelo. Subí al coche imaginándomelo en una imponente embarcación que surcaba los mares, pero ese día el único mar que presencié fue el que brotó de los ojos de ella cuando atracamos en el puerto de los enfermos.
Ahora, mientras gota a gota me desgarra el tratamiento, pienso en cómo explicarle a mi hijo que descendemos de una estirpe de marineros con el hígado congelado.

39. Una pastilla para olvidar. Virtudes Torres (Servitud)

Dicen que me dieron una pastilla para olvidar ¿?. Lo cierto es que no sé quién soy, ni qué hago aquí cerca de este muelle.

A veces tengo flases y veo una niñita con ojos de cielo gritando: ¡¡mamá!! Después  la arrastran las olas.

Un hombre –al que adoro, sin saber por qué- intenta ponerla a salvo, pero el mar es más fuerte y las fuerzas le abandonan. Se hunden.

***

 Cada quince de abril arrojo a estas aguas una rosa y un peluche.

Imagino que el mar se lo lleva a mi pequeña, que rodeada de peces de colores, juega en un jardín de algas y corales, bajo la atenta mirada de su padre.

Los tres emprendimos viaje con ilusión de comenzar una nueva vida; se  vio truncado.

Tras el rescate, un hombre de blanco me ofreció una pastilla capaz de hacer olvidar mi sufrimiento (también el pasado).

Me negué a tomarla y volvería a hacerlo. ¿Qué hubiera sido de mí sin los recuerdos? Sería un espectro más…

 

…aún así, sobrevivir a la tragedia no significa que esté viva.

38. EL ÚLTIMO ENSAYO (Petra Acero)

La viste de princesa, llena la bañera de agua y la ahoga. Después la mira ausente, imitando la mueca materna que a todos preocupa tanto… Entonces, Anabel sumerge de nuevo las manos en la bañera y gira a la muerta. “Así, boca abajo, como Borja en la piscina.”

Anabel tiene ocho años, los ojos azules y el pelo rubio: ¡parece un ángel! Un ángel que aplaza, día tras día, la promesa pactada con el mismísimo Borja.

Borja fue su novio el curso pasado. Ahora, no. Este año, Borja viaja en el “Barco del amor” para siempre. Anabel le prometió que irían juntos… Por eso hoy acaba de ahogar a su muñeca preferida: la rubia con cara de ángel.

—No es cosa mía, doctor, créame. Ha colgado un cartel en la puerta del cuarto de baño: “camarote 115″  y, aunque no son tres seises, me asusta…  Se encierra ahí, horas y horas, con el grifo abierto… Mi marido dice que la culpa la tiene ese guaperas del Titanic. Que ya se le pasarán las ganas de bucear en la bañera. Que soy yo la que veo historias raras…, ¡que Anabel no se parece a mi!

 

37. Algo me dice que no lo haga.

Por algún extraño motivo toda mi vida he ido en contra de lo que me dictaba la razón, siguiendo mi instinto como si en todo momento estuviese conectado con la divina providencia.

En aquel momento toda lógica me empujaba a unirme con la muchedumbre en busca de un bote salvavidas. El barco se hundía en la inmensidad del Atlántico, y ya ni los miembros de la orquesta, irreductibles, podían disimular el miedo.

En mi camino me crucé con ancianos resignados, con madres abrazadas a sus hijos. Con el miedo gobernando la nave.

No entiendo por qué no me deje dominar por él. Hubiese sido lo más lógico; lo más comprensible.

En cambio, seguí mi búsqueda contra corriente y contra el agua, que poco a poco inundaba el barco, ahogándolo sin miramiento alguno.

Sin saber cómo, lo había encontrado. El camarote número 115 del Titánic parecía ajeno a la tragedia. Y aunque dentro, todo era oscuridad, mi instinto pidió entrar.

Cuando volví en mí, entre gritos, ya no estaba en el barco, sino frente a aquella gran mole de acero, en el puerto de embarque.

-No tenemos todo el día, Señor –Me gritaba el oficial-. ¿Va usted a embarcar o no?

36. Simulacros de entelequia

Se percibió ajena, como si no debiera estar allí, pero no tenía tiempo para pensar. Saltó de la litera al escrutar por el ojo de buey  que estaba sumergida a bordo de un barco. Al contactar los pies en el suelo, el agua helada la mordió dejándola sin respiración. Abrió la puerta y salió al corredor. Con gran histeria y elegancia los viajeros corrían hacia la cubierta principal. Se dejó arrastrar escaleras arriba a trompicones. La mayoría del pasaje se apiñaba hacia estribor. La tripulación repartía chalecos salvavidas. Podía oír una música de fondo emanada de un violín. Un muchacho le gritó: ¡Vayamos hacia la proa del barco, allí estaremos más seguros! Completamente aturdida y falta de conocimiento alguno sobre naútica,  se dejó llevar del brazo hacia la parte más alta del transatlántico. Sin mediar palabra, permanecieron  abrazados mientras el miedo respirado se congelaba en la oscuridad. Cerró los ojos apretándolos con fuerza y a continuación un estallido de aplausos la despertó.

De frente,  sus ojos podían contemplar varias filas de espectadores. Y un hombre a su lado le preguntó:

-¿Dónde ha estado usted?

Ella contestó con la ropa aún mojada:

-En el camarote 115 del Titanic

35. Concierto de despedida (Blanca Oteiza)

La sirena acudió a las notas que sonaban. Según se acercaba vio al grupo de músicos apurando hasta el último instante bajo las aguas.
Fue adentrándose entre pasillos y lujosas salas por el barco que se hundía sin remedio ahogando los sueños de los que aún quedaban en él.
Llegó frente a la puerta 115 que permanecía cerrada. Al abrirla encontró a una pareja abrazada que bailaba al son de las ondas que envolvían el momento.

