Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

71. EL VECINO DE AL LADO (Chus Pando)

Desde que perdió su pierna, el vecino me hace la vida imposible. Pone la música a todo volumen a las tres de la mañana, tan fuerte que las letras de Shakira retumban en mi suelo y paredes como si fuesen una pelota. Me roba las cartas del buzón, pinta penes en mi puerta y hasta ha llegado a orinarme el felpudo.

La verdad es que está insoportable. Me persigue por el rellano con su muleta y su pierna de metal mientras grita: ¡hija puta, tú, sí, sí, zorra! Me señala con su dedo índice amarillento por el tabaco mientras la frente y los pómulos se le llenan de granos que parecen a punto de explotar como volcanes. Creo que está a punto de perder la cabeza.

Esta mañana me ha visto en el portal y ha intentado asfixiarme con una bolsa de plástico del Mercadona. Por suerte, los vecinos han intervenido y la policía se lo ha llevado detenido.

Al entrar en casa, se me ha dibujado una sonrisa al sacar del cajón de la mesita un pequeño muñeco vudú de arcilla envuelto en tela roja y negra. Quizás hoy le arranque la otra pierna.

70. Depuración

El arzobispo andaba por la ciudad bendiciendo a todo el que encontraba a su paso. Frecuentaba las tabernas, era socio del equipo de fútbol y el fundador de la peña flamenca. Mientras la gente celebraba sus maneras campechanas, unos monjes que parecían sus guardaespaldas observaban a la muchedumbre bajo sus capuchas. Cada noche visitaban barrios dejados de la mano de Dios y atendían a los más necesitados. En el mejor de los casos rezaban con ellos el rosario y en el peor, limpiaban sus almas. A fin de mes presentaban pruebas de su labor sanadora al arzobispo y este, emocionado por las buenas nuevas, les pagaba religiosamente una cantidad convenida. Amante de la legalidad, les entregaba facturas con el IVA que correspondía a cada tarea resuelta para que pudieran deducirlas de los gastos de la declaración de la renta, siempre que marcaran la casilla de la iglesia. Aplicaba el 4% si hacían desaparecer a creyentes anónimos que dudaban de su fe. El 10% si liquidaban a ovejas descarriadas que comenzaban a convencer al resto del rebaño. Y el 21% cuando tiraban al río con una piedra atada al cuello a curas que incitaban a los feligreses a tener ideas propias.

69. HASTA EL FINAL (Chema Fernández Amigo)

Ni un solo reconocimiento. Todo reproches y quejas. Así ha transcurrido nuestra relación durante todos estos años de cuidados unidireccionales. El día de mi primera comunión ella fue la protagonista. En mi boda vistió de blanco, y desde que me casé siempre ha hecho referencia a la buena suerte que he tenido. Cuando nacieron mis hijas, hablaba de lo guapas que eran y ahora, de mayores, de lo buenas estudiantes que son; la vida me lo daba todo resuelto, ningún mérito para mí. A pesar de ello, he ido todos los días al hospital durante su enfermedad, no sé por qué, simplemente lo he hecho con el mismo patrón que ha imperado desde años. Le he dado de comer, ayudado a vestir, lavado, duchado y cambiado el pañal en esa fase de la vida en que la dignidad de los mayores se ve muy debilitada. Ahora no siento pena, no hay dolor, no llegan lágrimas a mis ojos. La veo, rodeada de flores, a través del cristal de la fría sala en la que sus amigos recuerdan lo buena que era. Mañana, cuando todo esto pasé, me sentiré huérfana.

68. Pequeñas cosas (Aurora Rapún Mombiela)

El corcho dejó una marca en el techo cuando chocó contra él. En cualquier otra ocasión, hubiera considerado una chabacanería agitar la botella como si fuera una coctelera, pero hay momentos en la vida en que uno puede hacer una excepción. Ni siquiera le gustaba el champán, pero el hecho de desperdiciar el Moët en ese momento era de por sí delicioso.

Estaba solo en su despacho. La mesa, como era habitual desde que le había sido arrebatado el último caso, lucía impoluta. Ni un papel. Solo el ordenador. La pantalla mostraba una tabla de clasificación. Su nombre estaba en el puesto 38, el del otro abogado defensor del bufete, en el 40. No necesitaba pregonarlo, ni cruzar el pasillo para asomarse a su puerta con una sonrisa burlona. Él era partidario de la discreción, de las cosas sencillas, de los pequeños detalles. De las diminutas satisfacciones cotidianas, como una carrera popular, como una palmada en la espalda a un compañero al rebasarlo en la línea de meta, como un simple mensaje de WhatsApp con un guiño simpático.  

