Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

20. La ciudad eterna

Cuando encontré  un billete de avión entre las páginas del libro “ bonjour tristesse” supe que Françoise Sagan  lo había escrito  únicamente para mi. Un billete a Italia con un ramo de flores, una gran caja de bombones, lencería fina recién estrenada  y la cara lavada de una niña de 19 años que no necesita acicates. Me escapé de casa para encontrarme con Mauro en Roma, la ciudad eterna. Soñaba solo con estar en sus brazos y que el resto del mundo se olvidara de mi. Sagan, me decía entre páginas que el amor era eterno como Roma, en sus líneas me contaba lo contrario. Yo no lo creía. Era imposible que hubiera mezquindad en el amor. En Roma no había nadie esperándome y en mis manos tenía un papel con un teléfono falso. No volví a  Roma  hasta 50 años después. Allí supe que en ciertos lugares  dejamos siempre un poco de nuestra alma. Mis sentimientos y mis llantos volvieron como un boomerang a ahogarme entre las piedras.

19. LA VERDAD DESNUDA (Nuria Casado)

Nadie imaginó aquel inesperado giro en las vidas de lord y lady Randall matrimonio de la alta sociedad británica.Vivían en un sobrio palacete a junto a su hijo y su fiel mayordomo, el señor Doyle, cuya eficiencia sólo era superada por su inmenso amor a los libros, a los que a menudo limpiaba graciosamente con un plumerito como un artista deslizando el pincel por el lienzo.
Pasado el tiempo, el niño se convirtió en un mozalbete de semblante taciturno,sometido a los deseos de una madre hermética,desde la misteriosa desaparición del padre y la renuncia precipitada del leal Doyle. Sus preguntas resbalaban sin respuesta por el rostro pétreo de la madre y él buscaba refugio en la inmensa biblioteca dónde como en un ritual y con temor reverencial, pasaba las yemas de los dedos por los gruesos volúmenes hasta dar con el elegido. Aquel día, por azar o quizá por capricho del destino, eligió un grueso tomo por la belleza de sus pastas nacaradas; al abrirlo, un aroma a lavanda cosquilleó en su nariz mientras un pulcro papelito aterrizaba en el suelo. En él distinguió la estilizada caligrafía de su padre mientras leía con estupor una única frase:
I love Doyle.

18. Color sepia (Ginette Gilart)

El camión de la mudanza arrancó. De pie, en el porche, Clara esperó a que desapareciera del todo, tras la verja, para entrar de nuevo en casa. Había quedado con sus hermanos que ella se encargaría de seleccionar los libros de la biblioteca de sus padres.
El sol empezaba a declinar cuando acabó de llenar una gran caja con volúmenes sin gran interés para ella. Luego se acercó a su zona preferida; al querer coger un par de libros, algo cayó al suelo. Era una foto antigua, color sepia, con los bordes dentados. En ella dos jóvenes parejas miraban sonriendo a la cámara; detrás de ellas un carromato de madera pintada, de esos antiguos que poseían los romaníes. Reconoció a la pareja de la derecha, eran sus padres. La otra mujer llevaba un bebé en brazos; se quedó un rato observándola, luego levantó la mirada. El reflejo que le devolvió el espejo situado en la pared de enfrente le hizo recomponer su vida. Entendió entonces el poco parecido que tenía con sus padres y hermanos, entendió su pasión por la música y el baile, su particular atracción por los espacios abiertos, por las noches estrelladas y por las reuniones alrededor de una hoguera.

17. Páginas de mi vida (Patricia Richmond)

Yo tenía una granja en África, en lo alto de una montaña mágica, donde las cumbres eran borrascosas…

Antes, cuando fui mortal, había vivido en una ciudad de cristal, en una casa desolada que abandoné tras el sueño de una noche de verano, siguiendo el rumor del viento en los sauces.

Llegué a las nieves del Kilimanjaro y encontré el jardín olvidado de mi vida querida. Confieso que he vivido en busca del tiempo perdido, atrapando las partículas elementales de la espuma de los días.

Una mañana, tras mil y una noches, escuché el grito de la lechuza que me dijo que había un marinero en tierra que, con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, podía llevarme a la isla del tesoro. Me dejé tentar por las doradas manzanas del sol, me transformé en la mujer del pirata, hija de la fortuna, y dejé de ser la dama de las camelias.

