Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

108. MIMETISMO (Beto Monte Ros)

A Gregorio, en el barrio lo llamábamos el insecto y no supo que lo era hasta que salió a explorar el mundo más allá de sus antenas. A la primera chica que conoció le provocó miedo, o quizá fue repugnancia. Entonces descubrió que su aspecto y un ambiente apropiado eran armas que podría utilizar a su favor. Poco a poco se adaptó al medio y para sobrevivir utilizó todos los recursos que el instinto le proveyó. Podía ser venenoso para sus enemigos más pequeños pero para atrapar a presas mayores era un experto en camuflaje; no estaba consciente de que, para los de su especie, la vida es breve, especialmente cuando se mueven entre la inmundicia. Tras batallar con los avatares de su vida logró escalar a un rincón en las alturas; donde creyó haber encontrado un buen refugio, solo tenía que cuidarse de algunos pájaros que volaban más arriba. Viviendo allí se sintió solitario y un día miró hacia abajo, fue cuando se dio cuenta que tendría que bajar, aunque sabía que, irremediablemente, sería devorado en el hormiguero.

107. EL INGENUO OBSERVADOR

Aunque el verde sea el más pequeño no deja de ser enorme. Los tres dragones se afanan en la contienda con una rabia pretérita que en el presente se desborda y magnifica. Las garras, que no son de atrezzo, van provocando sangrías que tiñen de ocaso un amanecer que pudo ser el preámbulo de un día cuanto menos plácido.

El negro, tal vez por unos reflejos defensivos ya disminuidos por la avanzada edad,  ha sido alcanzado gravemente y cae hacia las rocas con parte intestinal al aire. Y es así como la pelea queda solo entre dos.

El dorado intenta hacer prevalecer su mayor tamaño, pero la velocidad del verde escorándose repetidas veces a los lados de su cabeza acaba por dejarlo ciego con acertadas llamaradas. Espera temeroso el golpe definitivo, pero antes de que eso ocurra, el supuesto vencedor ya esta viendo dos dragones más que se aproximan por el profundo valle para que la batalla comience de nuevo.

Juan está en su tiempo de descanso; un café en la mano; la mirada perdida, y el cuerpo inmóvil. Al acercarse un compañero, él le regala una sonrisa forzada antes de escuchar la consabida frase: ¿Que tal “Hombre tranquilo”?

 

 

106. ODILE, Baja California Sur, México. 15/10/2014 (María Ordóñez)

Después de la batalla, todo estaba desgarrado en las calles, el monte, el mar. Un gigante de miles de brazos y enormes dedos destructores, había asolado el paraíso.

Los habitantes salieron de sus escondites llorando de aflicción. Agudos y estruendosos silbidos les habían perforado los oídos. Las ramas y hojas que aquél monstruo arrancó de los árboles, los dejaron casi ciegos. El agua que escupía por sus fauces, se metió en sus casas y arrasó con parte de sus vidas. Parecía no haber futuro cuando amaneció.

Aunque Abel, el bendecido, sabía que no había de preocuparse, sus daños serían reparados y su hacienda restablecida. Como siempre. Caín, por el contrario, sabía que tendría que salir a recoger los mendrugos que dejaría caer su hermano, para levantar su choza y seguir sobreviviendo. En la miseria. Como siempre.

Dios no estaba o tal vez sí, tapando los ojos a la señora Justicia para que no viera ni lo malo, ni lo bueno. No como todos creían, que para que actuara en equidad. Y el monstruo regresaría, quizás no como ahora, cuál huracán, pero sí como siempre,  dando más a quién más tiene y quitando hasta los sueños a quien nunca tuvo nada.

105. LA FOTOGRAFÍA

Vino un verano  para trabajar en los campos  y quiso el destino que nos viéramos solo una vez.

Fue una noche de verbena, el último día de las fiestas grandes del pueblo.

Estuvimos juntos y después se marchó por donde había venido con la promesa de escribirme.

<<Palabras al viento>> pensé al verlo alejarse por el camino mientras me mandaba un beso con la mano.

Pero me equivocaba,  a la semana siguiente recibí sus primeros versos de amor.  Yo,  por supuesto,  le correspondí enviándole una fotografía mía.  Así comenzó nuestra relación e intercambiando cartas y sentimientos fue como  nos enamoramos y convenimos en casarnos.

