Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

43. La noche en que Manhattan se convirtió en navío

Otro milenio. Noche de agosto. Enorme luna llena. Desde el Brooklyn Bridge Park mirábamos Manhattan. La esfera plateada me entró por las pupilas e impactó en mi cerebro.  Cine, ciencia ficción, los cuentos de mi infancia… De repente la isla se convirtió en navío. Dos mástiles gemelos se elevaron audaces, e innumerables palos, sin velas pero henchidos, arbolaron el barco, sus torsos erizados de fuegos de San Telmo.

La nave cobró vida.

Ya apuraba mi ron bajo the Jolly Roger, cuando de pronto, ¡zas!:

―Imagina cuánto dinero se mueve ahí todos los días.

Mi acompañante me disparó la frase a quemarropa. Su torpedo hizo blanco y nos hundió a la nave, al ron y a mí en el Hudson, entre fango y cadáveres de tantos sueños rotos.

(Relato fuera de concurso)

42. Luna indiscreta

Quiso domar a la bestia, pero fue una batalla fatal. Quedaron autos destrozados, paredes rayadas, comida salpicada por cada recoveco, macetas sin flores y  olor a caca en todo el ambiente.

Destruida de cansancio, obvió sus bigotes incipientes, el alboroto de su cabellera y se rindió ante los encantos de ese ser.

Los encontró la luna dormidos en la cuna del pequeño y ésta se preguntó: ¿cómo es posible que ese ángel tenga una madre tan fea?

41. La noche infinita

Metió el pie en un hoyo. Sólo entonces se dio cuenta de que la luna había vuelto a ocultarse detrás de una nube. No se veía nada. Por un instante pensó en continuar la marcha, pero ¿hacia dónde? No le quedaba sino esperar.
Dejó caer el macuto en el suelo, tratando de que no emitiera ningún ruido metálico. Allí estaban los pasadores. Sentía curiosidad por saber lo que diría el sargento Medina cuando descubriera que había inutilizado los fusiles de todo el pelotón.
Sacó la cantimplora y bebió con ganas. La verdad es que la parada le vendría bien. Más o menos estaba a mitad de camino, aunque quedaba lo más difícil: que los centinelas no le dispararan. Les pediría que le llevaran ante un oficial y le diría que conocía al coronel Sánchez Hurtado. Éste le avalaría.
Ya había tenido suficiente guerra. Nunca se había metido en política. Le seguía asombrando que, en unos pocos días, la pugna partidista se hubiera convertido en cruel odio. Su hermano, sí, se había apresurado a alistarse. Hacía más de un año que no sabía nada de él.
Ojalá saliera la luna. Estaba cansado. Quería que acabara aquella larga noche.

40. Ensayo y error (E. Cuesta)

Espléndida en el firmamento, contempló al grupo de adolescentes reunidos en torno a una hoguera. Como aliciente, debían exponer, en el parque y de noche, sus trabajos de fin de curso sobre el influjo del plenilunio. El encargado de romper el hielo fue el muchacho más pálido y menudo de la clase. “Cuando la luna llena asoma por mi ventana, siento su hermosura, noto como mis facciones se suavizan y mi voz se afina. Esos días me gusta vestir de rojo y suelo visitar a mi abuela…”, comenzó su disertación, mientras sus veinticuatro compañeros se ponían a cuatro patas y los caninos desgarraban  sus encías.

39. Bajo la luna llena (Javier Ignacio Pérez Andrés)

Noche fresca. Con luna llena.
De vacaciones en el pueblo, viajaba acostado en la parte trasera de un carro. Su cuerpo traqueteaba levemente hacia ambos lados provocando en su cabeza pequeños latigazos. Olía a hierba y flores. Imaginó el arroyo próximo. Rumor del agua, chapoteos del caballo.
¡Pero…!algo resultaba extraño.
Su cuerpo cesó un instante para seguir balanceándose segundos después.
Advirtió entonces que no escuchaba nada, no había insectos, ruedas, ni caballo ¡se dió cuenta de que soñaba!
Quiso abrir los ojos pero los párpados se negaron a separarse. Sus brazos tampoco obedecieron, sintió su cabeza embotada.
Nervioso, se esforzó por acallar su mente.
Se concentró..
Su cabeza dejó de moverse. Creyó oir algo…
Un mano en su rostro aceleró los latidos de su corazón y con la respiración al máximo sus ojos se abrieron sin opción.
Todo era borroso. Percibió movimiento y algo proyectó su sombra al pasar .De pronto, la luna descendió hasta quedar a pocos centímetros de su rostro haciéndolo girar por puro acto reflejo.
Un gruñido brotó desde desde su estómago cuando distinguió una figura con las manos dentro de su ensangrentado abdomen.
Al intentar incorporarse algo se posó en su rostro devolviéndolo a la oscuridad.

35. Vuelo mecánico

Sentado en la punta del acantilado, el chico calcula la dirección del salto para esquivar las aristas de las rocas. Sin obstáculos podrá entrar directo al fondo del mar, pies y silla por delante, arrastrado como un ancla de hierro. Abajo, en las llanuras marinas sin corrientes ni luz, esperará que la fuerza de las mareas, una noche de luna llena lo arranque de nuevo como lo hizo en mala hora del vientre de su madre. Pero sin llanto.

34. Mala cartelera. Peor cobertura

—¿Cómo dices que se llama la peli?

—Bajo la luna llena.

—¡Buah! ¡Vaya coñazo! —se cambia el móvil de mano— seguro que es de terror. ¡Odio el cine de terror!

—¿Y qué quieres? —replica ella sarcástica—. ¡En este pueblucho la cartelera no ofrece más en sesión nocturna! ¿Prefieres la matiné y que vean todos quién me hace estos chupetones? —grita palpándose el cuello.