Ahora regento el club de la buena estrella, un lugar en el que celebro el desorden de tu nombre y, donde, si vienes, descubriremos juntos los juegos de la edad tardía.

 

16. PUNTO FINAL (Salvador Esteve)

Me enamoré perdidamente de ella en la página 5, de su mirada, de su sonrisa que al pasar por mi lado me brindó. En el profundo de sus ojos pude vislumbrar un atisbo de esperanza de que mi amor fuera correspondido. Pero ella era la protagonista, debía seguir su camino, y yo como simple personaje ambiental me quedaría aquí anclado, a las puertas de la página 6. Rogué, supliqué a ManoDiós que me dejara avanzar, pero él desestimó mis súplicas. Sabía de sus aventuras, y con el viento de aliado podía oler su esencia. Cuando me empezaron a llegar rumores desalentadores no pude aguantar más, con la esperanza de mochila avancé decidido entre las páginas. Todo lo que vi era pretérito, escarceos, fiestas, batallas, y de rastro su perfume. Tenía que encontrarla antes de que ManoDiós diera por acabada la historia. Cansado, desolado y casi resignado, la vi en el reverso de la página 342 al lado de un manantial, triste y pensativa. Me salté cuatro párrafos y sin leer palabra nos abrazamos.

ManoDiós repasó la última página, no recordaba haberla escrito así pero le gustó, cogió la pluma y rubricó el punto final.

15. En el infierno (Susana Revuelta)

—Jopeee, qué calor —refunfuña Ramón mientras se sube el saco hasta las cejas. Se cree así a salvo del enemigo, pero a ratos necesita respirar y al destaparse queda expuesto de nuevo a los ataques. Desde su trinchera de plumas enciende el móvil y alumbra alrededor: solo distingue sombras y los números de la pantalla. ¡Ostras, las cuatro de la mañana! Entonces empieza a arrepentirse de haber renunciado al sosiego de su casa para emprender esta travesía por tierras inhóspitas. ¡Cómo añora su cama! ¡Hogar, dulce hogar…! Pero es inútil lamentarse, ahora tiene que velar por su integridad y la de Marta, que ronca a su lado ajena al peligro que corren.

«No me rendiré o acabarán con nosotros». Inmóvil como un cesto, aguza el oído hasta que percibe un zumbido: ha localizado a otro intruso. Saca un brazo fuera del saco y sujetando el mapa ¡zas! lo aplasta de un golpe. Sonríe triunfante al imaginar los pegotes espachurrados en las páginas. De momento, va ganando la batalla.

―Oye, Ramón ―le recrimina Marta dándole la espalda― tú sigue embadurnando de sangre el plano y mañana me cuentas cómo encontramos la ruta. Es la última vez que salgo contigo de acampada.

 

14. LOS LIBROS DE MAMÁ (Purificación Rodríguez)

“¡Mira que te dije que no lo volvieras a hacer!”.

Así te reñía, mamá, cada vez que limpiando el polvo de los libros veía caer de alguno un billete que tú habías escondido dentro, hurtándolo de tu modesta pensión mensual.

Te defendías contestándome que te fiabas más de aquéllos viejos tomos que de los bancos y a mí me llevaban los demonios cada vez que quería desalojar los estantes para hacer sitio a nuevos títulos, porque tenía que revisar, uno a uno, todos los ejemplares descartados antes de meterlos en la caja para donar.

Tras tu muerte, me dediqué a sacudir todos los libros de la casa, como si fueran abanicos invertidos, esperando una lluvia de dichosos billetes pero, para mi sorpresa, no cayó absolutamente nada de ninguno.

“¡Bien!” -Pensé- “¡Por fin me hiciste caso y te gastaste ese dinero en algo útil!”.

Pero hoy, sentada en mi cama de la residencia de ancianos, decido abrir el único libro que me traje de casa. Es un diario que descubrí entre tu ropa y en el que una dedicatoria dice: “Lo siento, hija, pero nunca me gustó obedecer”.

Dormida entre sus páginas hay una pequeña fortuna en viejos billetes.

13. EL ESTIGMA DE SER MALDITO (Virtudes Torres)

Aquel día aciago, el sol quedó oculto tras la humareda.

Altas llamas devoraban los sueños, las verdades, las mentiras, las creencias, las ciencias, los amores…

De su interior, gritos de espanto, llantos desgarradores, se mezclaban con el crepitar de la hoguera.