Pero el inicio de la  guerra nos cogió a todos por sorpresa  truncando nuestros planes cuando lo reclutaron.

A su regreso,  salí a su encuentro corriendo,  pero me quedé paralizada sin reconocer al hombre abatido y con la cabeza vendada que tenía enfrente.

—La guerra nos cambia a todos —dijo sacando mi propia fotografía  desgastada y manchada de sangre  del  bolsillo de su chaqueta  para mostrármela.

La verdadera batalla, la que enfrenta a mi razón contra mi corazón,  comenzó  cuando achacado por el Alzheimer, se empeñó  en que no lo  llamara Ignacio sino Antonio.

 

104. CONDECORACIONES (Paloma Hidalgo)

La Cruz del mérito te la impongo por la habilidad demostrada en innumerables ocasiones para encontrar la manera de traer dinero a casa.
Ésta, al Valor, te la concedo por la enorme cantidad de años que llevas a mi lado queriéndome, y demostrándomelo.
La de los Servicios Distinguidos la lucirás en el pecho por las misiones cumplidas con éxito en el ejercicio de la crianza de nuestros hijos.
Una Estrella de plata, porque de oro no he encontrado, y una Cruz Victoria, que creo que se la otorgan a los que luchan contra el enemigo poniendo su vida en riesgo, de parte de tus suegros.
Pero te pongas como te pongas, lo que no estoy dispuesta a aceptar es que tú me cuelgues otro Corazón Púrpura. Vas a tener que prometerme que vas a cuidarte, que se acabaron la vida sedentaria y ese medio paquete de cigarrillos que te fumas a escondidas; porque cuando te repongas de este infarto, soldado, te quiero conmigo en la trinchera.

103. VIAJE AL PASADO

Invades mis sueños sin pedirme permiso, ¡¡¡me revienta!!!.

Observo a través de los cristales del ventanal y veo mi calle punteada de coches y autobuses que resbalan y desaparecen entre callejones, te busco entre la gente con la esperanza de no encontrarte.

Siempre a la misma hora la sombra del miedo se cuela por debajo de mi puerta sin anunciarse y se instala a mi alrededor.

Tras la batalla que libro contra mis sentimientos en la que lucho como en las batallas de la Edad Media con coraza y espada, no logro vencer a mi adversario.

Mis palabras chocan contra las tuyas sin entenderse, parece que bailan al son de los floretes en un cuerpo a cuerpo de esgrima donde los tiradores no se dan por vencidos.

Guardemos el pasado en una maleta y dejemos que ruede,  que viaje sin rumbo fijo y sin billete de vuelta, se pierda y no vuelva.

102. BATALLA DIFÍCIL DE OLVIDAR (Ana Tomás García)

«…No me quedó otra que sonreír tras los portales con una mueca pícara de rojo carmín en los labios, amargos de desesperación. Levantarme la falda de mala manera y mostrar mis piernas ligadas a unas medias remendadas en las que nadie iba a reparar porque la urgencia era otra y esos pequeños detalles de pequeña dignidad sólo los conocía yo. Dejar a la prole dormida cada noche, buscar excusas durante el día, esconderme siempre para no ser reconocida a pesar de ser la puta por todos requerida.

No me quedó otra que perderme por las callejas inmundas durante aquellos duros y tristes años de la guerra en los que me vi sola para dar de comer a mis hijos y venderme como un mísero trapo con el que limpiarse las inmundicias por unas pocas perras, un trozo de pan o un puñado de lentejas…»

 

-No se mortifique más, madre. Aquello pasó y gracias a usted crecimos y nos fue bien. Nos vinimos a esta casita frente al mar, lejos de todo y de todos, donde los únicos murmullos son de las olas que rompen en la soledad de la playa.

-Lo sé… Pero es que hay batallas difíciles de olvidar.

101. GUERRA ACABA NUNCA

 

Esa noche la tropa cenó papilla de trigo sarraceno con manteca, como cada lunes desde hacía ocho años. Después jugaron a los naipes entre blasfemias y humo. Johnny y Carl bebían aguardiente en su esquina y discutían sobre automóviles. Taylor sugirió bajar al burdel del pueblo y Larry se calzó jubiloso las botas para acompañarle. El teniente Gilbert se afeitaba con su machete oxidado, mientras que Andy y Greg escribían notas a sus amantes en el reverso de la caja de cigarrillos.

