Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

3. LA FIESTA (JAMS)

Aunque la romería se repita cada diez de agosto, la tradición señala celebrar el Martirio solo cuando la luna llena coincide con la noche de San Lorenzo. Suben de todo el valle. El lugar siempre es el mismo, la ermita del santo en la Braña de la Lumbre; un claro amplio y llano en medio de un monte de viejos castaños. En un extremo se delimita un espacio con cuatro postes que soportan guirnaldas, luces de colores y banderolas de países desconocidos.

Debajo se instala un escenario pequeño, con un toldo de lona verde, en el que se aprietan tres músicos. Están tocando un pasodoble instrumental que reconocería cualquiera. Nadie les escucha. En la pradera solo hay una docena de niños dándole patadas a un balón. Los demás están en el otro extremo; aplauden y jalean frente al atrio de la ermita, congregados en torno a la hoguera.

Gabriel desciende por la pista con su todoterreno. Llega tarde. Viene reprochando a su mujer que le haya entretenido con una estúpida oveja recién parida.

-Espero que aguante vivo más que el último -le dice. Baja la ventanilla, mujer, y escucha. Chilla como un cerdo el muy cabrón…

 

2. «Resacas» (Luis San José)

Crucé la carretera y bajé por un angosto sendero que llevaba hasta la cala que tantas veces había sido testigo de nuestras caricias. A la mitad del camino ya no se veían las ruinas del hotel. Me detuve en la misma piedra que había sido confidente de mi locura, donde retorcí el cigarro que utilicé para intentar borrar mi desesperación y mi ruina. Las olas reventaban en mis oídos reproduciendo los gritos de varios años atrás mientras la luna prolongaba su lujuria hasta el horizonte. Era la misma luna enorme y completa que quiso rivalizar en esplendor con las llamas del hotel, la que presenció impávida cómo se retorcían sus paredes y mi esperanza.

– Necesito respirar –me dijiste.

Eran tus ganas de vivir. Fue la carretera, sierpe silenciosa, quien te arrastró mucho más allá de los árboles, lo sé.

Llegué hasta la playa. La resaca se había llevado, inmisericorde, tu nombre, tus pisadas y la ilusión que guardada en aquel castillo de arena. Como entonces, vacié cientos de botellas en el agua. Me tumbé en la orilla con la boca muy abierta y me tragué todas las olas, esperando que otra resaca me devolviera tu nombre y tus pisadas.

129. La flor de los Monegros

No sabe porqué pero se ha despertado. Un par de vueltas más en la cama pero ya no puede dormir.  Se acerca a la ventana.  El mismo paisaje de siempre le da los buenos días.  Los camiones cruzan el desierto incansablemente, como una serpiente que zigzaguea en medio de la nada.  Abajo, en el bar, suena un bolero de los Panchos. Si tú me dices ven, lo dejo todo. A Lupe siempre le gustaron y hubo un tiempo en el que los bailaba con un empresario de Barcelona que prometió llevarla algún día con él. Ahora ya no lo espera. Sus ojos se cansaron de escudriñar el horizonte amarillo en busca de aquel Mercedes blanco que vendría a rescatarla.  El tiempo ha pasado y ella sigue allí, en ese viejo hotel de carretera donde ya no vende su cuerpo por dinero, sino su alma por conocer el mar.  Cada noche se reúne con el diablo y pactan nuevas condiciones, aunque de momento sigue allí, y mientras llegan a algún acuerdo, continúa marchitándose un poco más cada día, como una flor en un jarrón sin agua.

128. Nunca pasa nada en la 201

El cadáver espera paciente a que lleguen los operarios de la funeraria con el ataúd de pino que le correspondía según el contrato formalizado, muchos años atrás, con la compañía aseguradora de decesos. La rubia suplica a la policía para que le dejen irse y alega que ella nada tiene que ver con la muerte de aquel hombre, que es una honrada profesional de la prostitución que se dedica a hacer su trabajo lo mejor que puede, que cada vez era más difícil llevarse un sueldo digno a casa y encima hay que descontar la comisión del hotel y lo que se lleva su chulo. Que cuando el cliente le dijo el número de la habitación, a ella ya le había dado muy mala espina porque corrían rumores acerca del mal fario que tenía el numerito dichoso. La recepcionista se santigua una y otra vez repitiendo que es un castigo divino por aceptar dinero marcado por el pecado y que nunca tendría que haber aceptado aquel trabajo. El forense dictamina que ha sido ataque cardiaco y el comisario ordena, otra vez contrariado, retirar el precinto que había decretado sobre la maldita habitación doscientos uno.

 

 

127. EL PRECIO

Los espero encerrado en mi mundo. Ellos ajenos a mí actúan, viven, sueñan. Van y vienen como olas o viento  y acaban desapareciendo entre murmullos y nostalgias. A veces me imagino si supieran, si conocieran mi presencia, cual sería su respuesta. Como taparían su desnudez, como bajarían la mirada, como sellarían sus voces. Tan solo tendría que abrir la boca, pronunciar un sonido, humano como el de ellos y todo cambiaría, pero temo el total aislamiento y la  soledad. Así pues me conformo con observarlos, participar en silencio de sus parcelas de vida y seguir por siempre, siendo el  hombre invisible en el que un día, por decisión propia, me convertí.

