Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

68.PACTO DE SILENCIO ( Begoña Heredia)

En el pueblo sabíamos que la llegada de la familia holandesa no pasaría inadvertida. Una constante ronda de vecinos asediaba la casa con la intención de verles entrar o salir, la curiosidad se regaba en cada huerto. Eran cuatro, padre, madre y dos niñas bellas y rubias. A mis amigos y a mí, la mayor de las hijas, cercana a los diecisiete, nos hacía soñar con senderos desconocidos hasta ese momento. Nuestra admiración, cada vez iba más lejos, lo que nos hizo descubrir, que al llegar la noche, la muchacha desnudaba su cuerpo, refrescándose en el baño sin cerrar los cuarterones. Fue a Jorge a quien se le ocurrió la idea de apostarnos en el muro contiguo a la casa. Y aquella noche, observamos medio ocultos un cuerpo mágico, hasta que una tormenta de verano, sorprendió a la chica con sus truenos. Justo en el momento, en el que un rayo iluminando el cielo se entrelazó con un alarido de la holandesa, de los arboles saltaron como manzanas maduras otros espías descubiertos. Corrimos sin mirar a tras hasta llegar a los soportales de la iglesia y como en un silencioso pacto, una compaña de hombres cabizbajos pasó frente a nosotros.

67.LA VERDADERA HISTORIA DEL SOLDADITO DE PLOMO Y LA BAILARINA

Todo lo que se ha escrito acerca de su caída no es verdad.  A Friedrich Larsen, guardia húsar del primer batallón de infantería danesa, lo arrojaron desde el alféizar.

Puede que el resto de la historia sea cierta o puede que no: la caja de música diabólica y su envidia ante el amor incipiente de los enamorados, la desolación del soldadito tullido bajo el aguacero tras precipitarse al vacío, la maldad de los infantes al aventurar a nuestro héroe por las alcantarillas de la ciudad a lomos de un barquito de papel condenado al naufragio,  o su angustioso final en el estómago de aquel pez terrible que lo engulló.  Nunca lo sabremos.

Sí conocimos que fue después cuando llegó el terror de verdad. “Adelante, guerrero valiente. Adelante, te aguarda la muerte”, resonaba en su cabeza aquella cancioncilla militar cuando volvieron a depositarlo en el cuarto de juegos, encima de la chimenea y tuvo que enfrentarse a sus ojos cínicos y burlones y a una condena eterna, unido a ella por una peana fundida por el fuego en forma de corazón.

Confirmó dolorosamente que las bailarinas sentimentalmente anoréxicas y emocionalmente minusválidas no danzan con soldaditos cojos.

66. TORMENTO

Primero llegó el olor a humedad, de repente el cielo oscureció y comenzaron a caer las primeras gotas. Aquella tormenta acudió en mi auxilio, me sacó de mi letargo y por fin pude respirar hondo, sin miedo a que en medio de la respiración un sopapo o un insulto me hiciesen perder el aire. Podría haber imaginado hacerlo, pero no paso por mi cabeza que hubiese una solución a aquella tortura. Nunca pensé que tendría la fuerza necesaria. Un segundo de indecisión y él podría volver a levantarse y agarrarme con sus grandes y ásperas manos.

Podría haber reaccionado tantas veces, como cuando me quitó la falda que el mismo me había regalado para que enseñase de verdad las piernas. Podría haber sacado la rabia, pero no, aguanté.

Hoy sus palabras por fin me han dado la fuerza. Podía haber añadido que soy una inútil, que no sé cambiar ni una rueda, pero no sólo ha sido “tráeme el gato” y según le he visto de espaldas me ha venido la fuerza necesaria para golpearle.

La sangre ha manchado el suelo del porche pero gracias a esta bendita tormenta ya no queda ni rastro de mi verdugo. Respiro hondo, libre.

 

65. Cuentos de viejas… (Esperanza Tirado)

Fuera llueve a mares. La luz se ha ido por la fuerte tormenta. Tres caras mustias y aburridas, sentadas en el sofá, miran sus cacharritos tecnológicos, ahora inservibles.

En el salón, iluminado con velas, su abuelo los observa desde su mecedora.

 

–¿Sabéis? Cuando éramos pequeños aquí la electricidad no existía.

