Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

66. GUARACHANDO

Acostumbrada a organizar mientras charla, a maquillarse  recogiendo la cocina, a gestionar la agenda mientras reza, a subir mientras baja, en fin, cada día de su vida, aquel viaje inesperado al Caribe que le tocó por sorteo le enseñó otra forma de vida. Una experiencia en la que la eficiencia no era la meta y donde la prisa no te atropella para seguir corriendo hasta caer rendida en una jornada olímpica de objetivos inventados.

Un mundo donde la gente se mueve como las olas, con una suave cadencia de bossa nova, con una respiración profunda y sincera, y de-rro-cha su tiempo, nunca desperdiciado, en una fiesta para los sentidos donde cobra importancia la quietud y el descubrimiento de lo cotidiano. Y es allí donde acuden sus sueños cuando tratan de ganar la batalla al estrés, practicando lo que le enseñaron recién: a guarachar.

65. Parte de guerra

Cuando el móvil vibra en mi bolso no puedo evitar el vuelco en el estómago. Al ver tu nombre en la pantalla respiro hondo para no parecer preocupada. Igual tengo que salir corriendo como la última vez.

Escucho tus palabras que, en su atropello, carecen de significado. Las frases se ahogan y se desordenan. Debe ser que la sal de las lágrimas hace océanos en tu boca. Pero escucho alto y claro el final:

— Esta vez he ganado yo.

Recorren mi mente días de cardenales en recuerdos, paredes blancas de hospital, la negación absoluta a la denuncia, la justificación y la autoinculpación… Ahora eso se ha terminado, hija mía, ya lo verás, me digo a mí misma. Y a ver qué hacemos con el cadáver.

 

64. La guerra ideal (Javier Ximens)

A David

            Las figuras del ajedrez, en perfecta ordenación, son ejércitos dispuestos a matarse por defender a su rey. Cuánto más me gustan tras la partida, amontonadas en la caja, las fichas mezcladas, ya sean blancas o negras, al margen del rango y sexo, tumbadas unas sobre otras, en una hermosa orgía bicolor. Ojalá así fueran las guerras de verdad: una reina bajo un peón, el rey besando al alfil, dos torres de la mano sin que nadie las mire mal, y un final en tablas, sin vencedores ni vencidos.

63. ESTÁN DE MUERTE

A ver, rapidito te lo cuento (que tengo prisa). Pues resulta que el Micurrias, ya sabes ese que dicen hijo del panadero (aunque gasta la misma nariz que aquel cura que marchó para el norte hace ya más de quince abriles, dicho sea de paso), salió a por cangrejos a escondidas. ¿Qué por qué a escondidas? –Coño, para que “naide” se entere de adonde los pesco– y ya no regresó jamás. Hubo mucho alboroto, pero al llegar el día de la Virgen se olvidó el tema para centrarse en los festejos.

Al verano siguiente, cangrejada tras cangrejada, había que oír al Pelanas cómo alardeaba de traerlos por sacos de un lugar al que “naide” más que él sabía llegar. Por eso, cuando apareció astillado por un rayo tras la tormenta, el Aniceto dijo que eran temas de justicia divina y que mejor no removerlo.

 

Tormenta de cangrejos.

A 6 euros la docena, vino y pan incluidos.

Ahora, si quieres comer cangrejos de los de verdad pues te tienes que acercar hasta el bar del mismo Aniceto, que los pone de muerte (como a él le gusta decir) y mezclan sabor a río con regusto a tierra quemada.

62. Veinte pares de pies (Asunción Buendía)

20 pares de pies, veinte pares de talones y no sé ni calcular cuantísimos dedos. Bueno  deditos, que son tan pequeños, tan gorditos, tan tiernos…

Y tan impacientes ¡qué razón tenías! Cuando me dijiste “mira que aunque te gusten los niños, esto es una batalla”. Hoy yo te diría que más que una batalla ¡es un castigo! Pero un castigo tan llevadero que  no podría vivir sin él.

Ya he sacado los correspondientes calcetines, desabrochado todos los botones, bajado pantalones, quitado camisetas y ajustado los bañadores.