67. In aeternum (Fuera de concurso)

La muerte es una vida vivida.

La vida es una muerte que viene.

(Jorge Luis Borges)

 

Está agotada, pero es una profesional y ejecuta sin descanso el trabajo encomendado. Por eso, nada más verla, verifica la lista y se lanza a por la joven. Sin embrago, la víctima ofrece feroz resistencia. Sorprendida, le pregunta:

—¿Por qué me rechazas? No temas, cierra los ojos y entrégame tu alma. Seré rápida. Tan solo pretendo yacer contigo. Ser tu descanso. Te prometo amor eterno, para toda la muerte.

— Uf, que mal karma desprendes, mi niña; hueles a perro muerto. Siento romperte el corazón, pero hoy elijo continuar mi camino. Es ley de vida, bonita. ¿Y tú? ¿Qué eliges?

— Ojalá tuviera elección. El infortunio quiso que tropezara con el primer difunto y me señalaran gritando: ¡Ha sido ella, la Parca! ¡Que ella se lo lleve! Alguien tenía que cargar con el muerto. Desde entonces arrastro esta guadaña.

—Ay, perdóname, se me fue el santo al cielo. Olvidaba que tu vida es un infierno.  Tú mueres porque no mueres; estás condenada a vivir eternamente, para todas las muertes.

66. La inconformista (Jesús Navarro Lahera)

A la mujer del vecino nuevo le han partido la cara, y la verdad es que se lo tenía bien merecido. Desde que llegaron hace un mes, no había parado de hacer cosas de lo más extrañas. Primero dijo que quería colocar macetas con flores en su balcón. Le avisé de que no se podía hacer eso, que iba en contra de las normas de la comunidad. Sin embargo, ella contestó que en primavera es bueno que haya colores alegres en la fachada y llenó de claveles su baranda.

Luego, con la excusa de que el del quinto va en silla de ruedas, propuso cambiar los escalones de la entrada por una rampa. Pero el remate fue cuando se empeñó en poner su nombre junto al de su marido en el buzón. Por más que le repetí que está prohibido que las mujeres figuren en cualquier sitio, ella hizo lo que le vino en gana.

Aunque lo más sorprendente fue lo que me dijo después. Antes de subir a su casa, me soltó el disparate de que nosotras somos iguales que los hombres. En fin, me pregunto de dónde habrá sacado esas ideas tan raras.

65. VÍCTIMAS Y VICTIMARIOS (Belén Sáenz – Fuera de concurso)

Nos convertimos en enemigos porque, de un tiempo a esta parte, los hombres han decidido que las guerras no tienen principio ni fin. Se superponen en capas, mutando en quistes. En tumores incurables.

Pero luego mataste a mi marido, a mis hijos, y, como rúbrica de vencedor, invadiste el piso superior de mi casa.

Los años malgastados y las heridas mal curadas han trabajado para dejarte a mi merced. Noche tras noche agudizo el oído para no perderme ni uno solo de tus ayes que destila el techo de mi habitación, intentando refrenar la náusea cuando te oigo pedir auxilio. Escucho tus pasos vacilantes en la penumbra del pasillo, el inevitable traspiés y la caída sobre el suelo de piedra, babas que se te deslizan por las comisuras y gotean hasta formar un charco. Plic, plic, plic.

Me incorporo en la cama. Aparto la colcha para sentir mejor el frío que deseo para ti como mil alfileres en tu piel vieja y soy capaz de pasar horas desgranando cada instante de tu sufrimiento hasta que, al alba, cedo el testigo a los fantasmas de mis muertos para que acudan a gritarte al oído nuestros nombres.

64. Dos miligramos

Nada es eterno, aunque note la inmensidad de tus pupilas al mirarte, y perciba que el tiempo se para como un velero en medio del ese azul profundo de aguas tranquilas que veo a través de esos dos ojos de buey colocados bajo tu frente. Se que algún día echarán la persiana y fluirán hacía otro lugar del universo.

Cuando llegue ese  momento, me quedaré roto, solo e incompleto. A pesar de que racionalmente me planteo la posibilidad, no consigo asimilar que un día me despierte por la mañana y no vaya a despertarte con un beso de bueno días, peinarte tu cabello cobre y rizado, acomodarte en tu silla, a pesar de mi artrosis, para darte el desayuno.