Aquel día la humanidad perdió la memoria.

12. Marcapáginas (Eva García)

Comenzó usando cordeles en los dedos, cartas, aromas de flores y discos antiguos: después necesitó fotos y notas escritas. Cuando perdió definitivamente el hilo de su diario vital, metió sus recuerdos desordenados bajo llave, en un cajón de olvido que nadie pudo volver a abrir jamás.

11. LOCOS BAJITOS (Paloma Casado)

Aquel año, mi hermano mayor descubrió el amor con Margarita, hija de los propietarios de la librería del pueblo; circunstancia que le impulsó a gastarse en libros todos sus ahorros. Sin embargo, la timidez nunca le permitió declararle su pasión, y al descubrirla besándose con un veraneante, comenzó a aborrecer la lectura y decidió regalarnos a nosotros los pequeños,  los rehenes cautivos de su amor.

Los libros, guardados en cajas, se convirtieron en material de juegos ese verano. Anita los apilaba en la cocina para llegar a la estantería donde se guardaban las mermeladas, Cristina, armada con sus pinturas, decoró las hojas con garabatos de colores. Mateo decidió que había encontrado el lugar ideal para prensar las flores e insectos que coleccionaba.

Todos nos reímos cuando, años después, papá nos contó el susto que se había llevado al encontrar una mantis religiosa cuando leía las obras completas de Lovecraft.

Yo fui la única a la que le gustaban las letras. Mamá lo sospechó al encontrarme a menudo con la lengua negra, pero mi afición no quedó desvelada hasta que me ingresaron en el hospital, el día que descubrieron humedecidas de saliva, las páginas de Guerra y Paz.

 

10. LECTURAS MADURAS (MARCOS SANTANDER)

Amainaron todas las tormentas. Tenían decidido que su siguiente correría fuera en una biblioteca ¡Era tanto el placer que experimentaban ambos leyendo y estando cerca de libros, que pensaban que sus fluidos se movilizarían a nada que comenzaran a leerse mutuamente! Sin saber cómo, se vieron intentando escamotearse en un cálido rincón entre viejas estanterías de una venerable librería del centro, pero fueron sorprendidos por el viejo librero. Dos manzanas más adelante entraron en el magnífico edificio que albergaba la biblioteca. Esta vez sí. Cuando ya estaban solos, expandieron varios cientos de los libros más señeros por encima de una mesa grande de estudio y se mezclaron. Leyeron y leyeron sin resuello a lo largo de la noche. «Muérdeme en el sumario y el prólogo» «Léeme las páginas impares de la espalda de arriba abajo» «Moja el índice aquí y pasa página» «Mira qué párrafo más potente y terso» Dicen que se les oía susurrar. Lo de menos era dónde estaba el final, lo importante, el mientras tanto, el no saber si el aroma, los tactos y los sentidos eran de sexo, papel o tinta. Pero todo transcurrió, legiblemente, entre sus largas y flexibles páginas de piel biblia.

09. Esta noche cuento que te quiero. Capítulo IV

Cogió aquella hoja amarillenta entre las páginas del libro y emprendió la búsqueda de aquel chico por las calles de la ciudad.

Tras un buen rato caminando, encontró la calle que buscaba. Se detuvo ante el portal y se quedo pensativa unos minutos.  Un trueno  la trajo de nuevo al portal, la tormenta se acercaba por lo que decidió entrar. Subió los escalones y llamó a la puerta.

Un chico de unos 19 años con barba de tres días, abrió la puerta.

– ¿Tú? ¿Qué haces aquí? – Preguntó el chico sorprendido al verla.

– Hola Isaías, entiendo tu sorpresa pero necesito tu ayuda.

– ¿Qué quieres? Ya me dejo claro en el campamento que no querías saber nada de mí.

– ¿Recuerdas que dijiste que harías cualquier cosa por mi? Pues ha llegado ese momento.

Isaías recordó aquella conversación en torno a la hoguera y la invitó a pasar.

– Pasa Emma, no te quedes ahí y cuéntame en que puedo ayudarte.

Se sentaron en uno de los sofás del salón y mientras los relámpagos iluminaban la habitación, Emma le empezó a contar minuciosamente el plan que había preparado para recuperar a su amada.

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