–Siii, abu Gus,…que ya nos lo has dicho tropecientas veces…

–Y contábamos historias. –El abuelo ignora la queja. –En noches de tormenta como esta, se decía que una dama de larga cabellera oscura, vestida con un brillante manto blanco, vagaba por el bosque en busca de su hijo perdido…

–Bah, cuentos de viejas…

–Cuentan que el niño salió con su aya al bosque. –El abuelo continúa– Ésta se encontró con su amante y dejaron al niño jugando a la orilla del lago. El niño se perdió, quizás se ahogó… Y la pareja fue expulsada del pueblo. Cuando hay tormenta se dice que es la dama abrigada con su manto blanco que sale a buscar a su hijo en el lago.

Un relámpago ilumina el cielo. Los tres corren a la ventana, expectantes. Suena un trueno, y un escalofrío les recorre el cuerpo.

El abuelo sonríe desde su mecedora.

64. Tormenta

La gota desciende con ligera suavidad, casi invisible, hasta que choca con su cuerpo, provocando que sus ojos vean el cielo oscuro que los rodea. Otra gota se disfraza de lágrima, diluyéndose en su rostro.

-Tendríamos que marchar. Va a caer una buena.

La besa. Sus labios son frescos. Ella los envuelve con los suyos. Cierra los ojos e imagina posibles caricias. Las gotas caen indiscriminadamente sobre sus cuerpos dejando sus húmedas huellas en ellos.

-Busquemos un lugar dónde refugiarnos.

Él la mira. Ella se pierde en sus ojos. Él le susurra palabras. Ella le sonríe. Él le dice que no puede amarla. Ella lo mira extrañada. Él le indica que espere un segundo. Ella siente que acaba de despertar de un sueño. El segundo se le dibuja eterno. Él saca un libro. Una página. Ella lo mira extrañada. Lo escucha. Las palabras enlazan con ellos, no puede rechazarlas. Es su propia historia. Él acaba. La mira. Ella lo besa. Lo abraza.

-No importa ya la lluvia.

La tormenta rompe los grilletes meteorológicos que la sujetan a las nubes y libera todos sus recuerdos sobre ellos, como cuando no existía el aire y el cielo vivía abrazado a la tierra.

63. Sabor agridulce

 

La alegría de haber sido encontrados, se tiñe de melancolía cuando los pensamientos se mezclan en su cabeza. Recuerda esa terrible tormenta eléctrica, el rayo que acertó de pleno en uno de los motores del avión, la caída, el dramático aterrizaje, la pesadilla de enterrar los cuerpos de los pasajeros muertos, el precario botiquín para curar a los heridos, y sobre todo recuerda el infierno en el que el caprichoso destino les sumió.

El  avión, ayer tumba de muchos y hoy refugio de unos pocos,  fue su salvación.  No se explica cómo pudieron subsistir tantos meses en lo más espeso de la selva en la que cayeron, y le cuesta creer que no les encontraran en todo este tiempo. Pero hoy, que por fin vuelven a casa, sabe que en algún modo la suerte estuvo de su lado, y que de no ser por ese fuselaje,  amasijo de hierros retorcidos, no habrían sobrevivido.

Y dirigiéndole una última mirada atrás, comienza la marcha hacia esa vida que el destino decidió regalarles…

62. El encargo

Con los primeros relámpagos ella cerraba la cancela. Recelaba. Se le había escapado más de una vez. Cuando llegaba la nube él se quedaba en el zaguán y la mujer tenía que estar con mil ojos porque a él se le iban los pies. A veces se tenía que poner delante y reducirle hasta hacerle bajar la vista y que se metiera cabizbajo en la cocina. Escuchaban el redoble de truenos en silencio aunque a él los ojos le hacían chiribitas. Aquella tarde la tormenta se anunció con aparato eléctrico. Los animales despavoridos erraban por el establo espantados por la inminencia del temporal. Ella salió a ver si calmaba las mulas. Dejó en un descuido la puerta entreabierta. El anciano no se lo pensó dos veces. Se encaminó a los prados y se encaramó a lo más alto de la colina. Empapado por las ráfagas, esperaba los rayos y por último la tronada. Miraba al cielo en todas direcciones. Al acecho, vigilante, creyó avistar los aviones del enemigo. Persuadido de su cometido y cumpliendo con orgullo las órdenes de otrora, empuñaba  el bastón y a modo de metralleta apuntaba a matar, las culebrillas luminosas del cielo.