Hace tiempo se que la vida no es perfecta, pero tu presencia junto a mi, a pesar de la temprana partida de tu madre, siempre me ha reconfortado. Hoy he dado con la solución a mis todas mis preocupaciones. Es tan insignificante que sonreirás cuando te lo cuente. Llegará el momento de tu partida, y tomaré tu mano. En ese instante, vaciaré los dos miligramos de cianuro en mi boca, y juntos cruzaremos el camino a la inmensidad.

 

63. UN PECADO VENIAL

Sin hijos porque su exmarido no los quería, sin amigas porque a él no le gustaba que saliera y sin él porque la dejó hace ya algunos años, Carmela alivia su soledad ayudando a las monjitas en la residencia de ancianos. Le han asignado una tarea delicada que desempeña con esmero y en la que emplea todo el amor que hasta ahora no había podido gastar.

Cada día revuelve en el ropero en busca de una corbata fina, un pañuelo de seda o unos zapatos con puntera y con ellos acicala con ternura a los difuntos más necesitados y a los que no tienen a nadie que los quiera.

Hoy Carmela se ha confesado porque hay un pecado que no la deja dormir. Le cuenta al párroco, arrepentida, que hace días la vida le puso por delante al que fuera su marido y no solo se alegró, sino que lo mandó para el otro mundo con unas braguitas rosa con puntillas. Don Víctor le ha impuesto un padrenuestro por alegrarse y un avemaría por las braguitas.

62. Erección (Josep Maria Arnau)

Matilde lo observa sin pestañear desde la silla de ruedas. Después de meses sin visitarla, él ha entrado en la sala con el brazo escayolado. Las saluda y le explica a sor Angélica que se lo fracturó hace cuatro semanas al resbalarse en la cocina. Matilde esconde su risa detrás de una mueca. ¡Sigue siendo un torpe! Es la primera alegría que le da desde que la encerró en el geriátrico. Pero no es suficiente, hoy tampoco piensa reconocerle.

—¿Quién es este señor?

—Es Pedro, tu hijo. Ha venido a visitarte —le dice sor Angélica.

Matilde saca un pañuelo para taparse la nariz y la boca. Sonríe a escondidas y finge una tos.

—Si solo dices esto, dejará de venir —insiste sor Angélica.

—¿Quién es este señor?

—Así estamos, Pedro. Cabezota, como la última vez.

Después de algunos intentos más, Pedro y sor Angélica claudican. Antes de que la devuelvan a su habitación, Matilde repite la operación del pañuelo. Luego pone las manos debajo de la mantita que cubre su regazo. Nadie se fija en el montículo que aparece, el dedo medio de su mano derecha está en erección.

61. Prohibido dar de comer a los animales

Cuando mis padres se casaron, no existían carreteras que atravesasen el bosque. Por eso decidieron formar su hogar en este confín. Nosotros fuimos llegando a la vez que los animales. Crearon una familia y el zoo con igual cariño y pasión. Mientras tanto, una lengua áspera de asfalto lijaba cada día la naturaleza hasta alcanzarnos. Hoy apareció al volante de su coche. “Debe de llevar más de veinte zorros encima”, dijo padre en cuanto ella salió envuelta en su abrigo de pieles. La dueña del bosque —así se presentó—, de nuestro bosque, venía a anunciarnos la próxima construcción de un campo de golf. “¿Y las fieras?”, preguntó madre. Ni contestó. Solo arrugó la nariz con asco al descubrir al tití sobre el hombro de mi hermano. Al monito no le agradó su menosprecio y, de un salto, le arrancó el collar de perlas que lucía en el cuello. Ella gritó pidiendo ayuda. Como todos permanecimos inmóviles, corrió tras él adentrándose en un laberinto de galerías que conducía al recinto de los leones. Madre nos ha enseñado a no alegrarnos por el mal ajeno, pero las hienas ya lo están festejando.

60. Elementos

La noticia llegó al palacio a la hora de la taza de agua caliente (el té tardaría algunos años más) y la reina Isabel ahogó una risita malévola. La Grande y Felicísima Armada había fracasado. Quizá para evitar mostrar sus emociones delante de sus súbditos, decidió abandonar el salón del trono y salir a pasear al jardín. Las gotas de lluvia londinense acariciaban su níveo rostro, ahora sí, exultante. Su cabeza regia ya planificaba la formación de una poderosa contra armada. ¿Y pensar que nuestro archienemigo Felipe pidió mi mano? recordó. Y dominada por un ataque de risa, no reparó en el coqueto estanque que se abría a sus pies.

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