Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

03. ARTISTAS (Ángel Saiz Mora)

Aprovechó la ausencia para penetrar en aquel ecosistema al que tenía prohibido el acceso, temerosa de que ella pudiese aparecer en cualquier momento, dado lo imprevisible de sus horarios.

La mujer esquivó un sándwich mordisqueado. Era imposible no pisotear la ropa que enmoquetaba el suelo. Se sentía vigilada por peluches oscurecidos de polvo, aunque allí, lo que reinaba, era una jauría de hormonas.

Trataba de comprender ese dormitorio vandalizado al evocar su propia adolescencia rebelde, también por los genes del padre de la muchacha, un pintor cuyo estudio era puro desorden, poco afable en el trato, pero que siempre demostró cariño sincero con hermosos gestos. Le echaba mucho de menos.

Su expedición rozaba el fracaso, sin indicios sobre por qué su hija se había dedicado a observarla atentamente durante las últimas semanas. Un papel sobre la colcha le mostró los mismos ojos expresivos que veía en los espejos, la sonrisa tierna con asomo de arrugas. Un derroche de realismo y talento.

Logró salir de la habitación anárquica, donde también anidaba la brillantez. Dejaría sus emociones para mañana, cuando, con toda probabilidad, por su cumpleaños, la joven le entregase el soberbio retrato para el que había posado sin saberlo.

02. El naturalista (fuera de concurso)

Lo que a su familia le horrorizaba a mí me resultaba fascinante.  Los secretos que escondía Míriam en su cabeza solo eran otro más de sus encantos. De lejos parecía un ser adorable,  un hada sacada de un cuento.  De cerca, unos peligrosos ojos verdes  y unos perfectos dientecillos blancos advertían a cualquiera que se abstuviese de tocarla. Me encantaba observar sus juegos infantiles, a cierta distancia, cuaderno en mano. Nunca me decepcionaba.

A veces era una ardilla, otras un ratoncito, un ruiseñor, una pareja de mirlos, una mariposa que había completado su metamorfosis o una lagartija azul. La fauna que escapaba de aquella maraña salvaje e indómita que era su melena, sin que ella apenas pestañeara, era infinita.  E, invariablemente, un atávico instinto depredador la empujaba a perseguirla y cazarla para después llevar su presa, como un trofeo, a los pies de su madre y deleitarse  escuchando sus arcadas.

01. DESLUMBRADOS

La erupción ininterrumpida del Hulubelu en los últimos días había convertido el suceso en un espectáculo grandioso que atrajo la navegación cercana de los cruceros que atravesaban el Pacífico. La fumarola y la luminosidad de su ignición eran tan espléndidos que horas después, en la bahía de la isla más cercana al cráter, habían fondeado varios trasatlánticos con miles de turistas. El escenario era perfecto, y en todos los buques se proponían veladas con el privilegiado acontecimiento de fondo: las fantasías pirotécnicas en la proa del Princess Victoria, conciertos intimistas con el fulgor del magma en el Ivernia, acróbatas y malabares de fuego en el café de la cubierta del Vulcania, coreografías con antorchas bajo las estrellas de la inmensa terraza del Nieuw Amsterdam…

A las pocas horas, finalizada la fase de actividad volcánica más intensa, cuando las últimas estelas de los buques se perdían en el horizonte, otra vez se frustraban las exiguas esperanzas de los habitantes de la isla que, un día más, desde la playa cercana, seguían gritando y haciendo señales para que los rescatasen.

91. Sentimiento por un simple pavimento

Odio la moqueta, ese perfecto nido de ácaros y polvo. La odio con todo el desprecio del mundo por muy calentita que sea… que sí, que sí, que es magnífica cuando hace frío y su tacto cálido acaricia los pies, ya lo sé, pero es que cada vez que paso la aspiradora recuerdo aquel suelo de gres, impoluto después de limpiarlo, de superficie absolutamente firme y lisa, que no levanta una nube invisible de gérmenes cuando se camina sobre él… y me da, ya ves tú, una nostalgia, una tristeza tan tonta, una pesadumbre… con lo grácil que es pasar una mopa… es como bailar, deslizándola con suavidad, trazando los pasos al ritmo del tempo que más convenga… díselo tú a la aspiradora, ese monstruo del que hay que tirar para que se desplace, que va quejándose todo el rato con un rugido ensordecedor… aquella solería tan lejana, de la que no veo ni rastro desde hace tanto tiempo… en fin, que unos echan de menos a la familia, a la morcilla de Burgos o a las fiestas del pueblo, y yo, tan dramática, peno por un simple suelo de cerámica.

