Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
2
5
horas
2
2
minutos
0
5
Segundos
2
6
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

49. Amanda

Mis queridos progenitores —Enrique y Leonor— pronto descubrieron el origen de mis terrores y supieron defenderme. Fui un niño feliz. En nuestro domicilio, desde siempre,  un único libro: “El secuestro”, de Perec. Imposible leer otro diferente. No tengo enemigos sino buenos conocidos como Ernesto, Pedro y Luis. Ellos, por supuesto, me comprenden. Ejerzo un empleo digno, con sueldo estupendo y sin jefes opresores. Un mundo perfecto. Pero Cupido erró en su elección y todo se desmoronó. Fueron sus ojos verde olivo. En el momento en que los contemplé, perdí el sentido. Pensé sustituir “cielo” por su nombre como solución. En principio funcionó. Convivimos en mi piso y tuvimos dos hijos preciosos: Víctor y Sergio. Pero el júbilo duró poco. Se empeñó en que dijese su nombre. Riéndose de este “miedo estúpido”. Lo intenté. Un sudor frío desbordó mi frente. El cuerpo, en erupción, tembló. Incluso, cubrí el suelo de vómitos. Entonces, cruel, me contó su decisión: irse con los chiquillos por mi tozudez. No tuve otro remedio. Mi “cielo” o yo. “Di mi nombre”, fue lo último que dijo. Con un tiro certero, fue suficiente.

48. PUNTO DEL REVÉS (Belén Sáenz)

Veo el jersey nada más abrir los ojos porque Madre lo ha dejado colgado de una percha frente a mi cama. Es inmenso el horror que me producen, desde que era un bebé, las prendas que teje para mí con motivo de mis cumpleaños. Nada de lana, perlé o algodón, solo acrílico o fibras de la peor calidad… Los puntos retorcidos y mal rematados son gusanos que me reptan por la piel, y alentados por el sudor frío que me cubre el cuerpo, crecen y crecen hasta convertirse en serpientes que son sogas y quieren estrangularme. Y el color de cereza podrida me hace apretar las uñas hasta clavármelas en las palmas.

Incluso ahora que soy adulta, paso las horas escondida procurando hacer el mínimo movimiento, rechinando los dientes y mordiéndome los puños para no gritar mientras oigo cómo entrechocan entre sí las agujas metálicas, y crujen y chirrían los hilos. Pienso en sus dedos secos y blancos como si se me presentara la imagen de la Parca. En los pellejos enredándose en las hilachas. Y en el leve olor a orina que nunca se desvanece después de que la labor haya permanecido horas y horas sobre su regazo.

47. EN BUSCA DE LA FORTUNA (VALDESUEI)

Cuanto más consciente era de la miseria de su familia, más fobia le tenía a la pobreza. Pero sólo a la propia…

Para conciliar el sueño y apaciguar el hambre, sobre el camastro en el que fraternalmente se alternaban cabezas y pies, se imaginaba en elegantes restaurantes degustando olorosos quesos franceses.

Estaba convencido de que había nacido millonario y de que sólo le faltaba el dinero.

Todos los días echaba la lotería, mirando con odio a los otros jugadores por pretender robarle su fortuna.

Siendo anciano, confesó que también había probado suerte como atracador. Su primer golpe iba a ser en un estanco. Salió de casa armado con cuchillo y embozo, pero debió olvidar el valor sobre la mesilla. El estanquero, robusto como un olivo, pensó que el nerviosismo del cliente era por la falta de nicotina y le hizo fumar varios cigarrillos.

Desde ese día se hizo fumador, amigo y pareja de tute del comerciante.

Sobrevivió a todos sus hermanos con los que mantuvo muy buena relación.

En su lecho de muerte, no paraba de murmurar: “Ramiro, déjame sitio”, “Lucio, pies sucios, ¡qué peste a quesos!”

Se fue con una sonrisa en la boca. Sin duda, toda una fortuna.

46. EL ENGAÑO (A. BARCELÓ)

Tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no hacer caso a la voz interior que le urgía a dar media vuelta y alejarse todo lo posible de aquel soportal oscuro y mugriento del londinense barrio de Candem. Aquello más que la entrada a un estudio de tatuaje y piercing parecía el umbral del mismísimo infierno. La voluntad de curarse debía superar al miedo irracional que sentía e hizo lo que le habían indicado. Tumbado en la camilla, estuvo a punto de echarse atrás, ojalá lo hubiese hecho. Treinta minutos después, tenía aquella maldita cifra grabada en la piel.
La diabólica carcajada de su psicólogo cuando le anunciaba orgulloso que gracias a su terapia de choque había logrado vencer la hexakosioihexekontahexafobia le congeló la sangre. «Imbécil, eres mío, ahora sí que sabrás lo que es el miedo», sonó estridente la voz del mismísimo ángel caído.

45. Grandes remedios

Todas sus amigas habían vencido los miedos enfrentándose a ellos. Psicólogos y terapeutas las habían animado a coger el avión controlando la respiración, a sujetar arañas y reptiles en la mano, a salir de casa o a forzarse a hablar en público.

Los resultados habían sido exitosos, así que entendió que debía hacer lo propio si quería dejar de amargarse la vida.

Acabado el nudo y ajustada la cuerda al cuello, empujó la banqueta y el peso de su cuerpo hizo el resto, superando así su miedo a la muerte.

44. Tinieblas (Susana Revuelta)

Enredado en la espesura pegajosa de mil telarañas y perdido sin remedio en una nebulosa de hilo negro contempla desconcertado el anciano una tarántula que, amenazadora, lo mira frotándose las patas.