61. Inspiración

Era un buen lugar para guarecerse. Lo pensó mientras corría cubriéndose la cabeza con el bolso Louis Vuitton que le había regalado un antiguo novio. El chaparrón la pilló en medio de una calle desconocida y desierta de aquel barrio de adosados a medio construir. Quizá por eso la atrajo el caserón, un animal herido entre depredadores.

En el soportal se sacudió las gotas sin parar de quejarse del trabajo de comercial que la había llevado a un páramo sin clientes. Con lo bien que estaría escribiendo, en lugar de vivir en una cinta sin fin de tarifas que ni ella misma acababa de entender.

No se calló hasta que el edificio, con la puerta forzada, la invitó a curiosear. Las telas de araña que precintaban la entrada vencieron su temor a inesperados inquilinos. Dentro, el caos de un desvalijamiento y, entre tanto abandono, cientos de papeles desperdigados. Cartas, documentos notariales y legajos sobre foros y arriendos comenzaron a entretejer una historia ideal para su primera novela.

Ya pensaba en un arranque impactante, en el que un documento medieval aparecido dentro de un bolso prohibitivo sería la clave del asesinato de una humilde muchacha, cuando un chirrido la estremeció.

 

60. Anhelos

 

 

Al primer trueno deja un barquito de papel en el riachuelo esperando, ilusionada, la llegada de las lluvias.

59. CENTELLA

Trasciende la troposfera y purificando el aire viciado de la ionosfera, me colma de auroras boreales y me protege del viento solar. La mayor tormenta en la que me he visto envuelta se gestó el día en que chocaron impetuosamente nuestras bocas y con ellas un cúmulo de sentimientos y deseos anudados se enfrentaron arrancando un susurro atronador del fondo de nuestros cuerpos. Mi tormenta tiene nombre propio y voz cálida. Me fascina exponerme, descalza y desnuda, y que toda su carga eléctrica en un segundo me atraviese para luego, hacerse intemporal. Sobre la cima más alta, somos viento racheado y energía luminosa que rota sobre un eje. Sublime es el momento en que dejamos de ser materia para convertirnos directamente en vapor y formando una nube colmada de rizos castaños nos hacemos indivisibles y neutros. Después, cuando la tormenta cesa, la estancia se oscurece y abrazados soñamos la Tierra.

57. EL MAL DON

Bajo el incesante chaparrón, apenas alcanza a balbucir unas palabras de dolor: “¿Por qué este mal don?”

El ahora apenado meteorólogo se descubrió de joven la capacidad para manejar a su antojo las altas y bajas presiones, las isobaras y sus hectopascales, poniendo aquí o allá soles o nubes, y acertando con tal precisión, e incluso contra los patrones numéricos, que no le hizo falta esperar a que una vocación lo llamara: sería hombre del tiempo.

No tardó en ser solicitado por todas las cadenas, tentado por los ayuntamientos turísticos, consultado por las comarcas agrícolas, para modificar las previsiones en beneficio del bien común. En efecto, no tardó nada en ser indispensable.

Y hoy llora porque su mal don ha dislocado de modo irreversible el sistema atmosférico, y ya no sabe cómo evitar el cambio climático.

Bajo la tormenta, apenas alcanza a balbucir unas palabras de dolor: “¿Por qué este mal don?”

56. ARCO IRIS TRAS LA TORMENTA (Mª Belén Mateos)

Siempre creía que aún quedaba algún claro entre las negras nubes del cielo y algún lejano destello de luz en las sombras de la tormenta. Su sonrisa se escondía entre fogones, escobas y paños de algodón de los que nunca dejan polvillo, ni rastro de haber servido para limpiar las manchas de descuido, punzadas o suplicio.

Día tras día procuraba lavar cualquier señal que pudiera dar pistas de su decadente existencia y se apresuraba en lustrar cada rincón y cada poro para devolver a su mente el decoro, la compostura y la coloreada realidad de su vida. Todas las noches aseaba con esmero su cuerpo y trataba de purificarlo con aromas y esencias que pudieran disfrazar su congoja y su miedo. Pero en cuanto el sonido de unas llaves tintineaban subiendo las escaleras, ya sabía que su puerta se abriría a una nueva tormenta de golpes, insultos y desdicha, a una vivencia en blanco y negro, regada con alguna caricia de engaño y algún beso aliñado en veneno.

Hoy ha decidió cerrar su paraguas, solo desea que este sea el último aguacero que caiga sobre ella y  poder ver por fin el arco iris al final de un suspiro.

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