90. NIDO VACÍO

Todavía prefiero mantener cerrado tu dormitorio. Así puedo imaginarme que continuas aquí y que dentro todo sigue como antes. Si me concentro, puedo escuchar a través de la puerta tus sueños agitados por no querer dormir sola cuando eras pequeña, las risas hablando con alguna amiga o el desorden extraordinario de tu adolescencia protestando por cualquier tontería.

Desde hace semanas intento convencerme para sacarle provecho: podría tener un vestidor de los de las revistas, un despacho para no tener que trabajar en la mesa de la cocina o el estudio de pintura con el que siempre soñé.

A veces casi lo consigo, entro decidida a arrasar con todo de una vez pero a la hora de la verdad no tengo valor. Me tumbo en tu cama y cierro los ojos para empaparme con los recuerdos que encierran las cuatro paredes. Y cuando ya no puedo soportar el pellizco que me encoje el alma, marco tu número con ese prefijo al que aún no me he acostumbrado. Para prometerte una vez más que estoy feliz de que tú lo seas a miles de kilómetros de casa.

 

89. Mudanza

Desde que tuvo conciencia, el viaje de ida y vuelta había transcurrido de la misma manera y, en aquella tarde melancólica, una tristeza suave la llevó hasta la playa. ¿Se puede tener nostalgia de un lugar en el que nunca se ha estado? Se asentó en la arena. Añoraba el olor del mar, el sonido del agua, el suave balanceo de las olas y anclada a la tierra percibía, poderosamente, la llamada del horizonte. Tan poderosamente que se levantó de un salto y, como en un trance, se adentró en el agua. Escuchó la llamada y supo hacia dónde dirigirse mientras su cuerpo se estiraba, ubicuo y múltiple. En el atardecer, en la playa, un caparazón yacía en la orilla abandonada por la marea.

88. Lo que me quedaba

Si yo pudiera expresarme, y en caso de que lo hiciera sirviera para algo, intentaría que no me traquetearan tanto para meterme con esa maldita grúa de hierro en la calentuza piscina. Qué sí, qué ya sé porque lo hacen. Pero a mí me vienen los recuerdos de la alberca del pueblo y su agua fresca. Y me veo allí de niña hasta bien madura.

De niña, a lo loco, como si el mundo no tuviera nada mejor y se acabara en mi horizonte. De jovenzuela, ya se sabe, el primer beso subacuático y demás maravillas.

Ya en época de madurez, recuerdo como me tumbaba siempre en el mismo espacio de hierba para secarme al sol. Sabía que él habitaba debajo y que después me acercaría a dejarle unas flores a mi Laura mientras le contaba otra vez como lo hice; con la seguridad de que nunca se cansaba de escucharlo.

87. El espejo

Después de dar las buenas noches a sus padres, una vez que han apagado la tele, la adolescente entra en su habitación para irse a dormir. Es el momento del día que más teme, cuando no se escucha ningún ruido en la casa, y por eso cierra los ojos mientras se va desnudando, hasta que se queda en ropa interior, y así, indefensa y vulnerable, de pie, sin que pueda evitarlo, incapaz de mantener su promesa de no abrirlos, una mirada furtiva rompe el equilibrio que tantas horas le ha costado conservar. Entonces siente el asco y las lágrimas que otras noches de rabia e impotencia también la acompañan, y suplica entre susurros y sollozos, como una monótona letanía, que se vaya, por favor, que se vaya, porque cada mañana su voluntad es más débil, porque no quiere ser así, porque recuerda y echa de menos a la que era hace apenas un año, un mes, una semana. Y antes de ver cómo la imagen de su cuerpo empiece a desbordar los límites del espejo donde se refleja, corre hasta el cuarto de baño para vomitar la única comida que se ha permitido hoy, esa manzana devorada compulsivamente a mediodía.