Ahora toca poner los gorros, mira que son antipáticos estos gorros de silicona, menos mal que con los polvos de talco es más sencillo, y aún así hay, tirones, gritos y llantos. Llevan razón no puedo evitar que se les enganche el pelo y que sus ojos parezcan todavía más rasgados.

Ya están listos.

Como siempre, digo:  «¡Ale a nadar! Pasadlo bien y tened mucho cuidado. Hasta mañana niños».

Y todos, uno por uno, me dan un besito, por cierto, bien babeado. Ellos son así todo cariño y les gusta demostrarlo. ¿Será ese cromosoma demás, ese que los tiene marcados?

Los miro embobada, hoy mi “batalla” con ellos ha terminado.

60. Martina y el miedo histórico (María José Escudero)

La mujer, trémula y cohibida, se quedó tendida sobre la tierra húmeda y sangrienta. De lejos parecía un bulto blanquecino, de cerca era un fardo gris y maloliente. Casi amanecía cuando vinieron a recogerla; le pusieron una chaqueta vieja sobre los hombros rendidos y se la llevaron a casa en silencio y con cautela.

La mujer era joven, casi una niña cuando empezó la guerra, pero una  madrugada de espanto, mientras se aferraba a sueños destruidos, le brotaron hebras blancas en el pelo. También era valiente, incluso descarada, hasta que un peso inoportuno en el bombacho la puso en entredicho, y  la abochornaba. -Estás viva -susurraban con alivio su madre y sus cuñadas. -Estoy viva -ella musitaba sin orgullo. Y qué tristeza vivir así, con este olor a miedo entre las piernas.

El grupo de soldados voluntarios se apostó frente a la hilera de condenados al desaliento. Inesperadamente, una voz de mando gritó contrariada: «Apartad a esa desgraciada de la tapia. ¡Rediós! Que se ha cagado encima».

La mujer se llamaba Martina y, tras aquella contienda sin sentido, se convirtió en una sombra perturbada y esquiva que vivió siempre con la mirada escondida y el corazón en un puño.

 

59. Sonrisa sellada (Blanca Oteiza)

Cuentan que tras la batalla nunca más volvió a sonreír. Que después que aquellos soldados entraran en su pueblo, sus ojos dejaron de brillar.
La niña de la mirada triste tuvo que dejar de jugar con muñecas para hacerlo con el bebe del pelo del color del fuego, como el que nueve meses antes había arrasado con su vida.
Cuentan que el niño creció sin conocer el amor de un padre.
Cuentan muchas historias de cuando mi abuela era niña, aunque no todas sean ciertas.
Hoy la despedimos, serena, inerte, pero con una bella sonrisa en sus labios mudos.
Mi padre llora en mi hombro mientras acaricio el fuego que permanece en su pelo.

58. LA MUERTE DE PETER PAN

–Pudo haberlo matado, pero no lo hizo. Peter Pan es tonto.

Adel cerró el libro con furia, enfadado con su personaje favorito. Esperaba un final distinto, donde la batalla se hubiera resuelto con el ajusticiamiento de los perdedores. Miró por la ventana. El sol vestía de paz la pobreza de su pueblo.

–Papá, ¿por qué Peter Pan no mató a Garfio?

Su padre lo miró con ternura. No pudo evitar que sus ojos delataran una angustia fatal. Ayudó a su hijo a vestirse lentamente, ocultando los vendajes que cubrían su dolorido abdomen. Luego lo acompañó a la puerta y lo besó en la frente.

Adel se dirigió al mercado, repleto de gente a esas horas.

Cuando varias horas después, entre el caos y el horror causado, entre gritos de madres y charcos de sangre y barro, un bombero encontró  el brazo amputado de un niño, no entendió la nota que apresaba entre sus dedos: “Cambiaré el final del libro”.

57. Dolor

Dicen que se ha perdido la batalla. Que otra vez, la sombra de la guadaña suspira por cortar su vida, su alma. Su punzante frialdad ha entrado en él con la fuerza secreta de un virus. Ha arrasado con las defensas que le protegían y ha mirado fijamente su interior.

El bombeo.

El alma.