Meses atrás, había entrado en pánico al ver la primera araña. Aunque era diminuta, a poco que se moviera ensombrecía algunos de sus recuerdos y le emborronaba las palabras, pero como asomaba con cautela —como sin querer molestar— y solo de cuando en cuando, no le fue difícil ignorarla.

Poco después aquella bolita peluda engordó, cogió confianza y empezó a desplazarse a sus anchas, hilando una telaraña. Pronto llegaron otras, que crecían y se multiplicaban. Ocupaban ya todo el espacio y se afanaban en tejer, sin descanso, una maraña cada vez más compacta donde sus neuronas iban quedando atrapadas y, por asfixia, terminaban agonizando y finalmente se apagaban.

En esa bruma, confuso y desorientado, incapaz de moverse ni pensar, de entender qué es lo que pasa, mira ahora el anciano al monstruo con curiosidad, sin sospechar que va a clavarle un colmillo, a inyectarle un veneno letal que licuará lo poco que queda en su cerebro para poder succionarlo con ansiedad.

Hasta no dejar nada.

(Fuera de concurso)

42- La consulta

-Háblame de lo que te preocupa ahora.

-La soledad -dijo arrebujándose con su chaqueta-. A veces siento asco en el estómago y ganas de vomitar; hay días que me mareo y me pitan los oídos; por las noches, tengo picores insaciables en la barriga; de repente, se me llena la boca de agua pero no tengo hambre; me sudan las manos, yo que nunca he sudado.

-No hay ninguna razón para que todo eso que me cuentas esté relacionado con la soledad. Siempre has vivido solo, ¿es posible que eches de menos algo que nunca has tenido?

-Yo vivía bien instalado en mi solitud, acompañado solo de mis pequeños placeres.

-¿Y qué es lo que ha cambiado?

-La edad

 

41. EXCUSA DEFINITIVA (IsidrøMorenø)

Sentado ante la psicóloga, Octavio, con sudores fríos, tartamudeo ocasional y angustia generalizada, consiguió narrar sus temores, sus miedos y fobias a las fobias y a quienes las padecen.

Del extenso dictamen, Octavio solo entendió tres palabras: “Usted padece fobofobia”.  Y fue emplazado para una segunda consulta.

Según se aproximaba la fecha de la nueva cita, aparecían los sudores y angustias. Octavio decidió enviarle una carta:

Doctora, no volveré a su consulta. He descubierto que además de “fobofóbico”, tengo fobia  a los que las estudian. Y, lo confieso, a las batas blancas. Esas telas me producen más taquicardia que una cucaracha en la sopa. Usted, sin pretenderlo, es como un enemigo que encarna todas las fobias.

Comprenderá que no quiera arriesgar mi vida entrando en su consulta que, para mí, es como un campo minado de traumas. Prefiero quedarme en casa, donde vivo en familia con mis miedos, y sé dónde pisar, o eso creo, porque hoy he descubierto una baldosa movediza que cuando la piso, además de crujir, oigo un insufrible goteo de grifos. Creo que tengo hidrofobia y grifofobia también. Tengo terror y…

Esta carta fue leída por el señor juez durante el levantamiento del cadáver de Octavio.

40. Venganza por Whatsapp

Mira chico, que te dejo. Estoy harta de tu desmesuradamente insoportable hipersensibilidad, tu norteamericanismo y ese absurdo temor a las palabras largas. Me voy con mi otorrinolaringólogo. Te deseo un futuro supergalifragilístico.  

39. INMORTAL (Modes)

Mi corazón bombeaba diariamente 7.500 litros de sangre enamorada.

Sangre enamorada de ti.

Y es que tu eras el Big Bang de mi existencia, por eso fui un agujero negro, cuando me dejaste.

Y las pirañas del dolor llegaron en manada, para devorar cada uno de mis átomos.

Entonces, tratando de paliar ese dolor, me desgarré el pecho y extraje la espina clavada en mi corazón.

Después abrí mi cerebro y exterminé a las neuronas que me hacían recordarte.

Y así, a mi vida llegó la filofobia.

Pero algunos sentimientos se negaron a morir y, desde ese día, empecé a padecer una desagradable y persistente acidez.

Y hoy, veinte años más tarde, ya he asumido que ni todo el Almax del mundo podrá aliviar mi crónico amor de estómago.

38. AUTOFOBIA (Javier Viraje)

No tengo ningún problema en atravesar cualquier túnel en coche, por largo que este sea (el túnel, me refiero). Puedo, por ejemplo, conducir bajo el mar, atravesando el del Canal de la Mancha, mientras escucho relajadamente música (cualquier música, excepto reguetón, que no me relaja nada). No me importa permanecer dentro del vehículo en el interior de un túnel de lavado viendo como el agua golpea contra el parabrisas o escuchando ese sonido, como de lluvia torrencial, que percute con violencia en el techo. Mis fobias no tienen nada que ver con este tipo de túneles. Pero hay uno que todos los años he de atravesar de forma inexcusable, y da igual que me prepare a conciencia o que repase una y mil veces el botón que invariablemente se me va a pedir que accione una vez dentro del túnel. Nunca doy con él.

Cuando llega el día, me pongo en la fila y avanzo el vehículo siguiendo las indicaciones. En ese momento mi sistema nervioso entra en pánico, mi mente se nubla y un sudor frío comienza a recorrer mi espalda. Bajo la ventanilla.

Señor ─dice con voz grave un operario─ apague el motor y encienda las luces antiniebla.

Nuestras publicaciones