86. Llueve junto al mar

Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve. Corre los visillos de la ventana y piensa que le gustaría que la lluvia fuese real y no estuviera encerrada en los versos de una canción. La lluvia siempre es bonita junto al mar. Se gira con lentitud y disfruta de los pasos que la llevan hasta el equipo de música y, cuando está a punto de apagarlo, mira la foto que está encima del aparador. Entonces espera un instante a que termine la canción. Se acerca hasta el mueble atraída por la fotografía, en la que los dos están alegres, con una sonrisa luminosa. Siempre le gustó el marco, tan suave, tan sugerente, y se queda mirándola, en una pausa infinita.  Llueve. Detrás de los cristales llueve y llueve, sobre los chopos medio deshojados… La canción termina y ella vuelve de su ensimismamiento. Coloca la foto boca abajo, apaga el equipo de música y se prepara para salir a dar un largo paseo por la playa. Lo que todavía no ha decidido es si se llevará la foto para llorar abrazada a ella junto al mar.

85. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

Estaba acabando de vaciar el viejo armario, pues mañana nos traerán el  nuevo, y me he abstraído. Mi mente navega por las etapas vividas. Algunas, a veces, te parece que duran mucho, y quieres avanzar y que vayan más rápido. Pero al final pasan como un soplo, y no vuelven. Su adolescencia me hace echar de menos otros tiempos, cuando los padres éramos los héroes (“¡Mamá, dame un besito!”) y no los villanos (“¡Ya te he dicho que recogeré la habitación luego!”).

En el fondo del últmo estante aparecen los circuitos de bolas. Me asoma una sonrisa inevitable al recordarnos montándolos sobre la alfombra. Y me pregunto por qué no jugamos más con ellos, al descubrir una caja con piezas de colores sin estrenar.

Suena el telefóno y me devuelve al presente.

–Mamá, ¿me puedes venir a buscar más tarde? Se han añadido ahora dos amigas y lo alargaremos un poco. Si te va mal se lo pediré al padre de…

–Claro que sí, cariño. Llegaré alrededor de las nueve.

Lo que sea por seguir formando parte de su vida. Aunque en esta etapa toque hacer de chófer.

84. SI PUDIERA ESCRIBIR

No puedo poner voz a mis pensamientos; puedo emocionarme pero nada sale de mi garganta silenciada por el Alzheimer. A veces, ni siquiera puedo saber quién es esa que me abraza y sonríe. Mis piernas están varadas, ancladas al suelo, incapaces de estirarse del todo y dar un paso; mi cuerpo no se sujeta apenas. Y mi mente divaga y sueña con lo vivido, mientras dormito durante más horas que la noche.

Ella (no recuerdo su nombre pero siento que me quiere) sabe que me gustan el aire de la calle, los coloridos jardines y la esbeltez de los árboles del parque. Me lleva allí y yo sólo miro. Me encanta oír los gritos de los niños, sus llantos a veces, sus carreras a ninguna parte. Ellos, como yo, aún no tienen recuerdos o son muy escasos. Por eso nadie les frena en su loca carrera por la vida.

Como en una película, aparece ante mí una niña de ojos melancólicos que me besa y me llama mamá. Otras veces, he visto la misma niña llamándome abuela».

No sé quiénes son. No sé quién soy. Pero me hacen sentir feliz.

83. Desposa-dos

La señorita Virtudes era una mocita vieja muy apañada, ayudaba a vecinos necesitados, organizaba procesiones y otros actos religiosos. El cura le llamaba “la Santa”, volvía los ojos al cielo mientras recordaba como había adornado la iglesia el día del corpus, parecía el mismísimo cielo, y por cuatro pesetas.

Para ella los elogios resbalaban por su espíritu cayendo en el suelo embarrado de las relaciones sociales. Sentía que Cristo era su esposo y como tal debía imitarlo.

Pero cuando entraba en su casa se transmutaba: se desprendía de las ropas monjiles y ponía la radio en una emisora de música ligera. Luego en la sacro santa intimidad del dormitorio se unía a su otro dueño y señor. En un altarcito dispuesto sobre la cómoda destacaba una foto de un hombre maduro, capitán del ejército enemigo al que sus padres, en plena guerra, debieron acoger durante varios días. Al lado, un relicario de filigrana contenía pelillos cortos y rizados propiedad del idolatrado. La mujer alejaba de si contrariedades de ideas pecaminosas y creía que formaba parte de una trinidad, ella era la paloma.

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