La vida. Y no lo ha dudado.

Se ha lanzado a por ella, rodeando y atacando su fortaleza, esperando a abrir un hueco para asegurarse la victoria una vez más. Sueña con que los refuerzos externos, en esta ocasión, lleguen demasiado tarde. Cuando nada se pueda salvar ya. Cuando el último latido se transforme en un simple rumor sobre las olas del mar. Estos son sus sueños y esperanzas:

Destrozarle una vez más.

Dicen que se ha perdido la batalla. Que ya no hay nada más que hacer. Sólo calmar el dolor de la pérdida. Cerrar los ojos y anhelar.

56. Regreso al futuro (Beatriz C.E)

La localización del  fin del mundo me pillaba a desmano así que, el día señalado por los profetas no acudí a la cita. Había dejado a todo el mundo tirado y, a mi regreso, me encontré a todo el mundo criando malvas. Supe que habían luchado con honor porque hasta mi lejanía llegó el eco de sus huesos. Contemplé el desastre de la contienda. La desnudez de la nada como paisaje, me dañaba la vista y el corazón. La ansiedad se apoderó de mí. El cuerpo me pedía un cigarrillo, dos, la cajetilla entera. Pero el último me lo había fumado poco antes del exterminio. De los estancos, estanqueros, plantadores, recolectores, tabacaleras, fumadores, no fumadores, y ex fumadores del mundo, no quedaba rastro alguno.

Ahora empiezo a añorar el pasado que se desvaneció en el aire, a temer al silencioso futuro que me aguarda. Respecto al presente… el presente es infumable. Debí saltar cuando aún existían los precipicios.

55. EL PRECIO TERRIBLE (Ignacio J. Borraz)

Amigo, compañero, hermano. Te llamo con la voz rota por el humo que empieza a disiparse, en esa campiña apacible transformada en un reguero de cicatrices y hombres. Siento calor en las mejillas y no acierto a encontrar en qué tenebrosa frontera sudor y lágrimas han dejado de ser algo distinto. Te encuentro, al fin. Tendido en una posición que revela una verdad amarga que no puedo asumir. No ahora. No cuando el fin está cerca. O eso nos dicen para que salgamos un día más a ser el propio combustible que nos consume. Giro tu cuerpo maltrecho y todo atisbo de duda se evapora. Ya no brilla la vida en el espejo de tus ojos. Te tocó pagar el precio terrible de esa libertad nebulosa por la que se supone que luchamos.

Mientras el desconsuelo me embarga acierto a retirarte el guardapelo. Las caras de tu mujer y tu hija me miran tras sus cristales y en sus sonrisas descubro la única verdad que nos mueve a nosotros, pequeños peones desechables: sobrevivir; regresar.

54. ATARDECER (Arantza Portabales Santomé)

Jason McDonald estaba vivo.
Todo Charleston recibió con expectación la noticia. El viejo Freeman había asegurado que Jason se había desangrado como un cerdo ante sus ojos en Gettysburg.
Ahora, cinco años después, un abogado de Philadelphia les comunicaba la buena noticia y su madre, su hermana y su prometida, Millicent Kelly, lloraban juntas a la vista del telegrama.
A veces Millicent, deseaba haber muerto también en Gettysburg. Estaba cansada de no ser.
No ser viuda. No ser casada. No ser soltera.
Cansada de ser tan solo la pobre señorita Millicent.
Maldito sea el viejo Freeman, pensaba ella. Si acaso hubiera podido saber…….
El reencuentro tuvo lugar en el porche de los Kelly. Era la primera vez que estaban a solas. Sin carabina. Mientras Jason contemplaba como las colinas se derretían bajo un fulgor anaranjado, Millicent advirtió el temblor de su mano y un tic nervioso en su ojo derecho. No recordaba que sus ojos fueran verdes. Ni su costumbre de apretar los nudillos hasta blanquearlos.
De hecho, apenas lo recordaba.
— Yo creo….que ya no le quiero— Dijo Millicent, sin pensarlo.
Él la miró en silencio y asintió aliviado.
Después observaron la puesta de sol.
Hacía calor.
Era Agosto.

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