La guerra había concluido hacía mucho tiempo. Sin embargo, en cuanto saliese el sol, aquellos soldados volverían a arrastrarse heroicamente sobre el barro y los rastrojos para apoderarse, una vez más, de las trincheras desiertas del enemigo.

100. ALMOGAVAR

Con la rodilla en tierra et apoyado en el ferro miro el cielo. Chove. Et el polvo de la contienda et la humedad fizo un barro sucio en mi rostro, en mis ropas. Et todo es acabado. Tengo el corpo cansado et el alma harta. Son muchos annos de hedat  et aquesto  ya anuncia el fin de las luchas venderas. Al final non hay victoria  Et mi crehador non tiene misericordia.

Non hay honra. Non hay amor. Hay sed…

Mi pecho busca aliento et el entendimiento vuela.

Et no hay más regno que el propio. Et la batalla es vita et es caminnar por el borde del abismo et elegir entre inferno et  locura.  Non hay santos. Non es posible la tranquilidat de paz et tornar la tempestad en prosperidat. Eso es sueño.

Poniéndole la mano en el hombro y dibujando media sonrisa dijo:

-¿Qué tal estás Manuel?  ¿Bien? Anda, vete a casa y descansa que mañana será otro día y seguro que tendrás más suerte.

Por mucha conpannya siempre se está sólo en la muert. Et mi único deseo es que los corvos esperen a que el alma abandone mi corpo antes de devorarme los ojos.

99. Batalla ganada

Suñer se retrasó dos horas en relevarme de la guardia y, al verlo, solo se me ocurrió abrazarlo. Llegó descompuesto, hundido y sin fusil. En mis hombros recordó a su madre, a Paquita, los sueños que no cumpliría. Se preguntaba por qué luchábamos, contra quién, cuándo acabaría este infierno. Llorando, no supe qué contestarle. Entonces turbado, me empujó. Me asestó un puñetazo. Se despojó del uniforme y salió de las trincheras. Desnudo, corrió por el valle sitiado, con los brazos extendidos. Había decidido que una bala, daba igual de qué bando, acabase con su angustia. Pero no se escucharon tiros, yo mismo incumplí mi deber, y las ordenes de abatirlo pronto se diluyeron entre los vítores de las tropas. De la otra parte aparecieron soldados con la misma guisa que Suñer. De la nuestra tanto de lo mismo. De repente, todos volvimos a ser hermanos, a abrazarnos, a respirar libertad. En un momento, el valle se inundó de hombres vivos, llenos de futuro, compartiendo su felicidad, hasta que aparecieron los bombarderos. Silencio. Desde aquella tarde, los dos ejércitos, juntos, descansamos en paz.

98. Batallas sin luchar (Reyes Alejano)

Más allá del cristal cae una lluvia mansa recordando la estación. Más acá, Julia lee las páginas gastadas del diario, bebe una copa de vino, llueve lágrimas . Entre las hojas de caligrafía siempre infantil de su madre, aparecen garabateadas las batallas de un rato, las de un día, las batallas de meses, y las que duraron años. Pero no se atisba su principal batalla. Porque no la libró. La que le debía haber ayudado a luchar contra las convenciones y ser ella misma. Madre murió con la energía intacta y con la frustración sin desplegar  de  no haber hecho casi nada de lo que realmente deseó.

97. Los caídos

Sentados como estatuas, llevaban rato esperando. Sabían mucho, a pesar de lo poco que les habían contado. Y aunque la puerta estaba cerrada, los gritos se oían con claridad. Ambos se miraban, pero no se atrevían a hablar. En los últimos meses, cada vez que el problema surgía, a Javier le picaban los ojos, y a Martin, el nudo en el estómago le hacía correr a vomitar. El resto del tiempo ni lo mencionaban para no provocar, y así habían llegado hasta hoy. “Miraflores y asociados”, reza el letrero dorado de la puerta por la que salieron, primero su padre, dando un tremendo portazo y después su madre, enjugándose las lágrimas en el hombro de un señor con pinta de abogado.

Allí seguían sentados un rato después, cuando Martin susurró a su hermano, “se olvidaron de nosotros”.

 

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