34. La fotografía (Mª Asunción Buendía)

Un nerviosismo imposible de controlar se apoderó de mí. Estaba leyendo un artículo en el suplemento semanal del periódico, sin prestarle mucha atención, hasta que al pasar distraídamente una página apareció aquella  fotografía.

El reportaje hacía referencia al centenario del que hablaban en todos los medios. Vistosos salones de un lujo imposible que hacían gala de la más ostentosa decoración, de la que los ricos de principios del siglo XX gustaban de rodearse.

Allí estaba, nítidamente la imagen de una cafetería. No cabía duda, era el mismo lugar de la única foto que conservo de mi abuelo.  Uno de sus socios ingleses se la envió a mi padre y nunca supimos donde estaba tomada. Creyendo erróneamente que era la terraza  de algún  café de Inglaterra, donde él se encontraba a causa de sus negocios.

Y de donde nunca regresó, sin que nadie supiera por qué… hasta ahora.

De repente todo cobraba sentido, la anotación desteñida del reverso:  Tntnc, 115 cabin, April 1912 .

33. Mala fortuna

Mi vida siempre fue una mierda.

La mala suerte me ha perseguido con saña, y lo que es peor, muchas veces me ha encontrado la cabrona de ella.

Mi madre nos dejó siendo yo un niño. Se marchó con un tratante de ganado y gangrenó mi corazón para los restos.

La única herencia que el miserable de mi padre me dejó fue esta atroz dependencia del alcohol y del opio.

Dilapidé mi fortuna montando un negocio de candiles justo un año antes de que Edison inventara aquel artilugio del demonio.

Desposé a una puta aunque lo supe demasiado tarde, al menos más que todos mis amigos…y también mis enemigos. Adornó mi frente cual corzo en la berrea.

Mis amigos me apuñalaron por la espalda. Bueno no todos. Johnny, el adivino, es el único de todos ellos que me ha mostrado algo de aprecio. Al menos, doy gracias a la providencia porque al fin algo me haya salido a derechas. Siempre llevaré en el corazón a Johnny que como no iba a poder utilizarlo me hizo este gran regalo:

¡Un pasaje en el Titanic!

Quizás mi suerte cambie a partir de ahora.

32. Huellas profundas

—En la cubierta, en un bote salvavidas o en un camarote, pongamos el 115, que más daba. Por ir con Richard lo hubiera dejado todo. ¡Ay!, el amor. Sin embargo, él partió sin mí y hube de descubrir horrorizada su nombre en la lista de desaparecidos, rehacer mi vida, buscar nuevas metas. El tiempo todo lo cura —creí— y pronto volví a enamorarme. De un dentista. Salió a pedir de boca, ¡cómo no!, hasta el infausto día de nuestra boda en que lo atropelló un cadillac camino del altar. ¡Con lo guapo que estaba con su esmoquin! Indecisa entre sentirme soltera o casi viuda, hube de superarlo luchando por demorar la pérdida de mi juventud. «Ms. Harris, anímese» me decían. Pero cómo, ¡ya estábamos en plena Gran Guerra!
—Ms. Harris, recuéstese, es tarde…
—También sufrí la segunda Gran Guerra. ¡Murieron tantos…!
—Duerma.
—¿Sabes?—la anciana posa su mano sobre la de la enfermera—. Richard se fue con otra —confiesa extenuada—. Su nombre estaba en la lista.
—Duérmase…
—Aún sueño con ellos: pasean sobre cubierta —Ms. Harris por fin cierra los ojos.
Pronto los abre, añadiendo:
—Se hundió el Titanic. Y yo con él. Desde entonces…
—Duerma, Ms. Harris, duerma.

31. Mamá se equivoca

He soñado con esto desde que nací, o desde que era muy pequeño, o desde que se que existen barcos tan grandes o… Ya paro. Mamá dice que me pongo muy pesado.

Cuando embarcamos sentí mariposas en el estómago. Mamá dice que es por el movimiento del mar, pero se equivoca. Ella cree que siempre tiene razón, pero ahora se que no es así.

Todo comenzó en la puerta del camarote 115. Mamá gritaba porque no era el que había reservado, pero a mí no me importaba el tamaño, la cama, el armario… Nunca había visto una ventana redonda y pegué la nariz al cristal.

– Mira mamá, con el mar tan cerca seguro que veo alguna sirena.

Ella seguía en la puerta con los brazos en jarras mirando hacia el pasillo.

– Ya eres mayor para cuentos. Las sirenas no existen.

Por una vez, el tiempo me ha dado la razón. Estaba en la cama cuando todas las cosas del camarote se han caído hacia la ventana. Me he levantado de un salto y, al mirar fuera, la he visto. Aunque no me crea, se lo diré a mamá cuando vuelva del baile.

 

30. TEORÍA DEL ICEBERG

En el camarote 115 del Titanic se alojaba Hemingway. La tripulación fue informada de lo peculiar del tipo que ocupaba aquel compartimento. No es extraño que desde la cúpula directiva de la corporación se fijara, como prioridad máxima, complacerlo en cualquier demanda a fin de orientar una más que previsible reseña de su experiencia. Por ello, nadie cuestionó al Capitán cuando ordenó variar la ruta y dirigir el transatlántico a una zona conocida por la cantidad de icebergs que albergaba. El tipo de la 115 demandaba hielo en cantidades generosas y, desde la noche anterior, los congeladores estaban averiados.

 

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