—Porfa,… —vuelve a cambiarse el teléfono de lado, esbozando una sonrisita tímida y desentrenada como si no le cupieran bien los dientes en la boca—. No te mosquees…

Ella hace una pausa, vacía una mirada pasillo abajo por si aparecen sus padres y cambia de tema:

—¿Cómo llevas la conjuntivitis?

—Como siempre, chata.

—…

—¿Sigues ahí?

—Claro, amor.

—Bien, aquí la cobertura es fatal —él va a lo práctico—. Tú procura que no se enteren tus padres. Vigila.

—Entonces, ¿a las once?

—Vaaale, tú ganas… —concede él antes de colgar. Se pasa ansioso la lengua por los colmillos y cierra la tapa del ataúd, intentando descabezar un sueñecito.

Desde fuera se oye su queja:

—Pero, ¡cómo me jode el cine de terror!

33. Inspiración (Eva García)

Erizas mi alma al mostrarte  plena, rotunda, reina del  infinito y de mi voluntad.  Juegas a nacarar la piel de su cuello tornándolo apetitoso y sospecho tu luz atrapada en sus pupilas inertes mientras me escucho susurrarle los versos que bullen en mi mente bajo tu influjo. Ahogo un aullido salvaje presintiendo su inocencia, pero cuando  imagino mi mano  sumergida en el lago, justo donde parece habitar tu reflejo, tratando de sobreponerse  al escalofrío de borrar el rastro oscuro  de su sangre, jadeo de amor y deseo.

De repente,  una nube se enreda en tu halo y oculta tu brillo magnético. Las sombras se relajan y mis ojos se enfocan en el mundo real. Sonrío, aliviado, a la joven que caminaba junto a la orilla, ajena a nuestro lunático idilio. Aún perduran la respiración agitada, la crispación de mis manos y, afortunadamente, las preciosas palabras que me apresuro a plasmar en un cuaderno, antes de que el sol perturbe mi memoria.

32. CONGAS

Para mi esa verbena no era más que la posibilidad de bailar con ella sin que a nadie le pareciera extraño ni se percatara de lo nuestro.

Mientras disfrutaban de “La conga de Jalisco”, como si vivieran el gran momento de sus cotidianas vidas, nos escapamos a la era para tumbarnos bajo la atenta mirada de una luna disfrazada de enorme canica blanca.

Fue al paso de una estrella fugaz cuando Lucia propuso que pensáramos un deseo en silencio entrelazando nuestras manos, y según ella si coincidíamos se cumpliría al instante.

La verdad es que el instante duró cuatro verbenas, pero a los quince años, en la misma era, bajo el mismo cielo, pero con luna nueva, no hubiéramos visto pasar a un metro de nuestros descubiertos cuerpos al mismísimo diablo en un carro de fuego.

31. El color de las sombras (Patricia Richmond)

¿Os habéis fijado en que las sombras son menos oscuras durante las noches de luna llena?

La señorita Paula lo sabía y, en cuanto la luz lunar invadía su jardín, se ponía el delantal de hule, preparaba barreños y estropajos y esperaba. A las doce en punto abría la puerta que daba a la plaza y los vecinos que hacían fila pasaban en orden.

Con jabón de glicerina y unas gotas de lejía frotaba las manchas que la luna le permitía distinguir sobre las sombras recién aclaradas de sus paisanos. Todos se iban contentos, con la conciencia limpia y preparada para seguir cometiendo sus faltas durante otro mes.

Ella no pedía nada a cambio pero aceptaba la voluntad. Corrió el rumor de que había amasado una fortuna y que, de tanto en tanto, viajaba a la capital para repartir su riqueza entre los pobres y rezar en la catedral.

Era cierto que la señorita Paula, con sus ganancias en el bolso, tomaba el tren todos los primeros viernes de mes. Pero no acudía a la iglesia sino a la librería donde encargaba las novelas eróticas en braille que iluminaban sus sombríos ojos hasta la siguiente noche de luna llena.

 

30. LOCURA DE AMOR

Me prometió el cielo y la luna, mas yo insistía en pisar la tierra. Sus ojos, zarcos como el agua clara, penetraron en mí y desnudaron mi alma. Azorada, intenté cubrirme con ropajes de desprecio y perfumes de aires altivos. Mis cabellos le daban la espalda mecidos por vientos de timidez.

No se dio por vencido: rondó mi casa todas las mañanas; su mirada me seguía hasta la escuela. Por las tardes, me esperaba como centinela fiel del sauce llorón que presidía el jardín de mi morada.

Me juró amor eterno a la luz de una luna que, tras meses de acecho, embrujó mi inocencia. Aterida de frío y con necesidad de calor, le creí. Mientras Selene desaparecía entre las nubes del desconcierto, sus besos cubrieron mi cuerpo y mi mente soñó con alcanzar el cielo prometido.

Al día siguiente,  desapareció para no volver jamás, como aquella noche plena que nunca volví a vivir.

Pero yo me quedé llena de luna.

Para siempre.

Y soy feliz.

29. Nocturno en do menor

La pequeña temblaba bajo el velo de una noche inusitadamente oscura. Incapaz de proferir queja alguna que acompañase al vaho de sus labios, intentaba descifrar las maniobras que su padre realizaba conforme iba despojándola de la ropa, cubierta de una escarcha grisácea y crepitante. Ni siquiera el halo de luz nacido a sus pies lograba reconfortarla del frío que le roía las entrañas. Y mientras ella se anegaba en la confusión, su padre seguía afanándose en desprender del vientre de su hija la esquirla de esa luna baja, redonda y grande que había prometido alcanzarle.

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