126. El artista de Viena

 

 

Con un paño de fieltro retira los restos de linaza; dos pasos atrás y observa el lienzo, ahora el magenta reluce igual que una perla irisada. Los ocres van surgiendo igual que dedos de sol, iluminan igual que el oro el cielo. Surge el porche, que embellece el portalón, a un lado y al otro dos sillones emergen con pinceladas sutiles, gotas ambarinas a su alrededor hacen que adquieran la apariencia de dos hermosas vestales; ahora toma en su mano la brocha mas gruesa, y un arco inmenso se refleja encima del tejado, las estrellas adquieren la viveza de los ojos de los niños, de los mismísimos ángeles…, la satisfacción que le produce terminar la obra provoca un inmenso suspiro de alivio, vuelve a sonreír. El hotel de carretera había acaparado casi todo el lienzo; más bien un bello parterre de lirios en el Olimpo pareciera, volvió a sonreír.

125. EL AZAR JUEGA MALAS PASADAS (Miguel Ángel Pegarz)

El Inspector Garret entra en la habitación del hotel de mala muerte con gesto asqueado, esquivando a los periodistas y a los de científica.

La víctima presenta un punzón clavado entre la tercera y quinta vértebras cervicales, con inserción limpia. Los brazos cuelgan a los lados y la cara yace sobre la mesa escritorio de la habitación. Esa contusión y los brazos sueltos constituyen la única variación del modus operandi de las cinco víctimas anteriores. Lleva ya tres meses buscando pruebas al límite de la desesperación, sin frutos.

Sobre la mesa una guía telefónica, con un número marcado en fluorescente. El inspector la hojea y comprueba que hay marcado algún número más. Toma su teléfono móvil y marca el de la página por la que hallaron abierta la guía. La voz del contestador dice llamarse como reza la documentación de la última víctima.

124. Antítesis de una princesa

– Sal del coche, toma doscientos euros y buena suerte, muñeca.  
Falda rayando la indecencia, tacones imposibles, labios rojos como cerezas, en una calle no precisamente cualquiera. Un soplido al oído:
– Vente conmigo, muñeca.
Un par de portazos. Luces por todas partes. Risas distorsionadas por la lejanía y una canción de los 80, mientras el llanto del asiento de atrás se acelera como el latir de un gato enjaulado. Él la mira. Ella rehúsa. Parada en seco, como un azote que le hace temblar por lo venidero.
¿Y mañana qué, muñeca?
«Me largó con doscientos al pié de un hotel de carretera»

 

 

123. El primate

Me obligó a parar en un motel de carretera y esperó en el coche mientras yo pagaba en la recepción. Siempre hacía lo mismo. Una vez a solas, recorrimos en silencio el pasillo que conducía hasta la habitación. El parpadeo de las bombillas indicaba que el establecimiento no tenía personal de mantenimiento desde hacía tiempo, al igual que lo revelaron los numerosos desperfectos de la habitación. Pero el lugar era lo de menos, bastaba un espacio con cerradura, unos pocos minutos, una llama en la oscuridad y un gemido de placer. Aprovechando que yo estaba tirado semiconsciente en la cama, se deslizó hasta mis pies y empezó a comérselos lentamente, degustando la carne fresca con cada bocado. Al darme cuenta, y en un intento desesperado por escapar, me agarré a la cartera que había dejado en la mesilla, a las fotos de mi mujer y mi hija, que tiraron con fuerza de mi mano para que no fuera devorado por mi propia pesadilla. Intenté gritar, pero las palabras se estiraron en mi garganta hasta convertirse en un hilo negro que cosió para siempre mis labios.

122. El viajante

Me registré, como es pertinente, pagando con antelación. Balbucee un gracias y un hasta luego. Puede que nuestras miradas coincidieran un segundo, o tal vez no. La verdad, no lo recuerdo. Al tercer intento conseguí abrir la puerta. Encendí la tele de 12 pulgadas, justo a tiempo de impedir que ningún pensamiento me despertara del coma. No me dio tiempo ni a ponerme el pijama.

 

A eso de las 12 de la noche unos golpecillos tras la cabecera de la cama, que provenían de la habitación de al lado,  me despertaron. – Alguien ha pillado, pensé. Sonreí y haciendo acopio de fuerzas que ignoraba que tenía, conseguí desvestirme y lavarme los dientes, mecánicamente.

 

A las 6 de la madrugada el despertador interrumpió el letargo. Una ducha rápida y listo para funcionar. Detrás del mostrador dormías. Pensé en despertarte para despedirme. Me encogí de hombros y deje las llaves en el mostrador, sin hacer ruido.

Listo para empezar la jornada. Un día mas, un día más… un día más.. un día más…

121. Hotel California (Juanjo Montoliu)

Como si se tratara de una nueva plaga de insectos, aquel lunes insípido de febrero empezaron a aparecer los periodistas. Llegaban en pequeñas oleadas de dos o tres, en coches discretos, simulando ser turistas, pero todas las preguntas, tras pocos rodeos, acababan en el hotel y en algunos tipos, de nombres extraños, a los que nadie recordaba haber visto.

A partir de entonces, se sucedieron los rumores. Al principio, se decía que los individuos buscados aparecían registrados todos los años, durante la primera semana de febrero, desde 1976. Después, que entraron en el hotel por esas fechas, y que no se anotó ninguna de salida, por lo que es posible que sigan allí desde entonces.

Lo único cierto, lo que salió en todos los periódicos, es que en un lugar apartado del sótano, oculto por un falso tabique, encontraron una cripta con tres ataúdes vacíos y sus respectivas lápidas conteniendo los nombres de los extranjeros: Don Felder, Glen Frey y Don Henley, junto a un esqueleto de águila real del que se conservaban todas las plumas.

A raíz del suceso, el mediocre Hotel Bahía cambió su nombre y tiene el cartel de completo todos los días.

 

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